POR QUÉ UNA SOCIEDAD AHORRADORA SE ENRIQUECE Y UNA CONSUMISTA SE EMPOBRECE
– Diversos autores –
Juan tiene una renta de 6.000 reales por mes. No está nada mal. Con ese dinero, todos los meses consigue tranquilamente pagar sus gastos fijos: el alquiler, el condominio, la luz, el gas, internet y la cuenta del móvil.
Con lo que le sobra, decide gastarlo en ocio y cuidados propios. Sale a cenar con frecuencia, va a la bolera dos veces por semana, va a la discoteca todos los sábados, y aún se pasa del límite de la tarjeta de crédito comprando ropas y perfumes. Llega a final de mes a cero. Gastó todo lo que recibió e incluso tiene deudas pendientes en la tarjeta de crédito.
María trabaja en una empresa y tiene un cargo similar al de Juan. Su salario es aproximadamente el mismo. Pero el patrón de gastos es completamente diferente. Al contrario que Juan, María, después de pagar todos sus gastos fijos, ahorra lo que sobra e invierte.
O sea, María restringe su consumo presente. María hace el sacrificio de gastar poco en el presente, privándose de varios placeres. Eso, obviamente, significa que no siempre se permite pequeños lujos. Ella no es de la mentalidad del «yo me lo merezco, por eso gasto». Muchas veces tiene que decir a sus amigos y amigas que «esta noche no podré salir».
Difícil y aburrida la vida de María, ¿no?
En el corto plazo, de hecho puede parecer así. En el largo plazo, la historia será bien diferente.
Veinte años después, Juan es víctima de sus propias elecciones. Le gustaría cambiar de empleo y poder dedicarse a otras cosas, pero está hundido en un mar de deudas. Como no tiene reservas – pues no ahorró – prácticamente todo lo que recibe como salario va directamente al pago de deudas. Consecuentemente, no puede darse el lujo de salir de su empleo y cambiar su rutina. Sus gastos fijos son hoy aún más altos, de modo que siempre está «con la cuerda al cuello». Antiguamente, trabajaba para ganar dinero. Hoy, trabaja para pagar deudas.
María está en una situación completamente distinta. Con bastante dinero acumulado – consecuencia de su ahorro y de su restricción de gastos – su trabajo no más es una necesidad de supervivencia. No necesita su empleo como si fuera el único recurso para continuar viva. En efecto, está pensando en dejar de ser empleada y hacerse empresaria. Quiere invertir en el ramo de la moda. Siempre le gustó el diseño de moda y ahora está animada a dar un cambio a su vida. Está decidida, e invertirá su ahorro en este nuevo proyecto.
Su sueño es, dentro de algunos años, poder vivir de su propia empresarialidad.
El ahorro, la frugalidad, y la capacidad de pensar en el largo plazo fue lo que ayudó a María. Si ese comportamiento fue positivo para María, ¿por qué iba a ser negativo si fuera adoptado por todas las personas de una economía?
La falacia de que el ahorro afecta a la economía.
Con enorme frecuencia escuchamos que el ahorro es el enemigo del crecimiento económico. Los economistas keynesianos nunca se cansan de enfatizar que lo que mueve la economía es el consumo. Consecuentemente, la política económica correcta es aquella que estimula el consumismo, sea por medio del crédito abundante y barato, sea por medio de simplemente dar más dinero a la personas para que puedan gastar.
«¡Más consumo significa más demanda, y más demanda genera mayor producción. He ahí la receta para la prosperidad!», dicen ellos.
¿Y el ahorro?, es decir, la frugalidad y la contención los gastos – sería el enemigo número uno de esta receta mágica.
Son varios los problemas con esta visión.
