PRAXEOLOGÍA Y MEDICINA 

– Ignacio Almará – 

  La medicina trata esencialmente sobre la salud y la enfermedad. Éstos parecen conceptos sencillos, pero ¿qué significan realmente? Si preguntamos a un profesional en el tema es probable que obtengamos una respuesta ambigua, lo que resulta comprensible, ya que ni siquiera en las facultades de medicina se dan definiciones consistentes. Si acudimos a la Organización Mundial de la Salud, esta es la definición que encontramos: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.”

  Según esta definición, deberíamos ir corriendo a urgencias cada vez que nos sentimos estresados en el trabajo o cuando la chica a la que escribimos poemas se niega a dirigirnos la palabra. En mi opinión, esta es una definición inapropiada, ambigua e impregnada de filosofía hedonista, pero, además, no es el concepto de salud que se usa más habitualmente en la práctica clínica. Como explica el Dr. Michel Accad, la definición más aceptada por los clínicos es la que considera al cuerpo humano como una máquina.[i] Según esta definición, el cuerpo humano, al igual que el motor de un coche, tiene una configuración óptima en la que todas sus piezas deben llevar a cabo la función para la que fueron hechas. Una disfunción de una pieza ocasiona una perturbación en la máquina, la cual puede, entonces, considerarse defectuosa, es decir, enferma. Si entendemos el cuerpo sano como una máquina en un estado óptimo, su mal funcionamiento sólo puede resultar de una alteración provocada por un elemento externo o interno. Es una relación de causa y efecto análoga a las relaciones de la mecánica clásica: si sucede A entonces B, siendo A una agresión y B el nuevo estado defectuoso de la máquina. Esto lleva a una consideración puramente materialista de la medicina, en la que el médico pasa a ser un observador y analista de una deficiencia objetiva de un ente mecánico, el cual hay que reparar si se encuentra dañado. De este modo, la enfermedad viene determinada por el médico, a quién se considera entrenado y capacitado para identificar esas disfunciones mecánicas objetivas.

  Sin embargo, una persona no es, únicamente, un conjunto de carne, huesos, músculos y vísceras, sobre el que hay que hacer reparaciones. Es algo más. Y es aquí donde el Dr. Accad introduce un nuevo concepto de salud: el concepto praxeológico.

  Para entender este concepto es necesario exponer brevemente lo que le sirve de base: en primer lugar el axioma de la acción de Ludwig von Mises. La aparentemente sencilla oración de la cual se deriva prácticamente toda la teoría económica nos dice que el hombre actúa, es decir, que persigue unos fines utilizando unos determinados medios. En segundo lugar, tenemos el principio de autopropiedad que brillantemente ha expuesto Murray Rothbard. Según este principio, cada uno es propietario de su cuerpo y, por tanto, decide plenamente las acciones que sobre éste han de hacerse. Así, vemos, por una parte, que las personas son agentes, y, por otra, que son propietarias de sus cuerpos. Esto sirve como base al Dr. Accad para redefinir por completo lo que es la salud y la enfermedad. Donde antes solo veíamos un cuerpo comparable a una máquina, ahora vemos la propiedad más íntima de alguien que actúa, y que tiene, al igual que nosotros, capacidad de elección de objetivos y de medios.

  ¿Y si el estado del cuerpo de una persona le impidiera perseguir objetivos? Entonces podríamos hablar de una persona enferma. Esto constituye una base praxeológica para la definición de enfermedad. La salud, por su parte, consistiría en aquel estado en el que las condiciones físicas y mentales de una persona le permiten perseguir los fines por ella escogidos.

  El hombre se considera enfermo al verse incapacitado para perseguir sus fines debido a su estado físico o mental. Esto abarca desde un resfriado hasta un infarto o la pérdida de una pierna, ya que no es el cuadro patológico lo que determina la enfermedad, sino cómo ésta haya afectado a la acción del hombre en cuestión. En esta visión es la persona la que recupera la capacidad de considerarse enferma o sana. Así, el paciente recupera la última palabra sobre su cuerpo. Esta definición praxeológica es, además, la más generalmente aceptada por la gente, aunque sea de forma implícita. Por ejemplo, un ataque al corazón o una crisis de asma suelen ser consideradas enfermedades, ya que nos suelen impedir por completo la persecución de fines. Por otra parte, un resfriado no suele ser considerado enfermedad, ya que nos permite seguir persiguiendo nuestros fines. De hecho podemos ir más allá y observar enfermedades como la fibromialgia, la cual no tiene una clara base orgánica, pero supone un trastorno doloroso e incapacitante para el que lo sufre, siendo percibido como una grave enfermedad que le impide llevar a cabo numerosas actividades.

  Volvamos de nuevo a la concepción de cuerpo-máquina. En esta concepción, la deficiencia es objetiva, constituye una enfermedad y debe ser reparada por el médico. El enfermo se limita a adoptar un papel pasivo mientras que el médico establece una relación hegemónica con el paciente. De hecho, todo el sistema sanitario se orienta de esta forma, considerando a los pacientes como máquinas defectuosas a reparar y cuidar. Como consecuencia, se ofrece una medicina uniforme, donde no hay capacidad de elección de servicio y donde el paciente, simplemente, es examinado y reparado por los médicos. Y aún más, toda la sociedad está medicalizada, desde leyes antitabaco hasta campañas estatales para promoción del uso del preservativo, el pago por parte del Estado de los servicios y lo que es peor, la limitadísima capacidad de elección del paciente, que se somete a los mandatos de los gobernantes de turno. El Estado adopta el papel de un ganadero que vacuna y cuida la alimentación de sus reses.

  Sin embargo, como dice Accad, es posible que la Escuela Austríaca salve la medicina. Con la nueva definición de salud y enfermedad, es el individuo el que dice cuándo está enfermo o no. Es él el que acudirá en busca de servicios médicos cuando lo considere necesario por su enfermedad. El paciente recupera de nuevo la voz sobre su cuerpo, solicitando servicios médicos cuando lo precise en calidad de propietario del cuerpo que considera enfermo. Es aquí donde Rothbard cobra gran importancia en esta definición, ya que reorienta la concepción hegemónica de la medicina y la transforma en una relación contractual, en la que el paciente emplea al médico por un servicio, permitiéndole realizar un tratamiento sobre su propiedad. Mientras que la concepción mecánica da pie a una visión paternalista de la medicina, la concepción praxeológica considera a los hombres como agentes y propietarios que sabrán decidir la necesidad de tratamiento, lo que, en la práctica, daría lugar a una liberalización de la medicina.

 

[1] “Dr. Michel Accad: Can Austrian Economics Save Medicine?”, disponible en https://mises.org/library/dr-michel-accad-can-austrian-economics-save-medicine