LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Y LA TEORÍA AUSTRIACA DE LA ESTRUCTURA DE CAPITAL. SEGUNDA PARTE
– Óscar Rodríguez Carreiro –
En el primer artículo de esta serie comprobamos como se documentó históricamente en Inglaterra la tendencia general a la bajada de los tipos de interés, proceso que ya resulta evidente durante los siglos XVI y XVII y que demuestra el aumento general del ahorro que estaba teniendo lugar en dicho país. En este artículo comprobaremos como, correspondientemente, también se produjo el alargamiento de la estructura de producción.
Sudha R. Shenoy documentó dicho proceso, demostrando que, en la estructura económica de producción inglesa, se observa una gran variedad de outputs resultado de una cadena de inversión compleja y extensa, en la que existe una división vertical del trabajo bien desarrollada y en la que la gente está ligada como participantes interdependientes, con la presencia de muchas especializaciones. El resultado será la producción de más, mejores, y más variados tipos de bienes y servicios.[i]
Shenoy insiste en que los outputs de dicha estructura sólo pueden ser producidos por medio de inversiones previas. Además, el mantenimiento de la producción y la mejora de dichos outputs, requiere una inversión continua. El conjunto completo de inversiones precedentes es integral al producto final: juntos forman un todo. La estructura de producción constituye una única formación.[ii] Según Shenoy
Los outputs finales –cualquiera que sea su contenido- pueden aumentarse, mejorarse y diversificarse sólo si, y mientras, se extiende la estructura de capital: si sus “cadenas de inversión” se alejan de las etapas finales de uso.[iii]
Shenoy entiende que representa una grave limitación el centrarse exclusivamente, como sucede en general, en la producción final. Al fijarnos en el crecimiento de la calidad, cantidad y variedad de los outputs finales sólo nos percatamos de las etapas finales de la producción, las más cercanas al uso, de una estructura de capital particular. Pero la producción en estas etapas finales sólo es posible porque existen etapas previas de inversión con bienes de capital que se unen en cadenas que se completan hasta la etapa final del output. Las etapas finales son el resultado de un proceso de producción más largo que recorre toda una serie de etapas previas de producción. El crecimiento de la mejora y diversificación de los outputs finales sólo puede ocurrir si se extiende esta capacidad para producirlos, es decir, si se extiende la estructura de capital. Alargar esta estructura implica que se usen cada vez más y más bienes de capital en etapas cada vez más y más alejadas del uso final. Para poder completar estas cadenas de inversión más largas es necesario producir más bienes de capital. El resultado es un aumento de las etapas entre el uso final y la etapa más alejada de él, es decir, un alargamiento de la estructura de producción.
Observar exclusivamente el resultado final no da información de cómo se logró el aumento y la mejora de la producción. La investigación empírica necesaria tiene que revelar cómo los bienes de capital formaron cadenas de inversión que llevaron a los outputs finales producidos.[iv] Por medio de dicho estudio empírico, Shenoy ha demostrado cómo, a lo largo de los siglos XVI y XVII, se extendió en Inglaterra la división vertical del trabajo, utilizando cada vez bienes de órdenes más altos y obteniendo así un rango más amplio de outputs, con una creciente oferta de bienes y servicios de mayor calidad.[v]
La investigación de Shenoy prueba que el alargamiento de este tipo de “cadenas de inversión” se produjo generalizadamente en sectores como el de la alimentación, el vestido y la vivienda a lo largo de los siglos XVI y XVII, demostrando, como comenta Jeffrey Tucker, que “la Revolución Industrial no fue algo que ocurrió sin más en Inglaterra, sino que, más bien, fue el resultado de un prolongado aumento del capital y de una prolongada expansión de la división del trabajo”.[vi] Y así, en palabras de Samuel Lilley
Como resultado del desarrollo acaecido en los siglos XVI y XVII […] Inglaterra entró en el siglo XVIII con el índice más elevado de prosperidad material de todo el mundo.[vii]
Sin embargo, dada su complejidad, la estructura de producción completa sería imposible de capturar íntegramente. Esta complejidad no hizo sino aumentar durante la Revolución Industrial. Para poder introducir la tecnología creada en esta época, como, por ejemplo, la máquina de vapor, fue necesario aumentar enormemente la cantidad de los bienes de capital y emplearlos en nuevas etapas creadas que se encontraban todavía más alejadas del consumo final, por ejemplo, en la fabricación de las máquinas-herramienta o en la fabricación de raíles para el ferrocarril.
