LA SANIDAD DEBE SER UN NEGOCIO
– Ignacio Almará –
Con mucha frecuencia escuchamos comentarios en contra de tratar la sanidad como un negocio. Lo que este comentario suele implicar es la condena de la existencia de oferta privada de servicios sanitarios, la defensa de la sanidad pública y una crítica de la privatización completa de la industria.
En muchas ocasiones esta expresión incluye la condena de la frivolidad con la que se presupone que se trataría toda la industria y en especial la salud y los clientes.
Esta visión provendría de la concepción popular de los negocios como una simple forma de obtener ganancias a toda costa cayendo generalmente en prácticas injustas, en la condena moral del beneficio empresarial y de la concepción de salud o enfermedad como algo que debería quedar más allá del mercado, siendo así una res extra commercium. Entran en juego además factores emocionales, ya que por lo general los servicios sanitarios se prestan en momentos delicados de la vida de una persona como puede ser el nacimiento de un niño, una enfermedad invalidante o la muerte de un ser querido.
Esto lleva en suma a considerar que, evidentemente, es inmoral hacer negocio, algo de por sí ya condenado, con una necesidad tan básica y esencial como es la atención en momentos de enfermedad.
Esta visión tiene, sin embargo, varios errores.
El primero de ellos es la condena moral del negocio. Si entendemos que un negocio es simplemente hacer dinero a costa de los clientes, ya que estos no tienen otra cosa que hacer que gastárselo en ese negocio concreto, y que, para obtener ese dinero llegarán a cualquier práctica por injusta que sea, es enteramente comprensible que se llegue a una condena moral de tal actividad. Sin embargo, esta concepción es lejana a lo que un negocio (empresa) es en realidad.
Si lo analizamos con detenimiento vemos que el origen de un negocio es el intento de enriquecerse a través de ofrecer un servicio al cliente. El origen de un negocio o empresa parte de la realización de un intercambio por ambas partes, intercambio que solo se dará si ambas partes valoran en más lo que reciben que lo que dan, con el fin último de satisfacer una necesidad. Tras un intercambio el enriquecimiento se da en las dos partes, ya que ambos han obtenido algo que valoran en más que lo que tenían con anterioridad, pueden satisfacer necesidades más valoradas y su situación habrá mejorado. No solo hay que tener en cuenta a aquel que ha obtenido el dinero. Además, mientras este intercambio se dé sin coacción, es decir a través del uso de la violencia o amenaza de violencia, será completamente legítimo.
Además de esto, los empresarios, siendo este término más acertado que el de empresa al hablar de su capacidad de acción y las consecuencias de sus acciones, realizan una función de gran importancia en la sociedad, llevan a cabo un complejo proceso de coordinación social que se lleva a cabo de forma dinámica.
Los empresarios perciben descoordinaciones en la sociedad, es decir, observan cómo las necesidades de unos podrían satisfacerse con los servicios de otros y estos agentes lo desconocen, los empresarios se encargan de organizarlos y los ponen en contacto con el fin último de obtener un beneficio. Los frutos de este acto coordinador son la satisfacción de las necesidades de todos los intervinientes y la creación de información nueva que tenderá a extenderse por todo el mercado y que, en última instancia, llevará a que en un futuro se produzca una mejor satisfacción de las necesidades del resto.
Por un lado, vemos que la concepción del negocio como un elemento frívolo está bastante sesgada pues no considera la parte del enriquecimiento del consumidor y la del empresario como ofertante de servicios.
Por otra parte, debemos analizar la condena de que se haga negocio con la salud o la enfermedad.
Evidentemente es imposible comerciar con la salud o la enfermedad, de la misma forma que es imposible comerciar con el hambre. Resulta complicado concebir de qué manera podría alguien ir al mercado a encargar 2 kilos de hambre o 20 unidades de enfermedad. El hambre, la salud y la enfermedad, son con mucho, necesidades subjetivas que el hombre debe satisfacer a través del empleo de medios concretos. Medios que son escasos y deben ser suministrados por él mismo o por terceros.
Los medios necesarios para satisfacer estas necesidades son bienes o servicios que son propiedad de alguien y que, por tanto, pueden ser dados en intercambio con el fin último de satisfacer estas necesidades.
Es imposible comprar saciedad, pero es enteramente concebible adquirir 1 kilo de pasta con el cual satisfacer la necesidad de comer. Son los medios los que son comerciados con el fin de satisfacer las necesidades.
En todos los campos, el comercio de medios y su estado como bienes producidos en marcos relativamente privatizados lleva a la abundancia de estos medios y a la mayor satisfacción de necesidades por un mayor número de personas. En occidente, esto ha ocurrido, por ejemplo, con la comida, la cual ha ido creciendo en abundancia y bajando en precio paulatinamente, hasta llegar a una situación única en la historia en la que ya no se dan hambrunas.
La mejor forma de satisfacer cualquier necesidad, por básica que sea, como lo es salvar el hambre, es a través del libre intercambio de los medios que pueden satisfacer esa necesidad, esto es, bienes de consumo y de capital destinados en última instancia a satisfacer las necesidades.
Si fue posible salir del estado primitivo de hambrunas recurrentes e incertidumbre en la producción agrícola, así como la reducción de los precios de los bienes destinados para el consumo en esta industria, ¿por qué no iba a ser así en la industria sanitaria?
Si entendemos como negocio la consideración correcta del empresario y como sanidad los medios necesarios para satisfacer las necesidades en lo que respecta a la salud y la enfermedad de las personas, lo deseable es que la sanidad sea cada vez más negocio, para que, igual que ocurrió con el hambre, la enfermedad sea cosa del pasado en la mayor parte de la sociedad moderna. Esto se consigue a través de la propiedad privada de los medios de producción, la libertad para emprender y el intercambio voluntario.
Sin embargo, sí que existe un caso concreto en el que es comprensible y completamente acertado criticar “el negocio de la salud”. Y éste es el “juego” que llevan a cabo los políticos a través del uso de estadísticas y resultados tras actuaciones de políticas sanitarias con el fin de ganar popularidad o votos.
Nada hay más frívolo que usar los datos sobre enfermedades, listas de esperas y gastos en sanidad con el fin de ganar influencia y poder en un sistema político. Este juego supone el manejo de los pacientes como si fueran meros números estadísticos con los que demostrar que un plan político es mejor, lo que es propio de tiranos.
No solo es frívolo, al utilizar los números con intereses políticos, esto es, para ganar así una mayor cuota de poder y doblegar a los demás a la voluntad de aquel que dispone de los medios políticos. Sino porque, además, los medios empleados para sostener el sistema son éticamente despreciables, ya que se sustenta en el robo sistemático y la toma hegemónica de decisiones, ante las cuales los usuarios quedan por entero desamparados sin poder siquiera opinar sobre ellas.
Es por esto por lo que la salud debe ser un negocio, entendido desde el punto de vista correcto, es decir, sabiendo de lo que se trata un negocio y de lo que se habla al hablar de necesidades y medios.
Por otra parte, la crítica a que la salud no debe ser un negocio es completamente correcta cuando se la aplica al juego político que aquellos que quieren tomar control del aparato de gobierno se disponen a jugar cada vez que se abre la veda para alzarse como gobernante.