DIEZ LECCIONES DE ECONOMÍA PARA PRINCIPIANTES – QUINTA LECCIÓN: LOS EFECTOS DE LOS CONTROLES DE PRECIOS

 

    – Ubiratan Jorge Iorio – 

 

 

  Una pregunta muy importante es: ¿cuánto conocimiento y qué tipo de conocimiento por parte de los agentes económicos se hacen necesarios para que podamos hablar de coordinación perfecta entre los planes de todos los agentes económicos, es decir, de equilibrio de mercado?

  El papel del mercado es el de servir como un proceso mediante el cual, por pruebas y errores, tanto el conocimiento como las expectativas de los diferentes miembros de la sociedad van haciéndose paulatinamente más compatibles en el transcurso del tiempo. Surge de esta manera la importancia fundamental, primero, del sistema de precios, con el papel de emitir señales para que los diversos participantes del proceso de mercado puedan coordinar sus planes al largo del tiempo y, segundo, de la competición, como el único medio de descubrimiento de las informaciones que son realmente relevantes.

  Evidentemente, la ignorancia generada por la escasez de conocimiento – y que está implícita en el proceso de cambios – hará que diversos planes fracasen, de modo que la tendencia a un mayor grado de coordinación dependerá, de un lado, de la capacidad de cada agente de aprender de sus propios errores y, de otro, de su capacidad de sustituir los planes que fracasaron anteriormente por planes cada vez más correctos.

  Los precios, por lo tanto, sirven como señales en los mercados, indicando a sus participantes si sus acciones son correctas y si pueden mejorarlas con el transcurso del tiempo. Muchos economistas hablan de precios de equilibrio, que serían los precios que teóricamente igualarían las cantidades demandadas y ofertadas de un bien. Pero la gran verdad es que en el mundo real no existen precios de equilibrio, pues la economía es dinámica; el pasaje del tiempo es un dato del que no se puede escapar y la incertidumbre no puede dejar de ser considerada.

  Por lo tanto, para la Escuela Austríaca, que es esencialmente dinámica, no existen precios de equilibrio – lo que hay son precios que están convergiendo hacia el equilibrio, en un proceso de aprendizaje, de pruebas y errores, conocido como proceso de mercado, al cual ya nos referimos en el artículo anterior.

  Pero, para verificar cómo los controles de precios por parte de los gobiernos son nocivos para las economías, supongamos un mercado cualquiera, un mercado de un bien esencial. Más específicamente, el mercado de las habas. Supongamos que ese mercado esté «en equilibrio» y que el precio practicado sea de x reales por kilo de habas. Supongamos ahora que el gobierno hace caso a las reclamaciones del pueblo de que el precio x es muy alto y, como las habas son un producto importante en la alimentación de los brasileños, establece un precio máximo igual a x – y, o sea, decreta que el precio máximo al cual se pueden vender habas es ahora inferior al precio x.

  De noche, en el telediario, los hombres del gobierno anuncian a los cuatro vientos: «Nuestro gobierno piensa en los pobres; ahora todas las familias van a poder comprar habas». La intención puede haber sido hasta buena, pero los resultados de medidas de ese tipo son, siempre, desastrosos. Veamos por qué.

  El precio más pequeño de las habas va a hacer que la demanda por ese producto suba, porque muchas personas que no lo podían comprar pagando el precio anterior (x) ahora van a tener medios para eso. Por otro lado, como el precio de las habas cayó y los precios de los substitutos (lenteja, guisante, soja, etc.) se mantuvieron constantes, está claro que las habas han pasado a ser relativamente más baratas que esos substitutos. Por ejemplo, si antes usted podía comprar con diez reales siete kilos de guisantes y cuatro de habas, ahora usted puede comprar con esos diez reales los mismos siete kilos de guisantes y seis kilos de habas. Eso significa que la demanda de habas va a subir y que la demanda por los substitutos va a caer. Tendremos, entonces, un exceso de demanda de habas, o sea, la demanda será mayor que la oferta y un exceso de oferta en cada uno de los mercados de los substitutos.

