LOS ENGRANAJES DEL PARASITISMO

 

 

    -Pedro Almeida Jorge –   

 

  Seamos claros: el estado, lejos de ser la representación de «todos nosotros», representa, eso sí, el monopolio de la coerción y de la violencia. Ese monopolio está en las manos de un grupo de señores feudales que, muy probablemente, cree que merece guiar y moldear las ideas de sus vasallos, exigiendo, en pago de ese divino favor, sustento eterno en la forma de privilegios y de dinero confiscado y extorsionado de las masas trabajadoras.

  Sin embargo, aunque se trate de una obviedad, evaluar este escenario fuera de un contexto dinámico y de disputa por el poder es un error. Al final -argumentarían los defensores del estado- si el estado realmente es tan malo, ¿cómo pueden de él formar parte personas que decididamente no desean el mal de la población? ¿No será el sufragio universal la prueba de que todos tenemos una parte en la culpa del que acontece en el gobierno del país? Si el estado es tan malo, ¿cómo puede permitir la libertad de expresión y el voto popular, lo que significa la constante posibilidad de que una mayoría diferente asuma el control del país?

  Sin un enfoque que explicite la perspectiva dinámica de maximización del poder a largo plazo, todas estas críticas serían devastadoras para el argumento libertario.

  Rothbard explica brillantemente el razonamiento que proponemos:

El estado siempre nació de la conquista y de la explotación. El paradigma clásico es aquel en que una tribu conquistadora resuelve hacer una pausa en su método – probado y aprobado por el tiempo- de pillaje y asesinato de las tribus conquistadas, percibiendo que la duración del saqueo sería más larga y segura -y la situación, más agradable- si permitiera que la tribu conquistada continuara viviendo y produciendo, con la única condición de que los conquistadores ahora asumirían la condición de gobernantes, exigiendo un tributo anual constante.

 

  Teniendo eso en mente, los métodos dinámicos utilizados por el poder estatal con la intención de perpetuar su monopolio se hacen más lógicos y comprensibles.

 

  Los engranajes de la propaganda.

 

  1) Escuelas públicas.

  Es indiscutible que la ideología y la propaganda pro-gobierno son totalmente indispensables para los objetivos de los gobernantes. Al final, el ‘Arte de la Guerra’ es conquistar al enemigo sin ni siquiera llegar a luchar.

  Siendo así, el estado gastará todos los recursos necesarios para asegurar que la mayoría de sus súbditos no piense más allá de ciertos límites tolerables -o que, aunque lo haga, parta siempre del principio de que la existencia de un gobierno es una realidad inescapable e incuestionable, una constante inmutable, pudiéndose sólo discutir qué políticas son más adecuadas y deseables.

  Nuevamente, Rothbard identifica esa presión constante sobre la élite burocrática:

 

Aunque su modus operandi sea la fuerza, el problema básico y de largo plazo es ideológico. Para continuar en el poder, el gobierno, cualquier gobierno (y no simplemente un gobierno «democrático»), tiene que tener el apoyo de la mayoría de sus súbditos. Y ese apoyo, vale resaltar, no tiene que ser necesariamente un entusiasmo activo; puede ser una resignación pasiva, como si se tratara de una ley inevitable de la naturaleza.

 

  Pero tiene que haber apoyo en el sentido de algún tipo de aceptación; de lo contrario, la minoría formada por los gobernantes estatales sería en última instancia destronada por la resistencia activa de la mayoría del público.

  Es fácil percibir la gran presión sobre la opinión general con el objetivo de promover la idea de las escuelas públicas, por ejemplo. La educación pública es ciertamente una de las instituciones menos cuestionadas, o siquiera examinadas, en un estado democrático. No hay mejor arma para una aristocracia que se quiera perpetuar que mantener el control sobre lo que sus súbditos aprenden, adoctrinándolos desde la infancia, suministrándoles conceptos que definen lo que es correcto y lo que es errado desde la perspectiva del estado.

  Es vital para el estado la existencia de la escolaridad obligatoria y pública (o, como mínimo, escuelas privadas sujetas al currículo impuesto por el Ministerio de Educación), con metas definidas por los intelectuales a sueldo del estado. Este es un tesoro tan valioso, que los gobernantes están dispuestos a desprenderse de una parte de su pillaje si eso garantiza el apoyo de los intelectuales de las escuelas y universidades públicas.

  Los profesores de hoy hacen el papel -en otras épocas reservado a los sacerdotes- de justificar a los gobernantes ante la opinión pública. Tal vez por eso, la escuela pública sea, en nuestros días, una de las instituciones que, a lo sumo, el pueblo critica, pero que nunca se le ocurrirá cuestionar.

