CUANTA MÁS LIBERTAD ECONÓMICA, MÁS SOLIDARIDAD Y CARIDAD – EN LA TEORÍA Y EN LA PRÁCTICA 

    – André Pereira Gonçalves –  

 

  

 

  Uno de los más extendidos pensamientos comunes que oímos acerca de la solidaridad es que, sin el estado -o sea, sin una agencia coercitiva que obliga a las personas a pagar impuestos, los cuales serán inmediatamente gastos en pro de los más necesitados- , y sin esa redistribución forzada de renta comandada por los burócratas del estado, los pobres serían abandonados a su propia suerte. Peor aún: sin el estado para tomar el dinero de los ricos, estos jamás abrirían voluntariamente los cordones de sus bolsas para ayudar a los más necesitados.

  El problema es que tanto la lógica cuanto los propios hechos empíricos no solo contradicen esa afirmación, si no que, de hecho, lo que confirman es exacto loopuesto.

  Comencemos directamente por los hechos.

  Una de las maneras de medir la solidaridad espontánea -o sea, la caridad- es analizar el tiempo y el dinero dedicados por las personas al voluntariado, es decir, a todo el tipo de actividades que tienen un impacto directo sobre terceros, sin que el proveedor reciba una compensación material del intercambio. En este caso, nos apoyaremos sobre el World Giving Index, que todos los años presenta un estudio sobre el voluntariado en el mundo y que mide la porcentaje de personas que fueron solidarias espontáneamente.

  Solo para aclarar, lo que el World Giving Index llama «voluntariado» son personas que (1) donaron dinero a una organización, (2) donaron tiempo a una organización o (3) ayudaron un extraño o desconocido que necesitaba de ayuda.

  He ahí un mapa del mundo para 2014:

  Los países en rojo son los más caritativos. Los países en varios tonos de amarillo vienen en segundo lugar (mientras más oscuro el amarillo, más caritativo).

  Ya los países en azul son los menos caritativos. Mientras más oscuro el azul, menos caritativa es la población del país.

  Por lo tanto, de entre los países más caritativos -o sea, países cuya población es espontáneamente solidario – tenemos EE UU, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Reino Unido, Holanda, Islandia, y varios países del Sudeste Asiático. (Suiza está en blanco, lo que significa que no fue incluida en la pesquisa).

  En segundo lugar entre los más caritativos destacan Finlandia, Suecia, Alemania, Austria, Eslovenia, algunos países de Oriente Medio, algunos países del Sudeste Asiático, Sudáfrica, Chile y Colombia.

  Ya de entre los menos caritativos destacan Brasil, Venezuela, Ecuador, Argentina, Paraguay, Perú, Portugal, Francia, Italia, todos los del Este Europeo, varios de África, Rusia, Japón y China.

  Ahora, comparemos ese mapa con el índice de libertad económica de la Heritage Foundation y del Wall Street Periódico.

Este índice utiliza una serie de indicadores que mezclan libertad de emprender, libre comercio con el exterior, facilidad dada a las inversiones extranjeras, tamaño de los gastos del gobierno, respeto a la propiedad privada, nivel de la inflación de precios, entre otros. Así pues, este índice mide el liberalismo económico de un país.

Para 2014, los resultados globales son estos:

  Aquí, los países verdes son los más económicamente libres (mientras más oscuro esel verde, más libre es el país). De entre estos, destacan EE UU, Canadá, Chile, Colombia, Reino Unido, Suiza, Alemania, Austria, Holanda, República Checa, Estonia, Lituania, todos los nórdicos, Australia y Nueva Zelanda.

  Ya los países amarillos son los relativamente libres económicamente. Destacan México, Perú, Paraguay, Uruguay, Portugal, España, Francia, Italia, Leíste Europeo y Sudáfrica.

  Los países menos libres están en varios tonos de rojo y naranja. Mientras más oscuro, menos económicamente libre es el país. Destacan Brasil, Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador, casi todos los de África, y todo el bloque que va de Rusia a India.

  Ahora los dos mapas en conjunto (recordando que, en el mapa de la caridad, el primero, el rojo es algo positivo y en el de la libertad económica, el negativo):

   Como es posible constatar, existe una correlación bastante fuerte entre más liberalismo económico y más voluntariado.

  Sin embargo, el lector más escéptico podrá replicar diciendo que también podríamos comparar el gráfico del voluntariado con lo de riqueza por habitante, con el de porcentaje de protestantes o aún con el del tamaño medio del órgano sexual, y aun así constataremos que, mientras más elevadas esas estadísticas (menos para la última), más voluntariado habrá. Luego, será generoso, de media, quien sea rico, protestante y mediamente constituido.

