LOS IMPUESTOS NO SON MÁS QUE EL ROBO LEGAL

 

    – Diversos autores-   

 

  El jurista americano Oliver Wendell Holmes solía decir que «los impuestos son el precio que pagamos por la civilización». Los defensores del estado son adeptos inflexibles a esta máxima.

  La frase, sin embargo, está equivocada. Más aún: es contradictoria.

  Sería mucho más correcto decir que los impuestos son el precio que pagamos por la incivilidad. En la mejor y más benéfica de las hipótesis, pagamos impuestos para financiar servicios de seguridad que nos protegen de la delincuencia de agresores. O sea, pagamos impuestos a causa de la incivilidad de los criminales.

  Pero eso, repitiendo, en la mejor de las hipótesis. Lo que realmente ocurre en la práctica es que pagamos impuestos, principalmente, para proveer los salarios de los políticos, los burócratas, los funcionarios públicos y para alimentar el parasitismo de lobbys y grupos de interés que, a causa de sus buenas relaciones con los políticos, obtienen acceso irrestricto al presupuesto del gobierno por medio de contratos de obras públicas, subsidios, préstamos subsidiados y creación de reglamentaciones que les beneficien y perjudiquen a la competencia.

  O sea, pagamos impuestos para que ese dinero sea transferido a funcionarios del estado y a grupos de interés muy bien organizados – los cuales obtienen ese dinero a cambio de la propina que pagan a los políticos.

  Eso significa que, en el mundo real, pagamos impuestos para sufragar la incivilidad de aquellos que desean vivir parasíticamente de la extracción de la renta de los ciudadanos. Y todo bajo las bendiciones de la autoridad estatal.

  La regresión histórica muestra que no tiene sentido defender los impuestos.

  Los defensores de la existencia de impuestos dicen que los impuestos son justificables porque la infraestructura de la sociedad, suministrada mayoritariamente por el gobierno, permite todas nuestras ganancias. La senadora americana Elizabeth Warren, del ala más izquierdista del Partido Demócrata, provocó mucho barullo cuando, en su campaña electoral, dijo lo siguiente:

Nadie en este país se ha enriquecido por cuenta propia. ¡Nadie! ¿Usted construyó una fábrica? Bien por usted, pero seré bien clara: usted transportó sus bienes para el mercado utilizando carreteras que fueron construidas por nosotros. Usted contrató trabajadores que fueron educados por nosotros. Usted se sintió seguro en su fábrica a causa de la policía y de los bomberos pagados por nosotros. Usted no tuvo que preocuparse por los saqueadores y las bandas de asaltantes que podrían invadir su fábrica y saquear todo. Usted no tuvo que contratar a alguien para protegerle de estos espoliadores, pues nosotros suministramos el servicio.

  ¿Ha percibido el desliz? Ella dijo que, si el gobierno no suministrara seguridad pública para la fábrica, el propietario tendría que «contratar a alguien para protegerlo» de espoliadores, saqueadores y asaltantes. Y en eso tiene razón. Pero lo que ella no dijo es el hecho de que el dinero del propietario de esta fábrica ya fue confiscado por el gobierno para pagar por la policía. Siendo así, ¿por qué debería el propietario dispensar el servicio de la policía – por el cual fue forzado a pagar – y encima contratar seguridad privada?

  (Sí, en el mundo real, sabemos que tendría que hacer eso exactamente porque el servicio estatal suministrado por la policía es pésimo para garantizar la seguridad de la propiedad. La mayoría de las empresas, de hecho, tiene que gastar para contratar seguridad privada además de todo lo que ya gasta con la policía estatal «pagada por nosotros»).

  De la misma manera, el dinero para la construcción de las carreteras y para la educación de la mano de obra también fue confiscado de este propietario. ¿Por qué entonces no puede usar las carreteras y la mano de obra de esas personas? Él mismo ya pagó por ellas.

  Y este es exactamente el punto esencial: ¿qué vino primero, el gobierno o la riqueza?

  Por motivos obvios, una empresa tiene que tener dinero para poder ser tributada. Si no tiene dinero, no hay forma de que tribute. Y para ganar dinero, tiene que haber producido riqueza. Hasta tiene sentido decir que, dado que la infraestructura ya existe, ayuda a las personas a ganar dinero. Y realmente ayuda. Pero el hecho es que toda la infraestructura existente fue pagada por la riqueza privada, la cual fue confiscada por el gobierno que la utilizó entonces para construir las carreteras.

  Simplemente retroceda un poco en la historia: los primeros pagadores de impuestos eran agricultores cuyos territorios fueron invadidos por nómadas que pastoreaban su ganado. Esos invasores nómadas forzaron a los agricultores a pagarles una parte de su renta a cambio de «protección». El agricultor que no se sometiera era asesinado.

  Los nómadas percibieron que era mucho más interesante y confortable cobrar una tasa de protección en vez de matar al agricultor y asumir sus posesiones. Cobrando una tasa, obtenían lo que necesitaban. Si mataran a los agricultores, tendrían que gestionar por cuenta propia toda la producción de la hacienda.

  A partir de ahí entendieron que, si no asesinaban a todos los agricultores que encontraran por el camino, podrían hacer de esta práctica un modo de vida.

  Así nació el gobierno.

  No asesinar personas fue el primer servicio que el gobierno suministró. ¡Qué suerte tenemos de disponer de esta institución!

