DIEZ LECCIONES DE ECONOMÍA PARA PRINCIPIANTES – OCTAVA LECCIÓN: EL PAPEL DE LA COMPETICIÓN
– Ubiratan Jorge Iorio –
Imagine que usted quiere comprar unos tenis y que, para ello, entra en una zapatería en un centro comercial. Seguramente va a emplear algún tiempo escogiendo el modelo que va a comprar, dada la variedad y diversidad con que se va a encontrar. Imagine ahora que otra persona, de su misma edad y con exactamente los mismos gustos (suponiendo que eso sea posible) quiera también comprar unos tenis, pero vive en Corea del Norte, un país comunista. Con seguridad, esa persona se va a encontrar con un único modelo, casi con toda certeza muy feo y va a tener que comprar ese modelo, no importa si le gusta o no, siempre que, obviamente, la tienda disponga en stock del número que calza, lo que, además, no siempre ocurre.
¿Cuál de los dos obtuvo mayor satisfacción, usted o el consumidor de Corea del Norte? Ese ejemplo simple, pero que se corresponde exactamente con lo que sucede en el mundo real ilustra perfectamente las ventajas de la competición entre los productores de un determinado producto. Obviamente, lo que escribimos para los tenis es válido para cualquier otro producto.
Donde existe competición, donde diferentes empresas tienen que competir para ver quién agrada más a los consumidores, sea por la calidad, sea por el precio o por ambos, quien sale siempre ganando son los consumidores y, lógicamente, las empresas que más les consiguen agradar.
A esto se le suele llamar soberanía del consumidor, que es una de las características principales de las economías de mercado, en las que existe libertad para emprender y producir, sin cortapisas del gobierno. La soberanía del consumidor, entonces, es una consecuencia exclusiva de la economía de mercado. O sea, si no existiera economía de mercado, es decir, si el gobierno interfiriera en la economía, quien sale siempre perdiendo es el consumidor, que se ve, como el pobre norcoreano, limitado en sus elecciones. Infelizmente, no vivimos en un auténtico libre mercado actualmente en ningún país del mundo, porque las intervenciones y coerciones de los gobiernos son continuas e implacables.
Jeffrey Tucker, en el artículo “El comercio, la bendición de la civilización”, expresa de la siguiente manera esa cuestión:
¿Qué pasaría si tuviéramos el siguiente sistema económico?
Este sistema inundaría el globo con bienes gratuitos diariamente, no pidiendo nada a cambio y dando prácticamente todo para todos. La mayor parte de todo aquello que generara consistiría en bienes gratuitos, y todos los seres humanos vivos tendrían acceso a ellos.
Cualquier individuo que acumulara beneficios privados lo haría únicamente porque sirvió con excelencia a los otros seres humanos, y tal sistema inevitablemente haría que esta persona revelara sus ideas y trucos: todas las personas del planeta sabrían los motivos del éxito de alguien.
Este sistema, de esta forma, serviría a todas las razas y clases. Serviría de manera abundante y servil al hombre común y derrumbaría a las élites cuando éstas se volvieran soberbias y arrogantes. Haría que fuera benéfico y provechoso para todos incluir a cada vez más personas en su potencial productivo y daría a todas ellas una participación en los resultados.
Tal sistema tiene un nombre. Se llama libre mercado. Aunque se haya hecho mucho más obvio en la actual era digital, el hecho es que la proliferación de bienes gratuitos siempre fue una de las principales características del capitalismo. El problema es que las personas raramente piensan y hablan sobre eso.
En el mismo artículo, Tucker, una persona que muestra en todo lo que hace estar satisfecho con la vida, muestra que, aunque el mundo de hoy viva lejos de lo que podríamos llamar economía de mercado, aún hay algunas señales de ese tipo de economía, y cuenta la historia verídica de una barbería que conoció en su país, Estados Unidos. Quién trabaja en aquel salón corta el cabello y afeita la barba de los clientes, evidentemente. Pero, además de eso, la casa ofrece gratuitamente, para uso de quien entre, sin que sea obligatorio cortar el cabello o afeitarse, mesas de ping-pong, dianas para tirar dardos, mesas de billar y, también de paso, cerveza que se puede beber en un balcón.
Algo así es todo lo que los consumidores siempre desearon. ¿Qué se podría esperar que sucediera en una economía de libre mercado? Bien, en primer lugar esa barbería debería ser un éxito y estar siempre llena. Con ese éxito, nuevas barberías ofreciendo los mismos servicios y las mismas comodidades y aún comodidades adicionales, van a aparecer para disputar las preferencias de los consumidores. Éstos, ahora, están en situación aún mejor que antes, porque su campo de elecciones aumentó.
