NO CONSIENTA EL ESTADO; SIMPLEMENTE, SEA SOBERANO
– Helio Beltrão –
La historia de la ética ha sido una historia de explotación. Los individuos, desde siempre, fueron separados en dos grupos: aquellos que deben siempre obedecer las reglas «éticas», y aquellos que están exentos de obedecerlas.
El pueblo debe cumplir la ética y la moral; los gobernantes, no.
La ética que yo y usted debemos obedecer correctamente defiende que no se puede robar la propiedad de terceros, no se puede matar inocentes y no se puede obligar alguien a hacer algo a la fuerza.
Sin embargo, tales reglas éticas no valen para el gobierno. El gobierno es la entidad que puede legalmente hacer todo aquello que correctamente se le prohíbe a los ciudadanos privados.
Aquello que para nosotros es secuestro, para el gobierno es «reclutamiento militar obligatorio». Aquello que para nosotros es robo, para el gobierno es «tributación». Aquello que para nosotros es privilegio para las grandes empresas, para el gobierno es «política industrial». Aquello que para nosotros es una clara destrucción del poder de compraventa de la moneda, para el estado es «política monetaria». Aquello que para nosotros es una clara restricción a la libertad de emprendimiento, para el estado es «regulación». Aquello que para nosotros es parasitismo, para el estado es «política de bienestar social». Aquello que para nosotros es una prisión injusta (ser encarcelado por haber ingerido o vendido una substancia no-aprobada), para el gobierno es «guerra contra las drogas».
Hace trescientos años, buena parte de la población de las Américas estaba formada por esclavos. El cien por cien de los frutos del trabajo de los esclavos era de propiedad de sus dueños. Hoy, legalmente no somos esclavos. Sin embargo, el 40% del resultado de su esfuerzo y talento no son suyos, sino de sus señores: los gobernantes y sus amigos. Eso es lo que el estado confisca directamente de su fuente de renta y lo que usted paga, quiera o no, incluido en los precios de los productos y también en la forma de tasas y «contribuciones».
O sea, quizá no seamos esclavos, pero aún somos siervos.
Antes, si los esclavos se negaban a trabajar, sus dueños les amenazaban con el látigo. Hoy, si usted se resiste a entregar al gobierno casi la mitad de su renta, será amenazado con juicios y procesos, pudiendo tener sus activos confiscados y su cuenta bancaria congelada, hasta finalmente ser detenido. Y, si usted ofrece resistencia a esa detención, podrá ser asesinado.
En todos los casos, la violencia es del mismo tipo. Del mismo modo que como lo hace un ladrón callejero, el arma ni necesita ser mostrada. La simple amenaza basta. Pero el arma está ahí, en el bolsillo del ladrón, y en la maleta del gobernante.
Aunque esté sancionado por la mayoría, el robo o la esclavitud continúan siendo crímenes. Extrañamente, la mayoría acepta y justifica este robo del gobierno, por el gobierno y para el gobierno (y sus amigos). ¿Por qué?
Es importante analizar el concepto más tergiversado hoy día: el concepto de democracia.
Existe cierta falta de respeto a la semántica cuando nos referimos a la «democracia». La mayor parte de nosotros usa la expresión «democracia» cuando en realidad quiere referirse a otros conceptos, como «estado de derecho», «igualdad ante la ley, «libertad, «derechos individuales», «instituciones fuertes», «justicia», y otros conceptos que poseen palabras específicas para designarlos.
Democracia es formalmente el régimen de voto de la mayoría, o sea, la mayoría entre los votantes decide lo que el gobierno debe hacer. O, como se acostumbra decir, la tirania de la mayoría – que, en la práctica, es la tiranía de la minoría: la minoría de políticos que mandan en nuestras vidas y en nuestra propiedad.
Esa mezcla de significados tiene consecuencias prácticas, no sólo de semántica, sino especialmente en el mundo real.
Cuando se dice que hay «democracia», es común creer que somos «nuestros propios gobernantes». La verdad, sin embargo, es que continúa habiendo soberanos de un lado y ciudadanos-súbditos del otro. El concepto de democracia es usado para ofuscar y confundir, de forma a hacernos creer que hay igualdad entre todos.
