LOS PROBLEMAS DE LA SANIDAD PÚBLICA: EL GASTO (I)
– Ignacio Almará –
Se ha hecho muy popular la opinión de que un aumento presupuestario en materia sanitaria conlleva de forma matemática la mejora de las condiciones del sistema público de salud. Esta conclusión puede estar fundamentada en la pérdida de servicios que ha sido evidente en muchos hospitales y que se achaca comúnmente a los recortes presupuestarios.
El razonamiento habitualmente empleado afirma que la pérdida de servicios o la disminución en el ritmo de crecimiento de éstos, lleva a una pérdida de calidad y una reducción en la oferta de servicios sanitarios, por lo que muchas menos personas pueden ser atendidas, aumentando de esta forma las tan temidas listas de espera. En última instancia, es la reducción del gasto lo que nos lleva a tan caótica situación. La conclusión se muestra evidente, el aumento del gasto mejora la calidad y la cantidad del servicio sanitario.
Esta conclusión es cierta solo en apariencia, ya que si analizamos esta cuestión con algo más de profundidad podremos empezar a ver que las premisas empleadas en este razonamiento son completamente falsas.
La pérdida de calidad.
La pérdida de calidad es una de las consecuencias más temidas de los recortes presupuestarios, pero ¿a qué nos referimos al hablar de calidad? La respuesta clásica sería hablar de indicadores sanitarios tales como la mortalidad infantil, la esperanza de vida, la eficacia en el tratamiento de enfermedades cardiovasculares agudas o la demora o prontitud en los servicios de urgencias. Sin embargo, estamos en riesgo de caer en un error si confundimos estas medidas objetivas de calidad con lo que normalmente se entiende por calidad desde el punto de vista del consumidor.
Las medidas de calidad son una herramienta comúnmente usada en la producción industrial, ya que cuando se ha de producir un producto concreto se lo debe hacer conforme a una serie de características que se correspondan con el proyectado producto final. Esto es, por ejemplo, que en una producción de galletas estas sean producidas con un tiempo determinado de cocción, tengan la cantidad de azúcar correcta, la forma que se supone que deben tener y la ausencia de materiales contaminantes.
Este tipo de medidas de calidad pueden medirse de forma objetiva ya que se tiene un producto final objetivo y las características físicas que se deben conseguir. La adecuación de estas características a las del producto final nos indica su calidad en cuanto a la cercanía con el final, asumiendo que este último es el referente. Si se produce una alteración la calidad baja.
Sin embargo, desde el punto de vista del consumidor la calidad no depende de la exacta cantidad de azúcar o del tiempo de cocción concreto para desarrollar unas galletas. Desde el punto de vista del consumidor la calidad es una apreciación plenamente subjetiva, que depende de la adecuación del servicio o producto a sus preferencias personales.
Al hablar de calidad en los servicios también nos referimos a apreciaciones subjetivas basadas en experiencias personales. En cuanto al tiempo de espera aceptable en un bar, no existe una tabla predeterminada de tiempos, según la cual juzguemos la atención recibida. De la misma forma no disponemos de ninguna medida que nos permita juzgar la intensidad de la sonrisa del camarero o la calidez del trato del que nos recibe en la puerta. Sin embargo, sabemos apreciar subjetivamente cuándo hay calidad en estos factores y cuándo no.
Lo importante es que en el caso del bar es el consumidor el que juzga de forma subjetiva la calidad del servicio. Esto significa que el juicio se origina en la mente del consumidor de acuerdo con sus preferencias personales, en base a esto el consumidor es capaz de modificar la oferta de servicios existentes en la sociedad a través de la acción de elegir contratar un servicio o no hacerlo. La apreciación subjetiva de la calidad, entre otros factores, lleva a la adecuación de la oferta a sus intereses.
En el caso de la fábrica de galletas la calidad hace referencia a una serie de características objetivables que se imponen, por parte de los productores, a fin de conseguir un producto concreto. Debemos caer en la cuenta de que el producto final no se elige de forma arbitraria por el productor, sino que este viene determinado por los juicios de preferencia del consumidor final del producto, tiene por tanto un principio de apreciación subjetiva. Pero en este caso nos referimos solo a las medidas de calidad industrial objetivas del proceso de producción.
El peligro lo corremos cuando confundimos las dos consideraciones con las que podemos emplear esta palabra en el contexto de los bienes y servicios. Cuando nos referimos a calidad de los servicios sanitarios y empleamos medidas objetivas estamos hablando de calidad en un sentido de producción del servicio. La calidad en este caso es la adecuación objetiva del servicio a unas ciertas características mensurables establecidas por los productores. Esto se aleja mucho de lo que normalmente entendemos como calidad al hablar de un servicio, lo cual explicamos al hablar del bar.
Cuando hablamos en un sentido industrial de la calidad del servicio sanitario lo estamos haciendo desde los ojos del productor, en el caso de la sanidad, de los burócratas que se encargan de tomar las decisiones. Pero esta calidad no tiene nada que ver con las apreciaciones subjetivas de la gente que utiliza estos servicios. Este concepto es plenamente vertical, la calidad del servicio viene definida de antemano y el usuario no puede hacer más que aceptarla. Es de hecho tratado como un número más y no como fin de la asistencia, ya que su opinión no es tenida en cuenta ni modificará futuras decisiones.
Mientras que con los bares o las galletas el producto final se determina en base a las preferencias de los consumidores, en el sistema público de salud son las preferencias de los burócratas los que determinan cómo debe ser el servicio en todos los niveles. Pudiendo ser calificado como servicio si se considera que sirve únicamente a los intereses del gobernante.
Si volvemos al problema del gasto en relación con la caída de la calidad es muy probable que una disminución de los presupuestos lleve a una caída en los parámetros objetivos, de la misma manera que en la fábrica, una reducción de los bienes de capital llevará a una producción más lenta o con menor calidad objetiva. Pero no deberíamos por esto decir que se produce una caída en la calidad de los servicios. Solo podremos decir que se produce una caída en la calidad de los servicios cuando se produce una pérdida de intensidad en la apreciación subjetiva del servicio recibido y esta tarea es hoy en día imposible, ya que no disponemos en este sector de la herramienta fundamental que nos permite saber las apreciaciones de los consumidores, esto es, el cálculo económico. Además, estas características que nosotros juzgamos subjetivamente no dependen muchas veces del aumento del gasto. El mejor trato, la calidad informativa del médico o la delicadeza de las enfermeras no depende del gasto empleado en sanidad.
Cabe destacar que en este caso la apreciación de la calidad es artificial ya que los servicios prestados y la forma de organizarlos siguen un esquema vertical, no pensado para la mayor satisfacción de los clientes, sino para mayor eficiencia de los que suministran el servicio y los burócratas. Por eso debemos tener cuidado al hablar de calidad, incluso subjetiva, en este caso.
Con este artículo damos comienzo a una serie que analizará los problemas más populares de la sanidad pública en España. En el próximo capítulo analizaremos por qué un aumento de gasto, o una reducción de este, van a tener, en términos industriales, el mismo efecto sobre las necesidades de los usuarios del sistema.