  En ese aspecto, los sindicatos de los profesores merecen las ventajas y prestaciones obtenidas: tuvieron éxito al implantar en la mentalidad general la idea de que, si el estado no ofertase la enseñanza, las mayores tragedias sociales sumergirían el país en una era de las tinieblas.

  Como ha dicho Lew Rockwell, «si toda la propaganda gubernamental inculcada en las aulas consigue echar raíces dentro de los niños, a medida que crecen y se hacen adultos, estos niños no serán ninguna amenaza al aparato estatal. Ellos mismos se colocarán los grilletes en sus propios tobillos».

 

  2) Economistas.

  En nuestra lista negra de mercenarios, los economistas tienen que aparecer muy cerca de los propios políticos y de los profesores. En definitiva, ¿habrá profesión más milagrosamente estafadora que la del economista moderno?[i]

  Consiste en una mezcla de argot estadístico e ilusionismo matemático con la que se camuflan los mayores atentados al sentido común. El papel de los economistas modernos es fundamental para la preservación del gobierno: el economista moderno pretende ser una mezcla de político y científico, que desde la altura de sus modelos matemáticos nos asegura que todo va a ir según lo planeado, bastando sólo con que se deje la gestión económica del país en las manos de los grandes sabios de la econometría.

  PIB, externalidades, bienes públicos, competencia perfecta, impuestos progresivos, efecto multiplicador: todo un arsenal de artimañas socialistas enmascarado de ciencia imparcial. El economista moderno es el mayor cómplice del asalto hecho por el estado a la honestidad intelectual.

 

  3) Tributación.

  Este es el punto crucial: la tributación.

  La tributación es la alimentación del monstruo. La cuestión de los impuestos es el mayor ejercicio de equilibrismo a que el estado se tiene que someter: ¿cómo espoliar el máximo posible a largo plazo sin generar una revolución? Aquí reside el arte supremo de la política, tal y como la describió Jean Baptiste Colbert, ministro de las finanzas de Luís XIV y pionero de las teorías mercantilistas del siglo XVII:

 

El arte de aumentar los impuestos es cómo desplumar un ganso: se debe retirar el mayor número de plumas con el menor alboroto posible.

 

  Hacer que una gran parte de la población dependa de la protección y de las transferencias del estado es la mejor manera de asegurar la mayoría de los votos. Sin embargo, eso coloca una presión inmensa en términos de ingresos. ¿Cómo distribuir el botín extorsionado al sector productivo de forma que se mantenga la situación bajo control?

  He aquí la solución encontrada: evitar al máximo el contacto del ciudadano común con el pago de impuestos, hacerlo no sentir que está pagando impuestos y, si es posible, hacerlo también creer que quién lo asalta no es el estado, sino aquel a quien se obliga a asumir la tarea de retener y traspasar los impuestos: las empresas y los patrones.

  Vamos al caso concreto: el mayor demonio del sistema tributario es la llamada ‘retención en la fuente’. En el fondo, tal práctica puede ser resumida en una simple expresión: financiación del estado sin que este tenga que pagar por los costes del servicio.

  Se obliga a las empresas a adelantar todo su impuesto del año, en aquello que es obviamente un préstamo sin intereses al estado, siendo que pueden muy bien ni recibir de vuelta aquello por lo cual pagaron en exceso cuando llega la hora de ajustar las cuentas (en la mejor de las hipótesis, hay una restitución parcelada y atrasada de aquello que fue pagado en exceso).

  Por otro lado, esas mismas empresas están encargadas, siempre que efectúen los pagos de los salarios de los empleados, de retener ‘en la fuente’ el impuesto sobre la renta de éstos, de forma que todo sea procesado sin que el trabajador llegue a sentir que el dinero le fue literalmente extorsionado – y, aunque lo sienta, va a asociar el robo a la figura del patrono, que no le paga lo suficiente, y no a toda la colmena de funcionarios y pensionistas que viven a su cuenta.

  ¿Alguien cree que el Leviatán podría darse al lujo de succionar tanta riqueza nacional si fueran los propios ciudadanos los que acudieran a entregar su impuesto al finalizar el año? El concepto de ‘retención en la fuente’ es uno de los mayores atentados a la libertad individual llevados a cabo por la siempre original tropa de auditores fiscales. Es una obra maestra del totalitarismo fiscal.[ii]

  Igual que los impuestos progresivos.

