¿QUÉ ESCONDE LA EDUCACIÓN OBLIGATORIA?
-Miguel Alonso Davila-
Uno de los puntos esenciales con respecto al sistema educativo es que debe ser obligatorio. En principio, el hecho de que la asistencia al colegio sea obligada parece algo positivo. No parece que haya nada de lo que desconfiar, pero visualicémoslo con un ejemplo.
Imaginemos un pequeño pueblo al que llega una camioneta. De ella salen unos hombres que se ponen a repartir magdalenas de forma gratuita. Todo el que se acerca puede llevarse cuantas quiera. Ahora imaginemos la misma situación, pero esta vez los señores obligan a la fuerza a los habitantes del pueblo a comerse las magdalenas. Cuando uno de los señores le ofrece una magdalena a un lugareño, y este se niega, le replica que está a obligado a cogerla y comérsela delante de él.
Yo me imagino la cara de este lugareño. Primero se indignará por el hecho de que le obliguen a hacer algo en contra de su voluntad, y después pensará que algo traman esos señores, algo tendrán esas magdalenas por dentro, algo llevarán escondido que nos quieren hacer consumir bajo la amable y apetitosa apariencia de una magdalena. Y será algo que no querríamos si pudiéramos escoger, si no, no haría falta enmascararlo con algo dulce y no haría falta utilizar la fuerza.
Puede que en el primer caso también dudemos y pensemos que algo sacarán ellos a cambio, de otro modo no nos darían cosas gratis; pero se trata de algo voluntario, así que si alguien es muy desconfiado es libre de no aceptar. Sin embargo, en el segundo caso no hay duda.
El sistema educativo es un caso similar. Nos obligan a recibir una formación. Pero a pesar de que lo revisten con un manto de buena voluntad, el caso es que estamos obligados a asistir a la escuela. Si fuese algo tan bueno, no haría falta que fuese forzoso. En otros casos en los que el Estado nos proporciona algún tipo de servicio no actúa del mismo modo. Si se conceden subvenciones y alguien no quiere recibirlas, el gobierno no tiene ningún problema, dinero que se ahorra. Es más, suelen establecerse todo tipo de trabas burocráticas para dificultar el acceso a dichas ayudas. Les basta con anunciar que están concediendo dicha subvención para obtener réditos políticos, no importa si después nadie accede a ella. No se acostumbra a animar a la gente a consumir aquellos bienes y servicios que el gobierno provee, más bien todo lo contrario, nos animan a utilizarlos sólo si es necesario (energía, sanidad, etc.). Sin embargo, con la educación no sucede lo mismo. Nunca se dice: “utilicen el sistema educativo sólo si es necesario”. Nos obligan a asistir. Incluso tienen inspectores que se dedican a vigilar que todos los niños estén escolarizados, y, en los pocos casos en que pudiesen ser educados en casa, se cercioran de que se les esté enseñando lo que consideran adecuado.
Pero veamos entonces qué es lo que esconde la magdalena. Se argumenta que la educación obligatoria repercute en nuestro bien, ya que los conocimientos que se imparten son imprescindibles para todo ser humano. Sin embargo, en qué consisten esos conocimientos: la religión del Estado, la lengua del Estado, la historia del Estado, la geografía del Estado, el arte del Estado, la literatura del Estado, etc. ¿De verdad son esos los conocimientos necesarios para todo ser humano? No creo que a un ingeniero o a un miembro de cualquier oficio le resulte imprescindible conocer la historia de España. Y en el caso de que simplemente quiera adquirir conocimiento, por ejemplo de literatura, podría estudiar literatura universal, o la escrita en español si le interesa el idioma (incluyendo la sudamericana y no limitándose a la escrita en España). Si nos fijamos, todas las materias están destinadas a crear en nuestras mentes la idea del Estado como algo existente, un ente concreto al que le corresponde un pedazo de tierra por designio divino. Y comprobamos que esto es así puesto que si nos imaginamos que todos los españoles emigraran a China, nos da la sensación de que España seguiría aquí, mientras que antiguamente se entendía que los reinos se referían a las personas, no al territorio que ocupaban. Así, la historia de España se enseña de forma teleológica comenzando en el Paleolítico, como si los neandertales o el hombre de Cromagnon ya tuvieran banderas. Parecería que, si excavásemos en la tierra lo suficientemente profundo, aparecería una inscripción que diga que España es de los españoles.
Se consiguen así dos cosas que disminuyen la resistencia al robo que constituyen los impuestos. Por un lado, se construye una identidad nacional, a pesar de que una persona pueda tener más en común con un habitante de un país vecino que con uno que reside en la otra punta del mismo. Por otro, se diluye la figura del que roba. Si hay un rey absolutista, este debe cuidarse de no exprimir en exceso con impuestos, o corre el riesgo de provocar la resistencia de sus súbditos, que tienen claro a quién oponerse. Sin embargo, en la actualidad se cree que no es el presidente del gobierno el que roba. Él actúa en representación del Estado, pero no es el Estado, el Estado somos todos.
Se trata pues de inculcarnos una serie de ideas (el currículum oculto), mediante las cuales los gobernantes puedan seguir viviendo a costa de los que realmente trabajan. El hecho de que tenemos esas ideas grabadas a fuego queda patente cuando se le pregunta a una persona que imagine una sociedad sin ningún tipo de gobierno. Lo primero que le viene a la cabeza, de forma instantánea, es el caos (guerra, violaciones, etc.). Lo normal sería que razonase, que se imaginase qué pasaría en tal situación y por qué, y que después llegase a una conclusión (que podría ser la idea de que necesariamente se llegaría al caos). Pero lo curioso es que no sucede así, se piensa en el caos de forma inmediata, como si fuese una respuesta automática. Y llama la atención otro detalle, a esa persona nunca se le ocurrió esa posibilidad antes de que se le preguntase por ella. Lo lógico sería que la tuviese en cuenta aunque la descartase por creer que sería un desastre. Pero no, esa posibilidad está vedada. Cuando nos enfrentamos a esa posibilidad por primera vez nos damos cuenta de que nunca se nos ocurrió avanzar por ese camino, incluso cuando nos lo proponen comprobamos como nuestra mente es reticente siquiera a plantearlo. Es como si tuviésemos unos carriles en la mente que nos impiden desviarnos de una ruta preestablecida.
El establecimiento de esa ruta mental que previene la resistencia es el verdadero objetivo de la educación obligatoria.