“Un jardinero estaba muy preocupado por la apariencia de dos árboles de un parque. Por un lado, se imponía un árbol robusto de ramas fuertes y repletas de relucientes hojas verdes. Por otro, un arbolito gris y enclenque de ramas quebradizas y alguna que otra hoja reseca. Considerando la situación de ambos, decidió intervenir. Durante toda una mañana, arrancó la mitad de las hojas verdes del árbol fuerte y durante la tarde las colgó de las ramas secas del pobre arbolito. Terminó la tarea y observó con orgullo el resultado: un jardín homogéneo donde los árboles lucían ahora igual de verdes. Había hecho justicia”.

  Cualquier lector puede deducir que la historia no terminó así de feliz, pero lo que parece obvio hasta para un infante, no lo es para algunos economistas, líderes espirituales y organizaciones internacionales. Para ellos, si cambiamos los personajes del cuento y reemplazamos los árboles por personas y las hojas por dinero, la idea del jardinero es la mejor solución para terminar con la desigualdad en el planeta.

  Hay gente muy rica y gente muy pobre conviviendo en este planeta. Algunos tienen quince mansiones, otros viven a la intemperie. Algunos desayunan con caviar y otros padecen hambre. Algunos evitan pagar impuestos y otros mueren de enfermedades curables por falta de recursos.

  Esto es lo que se ve y la situación que se quiere remediar. Pero quienes ponen el foco en la desigualdad y no en la pobreza, terminan generando propuestas de solución que pasan por alto conceptos y diferencias fundamentales.

  Meter todo en la misma bolsa.

  Al analizar un tema como la desigualdad o como la pobreza, no podemos meter a todo pobre y todo rico, y toda relación entre ellos, en la misma bolsa.

  Además de la pobreza circunstancial (como la de un niño de 10 años que aún no ha producido nada), es necesario distinguir entre la pobreza voluntaria y la pobreza impuesta. Es muy distinto ser muy flaco por decisión, a ser muy flaco porque un tercero me impide llegar hasta mi heladera. Hay pobres que tienen la oportunidad de salir de su situación y hay pobres que no, porque el sistema en el que viven ha anulado todas sus oportunidades de hacerlo.

  También es muy distinta la riqueza generada mediante la productividad de un hombre honesto, a la riqueza como consecuencia de un robo, fraude o violación de derechos ajenos. No es lo mismo la riqueza generada por un verdadero empresario, a la riqueza de un crony o “empresaurio” obtenida gracias a los subsidios y privilegios otorgados por el Estado.

  Por las razones expuestas, no se puede comparar la desigualdad existente, por ejemplo, entre la millonaria autora de Harry Potter y la pobreza voluntaria de un eterno adorador del sol, con la desigualdad existente entre el millonario Fidel Castro y la pobre cubana que vive bajo el yugo de su tiranía.

 ¿En cuál de estas “desigualdades” deberíamos enfocarnos?

  Despersonalizar la riqueza.

  Según la ONG Oxfam, “nuestro mundo no está corto de riqueza. Simplemente no tiene sentido económico —o incluso sentido moral— que haya tanto en manos de tan pocos”.

  Esto sería similar a decir que nuestro parque no está escaso de hojas verdes, pero que no tiene sentido que algunos árboles tengan tantas y otros tan pocas.

  Oxfam desvincula la riqueza de quien la produce y de las condiciones bajo las que se produce, insinuando que siempre ha existido pero que, por alguna mágica razón, a algunos les tocó una porción más grande que a otros. Esto demuestra no sólo no comprender el proceso de creación de riqueza, sino desconocer el derecho de todo hombre a conservar el fruto de su trabajo.

  Las computadoras, los autos, la música, los teatros, las medicinas, las joyas y los libros no han sido siempre parte de la geografía. Existen porque diferentes seres humanos, con diversas habilidades e intereses, pensaron, perseveraron, arriesgaron y actuaron.

  Para crear riqueza, debieron ejercer su libertad y contar con cierta garantía de que podrían conservar lo producido. Un hombre al que atan de manos y pies (física o mentalmente) jamás generará riqueza. Un hombre al cual le quitan lo que acaba de producir, no pasará mucho tiempo para que deje de hacerlo, o en el mejor de los casos, para que encuentre un lugar donde esconderlo.

  El chivo expiatorio.

  También según Oxfam, gran parte del problema de la desigualdad es la evasión impositiva que extrae la vida al Estado Benefactor, negando a los países pobres los recursos que necesitan para salir de ella. Sostiene, como medida fundamental para solucionar la desigualdad, terminar con los paraísos fiscales y llevar a cabo políticas que compartan las recompensas económicas entre la gente.

  Para continuar con la alegoría del jardinero, según lo anterior, el problema reside en que algún vecino inescrupuloso escondió la herramienta para deshojar, dejando al jardinero sin función. La solución sería deshacernos del vecino y devolver la herramienta al jardinero, para que continúe distribuyendo las hojas entre los árboles.

  Lo que no se ve.

  La riqueza siempre será una consecuencia y nunca una causa. Es la hoja, pero no la raíz. Buscar la solución en la consecuencia y no en la causa, es prácticamente declarar que no hay intención real de resolver el tema, sino de hacer política.

  Aquellos verdaderamente preocupados por la pobreza — que es el verdadero problema — deberían meter la cabeza bajo tierra y analizar cuáles son las causas que permiten al árbol florecer, y trabajar por replicar las mismas condiciones favorables allí, donde el pobre árbol apenas sobrevive.

  Si dejaran de invertir tiempo y recursos en el tema de la desigualdad y en difundir la exfoliación legal y violación de derechos individuales por parte del Estado, y lo dedicaran a descubrir y promover los principios filosóficos, valores psicológicos y medidas económicas que han incentivado la creación de riqueza a lo largo de la historia, estarían haciendo un verdadero aporte a aquellos pobres que declaran querer favorecer.  

  Mientras continúen con más de lo mismo, el árbol enclenque seguirá sin hojas.