LA ESCUELA DE FRANKFURT, EL MARXISMO CULTURAL Y LO POLÍTICAMENTE CORRECTO COMO HERRAMIENTA DE CONTROL
– Claudio Grass –
La libertad de ideas y la libertad de expresarlas sin sufrir censura moral siempre fueron ideas correlacionadas y entrelazadas. Pero ambas han muerto. Sin embargo, no han muerto ahora. Su muerte comenzó entre los años 1930 y 1968, cuando un grupo de intelectuales y filósofos se unió para crear una escuela de pensamiento que tenía como foco esencial la destrucción de la civilización Occidental y todo lo que ella representa (inclusive su sistema económico basado en el capitalismo) por medio de la ‘emancipación’.
Max Horkheimer, un filósofo marxista, fue uno de los padres fundadores de la Escuela de Frankfurt, la cual incorporaba toda la moderna Teoría Crítica de la Sociedad y que, a gran escala, se caracteriza como neomarxista.
Horkheimer, junto con Jürgen Habermas, Theodor W. Adorno, Herbert Marcuse y Erich Fromm, para citar sólo algunos, crearon la Escuela de Frankfurt y su Instituto para la Investigación Social, una institución que moldeó el pensamiento cultural de Occidente en general y de Alemania en particular.
De acuerdo con Horkheimer, la teoría crítica tenía el objetivo de «liberar a los seres humanos de las circunstancias que los esclavizan». Así, su principal objetivo era crear una plataforma teórica e ideológica para una revolución cultural.
Acto seguido, ese grupo de «filósofos» centró sus esfuerzos específicamente en la cultura. Es la cultura lo que forma los fundamentos que modelan la mentalidad y la visión política de las personas. Alterándose la cultura, se altera la mentalidad y la visión política de las personas. Para alterar la cultura, es imprescindible controlar el lenguaje y las ideas. Y, para hacer esa revolución cultural, era imprescindible infiltrarse en los canales institucionales, particularmente en la educación.
En suma, la Teoría Crítica es la politización de la lógica. Horkheimer, al declarar que «la lógica no es independiente del contenido», quería decir que un argumento es lógico si tiene el objetivo de destruir las bases culturales tradicionales de la civilización Occidental, y es ilógico si tiene el objetivo de defenderlas.
Este, obviamente, es el pilar de lo «políticamente correcto», y explica por qué el debate abierto y sin censura es vituperado como siendo algo subversivo e inflamatorio. Lo políticamente correcto desprecia el debate abierto porque lo ve como un generador de discordias y dudas, algo que estimula el análisis crítico e impide una uniformidad (y una hegemonía) intelectual. En suma, el debate abierto y sin censura evita la predominancia del llamado «pensamiento de manada», que es la base de la revolución cultural.
La Teoría Crítica de la Sociedad, la guerra a la religión y la descriminalización del crimen.
La Escuela de Frankfurt alegaba que su Teoría Crítica de la Sociedad era la teoría de la verdad. La filosofía occidental, de Santo Tomás de Aquino a Kant, pasando por Hegel, Fichte, Schellin y Goethe, debería ser sumariamente descartada y sustituida por las reglas propias y dogmáticas de la Escuela de Frankfurt, la cual contenía todas las directrices del «pensamiento correcto».
En las áreas de la sociología y de la filosofía política, la Teoría Crítica fue más allá de la interpretación y de la comprensión de la sociedad; se esforzó por sobreponerse y destruir todas las barreras que, en su visión, mantenían la sociedad presa en sistemas de dominación, opresión y dependencia.
Una de las principales y más controvertidas discusiones tiene que ver con la animosidad de la Escuela de Frankfurt en relación a la religión y a la espiritualidad. Para los frankfurtianos, el cristianismo representa el resurgimiento institucional de la filosofía pagana, y Dios sería una mera ficción. La religión lleva las personas a proyectar su sufrimiento en una entidad divina; sirve como distracción de la miseria causada por el capitalismo; en su núcleo, no hay nada más que pura imaginación.
A medida que las teorías darwinistas y freudianas fueron desafiando la religión, el marxismo y el neomarxismo ganaron fuerza para contestar la imagen mítica y obscurantista de la divinidad milenaria institucionalizada. No es Dios, sino el hombre la entidad más alta a ser reverenciada.
