LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Y LA TEORÍA AUSTRIACA DE LA ESTRUCTURA DE CAPITAL. CUARTA PARTE.

 

 

    – Óscar Rodríguez Carreiro –   

 

  En los primeros tres artículos de esta serie comprobamos como la teoría austriaca de la estructura de capital nos permite explicar satisfactoriamente el proceso económico conocido con el nombre de Revolución Industrial. Así, comprobamos que, tal y como explica la teoría, el proceso de crecimiento económico inglés se debió al alargamiento de la estructura de producción permitido por la bajada de la preferencia temporal y del aumento consiguiente del ahorro, y que los empresarios tuvieron un papel fundamental al organizar la producción siguiendo las directrices de los consumidores. El último elemento que estudiaremos es el del papel del Estado en la Revolución Industrial.

  La opinión ampliamente mayoritaria es que la Revolución Industrial no fue el resultado de una planificación estatal manifestada en una política industrial premeditada, sino que fue un proceso espontáneo, sujeto a las fuerzas del libre mercado y no dirigido por el Estado. Así, tal y como dice Phyllis Deane

   La revolución industrial británica fue una revolución industrial espontánea, no una industrialización forzada como han sido algunas de sus sucesoras. Su desarrollo dependió de la respuesta sin trabas de la empresa privada a la oportunidad económica.[i]                       

 

  Y según R. M. Hartwell

La “paradoja” de Inglaterra sigue produciendo gran perplejidad a los partidarios de la intervención. La primera Revolución Industrial fue casi enteramente un fenómeno de mercado.[ii]

 

 Y en opinión de Carlos Sabino

   El proceso que siguieron los primeros países que se industrializaron se caracterizó por ser espontáneo, no dirigido por el Estado.[iii]

                 

  Ninguno de los elementos que hemos analizado hasta ahora (el aumento del ahorro, el alargamiento de la estructura de producción, la adopción de nuevos procesos productivos, etc.) fue resultado de la promoción estatal, directa o indirecta. Por ejemplo, el desarrollo tecnológico que se vivió en esta época en Inglaterra fue fruto también de las fuerzas del mercado. Según Samuel Lilley

   La demanda del mercado […] fue la causa principal de las innovaciones tecnológicas del siglo XVIII y principios del XIX.[iv]

  Y David Landes, dice, en relación a la mejora de los transportes en Inglaterra

   Otros países europeos estaban intentando hacer lo mismo, pero en ningún sitio fueron estas mejoras tan amplias y efectivas como en Gran Bretaña. Por una simple razón: en ningún otro sitio eran los caminos y canales típicamente el trabajo de la empresa privada, por tanto respondiendo a las necesidades (más que al prestigio o a las preocupaciones militares) y beneficioso para los usuarios.[v]    

  Los resultados de la actividad estatal en relación con el surgimiento de la Revolución Industrial se pueden reducir a dos efectos: 1) no resultó perjudicial en todas aquellas medidas económicas en las que el Estado se mostrara incompetente a la hora de obligar a su aplicación y cumplimiento, o en cuanto rehusó explícitamente intervenir en las actividades económicas; 2) resultó perjudicial cuando ocurrió lo contrario. En estos casos retrasó, impidió, o hizo retroceder la acumulación de capital.

  En el primer caso, podemos mencionar el fracaso de las políticas mercantilistas a la hora de controlar la vida económica en Inglaterra. Así, a lo largo del siglo XVII se fueron oxidando y quedando sin efecto las regulaciones de salarios, empleo, entrenamiento técnico, localización industrial, precios y comercio, establecidas por los Tudor y los Estuardo. Según Ashton, durante esa época se quebró la dirección central de la economía.

   Durante más de cien años antes de la Revolución Industrial el Estado estaba en retirada del campo económico.[vi]

 Además de la incompetencia estatal a la hora de imponer las medidas mercantilistas, también hay que destacar el triunfo del liberalismo en la sociedad inglesa en los siglos XVIII y XIX. Según Eli Heckscher, gracias a las ideas del liberalismo, especialmente la idea de que toda intervención estatal es perjudicial y la idea de que el individuo y no el Estado es el centro de la vida económica, se procedió a la obra de limpieza de la legislación mercantilista. El principio de no intervención condujo a la negación de la injerencia del Estado, el individualismo privó de base a la filosofía de la razón de Estado.[vii] Todavía había elementos, como la Compañía de las Indias Orientales o la Compañía Cutlers de Hallamshire, que debían su existencia a los poderes garantizados por la Corona, y los campos del comercio exterior, la navegación y las relaciones económicas imperiales estaban sujetos a la interferencia estatal, pero se notó mucho la influencia de escritores y publicistas como Adam Smith a la hora de limitar la intervención estatal.[viii] Hacia 1799, según Paul Mantoux

   La política intervencionista se desacreditaba cada vez más: el laissez-faire reinaba ya en la mayoría de las industrias; la autoridad de las corporaciones de artesanos apenas sí existía ya, y el Estado rehusaba ejercer la suya.[ix]

