LO QUE EL CAPITALISMO NO ES

 

 

– Diogo Costa –

  Fue Karl Marx quién acuñó el término despectivo «capitalista» para identificar un sistema económico que había recibido de Adam Smith una expresión más descriptiva y bonita: «sistema de libertad natural». El origen negativo del término es uno de los motivos por los cuales la discusión sobre el capitalismo necesita de una aclaración. Bien sea para atacarlo o para defenderlo, es importante que entendamos primero lo que el capitalismo no significa.

 

  El capitalismo no es exclusivamente «capitalista».

  La acumulación de capital es un hecho existente en cualquier sociedad, independientemente de su estructura política y económica. Max Weber ya decía en La ética protestante y el espíritu del capitalismo que «la ganancia por el oro es tan antigua como la historia del hombre». Y que donde el capitalismo estaba más atrasado se encontraba «el reino universal de la absoluta falta de escrúpulos en la búsqueda de los propios intereses por medio del enriquecimiento».

  Sin embargo, las personas aún entienden el capitalismo como un ordenamiento moral, un modo de vida en que la acumulación de riqueza es el bien superior. Pero la defensa del capitalismo no significa la defensa de un homo economicus cuya única preocupación en la vida es ganar dinero. Hay muchas cosas más importantes que la acumulación de capital, como la familia, la religión, el arte y la cultura. Y eso realza la importancia de la economía de mercado.

  Es cierto que en el libre mercado hay más oportunidades para aquel que pretende enriquecerse, pero en él el filósofo también tiene más oportunidades de aprender y el artista tiene más oportunidades de expresarse. Y es por medio del libre mercado que el filántropo, la persona que desea ayudar al prójimo, dispone de más recursos para hacer asistencia social, y, a través del sistema de precios libres, puede utilizar sus recursos de forma más eficiente.

 

  El capitalismo no es la burocracia internacional.

  Las personas de izquierda acostumbran a identificar por el término «neoliberal» tanto las reformas modernizadoras que disminuyen la participación del estado en la economía como a las organizaciones inter-gubernamentales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Como neoliberalismo y capitalismo son términos intercambiables en el discurso vulgar, el FMI y el Banco Mundial aparecen como brazos operadores del capitalismo internacional. Esa confusión también suele acompañar a personas de derechas que, definiéndose por su oposición sin reservas a la izquierda, acaban defendiendo instituciones burocráticas como si fueran partes integrantes del sistema capitalista.

  En ese caso, la izquierda tiene razón en denunciar la arrogancia de las agencias internacionales, que son nada más que una forma de planificación central de gran escala. Mientras el liberal entiende que la prosperidad depende de la utilización del conocimiento y de los incentivos dispersos en la sociedad, los burócratas internacionales creen que pueden dirigir el desarrollo económico en Zambia o en Guinea-Bissau desde sus oficinas en Washington y Nueva York. El resultado no ha sido alentador.

  El periodista Andrew Mwenda, de Uganda, continúa sin respuesta para su pregunta sobre ejemplos históricos de países que hayan realmente prosperado gracias a la ayuda externa. De 1975 a 2000, el continente africano recibió en ayuda exterior una media de 24 dólares per cápita por año. Sin embargo, el PIB africano per cápita disminuyó a una tasa media anual del 0,59%. Durante el mismo periodo, el PIB per cápita del sur asiático creció a una media del 2,94%, a pesar de haber recibido en ayuda exterior una media de sólo 5 dólares per cápita cada año. Las políticas de apertura de mercado tienen un efecto más positivo que la planificación internacional financiada por impuestos.

  En realidad, en vez de crear economías de mercado activas y autónomas, las políticas del Banco Mundial disminuyen la dependencia de los gobiernos de su propia población, ya que los ingresos no vienen de los impuestos al desarrollo económico doméstico, sino de las negociaciones con otros burócratas. El poder de la población se transfiere a esas organizaciones, creando una cultura de dependencia en que la miseria local sólo aumenta el poder de negociación de los gobiernos que reciben ayuda exterior. El resultado es la perpetuación de la miseria.

 

  El capitalismo no es la política norteamericana.

  A pesar de que Estados Unidos históricamente haya tenido uno de sus pilares en el libre mercado, grandes contribuciones para la comprensión del capitalismo fueron hechas en otros países. Sin tener en cuenta que, últimamente, el gobierno americano ha hecho un óptimo trabajo de difamación del nombre del libre mercado.

