LA INDUSTRIA EXTRACTIVA DE LOS CONSUMIDORES DE IMPUESTOS Y EL CRECIMIENTO INEXORABLE DEL ESTADO

 

    – Rui Santos –  

 

 

 

  El sector Estado, en tanto institución concreta y no entidad abstracta del género “el estado somos nosotros”, está compuesto por personas que intentan, tal como las demás personas, maximizar su rendimiento. Los políticos, administradores y funcionarios públicos, pensionistas y demás personas y empresas que reciben dinero del Estado, quieren, como cualquier otro, obtener el mayor rendimiento posible.

  La diferencia en relación al sector privado es que el Estado no tiene competencia en el sentido de poder quedar fuera del negocio si no agrada a sus clientes. Por mal que funcione un sector del Estado las personas que allí trabajan tienen la garantía que no es a causa de eso que van a ser despedidas; por otro lado, mientras que en el sector privado los pagos de salarios y los beneficios dependen de los ingresos obtenidos (ventas) y estos ingresos están limitados por la competencia, en el sector público los ingresos provienen de impuestos y tasas. Esto garantiza inmediatamente que el Estado pueda pagar más a sus funcionarios que el sector privado. La empresa privada ve sus ingresos limitados por la competencia; el sector público puede siempre extraer más impuestos y más tasas.

  En cierto sentido podemos decir que la inexistencia contable de beneficios en el sector público se debe a que estos se incorporan en los salarios de los funcionarios públicos. Por eso no resulta extraño que los más diversos estudios muestren que los pagos de salarios en la función pública son substancialmente más altos que en el sector privado.

  Por eso tampoco resulta extraño que los impuestos y las tasas crezcan siempre de año en año. Aunque sus mayores beneficiarios, que son pensionistas y funcionarios públicos, no los puedan subir directamente, los partidos políticos ven en el aumento de los salarios de estas clases una forma de comprar votos para el sostenimiento de sus máquinas partidistas (ministros, diputados, concejales, trabajadores de los partidos, etc.).

  Así se reúnen las condiciones para un crecimiento continuado del sector público acompañado por el respectivo aumento de los impuestos que cada vez más sobrecarga a la población. Este aumento de tasas e impuestos, aunque siempre impopular, se ha mostrado siempre realizable en la práctica, a través de los más variados pretextos, disculpas y encubrimientos, en nombre de la salvación “del país” de la bancarrota. En realidad, no se trata de la salvación “del país”, sino de la sustentación de un Estado cada vez mayor, que sirve directamente a un grupo muy concreto de personas.

  Para la existencia de este estado de cosas entra como factor importante la incultura económica de la mayoría de la población y aún de gran parte de los economistas (algunos deliberadamente ignorantes por depender también ellos del aparato estatal – es el caso de gran parte (no todos) de los profesores de economía de la enseñanza pública). Mientras a las personas les parezca bien que se aumente el impuesto sobre el tabaco, las bebidas, las casas o los coches de lujo, este estado de cosas no cambiará; mientras no haya una cultura de rechazo de impuestos y un concomitante rechazo del Estado como la mayor figura de la economía y de la sociedad, nada cambiará; mientras las personas no perciban que, como decía Albert Jay Nock, “el Estado es por naturaleza antisocial” pues basa su actividad no en una interacción voluntaria con las personas sino en la autoridad y la violencia, donde obliga al ciudadano a pagar los impuestos que le exige o de lo contrario se apropia de su casa o lo manda a prisión; mientras no haya un solo órgano de comunicación social que defienda abiertamente la reducción gradual del Estado teniendo como meta práctica, en un horizonte razonable, una carga fiscal del 10%, por ejemplo, está todo dicho. Se trata sólo de vender hojas de periódico y tiempo de televisión.

  Mientras, el pagador de impuestos va al hospital o pone a los hijos en la universidad pública, convencido de que son mucho más baratos que los privados. Es falso. Son más caros. Lo que él ve es la tasa moderadora o la propina reducida; lo que no ve son los impuestos que está pagando para sostener esas instituciones. No es por casualidad que un profesor de la enseñanza pública gana en muchos casos el doble de lo que un profesor de la enseñanza privada.

  Y se puede decir con certeza, que los impuestos para el año próximo serán incluso un poco mayores que este año.