  En el segundo caso, el de los efectos negativos de la intervención estatal, los efectos más perniciosos tuvieron relación con los episodios bélicos. Por ejemplo, Ashton señala los efectos de la Guerra de los Siete Años y de la Guerra de Independencia americana

   La guerra de 1756-63 resultó en un aumento de los precios y el interés, una caída de los salarios reales, y una sobre-estimulación de la construcción naval y la manufactura del hierro […] Los ocho años que siguieron al estallido de la guerra con los americanos produjeron una seria caída tanto de las importaciones como de las exportaciones […] También estuvieron marcados por un alza en el tipo de interés, y por un descenso de la inversión interna.[x]

  En cuanto a las guerras con Francia entre 1793 y 1815, Ashton afirma que

   Durante la guerra, el gran gasto gubernamental de una naturaleza improductiva produjo un alto nivel de empleo pero un bajo estándar de confort.[xi]

  En relación con los efectos económicos de las guerras con Francia, Ashton distingue tres períodos: el de la guerra, el período de posguerra y reajuste y el período de expansión económica. Durante la guerra el ingente gasto público improductivo redujo el bienestar de la población; la dificultad de importar alimentos provocó el desarrollo de cultivos marginales y aumentaron los ingresos de los agricultores y de los propietarios de parcelas; la escasez de materiales de obra así como las elevadas tasas de interés y los impuestos sobre la propiedad frenaron la construcción de viviendas. En esta época, el capital fue desviado de usos privados a usos públicos y algunos de los desarrollos de la Revolución Industrial se frenaron de nuevo. El gasto en soldados, municiones y uniformes estimuló la construcción naval, la manufactura de hierro, cobre y productos químicos y a algunas ramas textiles, pero a cambio de dañar a las industrias del algodón, de herramientas, de cerámica, etc.[xii] En el período de reajuste los tipos de interés y el alquiler de las casas se mantuvieron. Al mismo tiempo se produjeron quiebras bancarias, se contrajo el gasto público y hubo una reticencia generalizada a invertir a largo plazo. En el tercer período se recuperó la senda del progreso económico: la vuelta al patrón oro, la reforma del sistema fiscal, la reducción de la deuda nacional, el descenso del tipo de interés, el descenso de los alquileres, caída de los precios fruto de la reducción de costes, etc.[xiii]

 Además de las guerras, también hay que destacar los efectos económicos negativos provocados por la realización de obras públicas estatales, como las que se emprendieron en la época de los años 1780.[xiv]

[i] “The British industrial revolution was a spontaneous industrial revolution, not a forced industrialization as some of its successors have been. Its development depended on the unfettered response of private enterprise to economic opportunity”. Phillys Deane, The First Industrial Revolution (Cambridge: Cambridge University Press, 1979), p. 98.

[ii] R. M. Hartwell, “La revolución de los servicios: el crecimiento del sector servicios en la economía moderna”, pp. 371-409 en Historia económica de Europa. La Revolución Industrial, ed. Carlo M. Cipolla (Barcelona: Ariel, 1983), p. 390.

[iii] Carlos Sabino, Diccionario de economía y finanzas (Caracas: Panapo, 1991), p. 186.

[iv] Samuel Lilley, “El progreso tecnológico y la Revolución Industrial, 1700-1914”, pp. 195-264 en Historia económica de Europa. La Revolución Industrial, ed. Carlo M. Cipolla (Barcelona: Ariel, 1983), p. 224.

[v] “Other European countries were trying to do the same, but nowhere were these improvements so widespread and effective as in Britain. For a simple reason: nowhere else were roads and canals typically the work of private enterprise, hence responsive to need (rather than to prestige and military concerns) and profitable to users.” David Landes, The Wealth and Poverty of Nations. Why Some are so Rich and Some so Poor (Nueva York y Londres: W. W. Norton & Co., 1998), p. 215.

[vi] “For more than a hundred years before the Industrial Revolution the State was in retreat from the economic field”. T. S. Ashton, The Industrial Revolution, 1760-1830 (Londres: Oxford University Press, 1948), p. 138.

[vii] Eli Heckscher, La época mercantilista, pp. 453-454.

[viii] Ashton, The Industrial Revolution, p. 139.

[ix] Paul Mantoux, La revolución industrial en el siglo XVIII (Madrid: Aguilar, 1962), p. 443.

[x] “The war of 1756-63 resulted in a rise of prices and interest, a fall of real wages, and an over-stimulation of shipbuilding and the manufacture of iron […] The eight years that follow the outbreak of war with the Americans brought a serious fall of both imports and exports […] They were marked also by a rise in the rate of interest, and by a decrease of investment at home”. Ashton, The Industrial Revolution, p. 148.

[xi] “During the war heavy government expenditure of an unproductive nature produced a high level of employment but a low standard of comfort”. T. S. Ashton, “The Standard of Life of the Workers in England, 1790-1830”, en Capitalism and Historians, ed. F. A. Hayek (Chicago: The University of Chicago Press, 1954), p. 129.

[xii] Ashton, The Industrial Revolution, p. 150.

[xiii] Ashton, “The Standard of Life of the Workers in England”, pp.129-132.

[xiv] Ashton, The Industrial Revolution, p. 148.