LAS PERSONAS HUYEN DE LA IGUALDAD
– José Azel –
Cuando se discute el éxodo de personas de los regímenes comunistas, como el cubano, es normal describir tales fugas como una «huida de la opresión» o una «búsqueda de la libertad».
Esas expresiones son evocativas y correctas; sin embargo, si el objetivo es profundizar en la comprensión de las causas que están en la raíz de ese proceso migratorio, sería más correcto pensar en ese proceso como una «fuga de la igualdad».
«Huir de la igualdad» es una descripción provocativa que también contribuye intelectualmente a cualquier discusión sobre el tema de la ‘desigualdad’.
Las ideologías colectivistas se basan en la idea de que la vida de un individuo no pertenece al individuo, sino a la sociedad en la cual está insertado. El individuo no es reconocido como un ser que posee derechos inalienables – como el de que no se le confisque su propiedad, no se reduzca su libertad o no se agreda contra su vida -, sino como un ser amorfo que debe renunciar a sus valores e intereses en nombre del «bien mayor» de la sociedad.
El ideal comunista identifica al colectivo como la unidad central de la preocupación moral. En la visión colectivista de la moralidad, los únicos derechos que un individuo posee son aquellos que la sociedad le autorice a tener.
En contraposición a eso, el libertarianismo afirma que cada individuo es moralmente un fin en sí mismo, y posee el derecho moral de actuar de acuerdo con su propio juicio, libre de la coerción estatal. Fue así que el individualismo impulsó la innovación, las revoluciones agrícola e industrial, y la más inspiradora explosión en la creación de riqueza y en la reducción de la pobreza que el mundo ha vivido.
A pesar de su imbatible e inigualable record histórico de reducción de la pobreza, el individualismo – el cual representa en esencia nuestra búsqueda por la libertad personal – ha sido castigado sin piedad por intelectuales colectivistas como una filosofía que exalta el egoísmo y que, por eso, debe ser sustituida por un igualitarismo impuesto por el estado. Y, sin embargo, es justamente de esa igualdad forzada de la que los individuos están huyendo al desertar masivamente de regímenes colectivistas.
La libertad es individual, y no colectiva. La libertad no es negociable.
Los cubanos que huyen de aquella trágica isla ya han vivido las devastadoras consecuencias morales y económicas de las políticas colectivistas que buscan modelar una sociedad igualitaria – un experimento fracasado que buscó crear un «hombre nuevo», el cual tendría una visión del mundo comunal y se sacrificaría siempre en pro del «bien común». Ese experimento resultó en una sociedad anti-utópica y económicamente fallida, que tiene como principales características la miseria generalizada y un sistema de control social increíblemente represivo, regido por un gobierno con poderes ilimitados sobre sus ciudadanos.
La igualdad de la cual huyen millones es la igualdad de resultados económicos impuesta por la élite gobernante. Esos millones de personas rechazan el igualitarismo y, de cierta manera, son la refutación viva de todas las tesis y políticas que claman por la redistribución de la renta. Los defensores de la redistribución de la renta no entienden que, cuando se confisca la riqueza de una persona, estamos violando directamente su libertad y su derecho de propiedad.
No resulta baladí explicar que, por definición, en cualquier sociedad libre y en cualquier periodo de la historia, un 20% de la población estará en el quintil más bajo de la renta (los pobres) y un 20% de la población estará en el quintil más alto de la renta (los ricos). Sin embargo, en una economía de libre mercado, que está continuamente en expansión, la renta crecerá para ambos quintiles. Sí, los ricos serán más ricos, pero los pobres también serán más ricos.
Si el objetivo es mejorar las condiciones de vida de las personas, obteniendo un nivel de vida digno para todos, entonces la preocupación debe ser la pobreza, y no la desigualdad. El objetivo tiene que ser enriquecer a los pobres y no empobrecer a los ricos.
Igualmente importante es el hecho de que, en economías de mercado, la población de ambos quintiles está continuamente cambiando. Al analizar históricamente como se distribuye la renta en sociedades de mercado, se observa un notable grado de movilidad de renta, con individuos subiendo y descendiendo en las escalas de la distribución de renta a medida que las circunstancias económicas van alterándose. O sea, los quintiles siempre estarán ocupados por alguien, pero no siempre por las mismas personas.
Las sociedades de libre mercado ofrecen la oportunidad de escapar de los quintiles más bajos. Las sociedades de libre mercado ofrecen la oportunidad de escapar de la igualdad (y de la pobreza) forzada impuesta por el colectivismo.
Siendo así, uno de los atractivos de las sociedades libres es que están caracterizadas por aquello que los sociólogos denominan «rotación de élites», no habiendo nada que impida entrar a formar parte de la élite económica. En las economías de mercado, las élites económicas están siempre abiertas a nuevos miembros; por el contrario, en las sociedades más estatizadas, esas élites económicas tienden a ser estáticas, fuertemente dependientes o del poderío militar o de las conexiones con los miembros del gobierno. ¿Había movilidad social en la URSS? ¿Hay movilidad social en Cuba o en Corea del Norte?
Hay incontables ejemplos de individuos que abandonaron su país natal – cuyo mercado estaba severamente restringido y entorpecido por el gobierno en pago de privilegios a grupos de interés políticamente influyentes – y que, en el espacio de una generación, consiguieron un extraordinario éxito en economías de mercado, ascendiendo de la pobreza hacia el quintil más alto de la renta. Los cubanos que viven en Miami son un gran ejemplo.
Siempre que los políticos e intelectuales comiencen a hablar sobre la redistribución de la renta, merece la pena, antes que nada, intentar entender por qué las personas huyen justamente de esa igualdad que se está intentando imponer.
El científico social José Benegas dice que la esclavitud se da cuando se expropia el 100% de la renta de la mano de obra de un individuo. Apropiarse coercitivamente de cualquier porcentaje de la renta de un individuo es esclavitud parcial.