[Texto extraído de la presentación de la edición brasileña del libro «Más allá de la Democracia»]
¿Ya se ha dado cuenta de como los políticos acostumbran a glorificar la democracia en sus declaraciones? Este hecho por sí solo ya sería suficiente para mostrarse desconfiados en relación a la democracia. “Fue un proceso democrático”, dicen ellos, queriendo hacer incontestable la legitimidad del resultado – sea el que sea-. “El pueblo habló”, y “la voz del pueblo es la voz de Dios”, entonces, ¿quien podría desafiar una decisión democrática sin cometer un sacrilegio? No es sin ton ni son que la palabra “democracia” posee un estatus de sagrada. Pero nada podría estar más lejos de la verdad. Democracia es algo terrible y representa el mal, y no una divinidad. En la palabra de origen griego, “demo” quiere decir “pueblo”, gobierno del pueblo, pero podría muy bien significar “demonio”, tiñoso, diablo, o cualquier alusión a algo malo, pues es eso lo que este sistema de gobierno representa. Demoniocracia. ¡Creen que exagero? Si usted piensa que si, está a punto de cambiar de idea.
Las críticas contra la democracia son algo raro. Sin embargo, en este corto libro, Más allá de la Democracia, Frank Karsten y Karel Beckman sintetizan todo el conocimiento crítico ya producido sobre este asunto en un formato brillante, capaz de convencer sobre la temeridad de este sistema desde sus más ardientes defensores hasta el lector que posee una simpatía mínima por él, considerándolo meramente lo “menos malo”. No es lo “menos malo”. Es una de las peores, y tal vez la peor, forma de gobierno ya experimentada. Antes de leer ese libro yo ya estaba al corriente de muchos argumentos contrarios a la democracia y ya era contrario a este sistema, pero aún había algún que otro punto en los que yo consideraba el sistema democrático ventajoso en relación a los demás. En general era malo, pero en mi cabeza existían ventajas puntuales. Nada más.
Un hecho que siempre me fascinó y fue el primero que me hizo mirar con desconfianza a la democracia fue la repulsa que los padres fundadores de EE UU tenían por esta forma de gobierno. Como los autores citan en el libro (pág. 32), “la palabra “democracia” no aparece en ninguna parte de la Declaración de la Independencia o en la Constitución”. Los EE UU fueron fundados sobre principios libertarios de defensa de la propiedad privada como una República y no como una Democracia, y por este motivo fue el país más próspero de la historia del mundo.
Ludwig von Mises es a veces visto como un defensor de la democracia, pero eso no es esencialmente verdad. Él era un utilitarista ético, es decir, tenía como norte el mayor bien para el mayor número de personas, creía que el común de la gente prefiere la riqueza a la pobreza, la paz a la guerra, y consideraba la democracia como “precisamente el modo de evitar revoluciones y guerras civiles, porque posibilita el ajuste pacífico del gobierno al gusto de la mayoría”[i] (y ese es uno de los trece mitos sobre la democracia que se derrumban en esta obra). Sin embargo, más importante que la defensa de un método de elección de gobierno en particular, Mises era un radical defensor de la propiedad privada y del libre mercado, y defendió la democracia tan solo por delante de las opciones nazis, fascistas y comunistas que se esparcían por Europa en su época. De hecho, la democracia era también defendida por nazis, fascistas y comunistas. Hitler llegó al poder nombrado Canciller por un presidente electo democráticamente, y tuvo su posición ratificada por elecciones posteriores. Karl Marx era bien conocedor de la tendencia socialista inherente a la democracia y decía que “la Democracia es el camino para el Socialismo”, idea muy bien asimilada por su discípulo Lenin, que la reforzó diciendo que “la Democracia es indispensable para el Socialismo”. De vuelta a la posición de Mises, en una comparación de la democracia con el mercado y de cada centavo gastado en el mercado con un voto, él dijo:
Sería más correcto decir que una constitución democrática es un dispositivo que concede a los ciudadanos, en la esfera política, la misma supremacia que el mercado les confiere en su condición de consumidores. No obstante, la comparación es imperfecta. En la democracia política, solamente los votos dados en favor del candidato o del programa que obtuvo la mayoría tienen influencia en el curso de los eventos políticos. Los votos emitidoss por la minoría no influencian directamente las políticas adoptadas. Sin embargo, en el mercado, ningún voto es tomado en vano. Cada centavo gastado tiene el poder de influenciar los procesos de producción. Los editores no trabajan solo para la mayoría que lee historias de detectives, si no también para la minoría que lee poesía y tratados de filosofía. Las panaderías hacen pan no solo para personas saludables, si no también para personas enfermas, sometidas a una dieta especial. Es la disposición de gastar cierta cantidad de dinero la que le confiere todo el peso a la decisión de un consumidor.[ii]
Y es este argumento de Mises en relación a la superioridad del mercado sobre la democracia, y sobre otras formas de gobierno, en el que se basa la propuesta positiva hecha por los autores de Más allá de la Democracia, después de haber derrumbado todos los mitos sobre los supuestos beneficios de la democracia -un sistema que priorice la propiedad privada, descentralizado y que respete los contratos. Finalmente, ¿por que las personas a las que que les gusta leer poesía y tratados de filosofía deben ser obligadas a leer -y a pagar por los libros de- historias de detectives, solo por ser este el libro más “votado”? Y si es un absurdo imaginar que la elección de libros pudiese ser decidida a través de un proceso democrático, más absurdo aún es decidir cosas más relevantes, como el famoso trío salud, educación y seguridad, usando la democracia.
