Suele ser común calificar la desigualdad como algo intrínsecamente negativo. Incluso se defiende que es algo malo sin especificar a qué tipo de desemejanza nos estamos refiriendo. Obviamente para llevar a cabo un análisis del tema es imprescindible determinar primero la clase de disparidad que vamos a tratar. Podemos hablar de la divergencia del mundo físico, esto es, la diferente distribución de los recursos que se da en la naturaleza, o también de la que afecta a los hombres. En este último caso cabría hablar de la distinta renta o patrimonio de las personas, de sus aptitudes, de sus circunstancias o de sus derechos.
En este artículo nos centraremos en dos desigualdades concretas, a saber, la que se da entre los seres humanos debido a sus capacidades, y la que afecta a la ordenación de los recursos. En efecto, no todos los hombres poseen las mismas habilidades: existen sujetos fuertes y débiles, guapos y feos, altos y bajos, valientes y cobardes, con mayor y menor competencia intelectual, etc. Hay, también, a quién se le dan bien las relaciones sociales, la música, los deportes de fuerza, los de resistencia, la literatura, las artes o las ciencias. Algunos individuos son altamente creativos, a otros en cambio se les da mejor imitar, los hay con gran destreza manual y también torpes. Como vemos, las variaciones son casi infinitas, se da una gran diversidad en cuanto a las diferentes aptitudes humanas. En esta coyuntura, no podemos hablar de injusticia, puesto que no se vulneran de los derechos de nadie. Cabría afirmar que es un fastidio si nos tocó ser muy bajitos, feos, lentos, tontos, débiles, cobardes, etcétera, pero no sería lícito defender que se esté cometiendo una injusticia.
Y a la misma conclusión llegamos sobre la distribución de los recursos naturales a lo largo del mundo. Asimismo, observamos una amplia variación en cuanto a los medios que existen en los distintos lugares. Hay espacios bendecidos con una tierra fértil y otros, en cambio, son yermos. Hay tierras montañosas y llanas, selváticas y desérticas, húmedas y lluviosas y secas. Los minerales y todos los tipos de materiales están esparcidos por el mundo de manera dispar. Solo en unos pocos sitios hallamos oro, agua, madera, o carbón. Aunque no sea de nuestro agrado, ese es el estado natural de las cosas. No obstante, tampoco sería de recibo hablar de injusticia, puesto que no se está vulnerando el derecho de nadie. No existe una persona de la que podamos decir que está cometiendo una injusticia.
El tema es que, aunque no sea algo injusto, a primera vista estas diferencias pueden parecer algo negativo. Sin embargo, el análisis económico que la Escuela Austriaca hace de estos fenómenos nos muestra lo equivocados que estamos, y nos descubre que, en realidad, dichas disparidades son beneficiosas para toda la población. A continuación, pondremos algunos ejemplos que nos ayuden a visualizarlo.
Supongamos que dos personas están aisladas en las montañas y que tienen que cazar para alimentarse y para conseguir pieles con las que abrigarse. Si cada uno se dedica a esas actividades por separado obtendrían una cierta cantidad de esos bienes. Empero, si se aplican solo a la parte en la que son mejores y después intercambian con su vecino, los dos acapararán un número más elevado de posesiones. Si uno de los dos es mejor cazando y el otro tratando las pieles, entonces es preferible que el primero se ocupe solamente en cazar, con lo que acabará el día con un número superior de piezas, y que el segundo trabaje solo en las pieles, para después intercambiar pieles por animales cazados. De esta manera ambos acabarán con una cifra de pertenencias más grande. Aún en el caso de que uno de los dos sea más productivo en ambas facetas, saldrá beneficiado si se entrega a aquello en lo que tiene una ventaja relativa comparativa mayor. Veamos otros ejemplos para entender esto último: imaginemos a un electricista que contrata a un ayudante. Este oficial será mucho mejor electricista que su ayudante, pero seguramente incluso será mejor ayudante de electricista que su propio ayudante. No obstante le será más rentable dedicarse a aquella actividad donde la desemejanza es superior, dejando para su empleado las restantes. Gracias a su ayudante el oficial puede utilizar todo su tiempo únicamente en aquella labor en la que es mejor, en ausencia de este tendría que realizar también las tareas de ayudante quedándole menos tiempo para la ocupación que le es más provechosa. De esta manera los sobresalientemente cualificados pueden enfrascarse en la profesión en la que más destacan, y al hacer esto dejan puestos libres para gente menos capaz. Gracias a esta cooperación ambos salen ganando. El dueño de un bar podrá mandar a hacer un recado a un crío o a una persona de escasas habilidades. Probablemente sería preferible que él mismo hiciese dicho recado. Seguramente emplearía menos tiempo pero, para eso, tendría que cerrar su establecimiento durante, digamos, 15 minutos, dejando de ingresar un importe monetario superior al que obtendrá de la realización del susodicho encargo. Gracias a la cooperación puede ingresar ese dinero y, al mismo tiempo, deja ese trabajo libre para otros ciudadanos menos competentes.
