¿PUEDE LA FILOSOFÍA POLÍTICA DESPRECIAR A LA CIENCIA ECONÓMICA? UN ANÁLISIS ECONÓMICO DE LA COOPERACIÓN SOCIAL

 

    – Lucas Mendes –  

 

 

  1. El mito hobbesiano del conflicto social.

  En las ciencias sociales en general y en la filosofía política en particular, es muy común la idea de que si los hombres quedaran libres a su propia suerte – sin una entidad soberana que regulara la convivencia social de forma coercitiva – entrarían en un conflicto brutal incesante. Esta idea se remonta al filósofo inglés Thomas Hobbes, en su clásico libro Leviathan (1651). Es preciso tener en cuenta que el contexto social de Hobbes era la guerra civil inglesa. Fue la realidad de este conflicto la que sirvió de base para su famosa frase de que en el libre estado de naturaleza la humanidad vive permanentemente en una «guerra de todos contra todos» (war of all against all). Esta noción de que la libertad conduce a la humanidad al caos social impregnó prácticamente toda la historia de la filosofía política, de la economía, del derecho y de las demás ciencias sociales.

  Siendo así, suena paradójico cuando alguien sugiere lo contrario: que si se dejara libre a los hombres, la gran tendencia sería a la cooperación social entre ellos y no al conflicto brutal e incesante. Esta presuposición parte de dos cuestiones fundamentales. Primera, que el estado de naturaleza brutal descrito por Hobbes contradice la ley de asociación de Ricardo[i] y la percepción, alcanzada por los hombres a través de la razón, de las ventajas de la división social del trabajo. En segundo lugar, al observar la guerra civil Hobbes no estaba visualizando un estado de naturaleza – potencialmente controlable por la fuerza del Estado – sino lo contrario. Por descontado, el estado de guerra era omnipresente, pero lo que pasaba era precisamente un conflicto para ver quién tomaría el poder del Estado Absolutista y que haría con él. O sea, el conflicto hobbesiano emanaba de la propia existencia del Estado y no de su ausencia. En contraposición, los teóricos libertarios, desafiando el paradigma dominante de las ciencias sociales, recuerdan constantemente que la guerra y el conflicto son el alimento del Estado – independiente de como se ha formado-, y no de las relaciones privadas voluntarias,[ii] exactamente porque no desprecian las enseñanzas de la ley de asociación y de la división social del trabajo.

  1. La ley de asociación y la división social del trabajo: fundamentos de la cooperación social.

  Conviene recordar que Hobbes no pensaba en asuntos económicos. En función de eso, la percepción económica liberal esencial no formaba parte de su pensamiento. ¿Y cual era esa percepción? Resumiéndolo, en la afirmación del economista francés del siglo XIX, Frédéric Bastiat, es que «la gran tendencia social es a la armonía», conforme explica, en primera instancia, la ley de asociación.

  La ley de asociación muestra que personas de diferentes habilidades, historia, cultura, raza, religión y capacidades pueden cooperar exitosamente para alcanzar niveles más altos de bienestar social a través de la negociación y de los intercambios. La ley de asociación explica el método por el cual los hombres fueron capaces de abandonar las cavernas y la producción aislada – orientada meramente a la supervivencia – y entrar en lo que llamamos civilización. Esta ley inherente a la naturaleza humana impele a las personas a no robar y a no matarse entre ellas, sino a cooperar. Es la base de la sociedad. Es también la base del orden internacional.

  Nótese que la ley de asociación no supone que todas las personas sean expertas, inteligentes, talentosas o educadas. Presume la desigualdad radical y revela que las personas más expertas y talentosas del mundo tienen todas las razones para realizar intercambios con su polo opuesto[iii] porque la escasez requiere que el trabajo de la producción sea dividido entre las personas. Bajo la división del trabajo, todos ejercen una función esencial.

  Otro hecho que necesita ser entendido es este: la ley de la asociación es un hecho de la existencia humana independiente de si existe o no un Estado. En efecto, el propio fundamento de la civilización precede a la existencia del Estado.

  Lo que la ley de asociación nos muestra es el problema esencial de la libertad. Si todas las personas fueran iguales, si todos tuvieran las mismas habilidades; si hubiera homogeneidad racial, social, sexual, religiosa en la sociedad; si las personas no tuvieran opiniones diferentes, habría pocos problemas en la sociedad para resolver (si es que habría alguno), porque efectivamente no sería una sociedad humana.

