MALDITOS HÉROES GANDULES

  Desde pequeño tuve claro al entrar por primera vez en la oscuridad de la sala de un cine, con una expectación mezclada con asombro y temor, que allí iba a contemplar grandes prodigios y aventuras.

  Y desde el principio sentí una admiración casi incondicional por los héroes que las protagonizaban. Y era casi incondicional porque, aunque yo quería que el héroe triunfase, también exigía con sadismo inflexible que sufriese como un perro.

  Yo intuía que el destino del héroe no podía conseguirse impunemente: si un héroe no se tomaba la molestia de padecer en su ánimo innumerables trabajos para regresar a Ítaca yo no me iba a tomar la molestia de averiguar que se había marchado. Si el héroe no trabajaba para incrementar su destreza esperaba sinceramente que alguien le mostrase la cortesía de señalarle su error acabando con su vida. Por eso me gustaban las películas donde se veía el entrenamiento del héroe. Recuerdo contemplar con sonrisa de fanático el aprendizaje de Conan el Bárbaro (John Millius, 1982) desde que lo encadenan a la Rueda del Dolor hasta que acaba dominando la disciplina del acero. O cómo el señor Miyagi consigue que el enclenque Daniel San internalice técnicas marciales haciéndole repetir una y otra vez los mismos movimientos mientras encera coches y pinta vallas.

  Como dice la sabiduría popular al que algo quiere algo le cuesta. Por eso me parece una tendencia deplorable en determinadas películas la glorificación del gandul con superpoderes: en Lucy (Luc Besson, 2014) el personaje de Scarlett Johansson adquiere unas capacidades extraordinarias después de que reviente en sus entrañas un paquete con una droga sintética que transportaba en el interior de su cuerpo. En Sin Límites (Neil Burger, 2011) Bradley Cooper interpreta a un escritor fracasado que, tras un encuentro casual, consigue acceso a unas pastillas que liberan su potencial y le permiten escribir libros, aprender idiomas y ganar millones en bolsa sin esfuerzo. Y en Matrix (hermanos Wachowski, 1999) el héroe se toma una pastilla para acceder a una realidad oculta y aprende artes marciales descargándolas en el cerebro como quien se baja una aplicación para el móvil.

  Los protagonistas de estas películas me caen rematadamente mal, me recuerdan a los anuncios que ofrecen productos para adelgazar mientras comes hamburguesas sentado en un sofá. La idea de que alguien puede adquirir habilidades extraordinarias tomando una pastilla refleja una mentalidad profundamente errada y decadente, como si alguien pensara  “¡qué demonios! existe una pastilla con la que puedo tener una erección de cuatro horas, ahora exijo una píldora que me permita pintar la Capilla Sixtina en un fin de semana”

  Lo cierto es que para destacar en cualquier actividad hace falta concentración, motivación, determinación y perseverancia y es necesario practicar sin descanso. En Fueras de Serie Malcolm Gladwell popularizó la idea de que para convertirse en un virtuoso en cualquier disciplina es necesario dedicarle como mínimo 10.000 horas de intensa y concentrada práctica. En El Arco iris de Feynman Leonard Mlodinow nos narra sus conversaciones sobre el proceso creativo de la investigación científica con uno de los más grandes físicos del siglo XX. Según Feynman “un trabajo de científico consiste en actividades normales de los seres humanos llevadas a un extremo, de una forma muy exagerada. La gente corriente no piensa en el mismo problema tan a menudo como lo hago yo, todos los días. Sólo los idiotas como yo lo hacen.”  Y el mismo Sherlock Holmes, que en la imaginación popular evoca la figura de un prodigio intelectual  innato debe gran parte de sus habilidades a numerosas horas de dedicación y de práctica. En Estudio en Escarlata le explica a Watson que “a semejanza de otros oficios la Ciencia de la Deducción y el Análisis exige en su ejecutante un estudio prolongado y paciente”

  Por eso, si alguna vez quiero ver una película donde el protagonista sea un gandul heroico, prefiero a un vago honesto e hilarante como El Nota del Gran Lebowski(hermanos Coen, 1998) cuyo estricto régimen de drogas no le confiere más superpoderes que una extrema confusión y un uso excelente del plural mayestático. Pero si quiero ver a un héroe realizando grandes hazañas le seguiré exigiendo siempre que haya pasado antes por un aprendizaje en la agonía encadenado a la Rueda del Dolor.