VINCENT VEGA, MINISTRO DE SANIDAD
– Ignacio Almará –
En una de las muchas escenas representativas de Pulp Fiction, la famosa película de Quentin Tarantino, dos sicarios llamados Vincent Vega y Jules Winnfield, interpretados por John Travolta y Samuel L. Jackson, acuden a un piso para recuperar un maletín, propiedad de su jefe mafioso, que ha sido robado por tres jóvenes. Cuando Vincent abre el maletín para comprobar su contenido, un brillo dorado ilumina su atónito rostro. Jules le pregunta si todo está correcto y Vincent le responde que sí. El espectador nunca llega a saber qué es lo que contiene el maletín. En este sentido y como explicaremos a continuación, Vincent Vega actúa como un ministro de sanidad.
La sanidad pública conforma uno de los pilares más sólidos del Estado de Bienestar. Nos basta con echar un rápido vistazo a cualquier programa político, sea del partido que sea, para ver que, lo raro, es no hacer una defensa a ultranza de una sanidad pública, universal y gratuita. Es, además, una reclamación recurrente por parte de los ciudadanos, los cuales somos, en muchas ocasiones, incapaces de concebir una sanidad que no esté plenamente controlada y otorgada por el Estado.
Resulta muy evidente que la sanidad, tal y como la concebimos hoy en día, está impregnada de estatismo. Pero si analizamos con cuidado el propio concepto podremos ver que este fenómeno de impregnación estatista no debería sorprendernos.
Antes que nada, deberíamos preguntarnos: ¿qué es la sanidad? Como explica Peter Klein, no podemos decir que sea un grupo de bienes homogéneos ni un bien o servicio concreto.[i] Es impensable ir a un hospital y pedir una unidad y media de sanidad. Cuando hablamos de sanidad nos solemos referir a un conjunto muy amplio y heterogéneo de diversos bienes y servicios que engloban desde una operación de extracción de ganglios metastásicos hasta la administración de un paracetamol para el dolor de cabeza. Un paseo de 3 kilómetros con el fin de hacer ejercicio aeróbico también mejora nuestra salud, y el vaso de agua con limón y miel que una madre prepara a su hijo para el dolor de garganta también tiene un fin terapéutico y podría ser perfectamente catalogado dentro de lo que llamamos sanidad.
En realidad, sanidad no se refiere a nada, por extraño que nos parezca. No podemos identificar cosas concretas que sean “sanidad”. Podemos decir que hemos pagado por un servicio de podología, o que hemos comprado una silla ergonómica con el fin de evitar el dolor de espalda, pero resultaría absurdo decir que hemos comprado sanidad.
“Sanidad” o “asistencia sanitaria” son términos frecuentemente usados en política. Todos los partidos los ofrecen, todo el mundo los reclama. Pero son términos ambiguos que no designan nada en concreto, y es por ello que se convierten en instrumentos políticos muy útiles para el Estado. Su utilidad reside justamente en la ambigüedad de los términos, ya que, al carecer de contenido concreto, pueden definirse ad hoc con fines políticos: sanidad es lo que el gobierno decida que es sanidad. Solo los políticos saben qué es lo que se esconde tras el velo de misterio que envuelve a la asistencia sanitaria. Esto hace que los ciudadanos solo puedan limitarse a recibir los cuidados sanitarios designados por los gobernantes, los cuales han sustituido las valoraciones personales de los individuos por las suyas propias.
Haciendo una analogía, la sanidad sería como el contenido brillante del maletín de Pulp Fiction. Únicamente un número reducido de personas, como Vincent Vega o Jules, llegan a saber qué hay en su interior mientras que el resto solo podemos imaginarlo.
Esta situación supone una agresión a la libertad de la gente, a la cual no solo se le extraen recursos para financiar los servicios sanitarios, sino que, además, la prestación de estos servicios se decide de forma completamente política, según la definición de sanidad del momento y sin contar para nada con los deseos del contribuyente.
Reclamar sanidad pública es básicamente reclamar ser esclavos del gobierno, abriendo la veda a que los políticos decidan por nosotros lo que debemos recibir o dejar de recibir, además de negar cualquier posibilidad de encontrar alternativas generadas espontáneamente en el libre mercado.
Si no dejamos de considerar que este término ambiguo y carente de contenido es realmente importante, seguiremos cometiendo el error de dar armas al Estado con las que pueda reducir nuestra libertad. Resulta evidente que el entramado político y burocrático relacionado con la salud está trayendo resultados no deseados y que está mermando nuestra capacidad de decisión, pero el hecho de demandar soluciones en forma de reforma sanitaria o mejor sanidad en general conlleva dar vía libre, de nuevo, a las decisiones arbitrarias de políticos que no necesariamente velan por nuestros intereses, sino que más bien parecen velar por los suyos propios.
Las soluciones de problemas concretos relacionados con la salud debe plantearse como soluciones concretas, de otra forma no tendría sentido. De hecho, sería absurdo que alguien se plantease crear una empresa para solucionar la sanidad o para vender sanidad. Pero sí que es posible, por ejemplo, abrir una clínica pediátrica con el fin de ofrecer servicios en ese ámbito médico. De esa forma tendremos los servicios que realmente deseamos, pagados de forma voluntaria y a la medida de nuestras valoraciones y deseos.
El término sanidad, tal y como se emplea usualmente, contribuye a la imposición de lo que el psiquiatra Thomas Szasz denominaba el Estado Terapéutico: un Estado supuestamente bueno y paternal que cuida tanto de nosotros que nos arrebata la libertad de tomar decisiones en uno de los aspectos más importantes de nuestra vida, la salud.[ii]