Puede comprobarse que las ventajas aumentan al incrementarse la especialización. Si aumentamos la cantidad de seres humanos en nuestro ejemplo, dedicándose a parcelas cada vez más concretas, un mayor número de sujetos saldrá beneficiado. Será más fácil que los hombres puedan concentrarse en aquellas actividades en las que son mejores (diseñador, catador de productos selectos, coreógrafo, etcétera), dejando igualmente de rivalizar con los menos aptos por los puestos menos técnicos. Así, en una economía muy desarrollada incluso los menos preparados pueden ganarse la vida de forma autónoma.
Asimismo, la distinta distribución de los recursos hace que sea más fácil y económico producir ciertos enseres y dedicarse a ciertas producciones en unos lugares que en otros. Sería muy costoso plantar naranjas en Groenlandia o montar una estación de esquí en el Sahara. Es preferible que en cada sitio se realice una labor para la que cuentan con una ventaja y que después intercambien sus productos por los que necesiten.
La división del trabajo, la especialización del conocimiento, permite un alargamiento de la estructura productiva, que derivará en un aumento de la producción. Dicho incremento nos hará a todos más ricos puesto que generará un descenso paulatino de los precios reales.
Pensemos por un momento que no se da ninguna de estas desigualdades. Esto es muy difícil de imaginar puesto que para que hubiese una coincidencia exacta en cuanto a las capacidades humanas, todos los seres humanos habrían de ser idénticos. Y el mundo debería ser también idéntico en todas partes. Esto, aparte de ser difícil de visualizar, supondría un mundo en el cual a mí, personalmente, no me gustaría vivir. Aun así, pongámonos en esa situación por un momento. En tal tesitura no encontraríamos ninguna ventaja en la especialización. En efecto, nadie tendría una ventaja comparativa relativa mayor con respecto a otro individuo en ninguna actividad y, por tanto, no habría ningún incentivo para llevarla a cabo. Como bien explica Ludwig von Mises en la acción humana:
La experiencia enseña al hombre que la acción mancomunada tiene una eficacia y es de una productividad mayor que la actuación individual aislada. Las realidades naturales que estructuran la vida y el esfuerzo humano dan lugar a que la división del trabajo incremente la productividad por unidad de esfuerzo invertido. Las circunstancias naturales que provocan la aparición del aludido fenómeno son las siguientes:
Primera: la innata desigualdad de la capacidad de los hombres para realizar específicos trabajos. Segunda: la desigual distribución, sobre la superficie de la tierra, de los recursos naturales. Cabría, en verdad, considerar estas dos circunstancias como una sola; a saber, la diversidad de la naturaleza, que hace que el universo sea un complejo de variedad infinita. Si en la tierra las circunstancias fueran tales que las condiciones físicas de producción resultaran idénticas en todas partes y si los hombres fueran entre sí tan iguales como en la geometría euclidiana lo son dos círculos del mismo diámetro, la división del trabajo no ofrecería ventaja alguna al hombre que actúa.[i]
Aunque suene contra-intuitivo, sin estas diferencias no habría especialización del conocimiento ni alargamiento de la estructura productiva, lo que nos condenaría a una economía de subsistencia. Es más, estas circunstancias no solo aumentan la riqueza, que proporciona sustento para un número superior de individuos facilitando la expansión de la vida, sino que, además, fuerzan al hombre a cooperar e intercambiar entre sí de forma pacífica, desarrollándose y perfeccionándose de este modo instituciones sociales como el dinero, el derecho o el lenguaje. Estas instituciones facilitan a su vez que nos sea más sencillo alcanzar nuestros objetivos, sean cuales sean éstos. En otras palabras, estas circunstancias son imprescindibles para la aparición de la civilización.
[i] Ludwig Von Mises, La Acción Humana, (Madrid: Unión Editorial, 1980) p. 249.