Pero aunque estemos ofuscados por este juego de espejos, ¿por qué sufrimos tanto en las manos de esos soberanos-gobernantes, cuando nosotros somos muchos y ellos son pocos? ¿Por qué aceptamos la creencia de que nuestros soberanos-gobernantes son justos y bondadosos, cuando tenemos evidencias de lo contrario todos los días, y en todos los lugares? ¿Por qué permitimos tantos abusos a la libertad y propiedad cuando lo que ellos poseen es solamente aquellos que nosotros les otorgamos? ¿Por qué dejamos que nos traten como ganado?
Dado que nuestros soberanos-gobernantes son mucho menos numerosos que nosotros, es evidente que, para reconquistar nuestros derechos, no es necesario levantarse en armas; no es necesario hacer manifestaciones, y tampoco es necesario votar. Pues en un duelo frente a frente de muchos contra pocos, en el cual los numerosos luchan por el gran premio que es la libertad, mientras que los pocos luchan sólo por la posibilidad de esclavizar al enemigo, es probable que ni siquiera sean necesarios disparos para que los numerosos sean declarados vencedores.
Llegamos, por lo tanto, a la paradójica conclusión de que solamente no retomamos nuestros derechos porque no queremos; porque apoyamos, implícita o explícitamente, la tiranía de los soberanos-gobernantes.
La famosa película Matrix ilustra lo que quiero decir. En un futuro distópico, los seres humanos están esclavizados por máquinas y, aunque permanezcan en un sueño hipnótico, suministrando energía para las máquinas, se les hace creer que llevan una vida normal. La ilusión es virtualmente perfecta – los individuos realmente creen que están andando libres por las calles, o comiendo un delicioso bistec – pero es sólo una realidad virtual, llamada Matrix, que las máquinas producen a través de estímulos en los cerebros de los seres humanos. Las máquinas, que fueron creadas para servir, se volvieron contra los seres humanos y los esclavizaron.
En la película, algunos individuos – aquellos que toman la píldora roja – consiguen ver la realidad como es: que Matrix es de hecho una prisión, fruto de una ilusión bien planeada, y que sus cuerpos están en cautiverio sin que se den cuenta. Aun así, incluso aquellos que tomaron la píldora roja no escapan de las amarras de la realidad virtual. Algunos no quieren reflexionar sobre lo que pasa; otros saben que viven una ilusión, y racionalizan su situación – juzgan que es difícil cambiar las cosas, que siempre fue así, y prefieren vivir en el confort de la esclavitud.
Pero, como hemos dicho, no es necesario quitarles nada a los tiranos – sólo es necesario dejar de darles aquello que es nuestro. En la película, eso es equivalente a querer despertar del sueño hipnótico, romper los hilos eléctricos que alimentan el cerebro con Matrix, y salir caminando, libre.
Más allá de las películas de Hollywood, es más simple de lo que se imagina acabar con la servidumbre. Basta tener la conciencia de que nadie puede mandar en su vida, bajo disculpa o argumento alguno, sin su consentimiento; con o sin juego de espejos. Basta reconocer que nadie sabe mejor que usted lo que es mejor para usted mismo. Basta reconocer que no hay autoridad alguna por encima de usted – que usted no tiene ningún dueño, y que, por lo tanto, no debe pagar tributos para obtener su tranquilidad o libertad. Y cuando haya ese reconocimiento, usted se dirá a sí mismo: ¡yo soy soberano!
En Matrix, ese momento de soberanía se da en una escena, en la realidad virtual, en la cual disparan incontables armas contra Neo. Él mira las armas y percibe que la violencia explicitada no tiene eficacia sin su consentimiento – las balas se disuelven en ceros y unos. Neo coge en el aire una de las balas virtuales y todo el aparato del enemigo se vuelve impotente.
La tiranía cesa cuando dejamos de apoyar voluntariamente nuestra propia servidumbre.
No es necesario cambiar el mundo o crear un país de soberanos individuales. Lo que importa – y lo que se puede hacer ahora – es: vivir como soberanos, estando próximo a aquellos que lo respetan como tal, y alejándose de los manipuladores y de aquellos que quieren parasitar en su energía, talento y virtudes. La libertad puede, en gran medida, ser alcanzada en nuestras vidas, aunque no consigamos extinguir la servidumbre estatal.
Si usted se muestra soberano en sus relaciones personales, estará contribuyendo a su propia felicidad y también a la transmisión del concepto de soberanía individual. Esa cadena del bien es la única que podrá abolir la cadena del mal.
Artículo cedido por el Instituto Mises Brasil (versión portugués)