NO TIENE SENTIDO ESTIMULAR LA DEMANDA Y EL CONSUMO. EL PROBLEMA SIEMPRE ES LA PRODUCCIÓN
– Iván Carrino –
Chuck Noland está solo en una isla del Pacífico. Ya han pasado varios días desde el fatídico accidente aéreo que lo llevó hasta allí. Noland ya ha comprobado que está en una isla completamente desierta. Su única compañía es «Wilson», un balón de voleibol con un rostro pintado a mano por Noland para no sentirse solo.
En la película protagonizada por Tom Hanks, Noland trabaja para la empresa internacional FedEx. El avión en el que viajaba sufre un accidente grave y Noland va a parar a una isla desierta en medio del Océano Pacífico. Enfrentado a esta situación, este náufrago tiene que aprender a sobrevivir bajo las más adversas, imprevisibles y duras condiciones, afrontando las inclemencias de la naturaleza.
Más aún: tiene que ingeniárselas para encontrar alimentos y otros elementos de la naturaleza que le permitan construir un techo para abrigarse del frío de la noche y de la insolación del día. Nada surge por sí solo. Todo tiene que ser trabajado y producido.
Náufrago, estrenada a finales de 2000, recaudó 430 millones de dólares y fue un gran éxito comercial. No obstante, además de su éxito de taquilla, la película también suministra una lección básica de economía, lección que, curiosamente, muchos analistas y políticos ignoran completamente siempre que lanzan sus propuestas.
La lección de economía de nuestro héroe es que, para consumir algo, este algo tiene antes que ser producido. En la isla desierta, Chuck Noland tiene que comer. Para comer, antes tiene que pescar. Para pescar, tiene que aprender a pescar. Si no pesca, no habrá producido nada. Como resultado, no tendrá nada para consumir.
Si Noland dispusiera de un maletín lleno de dólares o de oro, no habría ninguna diferencia. Si Noland estuviera en compañía de otras personas, y todas ellas únicamente estuvieran pensando en cómo gastar ese dinero, no habría ninguna mejora en términos de bienestar. Ese maletín con dinero, por sí sólo, no tendría absolutamente ninguna capacidad para hacer surgir bienes y servicios. Éstos continuarían teniendo que ser trabajados y producidos.
Aunque está ambientada en una isla desierta, la película muestra una realidad exactamente igual a la de nuestro mundo: sólo conseguimos satisfacer nuestras necesidades si antes producimos algo.
Cuando vamos al supermercado, compramos provisiones que utilizaremos para cocinar. Sólo que, para que podamos hacer esas compras en el supermercado, tenemos que pagar la cuenta. Y, para poder pagar la cuenta, tenemos que tener una renta. Y, para tener esa renta, antes tuvimos que ofrecer un producto o servicio en el mercado.
En la economía de hoy, no hay consumo sin renta. Sin embargo, no hay renta si antes no hay producción.
Consecuentemente, es imposible estimular las compras en el supermercado, de manera continua, si antes los consumidores no han producido algo.
Igualmente, es imposible estimular las compras en el supermercado si los productores de alimentos no han producido primero esos alimentos que están siendo vendidos en el supermercado.
En el extremo, si el gobierno simplemente creara dinero y pagase a esos consumidores, el problema de la producción de alimentos continuaría intacto. ¿Quién irá a producir alimentos si el gobierno está dando dinero a las personas y esas personas no tienen que producir nada a cambio? El eventual productor de alimentos pasaría a ser un esclavo: él produce alimentos y, en cambio, no tiene nada para consumir, pues las otras personas no están produciendo nada. Sólo están consumiendo sus alimentos y no están ofreciendo a cambio ningún bien o servicio.
No es necesario enfatizar que esta política de estímulo al consumo generará inevitablemente carestía: muchas personas queriendo consumir, pocas personas produciendo efectivamente. Al final, hallamos sólo precios más altos y reducción total de la producción.
