LOS PROBLEMAS DE LA SANIDAD PÚBLICA: EL GASTO (II) 

    – Ignacio Almará –  

  El gasto per cápita anual de la sanidad pública en el año 2010 era de unos 1.500 euros. Si observamos este dato de forma aislada nos puede llegar a llamar la atención, sobre todo si formamos parte de un grupo poblacional que todavía no ha necesitado servicios médicos de forma rutinaria. Sin embargo, si lo comparamos con el mismo gasto en el año 2001 saltan todas las alarmas. En el año 2001 el gasto público per cápita en sanidad era de 825 euros, algo más de la mitad que en el año 2010.

  A pesar de que esta tendencia se ha ido frenando en los últimos años, el hecho de que en menos de diez años se duplique el gasto destinado a la sanidad debe preocuparnos y más aún cuando la duplicación del gasto no ha traído consigo la resolución de los problemas típicos de la sanidad pública como son la ineficiencia y la saturación de los servicios.

  ¿Cuál es la razón de que el gasto se dispare de esta forma indiscriminada?

  La respuesta más intuitiva es la demanda.

  Uno de los factores determinantes de que se produzca un incremento en el gasto de forma perpetua y creciente es la naturaleza de la demanda de estos servicios en España. Al no tener que ser pagados de forma directa, sino que se financian a través de impuestos, el usuario demanda cada vez más sin realmente importar qué gasto suponga esto para nadie, ni siquiera para él mismo.

  Como el usuario es insensible al coste, ya que no es él quien lo paga directamente, como presumiblemente ocurriría en un sistema de libre mercado, la demanda se dispara, no solo a través de la asistencia del usuario, sino a través del comportamiento de los médicos, que son quienes en realidad llevan a cabo las peticiones de servicios intermedios, ya sean diagnósticos o terapéuticos. Tenemos así dos orígenes de la demanda distintos.

  Tenemos, por un lado, que, de forma directa, los usuarios demandan muchos más servicios de los que presumiblemente demandarían de tener que ser ellos los que de forma directa desembolsasen el dinero necesario para la contratación del servicio. Esto es fácilmente observable en cualquier servicio de urgencias o centro de salud, donde se pueden llegar a ver visitas por chicles en el pelo o tos de un día. Esto no quiere decir que estos servicios no fueran demandados en estas situaciones si los servicios fueran privados, pero timológicamente podemos saber que comúnmente no son motivos de visita al médico y que esta se produce en este caso dado que es “gratuita”. Este ejemplo no es más que una caricatura de lo que realmente ocurre, un gran número de visitas y demandas asistenciales no se realizarían de tener que desembolsar un dinero de forma directa.

  La otra fuente de demanda la tenemos por parte de los médicos. La industria médica actual tiene la estructura típica de un servicio de expertos, como el de un abogado o una consultoría. En estos modelos los servicios son prestados por grupos de expertos que de forma artesanal van resolviendo el problema en cuestión, siendo ellos los que, en base a sus necesidades con vistas a resolver los casos, demandan una serie de servicios intermedios como resonancias magnéticas o análisis. En última instancia, son los médicos los que llevan a cabo la demanda de los servicios diagnósticos y terapéuticos, ya que son ellos los que, en este modelo, pueden hacerlo.

  También en este caso, al trabajar “ciegos” a los precios y costes, llevan a cabo una demanda indiscriminada de servicios intermedios, demandando en un gran número de casos servicios “de más”. No solo no existe motivación para regular el gasto sino todo lo contrario, la presión de tener que resolver el caso y a su vez la insensibilidad a los costes los lleva a gastar todo lo que puedan con el fin de resolver un caso concreto. Esta situación de ineficiencia no es en absoluto culpa de los médicos, los cuales quieren cumplir con su trabajo de la mejor manera posible, sino que viene perfilada por la suma de los dos factores comentados anteriormente, por un lado, la presión de resolver el caso y por otro lado la insensibilidad al gasto.

  Estos serían los dos determinantes de la demanda más fácilmente observables en la superficie. Son generalmente reconocidos por cualquiera que se haya asomado a analizar los determinantes del gasto sanitario e incluso son fácilmente atisbados por los mismos trabajadores de los servicios de salud.

  Sin embargo, hay otros dos que son mucho menos conocidos, uno de ellos es la propia naturaleza política del reparto de recursos y el otro la completa desestructuración de la demanda en forma vertical en toda la estructura de producción de los bienes y servicios médicos.

  Dada la complejidad de estas dos fuentes de demanda dejaremos su análisis para el próximo artículo de esta serie. Pasando ahora a resumir brevemente las conclusiones que podemos sacar de lo hasta ahora expuesto.

  La primera de ellas es que la tendencia al aumento del gasto se explica fácilmente por la propia naturaleza de la demanda de los servicios. Se trata de una demanda completamente artificial, generada por la ceguera ante el verdadero gasto de la sanidad. Como es evidente, el servicio es percibido como gratuito y por lo tanto el valor de aquello a lo que tienen que renunciar con el fin de obtener el servicio es, al menos en apariencia, nulo.

  Por otra parte, el gasto se dispara también por la demanda de servicios intermedios de forma indiscriminada por parte de los médicos, quienes son los que realmente demandan los servicios hospitalarios una vez se ha producido la primera visita por parte del paciente.

  Esto es una consecuencia más de la inexistencia de precios. En este caso, los usuarios y los trabajadores no conocen los costes de la asistencia y demandan muchos más recursos de los que podemos suponer que verdaderamente demandarían en un sistema en el que los pagos se realizaran de forma directa.