¿QUÉ PODEMOS APRENDER DE LOS CRIMINALES SOBRE EL PROCESO DE CIVILIZACIÓN? (PRIMERA PARTE)

 – Daniel Rodríguez Carreiro –  

  Gustavo Fondevila, académico del Centro de Investigación y Docencia de México, analizó en diversos estudios la situación de las cárceles de diferentes países de América latina. Las condiciones de vida son muy diferentes en las prisiones de estos países. Mientras que en algunos de ellos el Estado controla con firmeza las cárceles, en otros las autoridades se limitan a encerrar a los criminales y dejan luego que sean los propios presos los que organicen la vida diaria en el interior de las mismas.

  En una entrevista reciente este investigador declaraba que las prisiones con menor índice de violencia entre los presos y las que tienen menor tasa de maltrato son aquellas que controlan los reclusos.

  Las cárceles controladas por los propios presos tienen menores tasas de homicidios, menores tasas de violaciones, mejor comida y mejor atención médica. Las pandillas se ocupan de proporcionar seguridad a los presos, de introducir comida de mejor calidad, de conseguir medicamentos, etc.

  En los países donde las pandillas tienen mayor importancia en el control de las prisiones se produce una circunstancia curiosa: las cárceles son más seguras que las calles. Así, la tasa de homicidios en países como El Salvador es más alta en el exterior que en el interior de las prisiones.

  Según Gustavo Fondevila:

El Gobierno criminal es más eficiente y exitoso en manejar la violencia que el Gobierno del Estado. Las pandillas dominan.[i] 

  ¿Pero cómo puede ser esto posible? Una de las principales justificaciones de la existencia del Estado es que proporciona seguridad a los ciudadanos, algo que se supone que sólo puede ofrecer de forma eficiente un monopolio público de la violencia.

  Las cárceles ofrecen el entorno más favorable al Estado para ofrecer seguridad de una forma aceptable, para reducir los homicidios y las violaciones, así como para evitar la existencia de mercados ilegales de drogas. Todos sus habitantes están encerrados entre muros y barrotes, sometidos a vigilancia las veinticuatro horas del día y rodeados por policías armados. ¿Dónde se puede encontrar una mayor manifestación y presencia de la fuerza estatal que en una cárcel? El Estado es prácticamente omnipresente en las prisiones ¿Cómo puede fracasar de esta manera a la hora de ofrecer el principal servicio que justifica su existencia?

  Por otra parte, en las cárceles se encuentra, por lo general, gente de poca confianza, que tiene poco control sobre sus impulsos violentos y que, además, no puede recurrir ni protestar ante las autoridades si surge algún problema con sus negocios ilegales de drogas. Entonces ¿cómo puede ser que esta gente tan poco recomendable, sea capaz de llegar a desarrollar instituciones espontáneas que parecen funcionar mejor que las estatales?

  David Scarbek en un reciente libro en el que estudia desde un punto de vista económico la formación de las bandas en las prisiones de Estados Unidos ofrece reflexiones muy importantes a la hora de responder a estas cuestiones.[ii]

  Scarbek afirma que las pandillas en las prisiones se forman para responder a la demanda de los presos: proveer de sistemas institucionales que defiendan sus derechos de propiedad, faciliten el comercio y aseguren la acción colectiva cuando los mecanismos oficiales no funcionan.

  Los agentes oficiales encargados de mantener la seguridad de las prisiones no pueden desarrollar su labor con eficacia por diversos problemas, principalmente debido a dificultades relacionadas con la falta de información y de incentivos adecuados: hay demasiada población reclusa que controlar, los agentes no están dispuestos a arriesgarse para proteger a los presos, la corrupción entre los agentes es alta, etc.

  Los presos no pueden, por lo tanto, fiarse de las instituciones oficiales a la hora de buscar protección o resolver disputas y conflictos. Según Scarbek los presos pueden usar dos métodos alternativos para resolver este problema: normas informales y organizaciones.

