El análisis económico tradicional, basado en las teorías neoclásicas, asume en sus modelos que los agentes son racionales. De entre las premisas consideradas como justificación para el modelo de agente racional[i], se destacan aquellas en que los individuos toman decisiones buscando maximizar sus valores esperados y que presentan preferencias consistentes a lo largo del tiempo. Eso significa que las decisiones y preferencias de los individuos deben seguir una lógica basada en las probabilidades estadísticas de clase y mantenerse «coherentes» a lo largo del tiempo.

  Para esa escuela de pensamiento económico, sería irracional, por ejemplo, que un individuo rechazara una jugada de cara o cruz, que implique la oportunidad de pérdida de cien euros o la ganancia de doscientos euros[ii]. Eso porque el valor esperado de esa apuesta, asociado a la probabilidad de clase del 50% de éxito, es de cincuenta euros: (½ x 200) – (½ x100) = 50.

  También sería irracional, según los teóricos de la elección racional, que los individuos cambien sus preferencias a lo largo del tiempo. Utilizando los términos de la apuesta de cara o cruz, sería inconcebible para esos teóricos que un individuo rechace esa jugada, pero la acepte si la apuesta supone el ofrecimiento de varias jugadas de la misma moneda. Para los adeptos de esa teoría, un maximizador de utilidad que rechace una única apuesta también debe rechazar el ofrecimiento de varias jugadas.

  Los adeptos de esa teoría no perciben que la escala de valores es una abstracción subjetiva ordinal, que sólo puede revelarse en el momento de la acción. Solamente es posible saber si determinada elección individual es más valorada – o sea, más urgente y «racional» – en el momento en que está siendo ejecutada.

  Así, los teóricos positivistas, basados en modelos matemáticos y en probabilidades estadísticas, ignoran el hecho de que las diversas acciones de un individuo son subjetivas y no ocurren simultáneamente. Los modelos estadísticos son incapaces de contemplar en sus premisas las relaciones de causa y efecto de la acción humana; el antes y el después.

  Finalmente, por medio del uso de los modelos estadísticos, olvidan que la Ciencia Económica se concibe a partir del estudio de la lógica de las acciones de seres humanos.

  La Ciencia Económica, al contrario de lo que predican los economistas positivistas, no puede encuadrarse en modelos estáticos, basados en probabilidades de clase o frecuencias estadísticas, pues presupone el estudio de la lógica de la acción humana, que es única, intencional y se ajusta a la condiciones del ambiente que varían.

  La acción humana y la percepción de causa y efecto.

  La acción humana es dinámica, subjetiva, supone cambio, incertidumbre, tentativa y error. Ella siempre busca un fin, una situación más confortable, y un futuro deseado, que puede o no ser alcanzado. La acción emprendida ocurre en determinado momento y rápidamente se hace pasado. Ella se confunde con la percepción del paso del tiempo, con la verificación del éxito de la acción emprendida.

  Dado que el individuo percibe el tiempo como un bien escaso, el agente busca economizarlo por medio de la priorización de acciones en una escala de valores. Podemos decir, a partir del «axioma de la acción», de L. v. Mises[iii] [3], que toda acción realizada en el momento es aquella a la cual atribuimos mayor valor, pues si no fuera así, ¿por qué actuar de determinada forma en el presente? La acción presente es considerada, por lo tanto, la más urgente, simplemente porque es la acción que está siendo ejecutada en el momento, como por ejemplo, leer este artículo.

  Hacemos elecciones porque somos capaces de percibir previamente relaciones de causa y efecto entre determinado medio de acción y el fin buscado. Sabemos, por ejemplo, que las sillas fueron hechas para servir de asiento, que el dinero surgió para posibilitar la compraventa y la venta de productos, que los cubiertos fueron inventados para en auxiliarnos en la alimentación etc. Si no fuera por esa percepción de causalidad previa, jamás tendríamos conciencia de nuestras acciones.

  Observe que todo objeto creado por el hombre está asociado a alguna categoría de la acción. Ejemplo: dinero -> comprar y vender; silla -> sentarse; cubiertos -> comer; cuadros -> mirar, contemplar, reflejar, etc. Eso es porque comprendemos el mundo a partir de los efectos derivados de nuestras acciones intencionales, que por su parte están motivadas por nuestros objetivos finales. Es imposible negar ese hecho sin entrar en contradicción. La realidad humana definitivamente está asociada a algún fin intencionalmente anhelado.

