LA IDEA DE QUE EN EL CAPITALISMO SE EXPLOTA A LOS TRABAJADORES ATENTA CONTRA LA LÓGICA

    – Diversos autores –  

 

 

  Fue Karl Marx quién popularizó la idea de que los capitalistas explotan a los trabajadores. Y los capitalistas hacen eso “apropiándose» de una parte del trabajo de sus empleados.

  El argumento es relativamente simple: el capitalista remunera al trabajador con $100. Este trabajador genera mercancías, y esas mercancías son vendidas por $120. Según Marx, este beneficio sólo es posible porque una parte del trabajo no fue remunerada por el capitalista – en este caso, los $20.

  Esos $20 serían exactamente la «plusvalía», que es la medida de la «explotación laboral».

  O sea, el trabajador prestó un servicio para el capitalista y no obtuvo la «debida» remuneración. Su remuneración fue más pequeña que el valor total que generó para el capitalista.

  Consecuentemente, el capitalista, que no efectúa trabajo físico, retuvo para sí una parte del valor de los que los trabajadores produjeron, y consigue hacer eso gracias a su monopolio de los medios de producción (la fábrica y las máquinas que el trabajador utilizó para producir el bien).

  Luego, estando estos bienes de producción en propiedad del capitalista y no del trabajador, el trabajador tiene que sujetarse a la demandas del capitalista, aceptando entregar al capitalista una parte de aquello que su mano de obra produce – de lo contrario, morirá de hambre en el frío.

  De esta manera, al pagar al trabajador un salario más pequeño que el valor total por él producido, el capitalista está «robando» una parte de la mano de obra del trabajador.

  Este es el origen de la noción marxista de «renta inmerecida», que sería la renta que no se obtiene al trabajar y producir, sino simplemente por ser el propietario de un negocio privado que emplea trabajadores, que son aquellos que realmente hacen todo el trabajo.

  El capitalista, en esta concepción, no hace nada. Sólo vive de la explotación del trabajo de los otros, mientras se queda sentado en su oficina, con sus pies sobre el escritorio, fumando un puro.

  ¿La solución de Marx? Confiscar los medios de producción de la burguesía y pasárselos a los trabajadores para que estos puedan retener el producto integral de su trabajo sin que haya intermediarios capitalistas que se apropien de parte del sudor de los trabajadores.

  Sin el capitalista, no hay mano-de-obra bien remunerada.

  Comenzando por lo básico.

  ¿De dónde vienen las empresas en las cuales se emplea a los trabajadores?

  ¿Cómo fue construida la fábrica o la empresa? ¿De dónde viene el capital – las máquinas, herramientas y equipamientos – de las fábricas y empresas, con el cual los trabajadores contratados realizan su trabajo para producir los bienes que eventualmente estarán disponibles para que los consumidores compren?

  ¿De dónde vienen los recursos que garantizan el pago de los salarios de los trabajadores?

  Alguien necesariamente tuvo que ahorrar una parte de los rendimientos obtenidos en el pasado para, entonces, utilizar esos recursos ahorrados en la construcción de la empresa y en su equipamiento con todos los bienes de capital necesarios – sin los cuales el trabajo de cualquier trabajador sería considerablemente mucho menos productivo, con muchas menos cantidades producidas, y mucho más imperfecto en su calidad.

  El empresario que inicia una actividad tiene necesariamente que haber ahorrado los fondos necesarios para cubrir sus propias necesidades de inversión o haber tomado prestado de otros que ahorraron lo necesario.

  Por tanto, sin el capitalista para financiar y sin el empresario para emprender, el trabajador no tendría a su disposición las máquinas, las herramientas y todos los bienes de capital que posibilitan su trabajo, que lo hacen más productivo, y que aumentan su valor.

  Pero incluso eso es lo de menos.

  La ineludible cuestión de la preferencia temporal.

  He ahí la cuestión más crucial de todas: los trabajadores que los empresarios y capitalistas emplean no necesitan esperar hasta que los bienes sean producidos y realmente vendidos para recibir sus salarios.

  Los capitalistas adelantan bienes presentes (salarios) a los trabajadores en pago de recibir – solamente cuando el proceso de producción esté finalizado – bienes futuros (retorno de la inversión). Existe necesariamente una diferencia de valor entre los bienes presentes de los cuales los capitalistas abren mano (su capital invertido en la forma de salarios y maquinaria) y los bienes futuros que ellos recibirán (si es que los reciben).

  Son muchas las personas que no entienden correctamente ese concepto de que los capitalistas adelantan bienes presentes para recibir, después de mucho tiempo, bienes futuros. Sin embargo, basta verificar los balances de cualquier empresa para verificar ese fenómeno. Por ejemplo, la General Electric invirtió (adelantó) 685 mil millones de dólares para recuperar, en la forma de flujo de caja anual, aproximadamente 35 mil millones. O sea, los capitalistas de la GE abrieron mano de 685 mil millones (y su equivalente en bienes de consumo que ellos podrían haber adquirido en el presente) para recibir, anualmente, unos ingresos de 35 mil millones.

