Una de las mayores contribuciones de la Revolución Marginalista ocurrida entre 1871 y 1874 fue el enfoque dado a la subjetividad cómo la fuente de valor. Más específicamente, la subjetividad de cada individuo es lo que atribuye valor a bienes y servicios. Desde entonces, ningún economista digno puede decir que el valor es algo inherente a un bien, o que hay objetos que poseen valor intrínseco, o que el valor de algo es el resultado de sus costes de producción, como había sido el caso durante miles de años.

  Desde la Revolución Marginalista, el valor de algo pasó a ser correctamente reconocido como resultado de la evaluación personal y totalmente subjetiva hecha por un individuo en cuánto a la capacidad que un bien tendría para satisfacer una necesidad específica suya.

  Sin embargo, no obstante la capacidad de persuasión de los argumentos presentados hace más de 140 años, aún existen áreas dentro de la economía que recurren a una concepción objetiva del valor. En ningún otro lugar este error es más aparente que en el abordaje de la cuestión de las externalidades.

  Análisis sobre externalidades.

  Una externalidad ocurre cuando la actividad de un individuo afecta a otra persona que se encuentra próxima a este individuo, pero que no toma parte en la acción. La externalidad es positiva cuando crea valor para esta persona inocente, y negativa si representa un coste impuesto a ella.

  En general, los economistas argumentan que, cuando los costes y los beneficios son internalizados – es decir, correctamente distribuidos – los mercados son capaces de asignar los bienes de manera eficiente. Cuando usted obtiene los beneficios de comprar un bien o carga con los costes de producir este bien, habrá un nivel eficiente de consumo y de producción.

  Supuestamente, las externalidades son problemáticas cuando benefician a otras personas además de a aquella única persona que está pagando por el bien. Alternativamente, también puede haber un problema cuando una persona que está produciendo algo no se ve forzada a cargar con todos los costes de producción, de modo que parte de estos costes puede recaer sobre terceros por medio de una externalidad negativa. Se agrupan ambas situaciones en el término “fallos de mercado”.

  Los economistas no debemos hacer juicios de valor acerca de las elecciones realizadas por otras personas por el simple motivo de que, por más obtusas que tales elecciones puedan parecer, no tenemos forma de saber las verdaderas opciones o los conocimientos reales que están disponibles para el individuo que realiza la elección.

  Desde el punto de vista puramente económico, una reducción de los precios de los cigarrillos mejora la situación del fumador. No tenemos certeza de cuáles son los criterios que llevaron al fumador a optar por los cigarrillos, aunque podamos concordar que tal actitud no es la más sabia. Sin embargo, dado que el fumador está satisfaciendo su hábito, eso ocurre simplemente porque, desde su punto de vista, considera que los beneficios superan los costes. Y reducir los costes por medio de una reducción de los precios de los cigarrillos es algo que necesariamente lo dejará en mejor situación.

  Las externalidades son un tanto paradójicas cuando se ven desde este prisma. Normalmente, se categorizan las externalidades como positivas o negativas dependiendo de si el economista las entiende como útiles o nocivas. Se considera la educación normalmente como una externalidad positiva, dado que una población educada genera efectos colaterales beneficiosos para terceros en la economía – por ejemplo, se crean más oportunidades de empleo a través de la generación de nuevas ideas. Las fábricas que generan mucho humo son una externalidad negativa porque imponen un coste sobre terceros, como daños a la salud causados por la polución.

  Pero la cuestión es que estos ejemplos no son tan nítidos. Es posible que una fábrica cause daños derivados de su polución, pero también hace cosas buenas, como generar empleos y aumentar la oferta de bienes en la economía. Si usted trabaja en la fábrica, se ve beneficiado por medio de su salario, pero incluso quien está fuera puede beneficiarse. No es ninguna exageración decir que muchas personas prefieren vivir en una ciudad con varias oportunidades de empleo a vivir en una ciudad sin ningún futuro. El mal que la fábrica hace a la ciudad por medio de su humo es tal vez contrabalanceado por los beneficios que genera, como un futuro más prometedor para sus habitantes.

