1. Introducción.

  Resulta muy común escuchar que el mercado es el responsable por muchas de las desgracias humanas. Esa es una condena infundada, pues, en nuestra era moderna, en ningún periodo de tiempo y en ningún país, el mercado existió de forma libre. Entonces, ¿cómo se puede condenarlo? Es posible que esas condenas existan por una revuelta contra la razón, ya que no hay comprensión de lo que realmente sea el mercado y los beneficios que trae consigo. Y, para ese esclarecimiento, es necesario comenzar con una pregunta elemental: ¿qué es la economía de mercado?

  La economía de mercado es el sistema social basado en la división del trabajo y en la propiedad privada de los medios de producción. Todos actúan por cuenta propia; pero las acciones de cada uno buscan satisfacer tanto sus propias necesidades como también las necesidades de otras personas. Al actuar, todos sirven a sus conciudadanos. Por otro lado, todos son por ellos servidos. Cada uno es a la vez un medio y un fin; un fin último en sí mismo y un medio para que otras personas puedan alcanzar sus propios fines. (Mises, 1990, p. 360).

  1. Aparición y evolución del mercado.

  En su vida primitiva, el hombre era nómada y vivía de la caza y la recolección – o sea, sus acciones intentaban hacer frente en el presente a la incertidumbre y los peligros que rondaban su vida (predadores, escasez de alimentos, clima, etc.) Producía artículos necesarios para la autosuficiencia, como vestimenta y herramientas primitivas de caza, que estaban muy conectados a los propios creadores en la medida en que eran prácticamente los únicos que podían o sabían utilizarlos. Serían una especie de artículos en extensión del propio cuerpo. Bajo ese aspecto, había el reconocimiento (aunque de forma primitiva) de una institución anterior a los intercambios: la propiedad privada.

  Así, desde el momento en que los grupos humanos comenzaron no solamente a reconocer, sino también a respetar esa institución de la propiedad privada, cada individuo pudo comenzar a gestionar aquellos bienes que se encontraban bajo su dominio. O sea, surgió la idea de que el hombre tenía un dominio sobre las cosas que le pertenecían y que, por lo tanto, podía disfrutar de ellas tanto directamente como transmitirlas, recibiendo a cambio otras cosas de sus legítimos dueños. Pero para eso era necesario un mecanismo para conectar su mundo interior y subjetivo a un mundo exterior y objetivo.

  La conexión entre el mundo interior, individual y subjetivo de cada sujeto se daba cuando encontrara un ambiente libre para manifestar su deseo por algo, así como de manifestar su oferta de algo que alguien pudiera querer. Los bienes y servicios eran intercambiados al principio de forma directa, según valoraciones no iguales, sino inversas entre los negociantes. Ese comportamiento demostró al hombre primitivo que, al actuar de esa forma, reduciría sus incertidumbres como recolector y cazador.

  Así, comenzó a pensar no sólo en el presente, sino también en el futuro, ya que la reducción de la incertidumbre le aumentaba el horizonte temporal (aunque sólo intuitivamente). De ese modo, pasó a emprender y a producir tanto bienes de uso directo, como también a especializarse en la producción de bienes o de partes de bienes que otros pudieran usar (cómo, por ejemplo, una pieza para una arma de caza rudimentaria y no el arma entera para uso propio) e intercambiarlos en el mercado.

  Surgía, así, una institución (esquema pautado de comportamiento que se crea de forma espontánea) basada en el reconocimiento de la propiedad privada, en la división del trabajo y en la actividad empresarial fruto de la innata capacidad creativa del ser humano – o sea, surgió el mercado. Más tarde y en virtud de él se creó otra institución: el dinero.

  El mercado, por lo tanto, pasó a ser un proceso más eficiente para el ser humano de alcanzar fines individuales; más eficiente en relación a su vida autosuficiente. Se asentó a través del hábito, con miles y miles de interacciones humanas complejas y con fines distintos. Por generar constantemente nuevos fines, en virtud de las nuevas informaciones y conocimiento producidos en el transcurrir del tiempo, el mercado se convierte en un proceso ad infinitum. Permaneció a lo largo del tiempo como un proceso incomprensible al ser humano, que no obstante se beneficiaba de él.

  1. ¿El mercado, entonces, es eficiente?