  A ese ritmo, serán necesarios 20 años sólo para recuperar todo el capital adelantado.

  La pregunta es: ¿los capitalistas que adelantan 685 mil millones – que se abstienen de consumirlos y que incurren en un riesgo para recuperarlos – no deberían recibir ninguna remuneración por eso? ¿Será que durante los próximos 20 o 30 años deberían contentarse sólo con recuperar – y eso si todo sale bien – los 685 mil millones de que abrieron mano, sin recibir ninguna remuneración por su tiempo de espera y por el riesgo en que incurren?

  Quién piensa así está, en la práctica, diciendo que tener 1.000 dólares hoy es lo mismo que tener 1.000 dólares de aquí a 500 años (y asumiendo cero de inflación de precios).

  Y este es exactamente el raciocinio detrás de todo el análisis marxista de la explotación capitalista. Lo que hay de errado, por lo tanto, con la teoría de la explotación es que no comprende el fenómeno de la preferencia temporal como una categoría universal de la acción humana.

  La «plusvalía» no es la apropiación de un tiempo de trabajo no remunerado, sino el interés derivado del tiempo de espera y del riesgo asumido hasta que el proceso productivo esté concluido.

  Los capitalistas, al adelantar su capital y su ahorro para todos sus factores de producción (pagando los salarios de la mano de obra y comprando maquinaria), esperan ser remunerados por el tiempo de espera y por el riesgo que asumen. Por otro lado, los trabajadores, al recibir su salario en el presente, están intercambiando la incertidumbre del futuro por el confort de la certeza del presente.

  El hecho de que el trabajador no reciba el «valor total» de la producción futura nada tiene que ver con la explotación; simplemente refleja el hecho de que es imposible que el hombre intercambie bienes futuros por bienes presentes sin que haya un descuento. El pago salarial representa bienes presentes, mientras que los servicios de su mano de obra representan sólo bienes futuros.

  La relación laboral, por lo tanto, es sólo una relación de intercambio entre bienes presentes (el capital y el ahorro del capitalista) por bienes futuros (bienes que serán producidos por los trabajadores y por la maquinaria utilizada, pero que sólo estarán disponibles en el futuro).

  El economista austríaco Eugen von Böhm-Bawerk expresó todo eso de manera mucho más resumida: «Me parece justo que los trabajadores cobren el valor integral de los frutos futuros de su trabajo; pero no es justo que cobren la totalidad de ese valor futuro ‘ahora’.»

  Empresarios y capitalistas afrontan la incertidumbre de planear para el futuro.

  Los trabajadores y todos los demás conectados al proceso de producción reciben su pago mientras el trabajo está siendo hecho. Sin embargo, el empresario afronta toda la incertidumbre sobre irá a ganar o no lo suficiente con la venta de sus productos para cubrir todas los gastos en los cuales ha incurrido. De hecho, ni siquiera sabe si conseguirá vender su producto.

  Al pagar a sus empleados los salarios que fueron acordados por contrato, el empresario los alivia de la incertidumbre acerca de si, al final del proceso, habrá beneficio, pérdida, o si la empresa quedará a cero.

  Es el empresario quien tiene que hacer los juicios especulativos y creativos sobre qué producir y a qué precios sus productos podrán ser vendidos. La precisión de este juicio empresarial en conseguir anticipar mejor que sus competidores aquello que sus consumidores pueden querer comprar en el futuro, así como los precios que podrán pagar por esos bienes, es lo que determinará el éxito o fracaso de su actividad.

  Sin el empresario y el capitalista para organizar, financiar y dirigir la empresa, sus empleados no tendrían trabajo ni recibirían salarios antes de que un único producto fuera fabricado y vendido.

  Por lo tanto, el empresario no es solamente el organizador de la empresa y el inversor que hace todo acontecer; también es quien afrontará las consecuencias si no obtiene beneficio por sus esfuerzos empresariales.

  Conclusión.

  Por todo eso, no tiene sentido decir que el capital explota al trabajador. La realidad es opuesta: el capital no sólo aumenta el valor de la mano de obra del trabajador – al suministrar las máquinas y herramientas que necesita para producir bienes y servicios que los consumidores valoran y compran voluntariamente – sino que también lo libera de la incertidumbre del futuro.

  Si los capitalistas y empresarios no hicieran disponible el capital (maquinaria, herramientas, materia prima, insumos, instalaciones etc.), la mano de obra no tendría cómo producir estos bienes demandados por los consumidores. Consecuentemente, los trabajadores ni siquiera tendrían renta – o al menos, no tan alta como la posibilitada por los capitalistas.