En el artículo anterior mostramos que sería apropiado centrarse en otras razones más creíbles y objetivas que la esclavitud sobre las causas por las que se produce la Secesión. Estas razones podemos resumirlas en: 1) diferencias entre el norte y el sur por razones de carácter político, como la vulneración por parte del gobierno federal de los «derechos de los Estados»; 2) razones económicas, como la existencia de disputas en materia fiscal; y 3) ciertas diferencias sociales, culturales y religiosas.

  Pasemos por lo tanto a matizar estas tres causas.

  1) Recordemos previamente que los Estados Unidos de América no surgieron por la creación de un gobierno federal (depositario de la soberanía nacional) que divide administrativa y políticamente su territorio en diferentes Estados a los que les otorga cierta autonomía legislativa, ejecutiva y judicial, constituyéndose así como un Estado desde su independencia de la Corona británica. Todo lo contrario, EE.UU. surgió de la unión de los diferentes Estados soberanos que anteriormente eran colonias británicas. Estas 13 colonias, que tras la independencia de Gran Bretaña en 1776, se constituyeron cada una de ellas como Estados independientes los unos de otros, fueron: Massachusetts, New Hampshire, Rhode Island, Connecticut, New York, Pensilvania, New Jersey, Delaware, Maryland, Virginia, Carolina del Norte y del Sur y Georgia. Cada uno tenía pues su propia constitución y sus sistemas legales y políticos característicos y diferenciados, formando parte, cada uno de ellos y por separado, de la comunidad internacional.

  Las razones por las que estos Estados se unen son mencionadas tanto en la primera Constitución de EE.UU. de 1777 como en la posterior y actual Constitución de 1787, al establecer que la Unión se lleva a cabo para establecer una defensa militar común frente a cualquier ataque externo a la soberanía o independencia de cualquiera de los trece Estados. Para ello, los Estados pasan a ceder ciertas competencias al gobierno federal, como la dirección de la política exterior y del ejército o el poder para declarar la guerra. Posteriormente, se añaden a la federación otras competencias secundarias como el poder para establecer el tipo de pesos y medidas estándar aplicables y que han de usar todos los Estados miembros. Sin embargo, estos mismos Estados seguían conservando su soberanía, independencia y todas aquellas competencias y derechos no cedidos. De ello se deriva, pues, la mencionada «teoría de la anulación», formulada por John C. Calhoun, por la que cualquier Estado tenía derecho a declarar nula, y por lo tanto no aplicar en su territorio, cualquier ley del Congreso que considere injusta o inconstitucional por vulnerar los derechos y competencias de los Estados o los derechos y libertades de los ciudadanos, y que implicaría en última instancia incluso el derecho a separarse de la Unión o a secesionarse si estos derechos no se respetaban.

  2) Las causas de la independencia de la Corona británica, y también de la secesión, han sido principalmente cuestiones de carácter económico. En el primer caso, el detonante puede decirse que fue el conocido como motín del té de 1773, como reacción al establecimiento e incremento de los impuestos sobre las importaciones provenientes de la metrópoli; mientras que, en el segundo caso, siguiendo esa tradición norteamericana de revelarse contra cualquier medida impositiva injusta o ilegítima, muchos de los Estados alegaron el derecho a la secesión. Así, Estados como Massachussets amenazarían con secesionarse hasta en tres ocasiones y por razones puramente económicas y fiscales, concretamente cuando se discutía la distribución entre los Estados de las deudas causadas por la guerra de Independencia, por la compra de Luisiana y posteriormente por la anexión de Texas. Asimismo, los presidentes James Madison y Thomas Jefferson reconocieron el derecho a la secesión de los Estados en las declaraciones de Virginia y Kentucky, y otras Constituciones, como la de Nueva York o Rhode Island, también recogían tal posibilidad. De hecho, a lo largo de los primeros años de la Unión se produjeron amagos de secesión de algunos Estados, incluso del Norte, como, por ejemplo, cuando se declaró la guerra contra Inglaterra en 1814 o por la aprobación de un incremento en los aranceles con fines recaudatorios en 1828.

  En este último ejemplo hay que remontarse hasta 1789, cuando se aprueba la Ley Arancelaria a las importaciones extranjeras de bienes facturados. Esta ley, en un principio de carácter temporal, se acabó manteniendo a lo largo del tiempo y, en los tiempos previos a la Guerra de Secesión, ese impuesto se incrementó, causando un enorme perjuicio al Sur y beneficiando al Norte, ya que este arancel se aplicaba en todos los EE.UU. a los bienes facturados e importados desde el extranjero para proteger a la industria del Norte; sin embargo, no era de aplicación a la importación de materias primas, que también producía el Sur (como arroz, algodón, azúcar, índigo o tabaco). Así pues, el Norte compraba materias primas baratas y no gravadas en el extranjero, mientras que el Sur tenía que competir con los precios de esas materias primas extranjeras no sometidas a arancel; sin embargo, el Norte, al aumentar los aranceles a la importación de productos manufacturados, perjudicaba al Sur, que únicamente podía adquirir bienes facturados del Norte o extranjeros a un precio muy superior. Esto era tremendamente injusto y, por ello, los Estados del Sur protestaron y se revelaron en este sentido, ya que se sentían ciertamente explotados y veían como su poder adquisitivo disminuía por la cantidad de impuestos que tenían que pagar, mientras que con esos impuestos el Norte llego a recibir el 90% de los ingresos anuales, lo que favoreció única y exclusivamente la corrupción política.