Para comenzar, se basa en la creencia de que acciones individuales voluntarias – las personas deciden ahorrar más de manera libre y espontánea – pueden ser perjudiciales para toda la economía. En la visión keynesiana, tal comportamiento no es algo racional; no es un comportamiento adoptado voluntariamente de acuerdo con las condiciones económicas. Al contrario, se trata de un comportamiento irracional, de un «espíritu animal». Es algo que sale de la nada. Las personas simplemente dejan de gastar y comienzan a ahorrar.
Si varias personas repentinamente deciden dejar de gastar toda su renta y deciden ahorrar buena parte de ella con la intención de consumir sólo en el futuro, eso obviamente tendrá ciertos efectos sobre parte de la economía, una vez que habrá menos demanda por ciertos tipos de bienes y servicios. Eso es algo obvio y no hay controversia.
¿Pero qué es lo que eso generará? Esa es la cuestión principal. Y ella nos lleva al principal problema con esta visión: ignora por completo la verdadera «función social» del ahorro.
Esta función social del ahorro, y su importancia para el desarrollo de las economías, fue destacada por el economista austríaco Eugen von Böhm-Bawerk, que escribió en 1910:
Aquello que todos conocen como «ahorro» tiene, como consecuencia inmediata, un lado negativo: el no-consumo de una parte de nuestra renta. O, en términos aplicables a la sociedad que utiliza el dinero, el no-gasto de una porción del dinero recibido anualmente.
Este aspecto negativo del ahorro es el más inmediatamente evidente en nuestro día a día y, en efecto, es el único que las personas imaginan existir. Son muy pocas las personas que realmente se paran a pensar en el destino subsecuente de las sumas de dinero ahorrado; sólo imaginan que el dinero se quedó parado dentro de una cuenta bancaria.
Pero es exactamente aquí donde comienza la parte positiva del proceso del ahorro, el cual irá se completa muy lejos del campo de visión del ahorrador – cuyas acciones, sin embargo, fueron las que dieron el impulso a toda la actividad que vendrá a continuación.
El banco recurrirá a ese ahorro de sus depositantes y lo prestará a los empresarios de varias maneras: préstamos para la construcción civil, préstamos para la apertura de puntos comerciales, préstamos para la ampliación de instalaciones industriales, préstamos para la construcción de fábricas, préstamos para la contratación de mano de obra, préstamos para capital de giro, etc.
De esta manera, el ahorro de unos fue dirigido a la financiación de actividades productivas, las cuales, sin esta ayuda, no podrían tener éxito. Como mínimo, no alcanzarían la misma eficiencia.
Esa es la primera consecuencia positiva del ahorro: si no existiera, no habría depósitos en los bancos y, consecuentemente, no habría crédito ni para el consumo ni para la inversión.
En suma, sin ahorro no hay inversión, y sin inversión los países no crecerían.
Sin embargo, varios se resisten a esta idea de que es necesario ahorrar. Al propio Böhm-Bawerk los contrarios al ahorro le decían que, si todos los individuos decidieran ahorrar el 25% de su renta a la vez, eso restringiría la demanda de bienes de consumo, llevando a la economía a una fuerte recesión.
Y habría recesión no solamente porque caería la demanda de bienes de consumo, sino también porque la demanda de bienes de capital (aquellos utilizados para producir bienes de consumo, como máquinas y herramientas) caería igualmente. Finalmente, ¿quién compraría una máquina que fabrica zapatos si nadie quiere comprar zapatos, ya que todos decidieron ahorrar más? Consecuentemente, ¿quién invertiría en la producción de máquinas?
A esta acusación Böhm-Bawerk respondió de manera magistral:
A esta premisa – la de que el ahorro significa necesariamente una reducción en la demanda de bienes de consumo – le falta una única, y sin embargo muy importante, palabra: ‘presente’.
Para comenzar, el hombre que ahorra reduce su demanda por bienes de consumo presentes, pero de ninguna reduce su deseo general de bienes que le den placer. La «abstinencia» generada por el ahorro no es una abstinencia absoluta, o sea, no genera una renuncia definitiva a todo bien de consumo. Él continúa consumiendo bienes básicos en el presente. Renunciará al consumo, en el presente, de bienes más lujosos. Pero tal renuncia no es definitiva. Sólo es una postergación.