  El problema esencial de la organización económica y social, exceptuando la escasez, es precisamente el de cómo lidiar con el hecho de la desigualdad y de la libertad. Sin embargo, los antiguos liberales no estaban considerando que no habría criminales. Estaban diciendo simplemente que la sociedad de por sí (el arreglo voluntario de individuos) es capaz de lidiar con agentes malevolentes por medio de la economía de mercado. Es decir, el libre mercado puede organizar la protección y la seguridad mejor que el Estado.[iv]

  1. De la importancia del conocimiento.

  El renombrado economista F. A. Hayek decía que para ser un buen economista no basta con conocer y entender sólo economía, sino que es necesario poseer un dominio multidisciplinar en el campo entero de las ciencias humanas. Estamos completamente de acuerdo con Hayek. El buen economista necesita entender lo máximo posible de filosofía política, derecho, historia, sociología y otras ciencias humanas, bajo pena de poseer una formación restringida y, por eso, seriamente comprometida. Pero, esa misma reclamación hecha por Hayek para el economista se hace igual de necesaria para los otros estudiosos de las ciencias humanas. La ignorancia de Hobbes en economía legó a su filosofía política notables problemas. Claro que es posible aliviar la culpa de Hobbes, porque a mediados del siglo XVII la economía ni había nacido, al menos como una ciencia reconocida. Pero eso, sin embargo, no dejó de tener sus implicaciones.

  Sin embargo, esta exigencia debe ser hecha a todos los estudiosos de las ciencias sociales en general, especialmente a los filósofos políticos, historiadores, juristas, sociólogos, entre otros, pues despreciar las enseñanzas de la teoría económica tiende a ser socialmente funesto en los desdoblamientos de una teoría o filosofía social. En vista de eso, en la próxima sección abordaremos un asunto esencial en lo tocante a una teoría social que valore la cooperación social justa y pacífica, a saber, la intervención estatal en el proceso económico.

  1. Intervención estatal y utilidad.

  Al largo de la historia, la teoría económica en general buscó dar énfasis al funcionamiento del mercado, es decir, a las relaciones de producción y de intercambio en sociedad. Poca o limitada atención se dio al hecho de la intervención estatal en el dominio económico, aún por los liberales más ortodoxos, si lo comparamos con el notable análisis realizado por Murray Rothbard.

  En la economía de libre mercado – mostraba Rothbard (2004), siguiendo la más legítima tradición praxeológica inaugurada por Ludwig von Mises – la acción de cada individuo se constituye siempre con la intención de salir de un estado menos satisfactorio hacia otro estado más satisfactorio de acuerdo con los gustos y preferencias del individuo en cuestión. En el libre mercado, por lo tanto, todas las relaciones de intercambios se hacen bajo la expectativa de ganancias mutuas. La correcta comprensión de este axioma de la acción humana conlleva implicaciones serias para el desarrollo de una teoría social, sea dentro del estricto campo de la economía, sea en la ciencia política, en el derecho y en otras disciplinas.

  Por eso, como nos mostró Rothbard, es de suma importancia que analicemos la cuestión teniendo en cuenta la intervención gubernamental sobre las relaciones voluntarias en el mercado. La intervención constituye coerción violenta, no requerida, sobre una persona o la sociedad. O sea, es precisamente lo inverso de la relación voluntaria. Rothbard (2004)[v] acostumbraba a definir tres categorías de intervención. En primer lugar, el interventor – o el agresor – somete al otro a su entera jurisdicción sin recibir nada. Es lo que Rothbard denominó intervención autística. Ejemplos de ella es el caso del homicidio o la prohibición al otro de expresarse o de adoptar alguna fe religiosa. En segundo lugar, el interventor puede forzar al otro a darle algo sin su consentimiento. Ejemplos de eso serían los impuestos, la conscripción militar y la esclavitud. Es irrelevante si «a cambio» el agresor restituye al otro con alguna otra cosa, como en el caso del esclavo que recibe alimento y vivienda de su maestro o el ciudadano que recibe carreteras o seguridad del Estado. Este es el caso de la intervención binaria, una vez que la relación hegemónica se establece entre dos personas o grupos: el interventor y el súbdito (o gobernado). La tercera categoría es aquella en la que el interventor obliga o prohíbe a terceros a realizar alguna relación de intercambio. En este caso, tenemos la intervención triangular, donde la relación hegemónica se establece entre el interventor y las partes.