La revolución de los transportes fue parte de este proceso de alargamiento de la estructura de producción. Gracias a los recursos disponibles se pudo iniciar la mejora de las infraestructuras y de los sistemas de transporte, lo que dio lugar a una división del trabajo más avanzada y más eficaz.[viii] Así, la construcción del canal de Worsley, empresa privada iniciada por el duque de Bridgewater y que finalizó en 1761, conllevó la reducción del precio del carbón en Manchester a la mitad. Por imitación de esta obra se inició una serie de obras de construcción de canales de iniciativa privada que surcaron toda la superficie de Gran Bretaña en apenas treinta años, conllevando una considerable reducción de los costes de transporte de mercancías.[ix] Un fenómeno similar ocurrió con las carreteras y, posteriormente, con el ferrocarril.
Lo mismo se puede decir del sector servicios, que experimentó un considerable crecimiento tanto en servicios productivos de etapas de órdenes altos como en servicios de bienes de consumo: transporte, venta al por mayor, venta al por menor, educación, servicios profesionales como ingeniería y arquitectura, servicios recreativos y culturales, etc.[x] Según R. M. Hartwell, el progreso de los servicios puede considerarse como parte del progreso de la especialización y la división del trabajo, de su más variada y compleja utilización. Este progreso no habría sido posible sin la acumulación de capital.
La productividad de los servicios antes de la Revolución Industrial era muy reducida, su coste elevado y la demanda muy limitada.[xi]
La bajada de los tipos de interés es corolario del aumento del ahorro; el alargamiento de la estructura de producción representa la utilización de los ahorros para la producción. Son los empresarios los que conectan ambos fenómenos por lo que el siguiente artículo estará dedicado a la función empresarial durante la Revolución Industrial.
[i] Sudha R. Shenoy, “Investment Chains Through History or An Historian’s Outline of Development: «Using Goods of Ever Higher Orders»”, Indian Journal of Economics & Business, Special Issue (2007): 196.
[ii] Shenoy, “Investment Chains Through History “, p. 196.
[iii] “Final outputs – whatever their actual content – can be increased, improved and diversified only as and if the capital structure is extended: its investment “chains” are lengthened further from the final stages of use”. Sudha R. Shenoy, Towards a Theoretical Framework for British and International Economic History. Early Modern England, A Case Study (Auburn: Ludwig von Mises Institute, 2010), p. 355.
[iv] Shenoy, Towards a Theoretical Framework, pp. 353-354.
[v] Shenoy, “Investment Chains Through History”, p. 204.
[vi] “[…] the Industrial Revolution was not something that just happened upon England but, rather, was the result of a long build-up of capital and a long expansion of the division of labor”. Jeffrey A. Tucker, “The Course of Economic Development in England” (26-06-2010 [recuperado el 03-06-2015], disponible en https://mises.org/blog/course-economic-development-england
[vii] Samuel Lilley, “El progreso tecnológico y la Revolución Industrial, 1700-1914”, pp. 195-264 en Carlo M. Cipolla, ed., Historia económica de Europa. La Revolución Industrial (Barcelona: Ariel, 1983), p. 224.
[viii] David S. Landes, The Wealth and Poverty of Nations (Nueva York y Londres: W. W. Norton & Co., 1998), p. 215. Paul Mantoux, La revolución industrial en el siglo XVIII (Madrid: Aguilar, 1962), p. 20.
[ix] Mantoux, La revolución industrial en el siglo XVIII, pp. 106-111.
[x] R. M. Hartwell, “La revolución de los servicios: el crecimiento del sector servicios en la economía moderna”, pp. 371-409, en Carlo M. Cipolla, ed., Historia económica de Europa. La Revolución Industrial (Barcelona: Ariel, 1983), p. 379.
[xi] Hartwell, “La revolución de los servicios”, p. 380.