  George W. Bush fue el primer presidente americano en firmar un presupuesto de más de 2 trillones de dólares. Y también fue el primer presidente americano en firmar un presupuesto de más de 3 trillones de dólares. Un aumento que incluye gastos significativos en la seguridad social y salud pública, además de los gastos bélicos. Las recientes aventuras en Oriente Medio tampoco pueden ser consideradas políticas pro-capitalistas. La propia guerra y la permanencia en Irak son un experimento socialista de escala internacional, que ya costó más de 1 trillón de dólares y cerca de 30 mil vidas.

  Los liberales defensores del capitalismo no creen que las naciones se construyan violentamente por medio de la política, sino que se desarrollan espontánea y pacíficamente. Es el socialismo el que defiende la prosperidad planeada. Y lo que el gobierno americano ha hecho en Irak es una planificación de largo alcance.

 

  El capitalismo no es la defensa sin restricciones de las grandes empresas.

  Los defensores del libre mercado entienden que los negocios pueden tanto beneficiar como perjudicar a la población en general. En un sistema intervencionista, toda empresa que quiera aumentar sus beneficios tiene dos opciones: invertir en productividad, para competir por los consumidores, o invertir en lobby, para competir por los favores políticos. La competición para servir a la sociedad es capitalismo, la competición para servir al gobierno es mercantilismo. Son los mercantilistas los que defienden las legislaciones proteccionistas de las empresas contra la competencia extranjera y doméstica. Los liberales defienden un mercado abierto, en que el mantenimiento de un negocio depende del ofrecimiento de servicios y productos que satisfagan al consumidor.

 

El capitalismo no es la perpetuación de las élites.

Son los oponentes del capitalismo los que, al defender una mayor concentración de poder en las manos de políticos y burócratas, construyen un sistema corrupto y estático, en el cual hay poco espacio para la movilidad social y poca oportunidad para el desarrollo de la creatividad humana. Hay dosis de capitalismo en las diferentes sociedades del mundo, pero no hay una sociedad donde la economía sea puramente libre.

Los oponentes del libre mercado insisten en el control gubernamental de la economía para resolver los problemas que fueron creados por el propio gobierno. Defender el libre mercado es defender la estructura de un sistema económico dinámico en el que se estimula la producción de riquezas y se permite la movilidad social.

 

El capitalismo no es la defensa del tratamiento desigual de las personas.

Hay diversas formas de hacer las personas más iguales. Los igualitarios normalmente no pretenden hacerlas más iguales en conocimiento o en belleza, sino en recursos, por lo menos en algunos recursos que consideran fundamentales. Es cierto que el libre mercado no se basa en la igualdad de recursos. Pero eso no significa un tratamiento desigual de las personas. La igualdad liberal, de la cual florece el capitalismo, es la igualdad de derechos, la igualdad ante la ley. Eso significa que las cuestiones de justicia y el uso de la libertad en el mercado no dependen de quién es usted, sino de lo que usted hace.

El capitalismo es un sistema económico de cooperación mutua, apoyado en una estructura de derechos en la cual prevalece la igualdad jurídica entre las personas. Las personas en el libre mercado no son iguales en «distribución de renta», sino que son iguales en libertad.

 

En definitiva, capitalismo no es socialismo.

El capitalismo no es una imposición del gobierno, ni el mercado es una ideología en la que la teoría necesariamente precede a la práctica. El capitalismo es simplemente lo que ocurre cuando las personas tienen libertad para hacer intercambios, apoyadas en derechos de propiedad bien definidos. Es el socialismo el que necesita de la movilización social para alcanzar un objetivo común entre todas las personas. El socialismo necesita la concentración de poder en la autoridad manipuladora. El socialismo es la politización de la vida económica, es un discurso interminable de Fidel Castro, es la transformación de todo lo que es bello y espontáneo en el dirigismo rígido de la política.

El libre mercado es sólo el conjunto de acciones de agentes humanos libres sobre la asignación de recursos escasos. Si los propósitos de esos agentes son morales, el orden generado será igualmente moral. Cuando conseguimos sinceramente comprender y evaluar el capitalismo pasamos a tener el discernimiento para defenderlo o atacarlo.

*artículo cedido por el Instituto Mises Brasil (versión portugués)