En este artículo analizaremos la aplicabilidad de las matemáticas como herramienta para el estudio de la economía. Defenderemos que la construcción de modelos matemáticos no sirven para explicar ni para predecir los fenómenos económicos. Para ello nos centraremos en el problema de la información.
Se da la circunstancia de que la mayor parte de la información económicamente relevante es de tipo práctico, tácita, privativa, no articulable y dispersa. Esto imposibilita que se pueda reunir para la construcción de un modelo matemático. Lo cual puede visualizarse si repasamos mentalmente nuestras actividades diarias, incluidas las laborales.
En efecto, el conocimiento que utilizamos para desenvolvernos en la vida posee las características anteriormente señaladas. Por ejemplo, para conservar una amistad, o crear una nueva, para prolongar un vínculo amoroso, para conquistar a una pareja o para relacionarnos con el resto de la sociedad, utilizaremos una cantidad ingente de información. Pero esta se encuentra dispersa entre todos los individuos. No reside solamente en la mente de un ciudadano concreto, sino que por el contrario está desperdigada por toda la sociedad. Cada sujeto tiene parte de ese saber. No todo el mundo utiliza las mismas técnicas, por ejemplo, para ligar, cada uno utiliza una estrategia concreta. De modo, que todo el entendimiento que existe acerca de cómo se liga, sería la suma de toda esa información individual. Habrá personas que se den cuenta de que ciertas tácticas son fructíferas para tal menester, y estos datos se transmiten a través del mercado, a través de las interacciones sociales. Mas cada ser humano los interpretará y aplicará con su propio método, de tal forma que sería un error considerar que se trata de lo mismos. Podemos imaginarnos cuando éramos jóvenes e inexpertos en dichas facetas y algún allegado más experimentado nos daba los primeros consejos sobre cómo proceder. Quizás nos dijesen: “tienes que parecer seguro”, y nosotros interpretábamos a nuestra manera qué era “parecer seguro” y como conseguirlo. Sin embargo, la diferencia de conocimiento acerca de “parecer seguro” que teníamos con respecto a ese amigo de edad superior era muy grande, lo que desgraciadamente se reflejaba en un éxito nulo por nuestra parte a la hora de conseguir pareja. Además, aparte de estar disperso este es un saber privativo, es decir, no gozamos de acceso directo al que reside en la mente del resto de nuestros congéneres. Por este motivo requerimos de extensos periodos de tiempo para aprender.
No es difícil visualizar que este tipo de sabiduría posee también las otras propiedades. Así, es de tipo práctico, es decir, no se comprende leyendo un libro. Solo una pequeñísima parte de las habilidades que utilizamos a diario son de tipo teórico y es posible adquirirlas estudiando un manuscrito. Es practicando como conseguimos instruirnos sobre cómo relacionarnos, cómo mantener una amistad, etcétera. Asimismo tampoco es articulable. Ciertamente, aunque quisiésemos escribir en un documento las reglas a seguir para alargar una amistad, no seríamos capaces. Figurémonos que alguien aspira a codificar cómo se mantiene un enlace amoroso. No obstante, no una simple enumeración de generalidades, sino que intenta capturar exactamente cómo conducirnos en cada situación. El asunto es que, como cabe suponer, las variables son incalculables. Si una frase de ese texto dijese algo como “tienes que procurar complacerle”, enseguida surgen incontables problemas. Nos preguntaríamos si es imprescindible complacerle en toda circunstancia. Quizás en el escrito también ponga que no siempre, pero entonces, ¿en qué circunstancias sí y en cuáles no? Se vislumbra fácilmente que si pretendiésemos atrapar o codificar todas las opciones, la tarea se volvería irrealizable.
No es complicado llegar a la conclusión de que las destrezas necesarias para estos quehaceres poseen los atributos anteriormente señalados. A pesar de ello, podría pensarse que es nuestra vida laboral la que es relevante para la economía, y no la referida a temas de relaciones personales. Sin embargo, si nos fijamos esas ocupaciones tienen también los mencionados rasgos. De hecho, nadie realiza una actividad justamente igual que sus congéneres, cada uno lo hace a su modo, creando un conocimiento particular con respecto al empleo que desempeña. Y este será de tipo práctico. En verdad, es faenando como asimilamos una profesión. Nos hará falta un tiempo de instrucción en el que, a base de prueba y error, adquiriremos la pericia que nos permita ser competentes. Así que este no es un conocimiento de tipo teórico. De lo contrario los asalariados saldrían de las escuelas de oficios y de las universidades ya listos para realizar su función como un oficial de primera. Empero, sabemos que este no es el caso. Es solo con este actuar práctico que es factible aprender, precisamente por tratarse de una información no articulable, no codificable; si no sería verosímil hacerlo leyendo un libro. Pensemos en nuestro primer día de trabajo. Si recordamos seguramente nos vendrán a la mente algunas de las directrices que nos dieron para orientarnos en nuestros pasos iniciales. Ahora bien, dichas normas no eran exactas. Probablemente nos dijeron cosas tales como: “esto se hace así y así, y luego ya vas viendo tú”. Con todo, ese “así” deja un montón de alternativas abiertas, de las que nos dábamos cuenta la primera vez que realizábamos la tarea en cuestión. Si fuese de otra guisa no albergaríamos ninguna duda en nuestros días inaugurales en una empresa. Efectivamente, ese “así” teníamos que interpretarlo. Por no hablar del típico “ya vas viendo tú”. Y esto es válido para todos los oficios.
De esta manera nos damos cuenta de que en realidad casi toda la información económicamente relevantes de este tipo. Por ejemplo, si nos encontramos en una ciudad concreta ¿cómo averiguar cuántas barras de pan hay que producir?, ¿o cuánto de cualquier otra cosa?. No existe una ecuación matemática a la que recurrir para resolver el problema, es a base de prueba y error que vamos encontrando esa información. Una vez la poseamos nos daremos cuenta de la cantidad de factores que se tienen en cuenta. Aparte de que la experiencia nos diga cuántas se venden de media en un día normal, consideraremos también innumerables circunstancias, como por ejemplo si es un día laborable o no, si hace buen tiempo o si llueve, si es invierno o verano, si la gente está contenta o triste (quizás porque juega el equipo local y pudo haber ganado perdido), etcétera. Podemos imaginarnos al oficial diciéndole al aprendiz: “si hace buen tiempo haz más pasteles”. ¿Mas cuánto sol hace falta para que sea “buen tiempo”?. Si por ejemplo quisiésemos montar un negocio, ¿cómo saber dónde hacerlo?. Seguramente alguien experimentado en el sector sabrá si un sitio es bueno o no, pese a que no sea capaz de explicar específicamente por qué. Tal vez nos indique que una esquina en una calle concurrida es buen emplazamiento. Aunque no cualquier esquina, tendrá también en cuenta si ya hay mucha competencia establecida en la zona. ¿No obstante, cuánta competencia es mucha?. En definitiva, observamos que la mayor parte del conocimiento económicamente relevante posee dichas características.
El caso es que si esa información es de tipo práctico, tácita, privativa, dispersa y no articulable, entonces es imposible crear un sistema matemático que intente modelar una economía que depende de ella, puesto que al ser no articulable no será viable codificarla en ningún sistema, sea este matemático o no. A este respecto las matemáticas no tienen ningún poder mágico con el que acceder a dicha información de una forma misteriosa. Sencillamente dicho objetivo es una quimera.