  La acción humana siempre es racional.

  Tampoco podemos hablar de racionalidad o irracionalidad de la acción, pues se ejecuta siempre buscando un fin, concebido subjetivamente por el autor de la acción. Sólo tiene sentido la noción de cuan distante del fin anhelado resultó la acción emprendida.

  De acuerdo con Mises[iv]:

La acción humana es necesariamente siempre racional. La expresión «creo ser racional» es, por lo tanto, pleonástica y, como tal, debe rechazarse. Cuando se aplica a los objetivos finales de la acción, los términos racional e irracional son inadecuados y sin sentido. El objetivo final de la acción siempre es la satisfacción de algún deseo del agente. Una vez que nadie tiene condiciones de sustituir los juicios de valor de un individuo por su propio juicio, es inútil hacer juicios de los objetivos y de los beneficios de otras personas. Nadie tiene condiciones de afirmar lo que haría otro hombre más feliz o menos descontento. Aquel que critica está informándonos lo que imagina que haría si estuviera en el lugar de su semejante, o si no, está proclamando, con arrogancia dictatorial, el comportamiento que a su semejante le sería más conveniente.

  Aunque un individuo se arrepienta después de observar los resultados de la acción emprendida, el hecho es que, en el momento de la ejecución de la acción, el objetivo anhelado era lo que él más valoraba, pues de otra forma jamás ejecutaría la acción – habría cambiado el curso de la acción, o la habría evitado y emprendido otro tipo de acción, de modo que alcanzara otro objetivo más interesante.

  La forma mainstream de entender la Ciencia Económica, encuadrándola en un marco teórico estático en el que las acciones humanas son prácticamente «rígidas», está influida por el uso excesivo de la estadística y de la matemática. El positivismo en el campo económico induce a la falsa comprensión de que la acción humana es estática y sincrónica. Son herramientas incapaces de contemplar en sus premisas las relaciones de causa y efecto de la acción humana – el antes y el después. Contaminan y deshumanizan la Ciencia Económica – que es dinámica – con una especie de «parálisis positivista», haciéndola dependiente y «lógicamente» pautada por datos del pasado.

  Así, la derivación de teoremas económicos a partir de la historia es un procedimiento inadecuado, pudiendo llevar a errores graves. No hay un camino de doble vía cuando hablamos de la derivación de teorías económicas. El camino fluye de la teoría hacia la historia.[v]

  Acción humana y probabilidades estadísticas.

  Las elecciones humanas ocurren en un ambiente de incertidumbre genuina, rodeada por eventos singulares del mundo físico, como el tiempo de vida de una persona, un accidente de tráfico, una apuesta de cara o cruz, la oportunidad de sobrevivir a un tipo de cirugía, la oportunidad de éxito en atravesar una calle, etc.

  En ese ambiente incierto, rodeado por eventos singulares, el individuo busca actuar intencionalmente para salir de una situación de desconfort, descubriendo nuevas relaciones de causa y efecto y ajustando sus acciones a la condiciones del ambiente que se alteran. En ese contexto, es importante hacer una distinción entre probabilidad de clase, que implica una frecuencia estadística de un conjunto de eventos pasados, y probabilidad de caso, que implica eventos singulares, como la acción humana.

De acuerdo con Ludwig Von Mises[vi] [6], probabilidad de clase significa que «sabemos o presumimos saber todo sobre el comportamiento de una clase de eventos o fenómenos; pero, en cuánto a específicos eventos singulares, no sabemos nada, a menos que sean elementos de esa clase».

  Así funciona el mecanismo de los seguros, que sólo son posibles debido al conocimiento acerca del conjunto de los eventos asociados a una determinada clase. Una operación de seguro implica asegurar toda una clase. Sólo es posible asegurar un evento en particular (ejemplo: un accidente de coche específico) porque está insertado en una clase de eventos de frecuencia estadística conocida. Al formar un pool de asegurados, una aseguradora hace posible el reparto de los perjuicios resultantes de la ocurrencia de eventos de esa clase entre cada individuo.

