Un hombre mayor, viudo y que combatió hace años en la guerra, sirve de modelo de conducta para un joven que sufre el acoso y la violencia de unos pandilleros. El joven carece de una figura paterna y se acaba convirtiendo en una especie de alumno y de hijo adoptivo del anciano, a pesar de sus diferencias culturales, pues uno es de origen oriental y el otro occidental. A través de métodos un tanto peculiares el señor le enseña, no sólo a defenderse a sí mismo, sino también principios morales que le sirven para convertirse en un adulto responsable y en una buena persona. Ese es, a grandes rasgos, el argumento de dos películas que podrían parecer, en un principio, muy diferentes: Karate Kid (1984, John G. Avildsen) y Gran Torino (2008, Clint Eastwood) dos películas que transmiten numerosas enseñanzas y principios que son perfectamente compatibles con el libertarianismo. Uno de estos principios es el de la legitimidad de la defensa propia.
Los dos adolescentes de estas películas sufren la violencia de pandillas juveniles. En Kárate Kid algunos de los compañeros de instituto de Daniel San lo acosan, lo persiguen y le dan una paliza. En Gran Torino la violencia es mucho más grave pues, además de golpear a Tao, los pandilleros tirotean su casa y violan a su hermana. A pesar de esto la policía no hace nada efectivo para ayudar a los protagonistas y proteger a los inocentes de las agresiones. Son dos heroicos vejestorios los que se encargan de enfrentarse a los malos. Uno, con sus conocimientos de artes marciales, y otro, con su fusil reglamentario de la guerra de Korea, adoctrinan a los agresores en las virtudes de la educación y del respeto por los demás a la vieja usanza, o sea, a palos. Pero no se dejan llevar por la ira sino que respetan de manera rigurosa el principio de la no agresión y sólo usan la violencia física en respuesta a una agresión previa.
Estos ancianos admirables no tienen una mentalidad de víctima indefensa ni se resignan a esperar pasivamente a la actuación de las ausentes autoridades públicas sino que actúan con prudencia pero con determinación para ejercer su legítimo derecho de autodefensa. Y en el proceso enseñan a los jóvenes a los que ayudan a defenderse por sí mismos y a tomar las riendas y ser responsables de sus propias vidas. Así, el señor Miyagi y Walter Kowalski son dignos representantes de sus respectivas tradiciones culturales porque, como dice David Kopel:
«La idea de que las grandes religiones de Oriente promueven la sumisión pasiva a los malvados, incluyendo a los malos gobiernos, es un estereotipo engañoso que debe ser abandonado. La corriente principal de la tradición y práctica religiosas de Extremo Oriente, al igual que la tradición y la práctica religiosas del mundo judeo-cristiano, reconoce el derecho inherente a la defensa propia y el deber de defender a los inocentes.»
Pero los protagonistas de estas películas no sólo enseñan a sus pupilos formas de autodefensa sino también otros valores muy importantes para llevar una vida decente y productiva. En un mundo que ya no valora como antes el trabajo duro y la responsabilidad tanto el señor Miyagi como Walter Kowalski enseñan a Daniel San y a Tao el valor de la responsabilidad, del trabajo bien hecho y de la paciencia encargándoles diversas tareas como pintar vallas, limpiar coches o arreglar jardines. Aprenden así la importancia del esfuerzo y del trabajo duro en íntima relación con el cuidado y el mantenimiento de la propiedad privada. La comprobación de los frutos de su esfuerzo es, a su vez, un motivo de satisfacción y una importante fuente de autoestima para ellos.
Todas estas enseñanzas son también un buen ejemplo de educación privada e informal, una educación que está dirigida de una forma mucho más directa a responder a problemas prácticos de la vida real y no al cumplimiento de un currículum oficial de asignaturas. El propio señor Miyagi se declara en contra de los títulos oficiales cuando declara que el kárate se encuentra en la cabeza y en el corazón (es decir, los conocimientos técnicos y las enseñanzas morales) no en el cinturón que uno lleva (es decir, el título oficial).
Gracias a la educación informal proporcionada por el señor Miyagi y por Walter Kowalski, los adolescentes aprenden no sólo artes marciales o el uso de herramientas de construcción sino también cómo hablar de hombre a hombre, cómo dar un buen apretón de manos o cómo tratar a una dama con el debido respeto.
Por todos estos motivos tanto el señor Miyagi como Walter Kowalski son dos héroes de ficción cuyas vidas paralelas como maestros inesperados sirven de ilustración para la destacar la importancia de la defensa propia, la responsabilidad y la educación desde un punto de vista notablemente libertario.