LA GRAN MENTIRA DEL «NOBLE IDEAL SOCIALISTA»
– María Marty –
Murieron Stalin, Mao, Chávez y Fidel Castro, y morirán algún día Maduro, Raúl Castro, Kim Jong-un, y el resto de los actuales líderes socialistas. Pero volverán a aparecer nuevos “mesías” ansiosos por representar e imponer el ideal socialista, mientras la raíz filosófica que le da vida continúe sin ser cuestionada.
A diferencia de los movimientos colectivistas de derecha, el socialismo ha logrado conservar bastante intacta la buena reputación de su ideal. Para resumirlo: una sociedad igualitaria donde el bien común es el fin a alcanzar.
Los resultados de su implementación, sin embargo, figuran en el ranking de los genocidios más grandes de la historia, con el primer puesto para Mao Zedong con 75 millones de muertos y el segundo para Joseph Stalin con 23 millones de muertos, seguidos por Adolf Hitler con 17 millones quien, por no ser considerado un socialista entre los socialistas, goza de peor fama que sus vecinos orientales.
Ahora bien, cuando uno tiene enfrente las consecuencias nefastas de su propio ideal, tiene dos opciones: 1- Cuestionar su ideal, reconocer el error y corregir. 2- Negar o encubrir la realidad, echar la culpa a otro e insistir con el ideal.
Los socialistas han sido verdaderos maestros en el arte de la negación y el encubrimiento. Al enfrentarse a este choque entre su ideal y la realidad, no han dudado en optar por su ideal y en culpar a factores externos por las horrorosas circunstancias que siempre han acompañado su implementación.
¿Por qué siempre acaba mal? Porque es un ideal desligado de la realidad y de la naturaleza del sujeto que debe alcanzarlo.
Supongamos que digo que mi ideal es que los hombres vuelen por sí mismos como pájaros. Los resultados de intentar alcanzarlo serán hombres estrellados contra el piso. Puedo negarme a creer que hay algo que anda mal en mi ideal, culpar al sobrepeso o a la falta de esfuerzo de las víctimas o a los fuertes vientos, y continuar obligándolos a saltar desde un risco hasta que alguno logre volar como pájaro. Pero los resultados serán siempre iguales.
Lo mismo sucede con el ideal socialista de alcanzar una sociedad igualitaria donde se logre el bien común. Los seres humanos son individuos diferentes unos de otros, con su propia mente, sus propios deseos, sus propias habilidades y sus propios sueños. No existe tal cosa como una mente colectiva, un cuerpo colectivo, un deseo colectivo, un bien colectivo, una vida colectiva. El monstruo de mil cabezas o de mil cuerpos no existe.
Intentar fundir las mentes, habilidades y deseos de todos los individuos en una gran olla común para obtener un nuevo producto colectivo, ha sido el “noble ideal” del socialismo, uno que solo pudo y puede lograrse mediante el sacrificio de la naturaleza individual de cada víctima.
Sin embargo, los socialistas siempre se las han ingeniado para echar la culpa de sus nefastos resultados a alguien más, sin nunca mirar si hay algo mal en su ideal. El hambre de Cuba es culpa del bloqueo de Estados Unidos, la pobreza es culpa de los empresarios explotadores, la violencia en Venezuela es culpa de la corrupción de sus líderes.
“Miren a Suecia y a los países escandinavos. Ellos tienen socialismo y funciona porque sus líderes son honestos.”, aseguran. Pero se niegan a ver que tanto Suecia como los países escandinavos figuran en los primeros puestos del ranking en libertad económica y política, acercándose mucho más al ideal liberal que al socialista.
Se niegan también a ver que los países que se autodenominan socialistas, se encuentran entre los más pobres del mundo y entre aquellos que han necesitado de la fuerza de la tiranía para imponer su ideal a sus habitantes.
Se niegan a ver que el ranking de países con mayor libertad económica coincide en un alto porcentaje con el ranking de países donde la gente vive más feliz, es más rica, más sana y donde hay menos crimen.
Se niegan a ver que el ranking de los países más tolerantes y menos tolerantes confirma que los menos tolerantes coinciden con los países socialistas y lo más tolerantes con los más individualistas y libres.
¿Y ningún socialista se pregunta cómo es posible que los países liberales nunca son gobernados por tiranos anclados al poder, ni parecen sufrir el acoso de otros países explotadores, ni deben recurrir a la violencia ni a los muros para mantener a sus ciudadanos dentro?
Es el ideal anti-vida, anti-razón, anti-individuo del socialismo al que debemos rechazar si queremos librarnos de sus consecuencias. Ese ideal que Jean-Jacques Rousseau, padre intelectual del colectivismo, dejó expuesto en su obra El Contrato Social al decir que “El Estado debe tener una fuerza compulsiva universal para mover y disponer cada parte en la forma más adecuada al todo. Y si los líderes del Estado dicen al ciudadano ‘es conveniente para el Estado que usted muera’, él deberá morir.”