  Es importante resaltar que entre los asegurados se comparten los riesgos de perjuicio de la clase y no la probabilidad de eventos desfavorables asociada a ella. Nada sabemos sobre la probabilidad de ocurrencia de cada evento de esa clase. Desde el punto de vista del asegurado, el valor del seguro pagado no pasa de una apuesta en la ocurrencia de un eventual contratiempo en el tráfico. Desde el punto de vista de la aseguradora, el riesgo del negocio se controla a partir del conocimiento de la media de siniestros (frecuencia estadística), asociada a toda clase de eventos. Esa conducta de realizar seguros también se verifica en la acción cotidiana de las personas, como bien destaca Mises[vii]:

Cualquier comerciante incluye en su coste una parcela para compensar pérdidas que regularmente ocurren en su negocio. «Regularmente», en este contexto, significa que el montante de esas pérdidas es conocido en relación al conjunto de artículos en cuestión. El vendedor de frutas sabe, por ejemplo, que una de cada cincuenta manzanas se pudrirá antes de ser vendida, sin necesitar saber cuál de ellas. De esta forma, añade a sus costes el montante necesario para cubrir la pérdida.

  La probabilidad de caso implica eventos singulares, como la oportunidad de que se pudra una manzana específica, el resultado de un partido de fútbol, un juego de lotería, el tiempo de vida de una persona, el siniestro de tráfico de un asegurado, una apuesta de cara o cruz, la oportunidad de sobrevivir a un tipo de cirugía, etc. De acuerdo con Mises[viii], probabilidad de caso significa que «conocemos algunos de los factores que determinan el resultado de un evento; pero existen otros factores que también pueden influir el resultado y sobre los cuales nada sabemos».

  El concepto de probabilidad de caso nos permite comprender el concepto de incertidumbre genuina y lo ignorantes que somos acerca de los resultados asociados a eventos únicos, aunque tales eventos formen parte de una clase cuyo comportamiento sea bien conocido. Por ejemplo, aun sabiendo que la expectativa de vida en Brasil es de 74,6 años, eso no nos permite obtener la misma conclusión para el tiempo de vida de un brasileño específico. De la misma forma, cuando sabemos que, después de un determinado tipo de cirugía, sobreviven 7 cada 10 personas, eso no significa decir que la oportunidad de que un individuo sobreviva a ese tipo de cirugía es del 70%, sino que la probabilidad asociada a esa clase de eventos es del 70%.

  Esa probabilidad estadística no es una previsión sobre casos específicos futuros, sino sólo informaciones estadísticas pasadas, basadas en una clase de eventos. No podemos asociar una estadística de clase pasada a la oportunidad de supervivencia del próximo paciente. Sólo podemos decir, con base en algunos factores conocidos del próximo paciente, que: «es probable que sobreviva» o «es improbable que sobreviva».

  La ciencia económica y las categorías praxeológicas se encuadran en ese contexto. Están relacionadas con la acción humana, que es única el tiempo y en el espacio, y no con la probabilidad asociada a una clase de eventos pasados o con las propiedades físicas de los objetos implicadas en esos eventos. No podemos asociar probabilidades de clase a elecciones humanas, pues los individuos actúan por cuenta propia, buscando sus objetivos en un ambiente de incertidumbre genuina.

  Entendida la diferencia entre probabilidad de caso y probabilidad de clase, resulta más fácil comprender que no hay nada de irracional en el hecho de que un individuo rechace una jugada de cara o cruz que suponga la oportunidad de pérdida de 100 euros o la ganancia de 200 euros, pero la acepte si esa apuesta incluye varias jugadas de la misma moneda. Tendemos a percibir una jugada de cara o cruz como realmente es: un evento único e incierto, aunque la apuesta esté limitada por dos caras de una moneda. La probabilidad de clase del 50% de cara y 50% cruz, por definición, sólo se obtiene después de un conjunto suficientemente grande de jugadas y no a partir de un evento único.

  Un individuo que rechaza una apuesta en el lanzamiento de una moneda en que podría perder 100 euros o ganar 200 puede, racionalmente, aceptar esa misma apuesta para múltiples jugadas. Eso porque ajusta sus acciones a las nuevas condiciones del ambiente o del juego, en este caso, la percepción de aumento de las oportunidades de beneficio con múltiples jugadas, conforme el conjunto de eventos se aproxime de la probabilidad de clase del 50% de acierto para cara o cruz. De esa forma, en las condiciones de la apuesta mencionada es recomendado que proceda a ese ajuste, si quiera aumentar sus oportunidades de beneficio.