La Escuela de Frankfurt profesa que el hombre, en la condición de mamífero y siendo un mero producto de la naturaleza, destituido de cualquier espiritualidad, está totalmente limitado en su existencia, siendo conducido por sus más básicos y primitivos instintos y guiado por sus necesidades básicas. No hay espacio para el libre albedrío, no hay capacidad de juicio crítico y no hay habilidad de distinguir lo correcto de lo errado. No hay presciencia y no hay racionalización.
Esa posición tiene sus raíces en las bases marxistas de la Escuela, una vez que el marxismo afirma que el hombre es un producto de la sociedad: su mente y su espíritu son determinados y moldeados por el mundo material. A causa de esa vulnerabilidad a los factores externos, la mente humana es vista como frágil y manipulable, de modo que, siendo así, el hombre no puede ser responsabilizado por sus propias decisiones.
Esa idea sirvió como base para la «descriminalización del crimen», que es una de las tesis de la Escuela de Frankfurt. Según Habermas, dado que el hombre es un producto de la sociedad, es inevitable que ceda a sus impulsos primitivos y a sus tendencias criminales, una vez que fue creado bajo el yugo de la violencia estructural de un sistema capitalista criminal.
La Escuela de Frankfurt creía que, al extirpar a la humanidad de la espiritualidad, y al destruir los bienes materiales – creados por el capitalismo – que rodean a los seres humanos, el hombre vivirá libremente, sin el sentimiento de responsabilidad y sin el fardo de su propia conciencia. Los frankfurtianos prometían libertad sin libre albedrío; preconizaban la emancipación por medio de la asimilación intelectual; y garantizaban que sería posible que hubiera igualdad sin justicia.
La importancia estratégica de la educación controlada por el estado.
De acuerdo con la Escuela de Frankfurt, todos los defectos de la humanidad comienzan con la familia. La familia es la primera y primordial entidad moral que encontramos. Esa entidad crea a sus hijos de una manera autoritaria, la cual genera adultos sumisos, obedientes y dependientes.
En otras palabras, es la familia la que nos prepara en los programa para aceptar el fascismo. Siendo así, al desacreditarse y destruirse el concepto de familia, se hace posible destruir el capitalismo y el fascismo en su raíz.
A causa de esa actitud antagonista en relación a la familia, combinada con su cruzada ideológica contra la espiritualidad, los filósofos de Frankfurt tenían que presentar una alternativa para sustituir esa institución anticuada y, con eso, garantizar un camino seguro para el futuro. Acto continuo, la solución estaba en reprogramar a la sociedad por medio de una ingeniería social revolucionaria, de modo que todos pasaran a comportarse de la manera esperada por la teoría social de la Escuela. Todo el comportamiento humano debería hacerse un mero y previsible acto de reciprocidad.
Este, por sí sólo, sería el código universal de ética que gobernaría la utopía frankfurtiana. Para imponer ese código sobre la sociedad, propusieron la infiltración seguida de la manipulación de las instituciones y, de entre ellas, principalmente, la educación y los medios de comunicación.
Obtener el control de esos canales institucionales sería la manera más eficiente de imponer y de promover su ética. La educación controlada por su ideología suministraría la llave para la obediencia garantizada, extirpando toda discordancia, así como todo potencial de pensamiento independiente hecho por el individuo.
Las repercusiones de esa estrategia son obvias hoy. La educación controlada por el estado condicionó a los niños y los adolescentes a, desde muy temprano, jamás cuestionar las políticas colectivistas del gobierno. De hecho, cuando los estudiantes deciden hacer algún acto de rebeldía contra el gobierno, es justamente para pedir la imposición de aún más políticas colectivistas. Se trata de una estrategia que obtuvo un éxito casi absoluto.
Como dijo Lew Rockwell, «si toda la propaganda gubernamental inculcada en las aulas consigue echar raíces dentro de los niños a medida que crecen y se hacen adultos, estos niños no serán ninguna amenaza al aparato estatal. Ellos mismos se ajustarán los grilletes a sus propios tobillos.»
El ascenso del marxismo cultural.
La Escuela de Frankfurt creó el dogma de que «libertad y justicia» son términos dialécticos, lo que significa que están en completa oposición uno al otro, en un juego de suma cero, en que «más libertad significa menos justicia» y «más justicia es igual a menos libertad». Basado en esa dialéctica, la libertad era la tesis y la justicia era la antítesis.