  Hasta los años 70 los presos utilizaron un conjunto de normas descentralizadas e informales que servían como sus principales reglas de comportamiento. Estas normas establecían, por ejemplo, que un prisionero nunca debía colaborar con los oficiales de la prisión y que debía ser leal en todos sus tratos con otros prisioneros. También establecían que determinados prisioneros, por ejemplo pederastas y violadores, conformaban el escalafón social más bajo y despreciado y podían ser atacados impunemente.

  Este conjunto de normas, conocido como el código del convicto, facilitaba la cooperación social, disminuía el conflicto, ayudaba a establecer el orden y promovía el comercio. Los prisioneros que cumplían el código eran respetados y los que lo violaban sufrían ostracismo, burla o violencia física.

 Sin embargo este tipo de normas informales funciona mejor en comunidades relativamente pequeñas y culturalmente homogéneas, allí donde es sencillo conocer la reputación de los demás para orientarse en los tratos con ellos. Con el desmesurado crecimiento de la población reclusa en Estados Unidos a partir de los años 70 la efectividad del código se vio debilitada. Este sistema se volvió inefectivo a la hora de resolver conflictos.

  Para resolver esos problemas se crearon las pandillas y las bandas. Éstas se configuran como mecanismos de protección de las personas y las propiedades de los reos así como también son medios para asegurar y proteger las transacciones informales en los mercados negros de las prisiones.

  La Mafia Mexicana, la Hermandad Aria, la Black Guerrilla Family y otras bandas aparecieron de esta forma, como grupos organizados que ofrecen servicios de protección a sus miembros, proveen de ayuda mutua y crean estructuras organizativas que permiten que florezca la economía sumergida de las prisiones

  Las bandas funcionan con un sistema de responsabilidad mutua muy parecido al que utilizaban determinadas comunidades de mercaderes en la Edad Media. Si un preso quiere obtener drogas (u otros bienes o servicios) puede no conocer la reputación de su proveedor individual. Pero conoce la reputación de su banda y cada uno de los miembros de ésta es responsable de las acciones de los demás.

  Las bandas tienen por lo tanto incentivos para desarrollar medios eficaces de obtener información y de asegurar el correcto comportamiento de sus miembros con el objetivo de consolidar su reputación y asegurar su posición en el mercado ilegal de la prisión.

  Las bandas conocen qué miembros son fiables y pueden excluir y castigar a los oportunistas. Crean reglas (muchas de ellas escritas) con el objetivo de reducir el conflicto con otros grupos, adjudicar disputas entre ellos y facilitar el comercio. Su capacidad para la violencia supone una amenaza creíble que promueve el cumplimiento de estas reglas.

  Los miembros de estas bandas no proveen sus servicios movidos por un espíritu filantrópico y caritativo. Es la posibilidad de conseguir beneficios la que crea incentivos para que criminales violentos promuevan el orden en las cárceles.

  Por último, ninguno de los elementos organizativos característicos de las bandas carcelarias apareció como resultado de un proceso deliberado de diseño. El sistema de organización de las bandas es un ejemplo de lo que los economistas austriacos denominan órdenes espontáneos, es decir, sistemas que promueven la cooperación pacífica y que se desarrollan en respuesta a problemas específicos como resultado de la interacción descentralizada de un gran número de personas.

  Quizá una pequeña reflexión en torno a estos asuntos no sea del todo descabellada.

  Si el Estado no es capaz de proporcionar uno de sus servicios esenciales allí donde más facilidades tiene para hacerlo y si los hombres más violentos y menos fiables de la sociedad son capaces de desarrollar de forma independiente sistemas que reducen el conflicto y promueven el comercio sin necesidad de acudir a ningún monopolio público de la fuerza, ¿qué cosas no serían capaces de desarrollar el resto de las personas, es decir aquellas que no tienen inclinaciones criminales, si tuviesen la posibilidad de crear formas de resolución de conflictos basadas en órdenes espontáneos sin sufrir continuamente las múltiples coacciones, restricciones e interferencias del Estado?

[i] Las cárceles del infierno en América Latina, http://www.elmundo.es/internacional/2017/01/07/5866897e46163fc55e8b4595.html

[ii] David Skarbek, The Social Order of the Undeworld. How Prison Gangs Govern the American Penal System (Oxford: Oxford University Press, 2014)