LAS DIEZ LEYES FUNDAMENTALES DE LA ECONOMÍA

-Antony Mueller-  

  En medio de tantas falacias económicas siendo repetidas de manera aparentemente incesante por los medios y por los comentaristas, la función del economista intelectualmente honesto es deshacer esa cortina de humo para el público y reafirmar algunas de las más básicas leyes de la economía.

  1. La producción necesariamente tiene que venir antes del consumo.

  Para consumir algo, ese algo debe existir antes. Es imposible consumir algo que aún no fue creado.

  Aunque esa sea una constatación lógica y obvia, es recurrentemente ignorada. La idea de que el gobierno debe estimular el consumo de la población para que ello entonces impulse la producción y toda la economía es predominante en la medios de comunicación y en los medios académicos. Se trata de una perfecta inversión de causa y consecuencia.

  Los bienes de consumo no caen simplemente del cielo. Los bienes de consumo son el resultado final de una larga cadena que implica varios procesos de producción interconectados. A esa cadena se le llama «estructura de producción».

  Incluso la producción de un objeto aparentemente simple, como un lápiz o un sándwich, requiere una intrincada red de procesos productivos que necesitan tiempo para ser concluidos y que tienen lugar a lo largo de varios países y continentes.

  Estimular el consumo, por definición, no puede generar crecimiento económico.

  1. El consumo es el objetivo final de la producción.

  Las personas producen aquello que otras personas quieren consumir. No tiene sentido económico producir algo que nadie va a consumir.

  Por eso, el consumo es el objetivo de toda la actividad económica. Y la producción es su medio.

  Los defensores de políticas gubernamentales que buscan «crear empleos» violan esta obvia idea. Los programas para la creación artificial de empleos transforman la producción en el objetivo final, y no el consumo de esa producción. Crear empleos artificialmente significa estimular la producción de algo que no está siendo demandado voluntariamente por los consumidores.

  Son los consumidores los que atribuyen valor a los bienes de consumo final. Al atribuir valor a los bienes de consumo, indirectamente también atribuyen valor a los factores de producción (mano de obra y maquinaria) utilizados en el proceso de producción de estos bienes de consumo.

  Son los consumidores, por lo tanto, quienes determinan el valor de la mano de obra, de las materias primas y de toda la maquinaria y equipamiento utilizados en todos los procesos de producción.

  Ignorar las demandas reales del consumidor y querer crear empleos artificiales y procesos de producción que no están en línea con los deseos del consumidor es una medida que intenta revocar toda esa realidad. Tal medida es económicamente destructiva, pues inmoviliza mano de obra y recursos escasos en actividades que no están siendo demandadas por la población. Eso significa destrucción de capital y de riqueza.

  1. Nada es realmente gratuito; todo tiene costes.

  No existe almuerzo gratis. Recibir algo aparentemente gratuito significa sólo que hay otra persona que está pagando por todo.

  Detrás de cada universidad pública, de servicios de salud «gratuitos», de becas estudiantiles y de toda y cualquier forma de asistencialismo, se encuentra el dinero de los impuestos de personas que trabajan y producen.

  Aunque los pagadores de impuestos sepan que es el gobierno quien confisca parte de su renta, no saben para quien va ese dinero. Y aunque los que reciben los servicios costeados por ese dinero sepan que es el gobierno quien está detrás de todo, no saben de quien tomó ese dinero.

  1. El valor es subjetivo.

  La manera como cada individuo atribuye valor a un bien es subjetiva, y varía en consonancia con la situación y con los gustos de este individuo. Un mismo bien físico posee diferentes valores para diferentes personas.

  La utilidad de cada bien es subjetiva, individual, situacional y marginal. Por eso, no puede haber algo como «consumo colectivo». Incluso la temperatura de una sala produce sensaciones distintas para cada persona allí presente. El mismo partido de fútbol posee diferentes valores subjetivos para los espectadores, como es fácilmente perceptible en el momento en que uno de los equipos marca un gol.

  1. Es la productividad lo que determina los salarios.

  La producción de un individuo durante un determinado periodo de tiempo determina cuánto puede ganar durante ese periodo de tiempo.

  Cuanto más pueda ese individuo producir de un bien o servicio voluntariamente demandado por los consumidores en un determinado intervalo de tiempo, mayor podrá ser su remuneración.

  En un mercado de trabajo genuinamente libre, las empresas contratarán mano de obra adicional siempre que la productividad marginal de cada uno de esos trabajadores sea mayor que su salario (coste). En otras palabras, siempre que un trabajador adicional sea capaz de generar más ingresos que gastos, será contratado.

  La competencia entre las empresas tenderá a elevar los salarios hasta el punto en que se equiparan con la productividad.

  El poder de los sindicatos puede alterar la distribución de los salarios entre los diferentes grupos de trabajadores, pero no puede elevar el valor total de los salarios de todos esos trabajadores. Estos dependen enteramente de la productividad.

