LA INMORALIDAD DISFRAZADA DE PROTECCIÓN A LA INDUSTRIA NACIONAL
– María Marty –
No pretendo demostrar aquí los beneficios económicos que resultan de tener mercados abiertos y competencia. La realidad nos da todas las pruebas necesarias y los índices coincidentes entre libertad de comercio y progreso, los confirman.
En cambio, sí pretendo demostrar la inmoralidad que supone proteger la industria nacional.
Todos los argumentos económicos utilizados para demostrar por qué es necesario proteger la industria nacional , desde las teorías de la Industria Incipiente, del Fin del Mundo, del Deterioro de los Términos de Intercambio, etc- han sido rebatidos con lógica y, sobre todo, con hechos. Sólo nos queda enterrar el argumento emotivo.
El argumento emotivo cuenta con su propia teoría: la Teoría de la Desocupación, que es el más utilizado por los populistas que desean apelar a la culpa e ignorar la razón. El argumento es algo así: “Si se abren las importaciones de productos extranjeros, la industria nacional no podrá competir, perderá mercado y deberá despedir muchos argentinos, dejándolos en la calle, sin poder alimentar a sus familias”.
Con el fin de cuidar a la gente políticos proteccionistas y “empresarios sensibles” demandan y defienden los aranceles aduaneros, controles de cambio o, directamente, la prohibición de ciertos productos fabricados en el exterior. Sostienen que si no hay competencia de productos extranjeros de mejor calidad y/o menor costo, entonces nuestras industrias nacionales crecerán y serán fuentes de trabajo para más argentinos.
Como diría Frédéric Bastiat, esto es lo que se ve. Se ve la industria nacional del Señor Gómez, por poner algún nombre, que fabrica zapatillas deportivas. Se la ve crecer y mantener a sus empleados, gracias a que las zapatillas importadas cargan con un enorme impuesto que eleva su precio hasta las nubes, incentivando a la gente a adquirir las nacionales.
¿Qué es lo que los políticos proteccionistas y los empresarios sensibles evitan decir?
Cada uno de nosotros compra los bienes que considera valiosos para su vida al menor costo posible. Si tenemos dos pares de zapatillas de la misma marca y misma calidad en un mismo punto de venta, y uno cuesta USD$ 5 y el otro cuesta UDS$ 10, nadie en su sano juicio optaría por comprar el más caro, excepto por motivos sentimentales (prefiero comprarle a esta persona más caro que a esta otra más barato). El comprador evalúa y, ante un mismo producto, elijará el que le genere menor esfuerzo.
La razón por la que ante igual o similar beneficio, optamos por la opción más barata es simple. Si compro las zapatillas a USD$ 5 en lugar de a USD$ 10, ahora tengo USD$ 5 en mi bolsillo para destinar a otro producto o servicio que necesito o deseo, como por ejemplo, el libro de historia que siempre quise leer. Cuantas más necesidades personales pueda uno satisfacer de índole física, psicológica y espiritual, mayor será la calidad de la propia vida.
Esta tendencia a satisfacer la mayor cantidad de necesidades posibles con el menor esfuerzo, se da en todos los órdenes de la vida. El tiempo es un bien escaso, por lo tanto si tengo que elegir entre llegar a mi casa en una hora por una autopista o tomar el camino más largo, lleno de lomas de burro, que me tomará tres horas, seguramente optaré por la autopista, que me permitirá disfrutar de dos horas extras para hacer otra actividad que me gusta, como jugar un partido de tenis con mis hijos.
Ahora, si viene alguien y me obliga a comprar las zapatillas de USD$ 10 o me obliga a transitar la ruta más larga para fomentar la escucha de programas de radio mientras uno conduce, ¿qué es lo que no se ve y nunca se verá?
No se verá el libro de historia en mis manos, ni se verá el partido de tenis que no llegué a jugar con mis hijos. No se verá al autor del libro de historia recibir esos USD$ 5 ni las vitaminas para el invierno que él hubiera comprado de haberlos recibido. Tampoco se verán la felicidad y las burlas de mis hijos por haberme ganado 6-0.
¿Alguien se benefició? Claro. El vendedor de zapatillas caras y los conductores de programas de radio. ¿A costa de quién? De mi, del autor del libro de historia, del fabricante de vitaminas, de mis hijos y una eterna cadena de beneficiarios potenciales que nunca llegarán a serlo porque alguien se auto arrogó el derecho de obligarme a entregar más plata y más tiempo a quienes yo no hubiera elegido.
Los proteccionistas y empresarios cronys (hora de llamarlos por su nombre real) siempre te mostrarán una cara de la moneda, pero hay cosas que nunca harán. Hablarte de lo que no se ve.
Nunca te hablarán de las industrias que podrían haber crecido y de los empleados que podrían haber sido contratados de haberte dado la libertad de elegir dónde invertir tu dinero.
Nunca te hablarán de tu libertad y de tu derecho a elegir con quién comerciar, ni de tu propiedad y tu derecho a utilizarla dónde y cómo lo desees.
Nunca te hablarán de la xenofobia escondida en sus argumentos, por los que un habitante de otra nación, por el simple hecho de haber nacido detrás de la línea de la frontera, debe ser castigado. No importa que el producto que tenga para ofrecerte sea de mayor calidad, de menor precio y su atención sea ampliamente superior a la del Señor Gómez. El simple hecho de llamarse Smith lo condena.
Nunca te hablarán de cómo violan el principio básico de toda sociedad civilizada, que es la igualdad ante la ley. Mientras los protegidos cronys reciben privilegios, los consumidores somos tratados como una casta inferior, obligada a pagar dichos privilegios.
Por último, nunca te dirán que te están robando. Bajo pretextos nacionalistas, sentimentaloides y legales (porque siempre tuercen la ley a su favor), te quitan del bolsillo lo que hubieras destinado a otro fin. Y cuidado con tratar de comprar las zapatillas al Señor Smith y ahorrarte tus USD$ 5, porque para esa acción te espera un calificativo: delincuente, contrabandista o evasor. O un agente de aduana dispuesto a hacerse de tus USD$ 5 como parte de su sueldo.