Sin embargo, el hecho principal es que no existe nada que deba ser votado (ni para ser decidido por un dictador o un rey). El mayor periodista de la historia de EE UU -quizá del mundo- H. L. Mencken, decía que “toda elección es una subasta anticipada de bienes robados”, y es exactamente eso en lo que consiste la democracia. O aún, como Robert LeFevre se posicionó al defender la abstención del proceso electoral; “Votar es el método de obtención del poder legal de coaccionar a los demás”[iii]. Muchos extranjeros se asustan cuando descubren que en Brasil el voto es obligatorio; y existen movimientos contra esta obligatoriedad. “Voto es un derecho, no un deber”, es el lema. Pero el voto no es un deber y mucho menos un derecho. El voto no debería ser obligatorio y tampoco opcional; debería estar prohibido. Nadie posee el derecho de decidir que libros tienen que comprar y leer los demás, a que tipo de escuela tienen que enviar a sus hijos, que planes de salud y empresas de seguridad contratarán, y donde irán a gastar el dinero que ellos mismos ganaron. Nadie posee derecho alguno sobre la propiedad ajena, y debe decidir solo el rumbo de su propia vida y propiedad, sin que un rey, un dictador o una mayoría se entrometan.[iv]
En Brasil es muy común que habitantes de los estados más ricos reclamen que están sosteniendo a los más pobres, cuando el gobierno federal extorsiona impuestos de estos primeros estados y destina estos recursos para los segundos. En este escenario, tenemos estados que son pagadores de impuestos y otros que son receptores, obteniendo más dinero del que pagaron en impuestos. Ellos tienen toda razón de reclamar, sin embargo este mismo esquema vil de redistribución de riqueza es válido para las esferas estatales, municipales y hasta una casa con tres personas. La democracia es eso y no podría ser diferente; ella va a funcionar siempre de la misma forma, sin importar el tamaño del área en el que sea implantada. Una comprobación puede ser extraída de las recientes elecciones municipales que ocurrieron en São Paulo. Ese redistribucionismo exploratorio ya es tan descarado que los candidatos a concejal aparecen en la televisión con un mapa de la ciudad de São Paulo con el área de sus barrios de origen destacada y dicen que “trabajarán” por este barrio específico. Y, cuando son electos, privilegian sus regiones a cuenta de las demás. Barrios excesivamente poblados explotan a los barrios menos poblados, que acaban siendo obligados a pagar por los servicios e infraestructuras de aquellos que obtiene democráticamente mayor poder político, es decir, el poder de robar.
Brasil pasó en su historia reciente por un periodo de dictadura, que se concluyó con las elecciones directas para presidente de la república en 1989, con la “consolidación de la democracia”, hecho este que es casi unánimemente considerado como un marco en la historia del país en dirección al progreso y aun aumento de la libertad. Pero además de que, cada dos años, seamos importunados por campañas políticas en las calles y en los medios de comunicación y seamos obligados a ir a votar, ¿que es lo que mejoró? Nada. ¿Pero y la censura? Sin duda, este es el punto negativo de la época de la dictadura militar más recordado. La censura es algo intolerable y jamás debe ser admitida, pero la sustitución de la dictadura por la democracia no vino acompañada por el fin de la censura -y no existe ninguna razón para que hubiese sido de otro modo. Podemos hasta decir que la censura aumentó con la democracia, pues en el periodo de la dictadura esta estaba confinada a la represión de la expresión de las ideas políticas, y ahora en la democracia se generalizó.