  ¿Qué es lo que aumenta la productividad de la mano de obra? Ahorro, inversiones y acumulación de capital. Sin ahorro no hay inversión. Y sin inversión no hay acumulación de capital. Sin acumulación de capital no hay mayor productividad. Y sin más productividad no hay aumento de la renta.

  1. Los gastos representan, a la vez, renta para unos y coste para otros.

  Los keynesianos dicen que todo gasto genera renta. Se olvidan de que todo gasto es también un coste. El gasto es un coste para el comprador y una renta para el vendedor. La renta es igual al coste.

  El mecanismo del multiplicador de renta keynesiano dice que, mientras más se gasta, más se enriquece. Mientras más gastan todos gastan, más ricos quedan todos. Tal lógica obviamente ignora los costes. El multiplicador fiscal, por definición, implica que los costes aumentan junto con la renta. Si la renta se multiplica, los costes también se multiplican. La plantilla del multiplicador keynesiano ignora ese efecto del coste.

  Graves errores de política económica ocurren cuando las políticas gubernamentales contabilizan los gastos públicos sólo por la óptica de la renta, ignorando completamente el efecto de los costes.

  Gastos, por lo tanto, son costes. El multiplicador de la renta implica la multiplicación de los costes.

  1. Dinero no es riqueza.

  El valor del dinero consiste en su poder adquisitivo. El dinero sirve como un instrumento para efectuar cambios. Cuánto mayor el poder adquisitivo del dinero, mayor su capacidad de efectuar cambios.

  Pero el dinero, por sí sólo, no es riqueza. Es sólo un medio de cambio. Riqueza es abundancia de productos y servicios y bienestar. La riqueza de un individuo se encuentra, por lo tanto, en su capacidad de tener acceso a los bienes y servicios que desea

  La creación de más dinero por parte del gobierno no significa la creación de más riqueza. Una nación no puede aumentar su riqueza al aumentar la cantidad de dinero existente.

  Robinson Crusoe no sería un céntimo más rico en el caso de que encontrara una mina de oro o un maletín lleno de dinero en su isla desolada.

  1. El trabajo, por sí sólo, no crea valor.

  El trabajo, cuando se combina con otros factores de producción (materias primas, herramientas e infraestructura), crea productos. Pero el valor de esos productos depende de su utilidad para el consumidor.

  La utilidad de un producto depende de la valoración subjetiva hecha por cada individuo (ver ley 4). Por eso, crear empleos sólo para que haya más empleos es algo económicamente insensato (ver ley 2).

  Lo que realmente importa es la creación de valor y no lo duro que un individuo trabaja. Para ser útil, un producto o servicio tiene que generar beneficios al consumidor. El valor de un bien o servicio no está directamente conectado al esfuerzo necesario para producirlo.

  Un hombre puede gastar centenares de horas haciendo sorbetes de barro o cavando agujeros, pero si nadie atribuye alguna utilidad a esos sorbetes o a esos agujeros y, por lo tanto, no los valora lo suficiente como para pagar alguna cosa por ellos, tales productos no tendrán ningún valor, independientemente de los centenares de horas empleadas en su fabricación.

  1. El beneficio es un bonus para el emprendedor.

  En el capitalismo de libre competencia, el beneficio económico es el bonus extra que una empresa gana por haber sabido asignar correctamente recursos escasos.

  En una economía estacionaria, en la cual no ocurre ningún cambio, no habría ni beneficios ni pérdidas, y todas las empresas tendrían la misma tasa de retorno. Sin embargo, en una economía dinámica y creciente ocurren cambios diariamente en los deseos de los consumidores. Y aquellos más capaces de anticipar esos cambios en los deseos de los consumidores y que sepan cómo dirigir los recursos escasos (mano de obra, materias primas y bienes de capital) para satisfacer esos deseos lograrán beneficios económicos.

  Los emprendedores capaces de anticipar las demandas futuras de los consumidores obtendrán las mayores tasas de beneficio y tenderán a crecer. Los emprendedores que no tengan esa capacidad de anticipar los deseos de los consumidores tenderán a encoger hasta finalmente ser expulsados del mercado.

  1. Todas las verdaderas leyes económicas son puramente lógicas.

  Las leyes económicas son aprioristas, lo que significa que no necesitan ser previamente verificadas y no pueden ser empíricamente falsificadas.

  Nadie puede falsificar tales leyes empíricamente porque son verdaderas en sí mismas. Como tal, las leyes fundamentales de la economía no requieren verificación empírica. Referencias a hechos empíricos sirven meramente como ejemplos ilustrativos; no representan una declaración de principios.

  Es posible ignorar y violar las leyes fundamentales de la economía, pero no es posible alterarlas. Las sociedades que entiendan y respeten estas diez leyes económicas sin intentar revocarlas prosperarán.

*Artículo cedido por el Instituto Mises Brasil (versión en portugués) y Mises Institute (versión en inglés)