  Los impuestos progresivos son la manera con la que el estado grava menos a la población con rentas más bajas, con menos que perder y más ganas de echarse a la calle a protestar, al tiempo que extrae casi toda la renta de los empresarios y de la clase media, que pagan la mayor parte de los impuestos, pero cuya vida ocupada y llena de responsabilidades imposibilita una verdadera y efectiva marcha contra esta situación.

  En resumen, el estado hace depender de él prácticamente a la mitad de la población. Para la otra mitad, se asegura de que la mayor parte no pague impuestos, para que no provoque un motín, llegando incluso a darle algunas ventajas y prestaciones confiscadas de la cada vez más tenue minoría de emprendedores y trabajadores verdaderamente productivos que componen la clase media y alta del sector privado.

  De ahí la genialidad del concepto de retención en la fuente: esconde de la vista de los trabajadores el asalto, atribuyendo a una minoría aún más pequeña, la de los patrones, la obligación de hacer el procesamiento de todo el papeleo y trabajo burocrático que llevaría a cualquier ciudadano común a rebelarse contra el grupo asaltante.

  Y hay que destacar que la Agencia Tributaria se asegura de que, al más mínimo desliz, la empresa que eventualmente intente esquivar este infierno será sometida a una paliza fiscal y judicial, por no mencionar reputacional, sin piedad. Eso garantiza que ningún otro empresario eventualmente intente evitar ese robo.

  Para este fin, es de suprema importancia inculcar en la mente de todos los ciudadanos la idea de que no pagar tributo al estado -en vez de ser considerado como una legítima defensa contra un asalto- significa en realidad considerar que los intereses individuales están por encima de los colectivos, generando la temible acusación de «ser egoísta». Todos tenemos que pagar nuestra ‘justa parte’.

  Los economistas, profesores y demás intelectuales al servicio del estado consiguieron la gran proeza de hacer que el pueblo crea que toda su producción pertenece al estado, el cual, por pura benevolencia, permite que usted mantenga para sí una parte de ella, siempre que debidamente traspase otra parte al estado.

 

  El futuro.

  Por todo ello, no deja de ser curioso percibir que las mismas personas que critican cualquier pseudo-cartel que exista en una economía son las primeras en aplaudir el auténtico oligopolio entre bandas que existe entre las Autoridades Fiscales de todo el mundo, cuyas respectivas Agencia Tributarias trabajan en conjunto para impedir cualquier tipo de evasión de impuestos.

  ¿Ha escuchado a alguien en los medios hablar de esta componenda entre los estados como una cartelización pura y dura por parte de los señores feudales de todo el globo? Claro que no: se trata sólo de «ensanchar la base fiscal, como forma de promover un futuro más justo y transparente.»

  En el futuro, con la caída de las tasas de fecundidad colocando en riesgo el crecimiento de los ingresos de los gobiernos, todos nosotros tendremos que hacer nuestros pagos exclusivamente por medios electrónicos (el dinero en especie será proscrito, como ya está ocurriendo en los países nórdicos), de manera que los bancos serán obligados a denunciar todo movimiento al estado (como ya ocurre en Brasil), bajo pena de no ser socorridos si las cosas salen mal en sus artimañas financieras.

  Todo nuestro salario será tributado, pero el gobierno ofrecerá una enciclopedia de deducciones de forma que tenga control total sobre dónde y cómo gastan sus súbditos.

 

  Conclusión.

  Es necesario ser realmente un verdadero emprendedor para arriesgarse a tener una empresa. Si la mayoría de los ciudadanos fueran emprendedores y no empleados o funcionarios, sería totalmente insostenible para el estado mantener la situación actual.

  Sin embargo, toda la ideología anti-capitalista hace que hasta algunos de los empresarios crean que deben a la sociedad una compensación por el privilegio de haber conseguido acertar en aquello que los consumidores más valoran. Sólo años y años de propaganda pueden explicar la forma completamente débil como los empresarios, principalmente los pequeños y medios, lidian con aquello por qué los obligan a pasar.

  Sólo hay una esperanza: que la clase media que trabaja en el sector privado y los emprendedores de todo el país exclamen al unísono un ‘¡basta!’ que envía el parasitismo socialista de vuelta a donde nunca debió haber salido: el cubo de la basura de la Historia.

 

[i] Entendiéndose por economistas modernos a los astrólogos de la estadística y del empirismo, que rechazan admitir que un economista será siempre un filósofo de la acción humana subjetiva.

[ii] El concepto de retención en la fuente fue introducido en tiempos de guerra y, dado su éxito, se mantuvo hasta hoy.

*Artículo cedido por el instituto Mises Brasil (versión en portugués)