  El mercado es dinámicamente eficiente a lo largo del tiempo y tiende al equilibrio sin alcanzarlo (el tiempo es un factor crucial a ser considerado en la ciencia económica, pues siendo un elemento presente en nuestras vidas y autoevidente, es un grave error no tenerlo como fundamento en cualquier teoría económica). El ejercicio de la función empresarial descubre descoordinaciones en el mercado (desajuste entre demanda y oferta de bienes y servicios) y actúa de forma coordinadora, transformándolas en beneficio empresarial. De esa forma se promueve la creación de riqueza y prosperidad general.

  No se debe olvidar que, históricamente, el argumento a favor del libre mercado nunca se basó en situaciones de mercado en equilibrio, sino en su capacidad de resolver situaciones de descoordinación. En ese sentido, ese concepto dinámico de mercado como proceso y no como una situación estática es inmune al ataque de los intervencionistas que sostienen la existencia de fallos de mercado, donde su argumento consiste en arbitrar un modelo de equilibrio atemporal y considerar todo lo que esté fuera de ese equilibrio como un fallo de mercado. Queda evidente su inconsistencia por dos motivos: la arbitrariedad y la atemporalidad, eso sin considerar la premisa falsa de la información perfecta (pues simplemente no podemos gestionar la totalidad de las informaciones y el conocimiento disperso en la sociedad, necesarios para planificarla).

  Tenemos, entonces, de un lado el mercado como institución: las personas en sí con sus interacciones sociales con el objetivo de atender a sus distintos fines mediante la cooperación social, cada día coordinando y descubriendo formas de atenuar la descoordinación. De otro, organizaciones que intervienen en el mercado y desvirtúan su principal característica, que es, justamente, la capacidad de adaptarse a situaciones de constantes cambios.

  Así, cualquier intervención coercitiva en el mercado se traduce en un daño a ese arreglo espontáneo y eficiente, pues obstruye la actividad empresarial y sus efectos positivos.

  1. Conclusión.

  Sociedad y mercado son instituciones íntimamente relacionadas. No son instituciones estáticas, sino dinámicas, un proceso que resulta en la unión entre las personas y grupos por medio de la relación comercial, con mayores oportunidades de supervivencia en relación a la autosuficiencia, un mayor grado de bienestar, además de generar seguridad y paz social (en virtud de las anteriores).

  Esa es la razón por la que se vive en sociedad: atender de forma más eficiente nuestras necesidades humanas; de forma más eficiente que si viviéramos de forma autosuficiente. El concepto de sociedad, consecuentemente, acaba por ser semejante al de mercado:

  La sociedad es la consecuencia del comportamiento intencional y consciente. Eso no significa que los individuos hayan firmado contratos por medio de los cuales se habría formado la sociedad. Las acciones que dieron origen a la cooperación social, y que diariamente se renuevan, buscaban sólo la cooperación y la ayuda mutua, a fin de alcanzar objetivos específicos e individuales. Ese complejo de relaciones mutuas creado por tales acciones concertadas es lo que se denomina sociedad. Sustituye, por la colaboración, a una existencia aislada – aunque sólo imaginable – de individuos. Sociedad es división de trabajo y combinación de esfuerzos. (Mises, 1990, p. 201).

  En sentido amplio, incluyente, el mercado es la propia sociedad, si fuera considerado como un proceso de tipo espontáneo, de interacciones humanas muy complejas, moldeadas por precios monetarios y movidas por la función empresarial. (HUERTA DE SOTO, 2004, p. 84).

  Por tanto, la intervención en el mercado está infundada y resulta perjudicial al propio mercado y a la sociedad, causando grave daño a su eficiencia. La política gubernamental (inflación, impuestos, control de precios, subsidios, leyes de regulación de la competencia, incentivos o prohibiciones de consumo etc.), por ejemplo, impide que el propio mercado ejecute eficazmente los ajustes y coordinaciones necesarios. Por lo tanto, el origen de las desgracias humanas supuestamente debidas al libre mercado, no provienen de él, sino de la intervención en su espontáneo y eficiente funcionamiento.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

BOETTKE, P. What Happened to «Efficient Markets»? The Independent Review, v. 14, n. 3, Winter 2010.

HAYEK, F. La fatal arrogancia. 3.ed. Madrid: Unión Editorial, 2010.

HUERTA DE SOTO, J. Estudios de economía política. 2.ed. Madrid: Unión Editorial, 2004.

Socialismo, cálculo económico y función empresarial. 4.ed. Madrid: Unión Editorial, 2010.

MESSEGUER, C. La teoría evolutiva de las instituciones. 2.ed. Madrid: Unión Editorial, 2009.

MISES, L.; Ação Humana: um tratado de economia; 3.ed. Rio de Janeiro: Instituto Liberal. 1990.