Ese interesante enfoque dialéctico fue adoptado de las ideas y obras de Friedrich Hegel. La Escuela de Frankfurt, sin embargo, distorsionó el núcleo de este concepto y desnaturalizó su lógica consecuencia. En suma, la principal diferencia entre los enfoques dialécticos de Hegel y Horkheimer está en sus respectivas conclusiones: Hegel, un idealista, creía, así como Kant, que el espíritu crea la materia, mientras que, para Horkheimer, un discípulo de Marx y de su teoría del materialismo, es la materia lo que crea el espíritu.
Marx afirmaba que el mundo, la realidad objetiva, podía ser explicado por su existencia material y por su desarrollo, y no por la concretización de una idea divina absoluta o como resultado del pensamiento humano racional, que es la postura adoptada por el idealismo.
Consecuentemente, para la Escuela de Frankfurt, colocar límites sobre el mundo material, colocar reglas externas y directrices sobre el ambiente en el cual los individuos viven, piensan y operan, sería una medida que, en su visión, sería suficiente para moldear la experiencia cognitiva de los individuos y, con eso, confinar sus espíritus a los parámetros «deseados».
Ese es el punto clave que conecta la Escuela de Frankfurt a aquello que hoy conocemos como lo «políticamente correcto». En la base de lo políticamente correcto está la creencia de que menos libertad garantiza más justicia y, consecuentemente, más seguridad. Este mantra es regurgitado por medio de instituciones académicas y discursos políticos, insertado en valores sociales y plantado en las mentes de las generaciones más jóvenes (futuros electores) por medio de las escuelas y facultades, exactamente como era intención de la Escuela de Frankfurt.
En vez de crear una plataforma que estimule el desarrollo del individuo por medio del raciocinio lógico, del cuestionamiento y de los diálogos estimulantes, el sistema institucional funciona como una línea de montaje mecanizada, que tiene el objetivo de estandarizar y homogeneizar los individuos, condicionándolos a someterse al status quo, siempre diciendo ‘sí’ y jamás cuestionando. Esta es la lógica de la Teoría Crítica de la Sociedad y el elemento central de lo «políticamente correcto».
Se trata de una tentativa de controlar la inherente entropía de las ideas humanas y todo el tipo de pensamiento independiente; de controlar el flujo de las ideas humanas y de conformar las experiencias humanas a un inmovilismo anti-natural. En última instancia, se trata del objetivo de quebrar el espíritu del individuo y dejar su mente de rodillas ante los dictámenes de los filósofos.
De ahí viene el término «marxismo cultural»: los marxistas prácticamente abandonaron la vieja retórica de la «lucha de clases», que implicaba a las clases capitalistas y proletarias, y las sustituyeron por las clases opresoras y oprimidas. Las clases oprimidas incluyen las mujeres, las minorías, los grupos LGBT, y varias otras categorías. La clase opresora está formada por hombres blancos heterosexuales que no sean ideológicamente marxistas, como los propios fundadores de la Escuela de Frankfurt.
El marxismo cultural nada tiene que ver con la libertad, con el progreso social o con un supuesto esclarecimiento cultural. Al contrario, y como el propio Horkheimer dejó claro, tiene que ver con la creación de individuos idénticos que no se enfrenten entre sí y que no intercambien ideas, operando como máquinas automáticas y sin emoción.
Conclusión.
En la base de la Escuela de Frankfurt está la idea de que el pensamiento puede ser controlado por medio de la imposición de la doctrina de lo «políticamente correcto». La base de esta idea es el polilogismo marxista, el cual decía que diferentes grupos de personas poseen diferentes modos de pensamiento y siguen diferentes tipos de lógica.
Los marxistas tenían una coartada para no debatir con personas con las cuales no estaban de acuerdo: simplemente tachaban a sus oponentes como «burgueses apologistas de la clase explotadora», cuyos argumentos utilizaban una lógica que no era aplicable a la clase proletaria. Esa línea de raciocinio, en última instancia, implica la negación de que la lógica siquiera exista. La «verdad» pasa a ser simplemente aquello que los marxistas decretaron ser.
La Escuela de Frankfurt sigue aún esta lógica. Por eso, ella y sus seguidores están hoy entre los mayores enemigos de la libertad y de la mente humana libre y consciente.