Para citar algunos ejemplos actuales de censura, el cantante humorista Tiririca tiene una de sus canciones censuradas, el libro Mi Lucha, de Hitler, no se puede comprar en Brasil, el juego Counter Strike fue prohibido, y el periódico O Estado de São Paulo está censurado desde hace más de dos años, prohibido por divulgar información sobre una investigación que envolvía a la familia Sarney. Esta es solo una fracción de todo lo que el gobierno violentamente censura hoy: en estos tiempos de internet, que hace la vida del estado más difícil -con la salvedad del ejemplo de “O Estado”, la música, los libros y los juegos, que tienen prohibida su comercialización, pueden ser descargados on-line en cuestión de minutos- pero no imposible, y el Estado ya está trabajando duro para que el alcance de sus armas llegue también al ambiente virtual. E irónicamente para los que consideran que democracia es sinónimo de libertad de expresión, el mayor caso de censura es justamente a causa de las elecciones. Brasil es el país con mayor número de solicitudes de remoción en Google -el doble que el segundo de la lista, que fue Libia- y, solo en los días finales de la carrera electoral brasileña, los jueces del país emitieron 21 órdenes de censura. En las elecciones de 2012, la censura en Brasil llevó inclusive a la prisión al CEO de Google, hecho que jamás había ocurrido en otra parte del mundo.
La dictadura militar en Brasil fue un periodo terrible bajo los más variados aspectos. Un gobierno nacional socialista se instauró, incontables políticas de redistribución de riqueza fueron establecidas y la intervención del gobierno fue masiva. Sin embargo, todos esos aspectos -además de la censura- si multiplicaron con la democracia, y la explicación de este fenómeno también es dada en “Además de la Democracia”. Uno de los aspectos más perversos de la democracia es que los abusos del gobierno contra los derechos individuales son más fácilmente aceptados por la población, debido a la ilusión de que en una democracia es el pueblo quien gobierna. Beckman y Karsten inician la detonación de este mito de la siguiente forma:
El primer problema es que “el pueblo” no existe. Solo hay millones de personas, con millones de opiniones e intereses. ¿Como pueden ellas gobernar juntas? Eso es imposible. Como un comediante holandés dijo una vez: “La democracia es lo que quiere el pueblo. Toda mañana yo me quedo sorprendido al leer en el periódico qué es lo que yo deseo”. (p. 25)
Si fuera un rey o un dictador el que impusiese, por ejemplo, un impuesto de casi el 50% sobre las riquezas producidas y ordenase lo que sus súbditos pueden o no consumir, la población no lo aceptaría sino que como mínimo haría serias objeciones. La Corona portuguesa cobraba 1/5 de impuestos de los habitantes de la colonia brasileña -conocido como “quinto de los infiernos”-, y eso generó revueltas como la Inconfidência Minera, que culminó en el ahorcamiento de Tiradentes. Hoy el gobierno cobra más del doble de impuestos ?-dos quintos de los infiernos- y además regula todo tipo de actividad individual, todo aceptado pasivamente por una población que cree estar al mando. Intercambiar un tirano de Lisboa escogido por nacimiento por un tirano de Brasilia escogido por voto no cambia esencialmente nada, a no ser la tolerancia de los súbditos a la explotación y las agresiones a los derechos individuales cometidas por sus gobiernos – que aumenta exponencialmente. Por eso es por lo que las democracias modernas son verdaderas máquinas de redistribución de la riqueza y de exterminio de las libertades individuales.
Y un detalle del libro que gana relevancia gracias a la corrupta y sumisa mentalidad brasileña es la nacionalidad de los autores. El hecho de que los autores sean holandeses puede inmunizar a los lectores de la tentación de decir que la democracia es imperfecta en Brasil, pero “en Europa funciona” argumento vacío tan común de oírse por estas bandas. Tanto aquí como allí, existe la creencia de que el sistema funciona, y que basta con votar correctamente. “No elegimos buenos gobernantes en las primeras doscientas tentativas, pero en la próxima elección arreglaremos todo eso”. Sin embargo, los políticos electos parecen ser cada vez peores, y el gobierno cada vez más catastrófico. Beckman y Karsten nos muestran donde está la verdadera fuente de nuestros problemas. Todos los que aprecian la libertad y la prosperidad deben rechazar el sistema democrático en todas las oportunidades que tengan, y esta obra nos suministra las herramientas para hacerlo.
[i] Ludwig von Mises, Ação Humana, 3ª edición, p. 190, Instituto Ludwig von Mises Brasil, São Paulo, 2010.
[ii] Ibid. p. 330
[iii] “Abstenha-se dos feijões”, Robert LeFevre
[iv] O como Lysander Spooner elocuentemente se posicionó en contra de la idea de que las mujeres obtuviesen el derecho de voto:
Las mujeres son seres humanos y consecuentemente tienen todos los derechos naturales cualesquiera que sean aquellos que los humanos tienen. Ellas tienen tanto derecho como los hombres de hacer leyes, y ninguno más; Y ESO NO ES NINGÚN DERECHO. Ningún ser humano, ni ningún número de seres humanos, tiene derecho alguno de hacer leyes y obligar a los demás seres humanos seguirlas. Decir que ellos tienen ese derecho es decir que ellos son los maestros y dueños de aquellos de quienes requieren obediencia.
«Contra el sufrágio femenino», Lysander Spooner. Traducción del texto publicado en el periódico New Age de 24 de febrero de 1877.