El motivo principal de aquellos que ahorran es precisamente prepararse para el consumo futuro; tener medios con los cuales suplir sus demandas futuras o las de sus herederos.
Eso significa, nada más y nada menos, que desean garantizar que tendrán control sobre los medios que permitirán la satisfacción de sus deseos futuros, es decir, sobre el consumo de bienes en un periodo futuro.
En otras palabras, aquellos que ahorran reducen su demanda de bienes de consumo en el presente justamente para poder aumentar proporcionalmente su demanda de bienes de consumo en el futuro.
O sea, el ahorro es la restricción del consumo presente con vistas a un aumento del consumo futuro.
El consumismo y la lección de Crusoe.
La diferencia entre el Robinson Crusoe pobre y el Robinson Crusoe rico es que el rico dispone de bienes de capital. Y para tener esos bienes de capital, tuvo que ahorrar e invertir.
Los bienes de capital del Robinson Crusoe rico (por ejemplo, una red y una vara de pescar, construidas con bienes que tardó, digamos, 5 días para producir) fueron obtenidos porque ahorró (se abstuvo del consumo) y, por medio de su trabajo, transformó los recursos que no había consumido en bienes de capital. Estos bienes de capital permitieron al Robinson Crusoe rico producir bienes de consumo (pescar peces y coger frutas) y con eso vivir cada vez mejor.
El Robinson Crusoe pobre es aquel que no ahorra. Consecuentemente, no dispone de bienes de capital. Por tanto, todo su trabajo se hace a mano. Por eso, es menos productivo. Y, por producir menos y tener menos bienes a su disposición, es más pobre y su patrón de vida es más bajo.
El Robinson Crusoe rico es más productivo. Y, por ser más productivo, no sólo puede descansar más, sino que también puede ahorrar más, lo que le permitirá acumular aún más bienes de capital y consecuentemente aumentar aún más su productividad en el futuro.
El Robinson Crusoe pobre consume todo lo que produce. No tiene otra opción. Como no es productivo, no puede darse el lujo de descansar y ahorrar. Esa ausencia de ahorro compromete sus oportunidades de aumentar su patrón de vida en el futuro.
Por eso, las sociedades ultra-consumistas son necesariamente sociedades de subsistencia. Una tribu africana consume el 100% de su producción (renta). Como no consigue ahorrar, no consigue acumular capital. Sin capital acumulado, no consigue aumentar su productividad. Sin aumento de productividad, no sale de la pobreza. No hay nada más anti-capitalista que una sociedad ultra-consumista.
El capitalismo es, por encima de todo, ahorro.
No hay dudas de que el consumo es el propósito supremo de toda actividad humana de carácter productivo. Las personas trabajan y producen para poder consumir; y sucede así en todo arreglo económico, tanto en sociedades capitalistas como en sociedades no-capitalistas.
Nadie quiere dedicar esfuerzos y recursos para fabricar algo que no será utilizado en el futuro.
Pero la característica distintiva del capitalismo es que dirige el ahorro de los ciudadanos a inversiones productivas. En otras palabras, transforma el ahorro en capital.
Aquellos que creen que el capitalismo se sostiene sobre el consumismo desconocen la propia raíz de la palabra «capitalismo». Capitalismo proviene de capital. Capitalismo es acumulación de capital. Y capital es aquella parte de nuestro patrimonio que aumenta nuestra riqueza futura. Capital es toda la riqueza acumulada – que pertenece a las empresas o a los individuos – y que se utiliza para el propósito de conseguir ingresos y beneficios futuros.
Capital, en suma, es aquello que crea riqueza futura para nosotros mismos y para el resto de la sociedad.
Para acumular capital es necesario ahorrar. Y para ahorrar es necesario restringir el consumo.