  A lo anterior, hay que añadir también la reacción del Sur ante la creación por parte de los políticos del Norte del Departamento del Tesoro (tema que enfrentó anteriormente a Jefferson con Hamilton) y que posteriormente llevaría a la creación de una banca nacional (antecedente de la actual FED); cuya consecuencia ha sido (desde entonces) la continua inflación y el crecimiento enorme de la deuda pública, lo que conllevaría a un continuo aumento generalizado de los impuestos, con la consecuente disminución del dinero y las propiedades en manos de los individuos y sus familias, que redundaría en una disminución de la calidad de vida de los estadounidenses; algo que ya intuían que acabaría pasando tanto Jefferson como los sureños, por ello también se posicionaron totalmente en contra del Norte en su intención de establecer un banco central único.

  3) A ello cabe añadir sucintamente ciertas diferencias sociales, culturales y religiosas entre el norte y el sur. Así, mientras el sur era mayoritariamente rural, el norte era más industrial y mientras en el sur la población era muy creyente y tradicional, el norte era una sociedad más laica y moderna. Cabe recordar a este respecto que, en el momento de estallar el conflicto, los Estados Pontificios y el Papa Pío IX, apoyaron abiertamente a la Confederación, lo que llevó a que la Unión rompiese todos los vínculos diplomáticos con el Vaticano en 1867.

  Asimismo, los sureños rechazaban los «valores yankees» de democracia ilimitada, a la que consideraban (tal y como estableció también T. Jefferson) una auténtica «dictadura de la mayoría», ya que temían que el Norte, cada vez más poblado, impusiese su voluntad «democráticamente» al Sur; de ahí que estos últimos defendiesen la mencionada «teoría de la anulación» de Calhoun como límite al absolutismo democrático y centralista del gobierno federal.

  Además, el Sur aborrecía ese capitalismo corporativista e intensivo de enormes ciudades modernas llenas de fábricas escupiendo humo, en las que se observaba un desarraigo absoluto de aquellas personas llegadas de Europa y/o del campo y una absoluta desconexión interpersonal, al igual que en la Inglaterra post-revolución industrial. Por el contrario, en el Sur seguían predominando los lazos de sangre y lealtad y un fuerte sentimiento de comunidad, tanto a nivel local como religioso (restos del Antiguo Régimen europeo y que todavía se observan y sienten hoy en muchas pequeñas y aisladas poblaciones de los EE.UU.)

  Los orígenes de esta mentalidad y forma de ser del sureña (centrada en cuestiones políticas de buen gobierno y gobierno limitado, y en cuestiones como la tradición, las buenas costumbres, el honor, la caballerosidad, la lealtad y los buenos modales), frente a la mentalidad norteña (obsesionada en la ganancia económica, aún que sea a través del Estado o con métodos amorales o poco éticos u ortodoxos), derivan, en cierta medida, de que en el Norte predominaba la población inglesa, con un añadido germánico y holandés, todos ellos con una mentalidad bastante puritana, calvinista y por lo tanto economicista y partidaria del denominado crony capitalism, típica del protestantismo y a la que hace referencia Max Weber, viendo así el territorio norteamericano como una «tierra de oportunidades», un amplio lugar que explotar y del que aprovecharse para hacerse rico; mientras que en el Sur predominaban más bien los pobladores de origen céltico (no anglosajón), tanto del Ulster como de Escocia, junto a los cajún o acadianos (de origen francés y español, sobre todo de la zona de Málaga), y españoles, especialmente isleños (de las Islas Canarias), todos ellos con una cultura y una mentalidad católica (y hasta cierto punto podríamos decir que escolástica). Estos últimos vivían y residían principalmente en los territorios de Texas y Luisiana, asentados en los mismos tras luchar contra los apaches mientras era territorio español, fundando lugares tan importantes como la actual ciudad de San Antonio (Texas). Sin embargo, durante la Guerra civil, el Norte siguió atrayendo europeos, alemanes sobre todo, a condición de que se alistasen como militares, ahondando todavía más la brecha étnica y cultural entre los territorios.

  Finalmente, a nivel exterior, los estados europeos, debido a sus intereses financieros e industriales en el Norte, no se atrevieron ni quisieron apoyar directamente a la Confederación. A la Confederación, fuera de los EE.UU., solo la apoyaron «moralmente» el Papa Pío IX (como ya se ha mencionado), pero sobre todo fue apoyada a nivel popular por los tradicionalistas europeos (partidarios del Ancien régime) y los anarquistas, apoyándolos también moralmente, pero muchos de ellos incluso involucrándose personalmente y alistándose en las filas confederadas; mientras que, por otro lado, la mayoría de los liberales, demócratas, masones y los nacientes socialistas, apoyaban a la Unión. Así pues, ejemplos conocidos fueron el del anarquista mutualista P.J. Proudhon que mostraba simpatías y su apoyo por el Sur, mientras que su enemigo ideológico, Karl Marx, se manifestó (curiosamente) a favor de los capitalistas corporativistas del Norte. En este sentido, es conocida la amplia correspondencia entre Marx y Lincoln, además de la buena relación y admiración mutua entre ambos.