  Según Rothbard:

Todas esas intervenciones son ejemplos de relación hegemónica – la relación de mando y obediencia – en contraste con la relación voluntaria y contractual de beneficios mutuos que constituyen las relaciones en el libre mercado. (Rothbard, 2004, p. 878)

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  Esto nos lleva a las cruciales implicaciones. De entrada, tenemos que, en el libre mercado, donde no hay intervención del gobierno, los individuos actúan del modo en el que creen que maximizarán su utilidad. Es notable que, como Rothbard destaca, si podemos usar el término «sociedad» para describir el arreglo o la estructura de todas las relaciones individuales, entonces podemos decir que el libre mercado maximiza la utilidad social, una vez que todos ganan en utilidad a partir de sus acciones libres. De eso sigue que en el libre mercado no puede haber explotación.

  En segundo lugar, eso no es lo que ocurre cuando insertamos en este cuadro la intervención coercitiva, sea del tipo que sea. La intervención significa que el individuo al que se coacciona realizará una acción que no habría adoptado voluntariamente si no hubiera coerción. Por definición, el coaccionado jamás actúa voluntariamente. El hombre coaccionado iniciará una acción, o una relación de intercambio, que no escogería voluntariamente hacer. Sólo actúa así porque está bajo coerción violenta o bajo amenaza de coerción. En suma, el hombre coaccionado siempre pierde utilidad como resultado de la intervención.

 En el libre mercado ambas partes de cualquier relación esperan ganar, de lo contrario simplemente no habría relación. En el caso de la intervención, una parte siempre gana a expensas de la otra. En el caso especial de la intervención triangular, tenemos la posibilidad de que ambas partes coaccionadas sientan sus utilidades reducidas debido a la violencia coercitiva, pero aun así hay una parte que sale ganando: los agentes del Estado.

  Concluyo esta sección con Rothbard: «una vez que toda acción del Estado se fundamenta en la intervención binaria de los impuestos, se sigue que ninguna acción del Estado puede aumentar la utilidad social, es decir, ninguna acción estatal puede aumentar la utilidad de todos los individuos implicados». (Ídem, p. 881-82)

  1. Fallos de mercado: la justificación para el Estado.

  Cuando, a partir del análisis precedente, se parte para una defensa objetiva de la economía de mercado puramente libre, aun así algunos renombrados liberales alegan que el mercado, aunque más eficaz que el Estado para resolver la gran mayoría de los problemas económicos, no es capaz de resolver problemas específicos cruciales, cabiendo entonces, y así justificando, la necesidad del Estado. Esta concepción, prácticamente, quiere revelar que un abordaje puramente de mercado es insuficiente para un sistema de cooperación social eficaz, justo y pacífico. Una pregunta común es la siguiente: ¿qué sucedería con la población de una determinada región, en el caso de la privatización total de los transportes públicos, si no hubiera interés de alguna empresa privada en realizar el transporte de las personas que residen allí porque este servicio no traería beneficios?

  Para los estatistas de diverso corte este hecho representa una justificación económica y aún moral para la necesidad del Estado, pues solamente él sería capaz de realizar este beneficioso servicio despreciado por la iniciativa privada. Sin embargo, gracias a la teoría económica, podemos observar el fenómeno más de cerca. En primer lugar, recordemos lo que nos enseña la ley de asociación, así como conviene considerar que en una economía de mercado existe la plena libertad de movimiento de personas. Ora bien, una región poco valorada para vivir, simplemente dejaría de ser usada como lugar para cualquier actividad humana. Si las personas obtienen más ventajas no explorando las posibilidades físicas ofrecidas en esa región, simplemente no se establecerán allí y dejarán el lugar deshabitado como acontece con las regiones polares y los desiertos. Si percibieran ventajas comparativas en abandonar la región para emigrar para otro lugar, así lo tenderán a hacer.

  Sin embargo, tal vez este punto no sea convincente para los defensores del servicio estatal. Aunque entiendan la posibilidad de elección, en el fondo observan una carga difícil para estas personas que tendrían que abandonar su querida tierra en función de la ausencia de transporte público. Desde esta perspectiva, generalmente sugieren como solución adecuada que a) el gobierno debería realizar el servicio a través de empresas públicas o b) el gobierno debería subsidiar el servicio para hacerlo atractivo al inversor privado. Los subsidios podrían ser concedidos directamente en dinero a cuenta del erario público o a través de tarifas cuya incidencia recaería sobre los usuarios del servicio.

