LA PROSPERIDAD ILUSORIA

 

    – Rodrigo Constantino – 

 

  

 

  El tipo «natural» de interés es aquella que predominaría en un libre mercado de capitales, equilibrando la oferta de capital ahorrado y la demanda por inversiones. Para realizar nuevas inversiones productivas, antes es necesario acumular capital, o sea, factores de producción. Sin embargo, muchos parten de la premisa de que una reducción en el tipo de interés será siempre deseable, aunque se obtenga por medios artificiales. Se habla de la «escasez de dinero», confundiéndose dinero con capital, como si más dinero venido del más allá pudiera generar más inversión productiva de forma sostenible. Eso no es sino una gran ilusión, como el economista Mises ya había demostrado a comienzos del siglo XX.

  Existen dos maneras de crear dinero artificial: impresión de papel moneda por el gobierno; y emisión de crédito bancario sin respaldo. Los bancos pueden reducir artificialmente los tipos de interés emitiendo notas y cheques además de la cantidad de depósitos a la vista, posible gracias a las reservas fraccionarias. Mises llamó a esa emisión sin respaldo «circulation credit», mientras el crédito respaldado por el ahorro era llamado «commodity credit». Solamente el primero es inflacionario. El «dinero fácil» creado por este mecanismo presiona los tipos de interés hacia bajo, creando la falsa sensación de prosperidad. Inversiones que antes no parecerían rentables ahora se hacen atractivas. Los recursos son desviados hacia estas malas inversiones, añadiendo más leña en la hoguera, sosteniendo así el clima de euforia. Algunas escuelas de pensamiento llegaron a defender esta política como el medio para hacer el crédito gratuito y resolver la «cuestión social». El arte de la alquimia habría sido descubierto. Pero la inflación no es una política sostenible.

  La inflación dura solamente mientras las personas crean que será temporal. En el momento en que los agentes se convencen de que la inflación no parará, huyen del uso de esta moneda, escapando hacia «valores reales» como monedas extranjeras, metales preciosos o hasta el trueque. Más pronto o más tarde, por lo tanto, la crisis debe inevitablemente estallar. Mientras más tarde se de este ajuste, más doloroso será, pues mayores serán los daños causados en la fase de bonanza artificial. La recesión sustituye el boom anterior, y los negocios emprendidos durante la era de crédito abundante acaban siendo liquidados. Los bancos se hacen más cautelosos, y son más tímidos en la expansión de más crédito circulante. Los tipos de interés suben nuevamente. Cuando una política inflacionista llega al fin de esa manera, se necesita tiempo para ajustar los excesos. Las personas rechazan nuevas rondas de crédito fácil. Hace falta tal vez que surja una nueva generación para que la memoria colectiva sea totalmente borrada y una nueva oleada de ilusión pueda tomar al país.

  Para Mises, la principal causa de esa ilusión colectiva es el factor ideológico. Tanto los políticos como los empresarios encaran la reducción de los tipos de interés como una meta esencial de la política económica. La expansión del crédito circulante se ve como el medio adecuado para alcanzar esta meta. Mientras las personas no entiendan que el único medio sostenible de reducción de la tasa de intereses es la mayor acumulación de capital a través del ahorro, esas oleadas de euforia seguida de pánico continuarán. Los bancos deben actuar como intermediarios entre ahorradores e inversores, pero no deben tener el poder de crear crédito sin respaldo. El conocimiento de que el gobierno estará disponible en el caso de emergencias crea un moral hazard, haciendo que los bancos sean aún más agresivos. Si la crisis pudiera seguir su curso libremente, para imponer las duras penalidades a los que asumieron más deuda de la que podían, todos serían más cuidadosos con el crédito en el futuro. Pero la opinión pública aprueba la asistencia del gobierno durante las crisis, lo que sólo estimula el comportamiento irresponsable.

  Las personas necesitan aceptar la realidad. El tipo de interés no es algo que puede ser impunemente manipulado. Es un importante precio de mercado, que equilibra ahorro e inversión. Mientras las personas juzguen que una manzana hoy vale más que una de aquí a un año, habrá tasa de intereses para coordinar las preferencias intertemporales. Las inversiones productivas dependen siempre de capital acumulado por el ahorro. Creer que es posible tener y comerse el bollo a la vez, que podemos simplemente forzar la tasa de intereses hacia bajo, aumentando las inversiones sin la contrapartida de más ahorro real, no es sino una peligrosa ilusión.

 [i] referencias

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