Por eso, llama la atención que políticos, analistas e incluso economistas aún insistan, con tanto énfasis, en la necesidad de «estimular el consumo».
La única manera sensata de estimular el consumo es aumentando la renta de las personas. Pero la renta de las personas sólo aumenta si aumentan su producción. O, como mínimo, si aumentan el valor agregado de esta producción.
Si yo vendo diez botellas de vino al mes y quiero tener «más dinero en el bolsillo», tendré sólo dos alternativas: o vendo más botellas de vino, o paso a producirlas de manera más eficiente (reduciendo costes), de manera que aumente mi beneficio líquido por cada botella vendida.
Si el gobierno estimula el consumo de la población facilitando el crédito para las personas (léase: aumentando el endeudamiento de las personas), la medida es claramente abortiva. ¿Cómo van esas personas – que no están aumentando su producción – a saldar esa deuda?
Si un individuo aumenta su endeudamiento, pero no aumenta su renta (o sea, su producción), no tiene forma de saldar esa deuda. (Si las personas estuvieran aumentando su producción, entonces, por definición, no necesitarían de crédito artificial para aumentar su consumo). En el cómputo final, ese endeudamiento no genera aumento de la producción.
Además del estímulo al endeudamiento, hay varios economistas que también defienden la idea de que el gobierno debe hacer una redistribución de renta para permitir el consumo de los más pobres. También en este caso el problema de la producción sigue impávido. Más aún: el propio consumo, por definición, no será estimulado.
Si el dinero es extraído de una parte de la población y distribuido a otra parte, eso no genera un aumento líquido del consumo. Juan podrá consumir más gracias a los 100 dólares que recibió del gobierno, pero Pedro consumirá menos porque ahora tiene 100 dólares menos a causa del aumento de los impuestos.
Lo más irónico de todo es que incluso estos economistas que quieren estimular el consumo por medio de la redistribución de la renta parten del principio de que ya hubo una producción previa. De lo contrario, no habría nada para ser consumido. Por lo tanto, hasta ellos entienden la teoría, sólo que no consiguen llevarla adelante hasta sus conclusiones inevitables.
Conclusión.
Quién defiende políticas de estímulo al consumo está queriendo comer un bollo sin antes haberlo producido.
Por definición, nunca hay un «problema de demanda». La demanda es algo que ocurre naturalmente; la demanda es intrínseca al ser humano. Desde el momento en que usted sale de la cama hasta el momento en que se va a dormir, usted está demandando cosas. Demandar cosas es el impulso más natural del ser humano. Es imposible vivir sin demandar. Por eso, la idea de que es necesario «estimular la demanda» es completamente ilógica. La demanda es algo que ocurre naturalmente por el simple hecho de ser humanos.
El problema no es y nunca fue «estimular la demanda». El gran problema siempre fue crear la oferta.
De nada sirve que haya demanda si no hay oferta.
Es exactamente la oferta lo que sacia la demanda. Y simplemente demandar algo no hará que aparezca, mágicamente, la oferta de este algo.
Para entender este principio básico ni siquiera es necesario leer tratados de economía. Sólo hay que ver el ejemplo de Chuck Noland en la película Náufrago y preguntarse a uno mismo: ¿hay allí un problema de demanda o de oferta? ¿Cómo puede el personaje aumentar su consumo? Si tuviera un maletín lleno de dinero, ¿podría aumentar su consumo?
He ahí el hecho incontrovertible: no es posible aumentar el consumo sin que haya antes un aumento de la producción. Y para que haya un aumento de la producción es necesario un ambiente que sea propicio a la producción. He aquí lo que estimularía una mayor producción en nuestra economía real: la reducción de la burocracia, la reducción de las regulaciones, la reducción de las incertidumbres generadas por el gobierno, la reducción de los impuestos, la reducción de los gastos públicos y, principalmente, un mayor ahorro.
Exactamente lo contrario de lo que proponen varios políticos demagogos y demás «especialistas» en el asunto.
*artículo cedido por el instituto Mises Brasil (versión portugués)