El capitalismo no depende del consumo, sino del ahorro. Una sociedad que consume el 100% de su renta será una sociedad anti-capitalista. No habría ni un único bien de capital existente: no habría viviendas, no habría fábricas, no habría infraestructuras, no habría medios de transporte, no habría maquinaria, no habría oficinas e inmuebles comerciales, no habría laboratorios, no habría científicos, no habría arquitectos, no habría universidades, no habría nada.
Simplemente, todos los individuos estarían permanentemente ocupados produciendo bienes de consumo básicos – comidas y ropa ? y no dedicarían ni un segundo a la producción de bienes de capital, que son inversiones de largo plazo que generan bienes futuros. Por definición, si una sociedad consume el 100% de su renta, no produce ningún otro bien que no sea de consumo inmediato.
Es el ahorro, es el no deseo de consumir todo lo que se puede, lo que nos permite dirigir nuestros esfuerzos para satisfacer no nuestros deseos más inmediatos, sino nuestras necesidades futuras: con el ahorro, producimos bienes de capital que servirán, por su parte, para fabricar los bienes de consumo que podemos necesitar en el futuro.
¿Pero cómo saber lo que producir?
La objeción final se hace obvia: dado que tenemos que ahorrar ahora para consumir más en el futuro, ¿cómo serán las inversiones?
O sea, aunque haya una mayor demanda futura de bienes de consumo, ¿cómo sabrán los empresarios qué tipo de inversiones en capital deberán hacer? ¿Y qué tipos de bienes, y en qué cantidades, deben planear ofertar en el mercado en preparación para esta mayor demanda futura?
La respuesta de Böhm-Bawerk fue mostrar que la producción está siempre dirigida al futuro – un proceso en el cual se utiliza medios productivos hoy con la intención de producir bienes de consumo para ser vendidos mañana.
El propósito exacto de la competencia empresarial es probar constantemente el mercado, de modo que se anticipen de la mejor manera las demandas del consumidor, corregir las existentes y percibir las que están cambiando.
Empresarialidad es, por encima de todo, el arte de saber anticipar correctamente las demandas de los consumidores y dirigir los recursos presentes de modo que se fabriquen bienes que atenderán los deseos de los consumidores en el futuro. No es fácil. Es un arte dominado por muy pocos. Y estos pocos que la dominan conseguirán grandes beneficios.
La competencia, por lo tanto, es el método de mercado que hace que la oferta sea siempre correspondiente a las demandas de los consumidores. ¿Y si se cometen errores? Los perjuicios resultantes de este pronóstico erróneo funcionan como estímulo para que se hagan ajustes apropiados en la estructura de producción, o para que se reasigne la mano de obra y los recursos en otras líneas de producción.
Cuando se le deja funcionar libremente, el mercado garantiza con éxito que las demandas tenderán a igualar la oferta, y que los horizontes temporales de las inversiones serán compatibles con el ahorro disponible necesario para mantener y expandir la estructura del capital en el largo plazo.
Y cualquier tentativa de manipular ese arreglo – por ejemplo, por medio de la reducción artificial de los tipos de interés – inevitablemente generará ciclos económicos.
Conclusión.
El ahorro es vital para que exista un futuro mejor. Debe ser estimulado, y no el consumismo, el endeudamiento, el crédito subsidiado o el control de precios.
Ahorrar siempre es bueno. Si lo hacemos, eso significa que somos más pacientes y, consecuentemente, podemos generar procesos de producción más completos, de mayor duración, y con más etapas intermedias. Sin el ahorro, jamás habría sido posible el surgimiento de tractores, máquinas segadoras, excavadoras y, por encima de todo, ninguna de las innovaciones tecnológicas que hoy están revolucionando la manera como nos comunicamos, como Facebook, Twitter, Skype, Gmail, Instagram, SnapChat, etc.
Todas estas creaciones fueron posibles porque alguien, en algún momento, decidió ahorrar, y este ahorro fue dirigido a la inversión.