  Con eso, los precios de los substitutos de las habas van a caer (y, posiblemente, los precios de los complementos de las habas, como el paio, la salchicha, la carne seca, etc. van a subir), pero el precio de las habas, que debería aumentar hacia un valor mayor que la x inicial, a causa del exceso de demanda, no aumenta, porque está fijado en x – y.

  Resultado: las buenas intenciones del gobierno no fueron capaces de colocar habas en los platos de los pobres. Quienquiera que compre habas, ahora, o va a tener que madrugar en el mercado o (lo que es más común en esos casos) pagar un «agio» para tener el producto. ¿Ya que los pobres no tienen dinero para pagar un agio, que cree usted que pasará?

  Pero eso no es todo: conforme el tiempo vaya pasando, las cosas van a empeorar para los pobres a causa de la interferencia del gobierno al fijar el precio de las habas. Del lado de la oferta, es decir, de los productores de habas, los que están produciendo a costes más elevados (que generalmente son los pequeños productores) comienzan a sufrir pérdidas, pues el precio fijado por el gobierno es inferior a los costes de producción. Como nadie trabaja sabiendo que va a tener pérdidas, esos productores (y, con el transcurrir del tiempo, cada vez más productores) van a dejar de producir ese producto, pasando a plantar productos cuyos precios no están fijados.

  El resultado final es desastroso: la cantidad vendida en el mercado de habas es más pequeño que la inicial, ya que algunos productores tuvieron pérdidas y concluyeron sus actividades, otros pasaron a producir otros productos, algunos agricultores perdieron sus empleos, quienes desean consumir habas ahora tienen que pagar un agio mucho mayor y – ¡que desastre! – una cantidad de pobres mayor que aquella de inicio va a quedarse sin poder comprar habas.

  Esa historia de fijación de precios máximos se repite, sin ningún cambio, desde hace veinticinco siglos, desde Nabucodonosor de Babilonia, pasando por Diocleciano en Roma, por los líderes de la Revolución Francesa, por los controles y congelación de precios que Brasil adoptó entre 1986 y 1991 y por toda experiencia de control de precios. Ninguna tuvo éxito. ¡Ninguna lo tendrá jamás! Eso sucede porque los precios, entendidos como tal, sólo son precios cuando se determinan voluntariamente en los mercados, por la libre interacción entre compradores y vendedores.

  Lo que escribimos sobre las habas sirve para cualesquier precio de bienes y servicios: tipos de interés, salarios, tasas de cambio, márgenes de beneficios, etc.

  Experimente, por ejemplo, seguir el mismo razonamiento que mostramos para las habas con la tasa de cambio, que es el precio de la moneda extranjera en relación a la moneda nacional. Suponga que el gobierno (en el caso de la tasa de cambio, sería el Banco Central) fija la tasa de cambio en un valor mayor que el valor que el mercado determinaría un determinado día (una devaluación artificial del real en relación al dólar). Los resultados: aumento de exportaciones, caída de importaciones, presión para que la tasa de cambio caiga (apreciar el real ante el dólar), superávit en las cuentas externas. Intente ahora deducir que acontecería si el gobierno (también el Banco Central) fijase la tasa de intereses en un valor inferior al de mercado y concluya que: la demanda por crédito subiría, la oferta de crédito caería, el ahorro disminuiría, las inversiones (sin respaldo en el ahorro) subirían, y surgiría una presión para que subieran los tipos de interés, pero la fijación lo impediría.

  En suma, en todo mercado, desde Adán y Eva hasta nuestros descendientes en un futuro remoto, los precios sólo son efectivamente precios si están determinados por los mercados. Cualquier interferencia del gobierno en los mercados es un cuerpo extraño, una agresión que sólo puede causar daños al organismo económico.