  Una jugada de cara o cruz, así como la decisión de aceptar o no esa apuesta, se caracteriza como un evento único e incierto. Aun sabiendo que la moneda está limitada por dos caras, eso no significa decir que la oportunidad de una única jugada de cara o cruz es del 50%. Lo mismo no puede decirse acerca del resultado de un conjunto suficientemente grande de jugadas de esa misma moneda.

  Así, utilizar informaciones de frecuencias estadísticas pasadas con la intención de modelar el resultado de eventos únicos o singulares, sea una jugada de cara o cruz o una elección humana, se asemeja a la tentativa de un vendedor de frutas de utilizar la frecuencia conocida de manzanas podridas para decir cuál de ellas se pudrirá. Eso sí es, algo ilógico o «irracional».

  Conclusión.

  Condicionar la teoría económica a modelos probabilísticos es un grave equívoco metodológico. La Ciencia Económica está contenida en el estudio de la lógica de la acción humana, que es un evento único, así como el resultado de la jugada de una única moneda. Aunque la moneda está limitada por dos caras, eso no nos autoriza a fijar la lógica de elección de un apostador a la oportunidad del 50% de acierto para el resultado de una única jugada.

  Por lo tanto, es un equívoco entrelazar el concepto de racionalidad de la elección al valor esperado de 50 euros, conforme al modelo propuesto por los teóricos del mainstream.

  Además, aunque un individuo rechace una única jugada de valor esperado positivo, es racionalmente posible que acepte esa misma apuesta para múltiples jugadas. Eso porque la oportunidad de beneficio asociada a la probabilidad de clase del 50% de cara o cruz tiende a elevarse después de un conjunto suficientemente grande de jugadas. Así, tenemos que concebir ese hecho: que los individuos actúan intencionalmente, para salir de una situación de desconfort, en un ambiente de incertidumbre genuina, ajustando sus acciones a las condiciones del ambiente que varían.

  Por fin, del punto de vista praxeológico no tiene sentido afirmar que determinado individuo es irracional por tomar decisiones de forma incompatible con la probabilidad estadística de un conjunto de eventos pasados. Solamente el propio individuo tiene la exacta noción de cuán «irracional» o cuán distante del fin anhelado resultó la acción emprendida. Es en ese sentido teleológico y causal, que por medio de la acción humana intencional moldeamos nuestra historia a lo largo de los tiempos. Si somos agentes, todos somos racionales.

[i] http://es.wikipedia.org/wiki/Agente_racional

[ii] Hace 50 años, Paul Samuelson relató una conversación a la hora de la comida con uno de sus colegas del MIT. Samuelson le habría preguntado a E. Cary Brown si aceptaría una apuesta de lanzamiento de una moneda en el que podría perder 100 dólares o ganar 200. Su amigo respondió que no aceptaría participar en la apuesta porque sentiría más la pérdida 100 dólares que la ganancia de 200. Pero dijo que aceptaría la apuesta si Samuelson prometiese realizar 100 jugadas de cara o cruz. Samuelson fue a su despacho a escribir un paper publicado más tarde como “Riesgo e Incertidumbre: la Falacia de los Grandes Números” (Scientia, 98, 1963), en el cual argumentaba que su colega estaba siendo irracional en su toma de decisiones.

[iii] El axioma de la acción se basa en la proposición autoevidente de que los seres humanos actúan de forma intencional para salir de una situación de menor bienestar hacia una de mayor bienestar. Todo individuo que intentara negar el axioma entraría en auto-contradicción confirmándolo. Al intentar negarlo un individuo estaría utilizando un medio (el argumento) para alcanzar un objetivo o un fin deseado, es decir, refutar el axioma de la acción. Por tanto, al intentar refutarlo estaría emprendiendo una acción humana intencional para salir de una situación de descomfort.

[iv] MISES, L. Ação Humana. São Paulo: Instituto Mises Brasil, 2010. 3ª Edição (pg. 43)

[v] MISES, L. Ação Humana. São Paulo: Instituto Mises Brasil, 2010. 3ª Edição (pg. 59)

[vi] MISES, L. Ação Humana. São Paulo: Instituto Mises Brasil, 2010. 3ª Edição (pg. 141)

[vii] MISES, L. Ação Humana. São Paulo: Instituto Mises Brasil, 2010. 3ª Edição (pg. 143)

[viii] MISES, L. Ação Humana. São Paulo: Instituto Mises Brasil, 2010. 3ª Edição (pg. 144)