LA IGLESIA CATÓLICA Y EL ORIGEN DE LOS HOSPITALES
– Ignacio Almará –
Cualquier ciudad que se precie disfruta hoy en día hoy de grandes complejos hospitalarios públicos. Estos complejos se estructuran todos de manera similar: recepción de urgencias con sus distintos niveles asistenciales, quirófanos, salas de exploraciones complementarias y lo más importante, las camas que conforman las plantas.
Estos grandes hospitales son una de las joyas de la corona en el discurso político y de la aceptación del papel estatal en la vida pública hasta tal punto que parece impensable concebir la creación de hospitales sin apoyo estatal o sin que sean del Estado. El Estado mismo parece ser a veces el origen primero de los hospitales de forma sistematizada.
Nada hay más lejos de la realidad. Ya en la serie The Knick teníamos como ejemplo al hospital Knickerbocker, el cual debía competir con otros hospitales de la ciudad a fin de conseguir cada vez más clientes y mejorar sus servicios. La clínica Mayo es otro ejemplo reciente de hospital surgido sin ningún tipo de intervención estatal en su origen.
Sin embargo, si estudiamos la historia de los hospitales podremos llegar a ver datos aún más curiosos que los de The Knick sobre el origen de los hospitales.
Los primeros hospitales.
Si nos remontamos a la historia antigua encontramos ejemplos de lo que podría considerarse hospitales en la Antigua Grecia. En Grecia, estos “hospitales” eran templos dedicados a la deidad Asclepio, el cual era el dios de la medicina y las artes taumatúrgicas. En estos templos, conocidos como Asclepieia, se han encontrado tablas con información sobre diagnósticos y pautas de tratamiento, recordando a las actuales historias clínicas.
Por su parte, los romanos también tenían un sistema parecido, heredado de los griegos y dedicado al dios Esculapio, la divinidad romana encargada de la medicina. La griega y la romana eran básicamente la misma divinidad y el sistema griego fue imitado por los romanos. Sin embargo, se han recogido también datos sobre edificaciones dedicadas a la curación de soldados, esclavos y gladiadores conocidos como Valetudinaria, aunque se desconoce qué tipo de intervenciones se llevaban a cabo en ellas.
Como recogimos anteriormente en “Lo que la antigua India puede enseñar a la Francia de Macron”, la India tiene una gran tradición de conocimientos médicos, recogidos en su propio sistema conocido como medicina ayurvédica y con el legendario médico Cháraka como su mayor representante. No ha de sorprendernos por tanto que, en la India, así como en otros lugares de Asia, se hayan recogido registros sobre edificaciones dedicadas a la cura y cuidado de enfermos. El viajero budista Fa Xian en su libro Expediente de los reinos Budistas, contados por el monje chino Fa Xian, de sus recorridos en la India y Ceilán en busca de los libros de la disciplina budista, recoge, además de valiosa información sobre la libertad política y económica en la India bajo la administración de la dinastía Gupta, la existencia de un gran ambiente de caridad en algunas ciudades ricas de la India en la que los mercaderes habían desarrollado de forma espontánea hospitales y casas para los necesitados.
Por otra parte, en Sri Lanka, tenemos el ejemplo del hospital de Mihintale, desarrollado en el siglo VI a.C., como centro dedicado a la curación de enfermos concentrados en un mismo espacio, pudiendo considerarse también uno de los primeros hospitales de la humanidad.
Sin embargo, el origen de los hospitales modernos, en el cual en un mismo espacio se reúnen enfermos encamados con atención médica continuada y servicios de alimentación y limpieza, se lo debemos a la Iglesia Católica.
La caridad y el origen de los hospitales.
El desarrollo de los hospitales, tal y como los entendemos en la actualidad, está íntimamente ligado al credo de la Iglesia Católica Romana, debido a que en esta rama del cristianismo se hace especial hincapié en las obras de caridad para con los demás.
El principio de los hospitales se fundamenta en la preocupación y el cuidado de los enfermos. Parece lógico pensar que es una preocupación constante a lo largo de los siglos y las culturas. Sin embargo, esto no es así. Un ejemplo claro son las pestes ocurridas en Cartago y Alejandría, ante las cuales los paganos huyeron de las ciudades dejando a familiares y amigos enfermos, solos y sin cuidado. Mientras que, por su parte, los católicos permanecieron junto a los enfermos, dándoles reposo físico, medicina y ofreciendo oblaciones y plegarias por ellos.
Otro signo de caridad por parte de los primeros católicos lo conocemos a través del soldado romano Pacomio, el cual comenzó su camino a la conversión tras ver cómo los cristianos asistían a aquellos soldados romanos que lo necesitaban, a pesar de que no hacía mucho habían sido perseguidos por esos mismos soldados. Pacomio, posteriormente, se convirtió al cristianismo y sentó las bases de la regla monástica en las que se basaría San Benito.