  Puede ser. Finalmente, como dijo el periodista canadiense Jean Dion, «las estadísticas son para los analistas lo que los postes de iluminación son para los embriagados: suministran más un apoyo que una aclaración». Sí, las estadísticas utilizadas tienen obviamente sus fallos y no pueden explicarnos, por sí solas, toda la realidad. 

  Sin embargo, incluso el lector más escéptico tiene que haber notado que los países más ricos son también los más generosos. Eso es indiscutible. En ese caso, parece que, parodiando Jean Dion, el poste de iluminación ilumina tanto en cuanto sirve de apoyo.

  Sin embargo, para un análisis más completo, pasemos ahora a la lógica: ¿cuál es la razón que dicta que más libertad económica significará también más caridad?

  La sociología por detrás del altruismo.

  En una sociedad libre, el grado de responsabilidad individual tiene que ser elevado. Y es así por la simple razón de que el corolario de la libertad es la responsabilidad. (Cuando existe libertad sin responsabilidad, hay solo una licenciosidad).

  Consecuentemente, en una sociedad libre, las personas tienen que tener ellas propias la responsabilidad de ser precavidas y de salvaguardarse. Son ellas las que tienen que asumir solas las consecuencias de sus decisiones. Esa noción de que ellas tienen que cuidarse para el futuro -tan extraña a nosotros que somos de ascendencia latina- las impulsa a ser más precavidas desde temprana edad. Incentiva, por ejemplo, a las personas a ahorrar más, a hacer seguros de vida, a hacer planos financieros para sus jubilaciones etc.

  Eso, por sí solo, ya estimula un comportamiento más óptimo y austero, estimulando actitudes que visan a un horizonte temporal de largo plazo y desestimulando actitudes que visan solo al corto plazo.

  Adicionalmente, como prácticamente todos los individuos tienen, arraigados en sí, un altruismo natural, y dado que la presión social tiende también a rechazar a los egoístas primarios, en una sociedad liberal las personas sienten una mayor necesidad de ayudar al próximo. No es una presión exactamente coercitiva, pero sí aquella obligación moral de ayudar a quién necesita.

  Y es así porque, en primer lugar, ellas sienten que, si no hiciesen nada para ayudar a los desfavorecidos, estos serán abandonados a su propia suerte, lo que choca con su altruismo natural.

  En una sociedad económicamente menos libre, el estado ya se adjudicó la función de ayudar a los necesitados. Las personas simplemente piensan: «yo ya pago mis impuestos y el estado ya tiene sus programas sociales. Luego, no estoy moralmente obligado a ayudar a otros».

  En segundo lugar, dado que muchas de estas personas altruistas ya habrán pasado por situaciones difíciles – y, en la ocasión, fueron socorridas por el voluntarismo de terceros-, ellas se sienten deudoras y actuarán igualmente para con los otros desvalidos.

  En tercer lugar, como los propios desvalidos saben que están siendo ayudados por terceros, sin que estos no tengan ninguna obligación legal de hacerlo, eso implica que, si los auxiliados abusasen de la bondad de los otros, un día podrán ya no beneficiarse más de ella. Una cosa es tener ayudas puntuales para mejorar su situación. Otra cosa es quedar completamente parado sin esforzarse. Consecuentemente, esas mismas personas bajo asistencia tenderán a hacer de todo para salir de la situación difícil en que actualmente se encuentran.

  Por otro lado, si el gobierno se arroga el papel de cobrar impuestos para cuidar de todos para siempre, habrá el estímulo a la indolencia y a la improductividad.

  Por último, y por todo lo descrito arriba, los propios caritativos saben también que los auxiliados tienen el interés de recuperarse lo más rápidamente posible, pues no será posible vivir colgado para siempre en la caridad de terceros. Luego, las personas caritativas saben que los auxiliados no irán a abusar, de lo contrario perderán todos los auxilios. Consecuentemente, los caritativos estarán dispuestos a ayudar más, exactamente porque saben que, en caso de abuso, siempre podrán retirarse.

  Conclusión

  No solo la teoría, como el propio empirismo, confirman que voluntariado y caridad andan junto a libertad económica.

  Una sociedad libre tiene sus propios mecanismos naturales de solidaridad y estos son poco visibles ahora, para nosotros, precisamente porque un estado gigante ya monopolizó la asistencia social absorbiendo los recursos de la sociedad civil que serían destinados a esos fines. «Por qué voy a ser caritativo si ya estoy pagando impuestos para que el estado sea caritativo por mí?»

  Creo que no es necesario explicar por qué un sistema coercitivo gestionado por un Estado que promete cuidados de la cuna al túmulo incentiva más el egoísmo y el abuso de la generosidad ajena.