  Los que así argumentan no perciben que los recursos que el gobierno utiliza para hacer funcionar una empresa deficitaria o para subsidiar un proyecto no rentable tendrán que ser retirados de la capacidad de gastar e invertir de los contribuyentes o tendrán que ser obtenidos de modo inflacionario. Ni el gobierno ni cualquier individuo tienen la capacidad de crear algo de la nada. Mayores gastos del gobierno representan gastos más pequeños de las familias y empresas. Y como vimos arriba, las substracciones de renta que el gobierno hace para llevar adelante sus proyectos, necesariamente implican reducciones de posibilidades de gastos e inversiones de las personas o grupos de aquellos a quienes él gobierno está substrayendo los recursos. Por lo tanto, el gobierno está efectivamente reduciendo la utilidad de unos a costa de otros. Como es imposible medir la utilidad interpersonal o intergrupal,[vi] es decir, las ganancias de unos y las pérdidas de otros, resulta que no hay ninguna base para juzgar si la intervención supuestamente beneficiosa está promoviendo el bienestar social.

  1. Consideraciones finales.

  Ante lo expuesto, vemos que la noción hobbesiana de la guerra de todos contra todos se extrae de un equívoco teórico e histórico. Los hombres en estado de naturaleza no tienden al conflicto, sino a la cooperación social. Consecuentemente, vemos que el mercado es capaz de suministrar en mejor calidad y mayor cantidad que el Estado los necesarios servicios de protección y seguridad. Esto quedó aún más claro cuando mostramos que el mercado expresa legítimamente el mejor medio para la interacción voluntaria entre los hombres y vimos como ese mecanismo de libre interacción potencia el bienestar social, mientras que toda intervención gubernamental – constituida por relaciones hegemónicas – además de reducir el bienestar social, establece, desde su génesis, el conflicto social. Finalmente, vimos que las tentativas de defender el Estado para resolver los «fallos del mercado» a la hora de suministrar determinados «bienes públicos» se asienta sobre una falacia que desprecia indispensables enseñanzas de la teoría económica. Por lo tanto, reivindicamos que las tentativas de elaboración de una filosofía política sólida jamás deben prescindir de los consistentes descubrimientos económicos.

 

 

Referencias Bibliográficas:

Mises, Ludwig von. Ação Humana. Instituto Liberal, RJ. 1995.

Rothbard, Murray N. For a New LibertyThe Libertarian Manifesto. Macmillan Publishing Co., Inc. (1978). Online Edition Ludwig von Mises Institute, 2002.

Rothbard, Murray N. Man, Economy and State with Power and Market. Auburn: Ludwig von Mises Institute, third Edition, Scholar’s Edition. 2004. 1441 p.

[i] Ver Mises, Ludwig von. Ação Humana. Instituto Liberal, RJ. 1995, p. 158.

[ii] Ver Bourne, Randolph. War is the Health of the State.  Traducción al portugués en: http://libertyzine.blogspot.com/2007/06/guerra-o-alimento-do-estado-randolph.html. Acceso en 28/02/08. También Rothbard, Murray N. For a New LibertyThe Libertarian Manifesto. Macmillan Publishing Co., Inc. (1978). Online Edition Ludwig von Mises Institute, 2002. Hoppe, Hans-Hermann. Democracy: The God That Failed. Transaction Publisher. 2001.

[iii] Este punto fue demostrado por el economista clásico David Ricardo, de lo que denominó «ley de la ventaja comparativa», aquí llamada ley de asociación, siguiendo a Mises (1995).

[iv] La primera demostración de esta posibilidad fue llevada a cabo por el economista belga Gustave de Molinari (1819-1912) en su famoso artículo  De la Production de la Sécurité originalmente publicado en el Journal des Économistes, 1849, numéro 95. Desde 1970, la tradición libertaria ha discutido el asunto y realizado notables avances. Ver Tennehill, Morris and Linda. Market for Liberty. 1970.  Rothbard, Murray N. Power and Market. 1970. Idem, For a New Liberty: The Libertarian Manifesto. 1973. Friedman, David. Machinery of Freedom: Guide to a Radical Capitalism. 1970.

[v] Rothbard, Murray N. Man, Economy and State with Power and Market. Auburn: Ludwig von Mises Institute, third Edition, Scholar’s Edition. 2004. 1441 p.

[vi] Las escalas de valores de los individuos que, a su vez, dan origen al valor de las cosas, son personales, subjetivas e intransferibles. Siendo subjetivas cualquier intento de medirlas cardinalmente se vuelve imposible. Rothbard, 2004. p. 258. Mises, 1995, p. 99.