Pero, desde el punto de vista de la primera barbería, la pionera, que poseía ventajas competitivas exactamente por ser la primera, ¿qué va a suceder ahora? Está bajo amenaza, porque va a tener que enfrentarse a la competencia de nuevas barberías que están copiando y, posiblemente, perfeccionando su idea. Cualquiera podrá copiar su idea original, siempre que el gobierno no prohíba la apertura de nuevas barberías con esas características. Para mantener a sus consumidores, la primera barbería tendrá que buscar innovaciones que aumenten su satisfacción.
La competición, por lo tanto, es siempre benéfica para los consumidores, al tiempo que obliga a los productores a un permanente esfuerzo para atender mejor a sus clientes. Volvamos a las palabras de Tucker:
Pero este es mi punto: es imposible tener éxito en el mercado y no revelar la «receta secreta» para el éxito. Si usted tiene éxito, todos los competidores acabarán sabiendo cuál fue la fórmula adoptada y la copiarán. Afortunadamente, no hay patentes o derechos de autor sobre cosas como colocar una mesa de ping-pong en una barbería; por tanto, el gobierno no puede impedir que el conocimiento y el aprendizaje de la competencia ocurran. Y así funcionarían las cosas en un mercado puramente libre, en todos los sectores. Tener éxito significa suministrar cosas – suministrar bienes y servicios para sus clientes (esta es la clave para enriquecerse) y, como consecuencia, revelar a todos los competidores el método que le hizo tener éxito (o que resultó en su fracaso). El propio acto de emprender – que siempre tiende a ser una tarea libremente copiable – por sí sólo ya transforma sus métodos en objeto de estudio.
Patentes y derechos de autor, por lo tanto, tienden a reducir la competición y a perjudicar a los consumidores. En el plan de la economía internacional, uno de los mayores obstáculos a la competición y, por lo tanto, a la soberanía del consumidor, es el proteccionismo que, bajo el argumento de que «es preciso proteger la producción nacional», arruina, explota e impone severas pérdidas tanto a los consumidores extranjeros como, principalmente, a los nacionales. Quién gana con el proteccionismo no es la economía del país, por el contrario, ella pierde en términos de eficiencia y satisfacción de los consumidores; quién gana son algunos empresarios (que no pueden ser llamados emprendedores) privilegiados (generalmente amigos de los políticos que están en el poder), incompetentes, o sea – como la propia palabra indica – que no son aptos para competir. Esos privilegiados, con toda certeza, no conseguirían mantenerse en esa actividad si el mercado fuera totalmente libre.
El papel de la competición, por lo tanto, es múltiple. Primero, revela, mediante el proceso de mercado en que hay permanentes descubrimientos, qué actividades y qué productos prefiere el consumidor. Segundo, elimina a las empresas que no sean eficientes en el sentido de atender bien a los consumidores. Tercero, es moralmente superior a los mercados en que campa el proteccionismo, porque, contrariamente a lo que acontece en esos mercados, premia el mérito, la capacidad de atender bien al consumidor. Y cuarto, obviamente, beneficia al consumidor, contrariamente a lo que muchos piensan. De hecho, muchas personas se dicen contrarias al libre mercado, pero si usted hace algunas pocas preguntas a esas personas, verá que no entendieron como funciona una economía de mercado, sólo repiten lo que oyeron de otras personas también sin fundamentación.
Si usted entendió el ejemplo simple de la barbería innovadora, entenderá también que fue la competición y la imitación en mercados libres lo que generó la prosperidad continua en las economías en que existió. ¡Como la competición y la imitación son características exclusivas de las economías de mercado, usted entenderá que, mientras más próximos estemos de las economías de mercado, mayor será nuestro progreso y mayor nuestro bienestar!
Sugerimos fuertemente la lectura del artículo “La petición de los fabricantes de velas”, de Frédéric Bastiat, un economista francés de la primera mitad del siglo XIX, en el que se menciona cómo los fabricantes de velas, candelas, lámparas, candelabros, linternas, apagadores de velas, y de los productores de sebo, óleo, resina, alcohol, y en general de todo relativo a la iluminación redactan una petición a la Cámara de los Diputados, pidiendo una ley que ordene el cierre de todas las ventanas, claraboyas, saeteras, celosías, portadas, cortinas, persianas, postigos y ojos-de-buey, porque no quieren la competencia de un competidor temible: el sol.