  Así, no deja de ser curioso que algunas personas digan que los impuestos se pagan básicamente para impedir que ocurra exactamente aquello que originó la existencia del gobierno. El gobierno nació de la extorsión. Los agricultores tenían que pagar un «soborno» a su gobierno. De lo contrario, eran asesinados.

  ¿Quién era la amenaza real? El gobierno. La mafia hace lo mismo.

  Pero ese análisis de los primeros pagadores muestra que necesariamente crearon riqueza y renta antes de ser tributados. Primero crearon riqueza y acumularon renta; después, sólo después, pasaron a ser tributados. Sería imposible confiscar renta y riqueza de quien aún no las tenía.

  Todo eso significa que el gobierno necesariamente nació de bases espoliadoras y hasta hoy se mantiene sobre ellas. El pilar del gobierno es el robo. Significa también, por definición, que no fue necesario que existiera un gobierno para posibilitar la creación de riqueza.

  Por tanto, considerando que la propia función principal del gobierno – protección – sólo pasó a existir después de que los primeros agricultores hayan creado riqueza, queda comprobado que es posible crear riqueza sin esa magnífica institución por la cual «todos nosotros pagamos».

  La propia Warren admitió eso mismo cuando dijo que las fábricas podrían simplemente comprar sus propios servicios de seguridad. Pero, en la práctica, lo que las fábricas – así como todos los pagadores de impuestos – realmente están pagando es un soborno para protegerse de estas mismas personas que reciben el dinero: el gobierno.

  Siendo así, ¿es correcto decir que los impuestos son el precio que pagamos por la civilización que el gobierno construyó alrededor de nosotros? A buen seguro, ciertas cosas financiadas por impuestos son utilizadas por todos los que viven en una sociedad y, así, contribuyen a los negocios, como las calles y carreteras. Pero, aunque el gobierno sea el proveedor mayoritario (en la amplia mayoría de los casos, monopolista) de estos bienes, la cuestión permanece: ¿impuestos son lo que pagamos por la oportunidad de comerciar? ¿O la riqueza fue necesariamente creada antes de que los impuestos sean pagados?

  El hecho es que todo lo que gobierno hace se hace con el dinero de los impuestos. Consecuentemente, primero tuvo que ser creado algo de valor; después, sólo después, pudo ser fiscalizado.

  Siendo así, ¿por qué hay personas que dicen que tenemos que pagar impuestos al gobierno porque son los impuestos los que lo hacen todo posible?

  El hilarante caso de Noruega.

  A los defensores de los impuestos también les gusta decir que pagan sus impuestos con satisfacción y entusiasmo, pues hacen posibles servicios públicos de magnífica calidad. La realidad es que, si no existieran impuestos, la renta disponible sería un 40% mayor. Si no existieran regulaciones y burocracias gubernamentales – las cuales crean reservas de mercado para empresas protegidas por el gobierno -, la oferta de servicios en competencias en todas las áreas de la economía sería mucho mayor. Consecuentemente, tendríamos acceso a una gama de servicios privados de mayor calidad y a precios más bajos.

  Más aún: si los servicios estatales fueran irremediablemente superiores a los privados, su financiación por medio de impuestos sería innecesaria. Siendo los servicios estatales de alta calidad, cada ciudadano gastaría voluntariamente su dinero en estos servicios, financiándolos espontáneamente. Consecuentemente, no sería necesaria la confiscación forzosa (pleonasmo intencional) del dinero ajeno.

  ¿Correcto?

  En efecto, ¿qué sucedería si los impuestos, que son tan sacralizados por sus defensores ideológicos, pasaran a estar constituidos por donaciones voluntarias al Tesoro?

  Pues eso se hizo en la práctica. Y – ¡oh, sorpresa! -, aquellos que tanto defienden la existencia de impuestos no aparecieron.

  En Noruega, con la caída del precio del petróleo, el gobierno de centro-derecha recurrió a una reducción de impuestos para intentar estimular la economía. Políticos de izquierda, intelectuales y activistas criticaron la medida, diciendo que beneficiaba a los más ricos y perjudicaba a los más pobres. Acto seguido, el gobierno implantó un programa de «contribuciones voluntarias» al Tesoro. Con eso, todos aquellos políticos y ciudadanos que habían criticado su reducción de impuestos podrían demostrar en la práctica su amor al estado y a los más pobres.

  Todo lo que la persona tenía que hacer era ir a la website del Tesoro noruego y donar para el gobierno la cuantía que quisiera.

  Pues bien. Pasado el primer mes de vigencia, el programa noruego de donaciones voluntarias recaudó… 1.000 euros. Sí, mil euros entre los más de 5,3 millones de personas que residen en el país, que es uno de los más ricos del mundo.

  La conclusión es que, cuando se trata de abandonar las palabras para pasar a la práctica, los defensores de un estado grande prefieren que la tarea de sufragar el gobierno quede enteramente en manos de terceros. Aquellos que defienden los impuestos, principalmente los aumentos de impuestos, quieren que otros carguen con todo, y no ellos mismos. A la izquierda le gusta crear impuestos, pero no pagarlos. Así da gusto.

 No es casualidad que ‘impuesto’ sea el participio del verbo ‘imponer’. O sea, aquello que resulta del cumplimiento obligatorio – y no voluntario – de todos los ciudadanos. Si no fuera ‘impuesto’ nadie pagaría. Ni siquiera sus defensores. Eso muestra cuánto aprecian realmente las personas los servicios del estado.

  Y eso en Noruega.