  Por último, para comprender sus actos, cabe recordar que Lincoln fue un hombre que iniciaría su carrera política en el previamente desaparecido partido Whig de su gran amigo, el propietario de esclavos, Henry Clay. Un partido federalista y que propugnaba, por lo tanto, el unionismo, además de una fuerte centralización del poder en Washington (en detrimento de los derechos de los Estados), y que apoyaba lo que hoy consideramos «capitalismo corporativista», defendiendo así el proteccionismo (para beneficiar a personas y empresas vinculadas), la creación de un banco central, la financiación directa o indirecta de empresas cercanas al poder político, el spoils system (por el que los cargos públicos se reparten entre los fieles al partido en el poder), el imperialismo, la guerra, etc. Siguiendo esa tendencia mercantilista de la Inglaterra del siglo XVIII, éste fue el origen del «sistema americano» que tanto se critica actualmente por sectores tanto libertarios como de la izquierda política. Y es que, al desaparecer el partido Whig, Lincoln se incorporó al recién creado Partido Republicano, haciendo que este asumiese, defendiese, propugnase y, una vez en el poder, aplicase cada punto del programa Whig.

  La Guerra de Secesión, como se ha mencionado, estalló, no por querer acabar con la esclavitud, sino más bien por los motivos económicos, personales, sociales, culturales políticos, religiosos e ideológicos enumerados.

  El Sur, por lo tanto, se secesionó, principalmente, para mantener libres de aranceles sus fronteras, defender la libertad de comercio y acabar con ese «capitalismo corporativista» y militarista, siguiendo esa tradición jeffersoniana de desconfianza hacia el poder central y que choca con la tradición intervencionista y centralista de Hamilton, Henry Clay y Lincoln. Como Lord Acton escribió en una carta al general Robert E. Lee, el Sur estaba «luchando por el progreso, la libertad y la civilización; ya que el triunfo del Norte supondría el nacimiento de un nuevo imperio». Tal predicción se cumpliría, tras la victoria norteña, con la guerra contra España en 1898 y, desde entonces, en el desarrollo y aplicación de la política exterior norteamericana.

  Por otro lado, también cabe hacer referencia a las razones que han llevado a los supremacistas blancos, a miembros de grupos de neonazis y al propio KKK a apropiarse ilegítimamente de los símbolos de la Confederación. Y es que la versión del bando vencedor ha establecido, como acabamos de ver, la falsa e injusta dicotomía entre un Norte y un presidente abolicionista, frente a un Sur racista y pro-esclavista. Toda esta ideología y narrativa falaz de la historia resurgió y se vio agravada por la industria de Hollywood en 1915, con el estreno de la película El nacimiento de una nación, en la que se promovía abiertamente el racismo, resaltando el carácter superior de la raza blanca, y en la que aparecían miembros del KKK enarbolando la Confederate Navy Jack, lo que impulsó y favoreció su asunción y utilización por parte del KKK y, posteriormente, por los movimientos de supremacistas blancos.

  Pese a lo anterior, la realidad es que actualmente en los EE.UU., en los que ondea su bandera de franjas y estrellas, el racismo sigue siendo un problema; por lo tanto, no ha sido nunca, ni es, una cuestión de norte o sur o de partidarios y detractores de la Confederación, ya que actos de racismo se siguen dando incluso a día de hoy a lo largo y ancho del país pese a haber triunfado la Unión hace más de 150 años. Es más, la segregación racial se mantuvo en Estados Unidos hasta la década de 1960. Por lo tanto, el problema no está en la Unión o en la Confederación, sino en el propio origen del racismo.

  También debemos aclarar una serie de confusiones intencionadas en el ámbito simbólico con respecto a «la bandera» y banderas confederadas. Y es que, erróneamente, la bandera que más se ha extendido como la más representativa de los Estados Confederados de América es la Second Confederate Navy Jack, una bandera que nunca fue la bandera oficial de este efímero Estado. De hecho, la Confederación tuvo hasta tres banderas oficiales durante la Guerra Civil y ninguna de ellas fue la que hoy en día se conoce como la «bandera confederada» por antonomasia. Y es que la Confederate Navy Jack fue una mera bandera naval, utilizada entre los años 1863/65, e inspirada en la bandera de batalla del ejército de Virginia del Norte, a su vez inspirada en la cruz de San Andrés.

  Este tipo de cruz, de la que deriva también la cruz de Borgoña, representa los mencionados orígenes católicos de muchos de los territorios del sur de EE.UU. y que todavía hoy aparecen en las banderas de Estados como Misisipi, Florida y Alabama; mientras que banderas confederadas, o simbología asociada a las mismas, pueden verse en la mencionada bandera de Misisipi, pero también en las banderas de Georgia, Carolina del Norte, Arkansas, Tennessee y Texas.