  El secreto de este ejemplo es admitir que simplemente no sabemos cuál es el alcance real de las externalidades. Aquellas personas a las que no les importe la polución saludarán la creación de empleos; a aquellas que ya poseen un empleo no les importará este beneficio y serán más propensas a abordar las consecuencias negativas de la polución. El hecho es que, al final, no estamos en posición de hacer ningún juicio de valor. Simplemente no sabemos cuál es la externalidad relevante y ni si es positiva o negativa.

  El debate sobre los cambios climáticos.

  Todo lo dicho hasta ahora no es sólo teoría académica. Tiene profundas implicaciones en el mundo real. Y los problemas sólo aumentan.

  En el debate climatológico, por ejemplo, la frase “problemas climáticos” ya supone que las externalidades son todas claramente negativas. Según tales personas, el calentamiento global antropogénico (creado por el hombre) elevará la temperatura de los océanos e inundará áreas próximas al nivel del mar. Las personas que viven en estas áreas no hicieron nada para generar los cambios climáticos, pero cargarán con los costes de tener sus medios de vida profundamente alterados.

  Un hombre que vive en la isla de Kiribati, al sur del Pacífico, buscó asilo en Nueva Zelanda para huir de este futuro doloroso. En efecto, hubo noticias de que toda la nación de Kiribati estaba negociando la compra de tierras en Nueva Zelanda con la intención de mantener el país vivo después de que el océano inundara sus islas. Siendo así, los proponentes de la teoría del calentamiento global preguntan: ¿es realmente correcto que la población de esta pequeña nación pague por su recolocación cuando prácticamente no tiene nada que ver con el aumento en los niveles de los océanos?

  La doctrina que se acepta normalmente sobre las externalidades respondería a esta pregunta con un “no”. Hay una externalidad negativa que se impone a los residentes de Kiribati, la cual debe corregirse haciendo que la persona que causó la externalidad tenga que pagar – más específicamente, los ciudadanos de las naciones desarrolladas, los cuales, según los defensores de la tesis del calentamiento global, son en gran medida los creadores de los cambios climáticos que están generando caos en los niveles de los océanos a lo largo de todo el globo.

  Pero también hay externalidades positivas.

  Sin embargo, también hay evidencias de que hay externalidades positivas si de hecho está habiendo algún cambio climático. Un informe argumenta que un aumento en los niveles de emisiones de dióxido de carbono genera un efecto positivo sobre la producción agrícola.

  Lo que viene a continuación no debería ser ninguna sorpresa, pero por algún motivo probablemente lo será. La nación que es la segunda mayor exportadora agrícola del mundo, tras los EUA, es la minúscula Holanda. Y eso no ocurrió por accidente. Los holandeses trabajan duro para retirar el máximo posible de bienes de la tierra que Dios les dio y que ellos mismos crearon. Invernaderos construidos cerca de las industrias que emiten dióxido de carbono dan a los productores de alimentos un acceso fácil al gas que sus plantas necesitan – los agricultores bombean este gas dentro de los invernaderos de modo que se acelere el crecimiento de las plantas y su producción.

  Luego, aquello por lo cual los agricultores holandeses tendrían que pagar es justamente aquello que el mundo está consiguiendo gratuitamente en el transcurso de las emisiones de dióxido de carbono. En vez de ser una externalidad negativa, hay en realidad un aspecto positivo en esas emisiones y, según la teoría-patrón de la microeconomía, aquellos que se benefician deberían pagar a aquellos que crean la externalidad positiva. Dado que todas las personas de este planeta se alimentan de comida, sería justa la imposición de un tributo sobre todas ellas con la intención de remunerar a las industrias emisoras de dióxido de carbono.

  Dudo que dicha sugerencia encuentre defensores ardorosos; de hecho, ni yo creo en ella. Pero el motivo por el cual no creo en ella nada tiene que ver con mis sentimientos en relación a los beneficios o a los perjuicios de las externalidades en cuestión. Al contrario: mi posición escéptica viene del simple hecho de que no es posible saber cuáles son las externalidades relevantes.

  Conclusión.

  La ciencia económica adquirió bases sólidas en el transcurso de una simple lección sobre subjetividad aprendida hace más de 140 años. Una simple recapitulación de esta lección bastaría para hacer que las personas entiendan que las cosas son menos nítidas de lo que imaginan, y sería suficiente para abolir esta arrogante pretensión de conocimiento que juran poseer en relación con las acciones de terceros y sus efectos colaterales.