Son muchos los ejemplos de caridad dados por los cristianos y es muy sencillo entender por qué se da entre ellos este continuo deseo de darse y ayudar a los demás. La caridad cristiana está fuerte y directamente fundamentada en las enseñanzas de Jesús quien dice:
Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver». Los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?». Y el Rey les responderá: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25; 31-46)
Esta enseñanza de Jesús se ve reafirmada por San Pablo quien en sus cartas afirma: “Bendecid a los que os persiguen; bendecidlos y no los maldigáis” (Romanos 12: 14). Y añade: “Así pues, mientras tenemos oportunidad, practiquemos el bien para con todos, y sobre todo para los que pertenecen a la familia de la fe” (Gálatas 6:10).
También tenemos el ejemplo de la carta de Santiago, quien nos invita a vivir una vida llena de buenas obras, las cuales son la vida de la fe (Santiago 2: 14- 26). En definitiva, el ejercicio de la caridad es vital para los cristianos, sobre todo católicos,[i] debido a que los actos hacia los demás son una expresión del amor hacia Jesús, quien se encuentra presente en cada uno de nosotros. Así, la caridad se sacraliza, siendo una entrega por amor a Dios y no simplemente un ejercicio que busca la reciprocidad o fruto de la mera emotividad. Teniendo, pues, la caridad fuertemente fundamentada en el seno de la religión católica, ésta sirve como base para el desarrollo sistematizado del cuidado en la sociedad.
Los cristianos pronto intentaron desarrollar sistemas de cuidado lo más extensos y de la mayor calidad posible. Un ejemplo de esto podría ser el del Concilio de Nicea en el 325 d.C., en el cual se estableció instaurar un hospital en cada catedral con el fin de atender a los peregrinos, quienes solían llegar enfermos. El primer ejemplo de ello lo tenemos con San Basilio quien construyó un hospital en Cesarea. Por otra parte, tenemos a Santa Fabiola, una rica romana que tras vender todos sus bienes impulsó la creación del primer hospital en Roma cerca del año 390 d.C. a la vez que salía por las calles a recoger a los enfermos y necesitados.
El desarrollo de los hospitales como centros de atención asociados a lugares de peregrinación siguió en aumento y se extendió hacia los monasterios. Los monjes, regidos por la regla benedictina, tenían la obligación de atender a los monjes enfermos, pero pronto esa costumbre se extendió hacia toda la población. Los monasterios entonces no solo comenzaron a acoger enfermos, sino que, además, en algunos casos reunían a médicos y eran lugares de traducción y preservación de textos médicos, siendo entonces lugar de avance de las artes médicas, dando pie a lo que se conoce como medicina monástica.
El avance de esta costumbre, la cual se extendió rápidamente por Europa en forma de hospederías, hospitales y leproserías, tiene uno de sus mayores exponentes en el gran hospital de la Orden de san Juan en Jerusalén, del cual tenemos muchos registros.
Este hospital se funda tras la conquista de Jerusalén por parte de los ejércitos cruzados, gracias a la Orden de los Caballeros Hospitalarios o de San Juan, que posteriormente pasará a llamarse la Orden de los Caballeros de Malta. El hospital se fundó muy próximo a la Iglesia del Santo Sepulcro con el fin de acoger a los peregrinos que acudieran a visitarla. A lo largo del tiempo el hospital fue creciendo y como relata John de Würzburg:
El hospicio alimenta a tantos individuos, tanto fuera como dentro, y da tan gran cantidad de prendas a los pobres, tanto como a los que se acercan a la puerta como a los que se quedan fuera, que con certeza no se pueden contar de ninguna forma los gatos, ni tan siquiera por los administradores del lugar.[ii]
Por su parte Teodorico de Würzburg comenta:
Al llegar al palacio no podíamos contar el número de personas que allí había, pero vimos miles de camas. Ningún rey o tirano podría ser tan poderoso para mantener diariamente el gran número de bocas en esta casa.[iii]
Sin embargo, más allá del enorme número de personas que eran atendidas a diario en este hospital, lo más relevante es la calidad del trato que recibían. Como dijimos, la caridad cristiana estaba fundamentada en la misma escritura sagrada de los cristianos, y el acto de la caridad es por tanto un acto sagrado, es por esto que la calidad del trato debía ser exquisita. Como refleja Raymond du Puy, administrador del hospital a partir del año 1120, en el artículo 6 de su código de administración y recepción hospitalaria que tiene como título Cómo Nuestros Señores los Enfermos deben ser Recibidos y Servidos: “cuando se reciba a un enfermo debe hacerse de la siguiente manera: primero ha de dejársele tomar parte en el Santo Sacramento, confesándose antes para posteriormente ser llevado a la cama y allí ser tratado como un Señor”.[iv]
Era tal la devoción a los enfermos que el personal hospitalario debía comer solo cuando todos los enfermos hubieran terminado de hacerlo; la atención médica era continuada, teniendo dos visitas médicas regulares diarias y atención continua por enfermeros. Además, disfrutaban de dos comidas principales diarias, aseos y cambios de ropa y ropa de cama.
Este hospital fue modelo para todos los hospitales posteriores y es, exactamente, el mismo modelo seguido en cualquier planta de un hospital de tercer nivel público de la actualidad.
El ocaso de la hospitalidad católica comenzó con las expropiaciones de Enrique VIII sobre la Iglesia Católica, lo cual llevó a un levantamiento popular, sobre todo por las regiones del Norte conocido como la Peregrinación de la Gracia, ya que los monasterios y los religiosos católicos eran el motor de orden y centro de la vida comunitaria de los pueblos y pequeñas ciudades.
Esta corriente anticatólica llega a su cénit con la oleada secularista del siglo XVIII tras la Revolución Francesa. Debido a las nacionalizaciones de los terrenos y monasterios de la Iglesia por parte del gobierno francés, Francia perdió el 47% de los hospitales entre 1789 y 1843. En el caso de las Universidades, también católicas, el número de estudiantes pasó de ser de 50.000 a 12.000 con el gobierno secularizador, poniendo de manifiesto la importante labor de la Iglesia en la sociedad.
Conclusión.
Los hospitales, entendidos en su sentido moderno como centros de curación y recuperación de enfermos con cuidados de estancia, surgen a partir del siglo IV d.C., siendo primero zona de recuperación de peregrinos y luego crecen y mejoran hasta tener su máximo exponente en el Hospital de San Juan de Jerusalén.
El cuidado de los enfermos de forma sistematizada surgió como una actividad íntimamente ligada a la caridad católica, la cual sacralizaba las relaciones interpersonales, sobre todo con los más desfavorecidos, al tener presente la presencia de Dios en los otros. De esta forma, se llevaba a cabo un servicio excepcional, no solo en cuanto a cantidad de servicios y gente beneficiada sino que también la calidad del cuidado era del máximo nivel, al no ser simplemente observado como una relación secular.
Los hospitales católicos medievales, administrados en su mayoría por monjes y sacerdotes, sirvieron como base a todos los hospitales posteriores, siendo por tanto modelo de los modernos hospitales. A pesar de no poder contar con las ventajas modernas como el uso de antibióticos, dado que no se habían descubierto por entonces, los hospitales de la Iglesia contaban con la ventaja de ofrecer una curación en todos los aspectos del individuo debido a los servicios religiosos ofrecidos en los mismos.
Podemos concluir, por tanto, que el origen de los hospitales se encuentra íntimamente ligado a la caridad católica, la cual ha procurado siempre cuidar al más necesitado. Y debemos añadir que, además, este concepto, el de hospital, responde más a un origen orgánico y espontáneo que arbitrario, ya que evolucionó desde los hospicios catedralicios para peregrinos hacia los grandes hospitales que se fueron generando al ver de primera mano las necesidades de los peregrinos.
La labor de la Iglesia en cuanto al cuidado y curación de enfermos es inconmensurable. Desde el siglo IV hasta la actualidad han operado hospitales y establecimientos dedicados al cuidado de los más necesitados por parte de fieles de la Iglesia. Esto deja patente que la visión de una sociedad que se abasteciera de servicios médicos a través de un sistema de libre mercado y caridad podría funcionar perfectamente. De hecho, funcionó de esta forma durante decenas de siglos, siendo la Iglesia el gran referente del cuidado de los enfermos. Sin embargo, las sucesivas oleadas secularizadoras acaecidas desde el siglo XVIII, desplazaron el papel de cuidador desde la Iglesia hacia el Estado, pivotando hacia un modelo de cuidado completamente diferente.
[i] Esto se debe a que la tradición católica presta mucha atención a las buenas obras, las cuales, junto a la fe, conforman el medio de salvación del hombre. Por el contrario, la reforma comenzada por Lutero pone exclusivo énfasis en la fe, dejando las buenas obras como algo completamente innecesario. Es por eso que Lutero comenzó a ver rápidamente falta de caridad y menor tendencia a la compasión entre los pueblos que adoptaron las ideas reformistas.
[ii] Thomas Woods, How the Catholic Church Built the Western Civilization (Washington DC: Regnery Publishing Inc., 2005) p. 129
[iii] Woods, How the Catholic Church Built the Western Civilization, p.129
[iv] Woods, How the Catholic Church Built the Western Civilization, p.129