¿ES NECESARIO UN SISTEMA EDUCATIVO?
– Miguel Alonso Davila-
Cada cierto tiempo, con motivo de la implantación de un nuevo plan de estudios, asistimos a discusiones y controversias en torno al sistema educativo en las que podemos encontrar todo tipo de posturas y argumentos: tenemos un sistema educativo creado para satisfacer las demandas de la revolución industrial que ahora está obsoleto por encontrarnos en otro sistema productivo; se debería potenciar más la creatividad y no tanto la memorización; deberíamos enseñar a aprender, dejando en segundo plano el contenido de las materias; etc. Pero, independientemente de cual sea el sistema señalado como correcto, de lo que nunca hay dudas es que tiene que haber uno. Incluso los que abogan por un sistema menos convencional, para escapar de una educación cuyo único fin, según ellos, es lavar el cerebro a las personas para crear súbditos dóciles, proponen también un sistema educativo. Todos ellos, sea cual sea su ideología o su orientación política, creen que debe existir un sistema educativo. Y por supuesto, el mejor, el que subsanará todos los males, es el suyo.
Pero, ¿por qué tiene que haber un sistema educativo? ¿Por qué ha de estar la educación regulada y centralizada? ¿Quién debe regular y determinar el contenido de la educación? ¿Por qué tienen que estudiar todos lo mismo?
Uno de los argumentos que se utilizan para justificar la existencia del sistema educativo, es la afirmación de que este resulta imprescindible para eliminar la brecha que separa a ricos y a pobres. Se dice que, normalmente, sólo los ricos pueden estudiar, y, así, sólo ellos pueden acceder a los puestos de gobierno desde los cuales legislarán a su favor. A su vez, los pobres, al no poder estudiar, están condenados a puestos de trabajo mal remunerados, de modo que el statu quo se perpetúa. Es decir, se cree que el sistema educativo contribuiría a eliminar la desigualdad y a que todos tengamos igualdad de oportunidades.
Pero lo cierto, es que resulta imposible conseguir esa igualdad, puesto que no estamos todos igualmente capacitados, no somos todos igual de inteligentes, ágiles, fuertes o guapos y, por tanto, no vamos a tener las mismas oportunidades (una persona muy guapa tendrá más oportunidades para trabajar de modelo que una que no lo es), a no ser que queramos afear al guapo y ponerle un cepo al ágil para igualarnos a todos. Hay que tener en cuenta, además, la influencia del entorno: no tendrá las mismas oportunidades para vivir del ciclismo una persona que nazca en España que otra que nazca en Siberia, o de aprender artes marciales un chino que un sevillano. Si me gusta el dibujo y quiero hacer de ello mi profesión, me resultará más sencillo si tengo la suerte de que haya en mi calle una tienda de cómics cuyo dueño me orienta y me enseña, que si nazco en otra calle donde no la hay. Si tengo la suerte de conocer a un buen profesor tendré más oportunidades de aprender. De este modo, para alcanzar la igualdad, además de intentar hacernos iguales a todos, habría que hacer que el mundo fuese igual en todas partes. Y esto no se puede conseguir.
Esta inerradicable desigualdad no tiene por qué ser negativa. Uno debería aceptar las condiciones en las que ha nacido e intentar alcanzar sus objetivos (en lugar de quejarse por haber nacido feo, por ejemplo). No escogemos donde empezamos pero sí donde queremos acabar. Podemos alcanzar nuestros objetivos con nuestro esfuerzo y nuestro trabajo, pero no sería lícito querer alcanzarlo con el esfuerzo de los demás, exigiendo que el gobierno les quite a los demás el dinero que yo necesito para alcanzar mis objetivos. En ese caso, el coste lo asume el resto de la gente mientras los beneficios me repercuten únicamente a mí.
Quizá lo que el sistema educativo pretende conseguir es una igualdad de oportunidades, en el sentido de que todos partamos con el mismo conocimiento. Pero, en este caso, habría que realizar dos preguntas: primero, ¿qué conocimiento es ese?, y, segundo, ¿por qué tenemos que poseer todos el mismo conocimiento?
En cuanto a la primera pregunta, considero que la enseñanza obligatoria tiende a transmitir pocos conocimientos, ya que las clases están orientadas a la consecución de un único fin, aprobar los exámenes. Para ello se procede a la memorización de unos datos concretos, que se suelen olvidar con prontitud. Memorizar información no tiene porqué constituir conocimiento. Por ejemplo, memorizar un poema en inglés sobre el amor sin dominar ese idioma ni haber estado enamorado, es adquirir datos, no conocimiento. Es equivalente a aprenderse el listín telefónico. Y, en realidad, es eso lo que hacemos en el colegio: memorizar una serie de datos que no sabemos muy bien de dónde proceden ni para qué sirven. Pero si nos fijamos con atención, hay una serie de ideas que casi todo el mundo aprende bien: la necesidad del Estado, la benevolencia de la democracia, etc. No hay casi nadie que haya ido a la escuela que dude de estas ideas. Así pues, discursos oficiales aparte, eso es lo que consigue el sistema educativo en la práctica. No veo qué ventaja podemos obtener por tener todos ese “conocimiento”.
En cuanto a la segunda pregunta, aunque lo que haya que estudiar no fuese determinado por el gobierno (que siempre tendrá unos incentivos muy fuertes para establecer que lo que han de aprender los niños sea algo que le beneficie) sino por un grupo de personas totalmente desinteresadas, ¿cómo establecer lo que tiene que estudiar todo el mundo si no sabemos los fines concretos que anhela cada persona? ¿De qué le vale el álgebra a una persona que quiere ser alfarero o diseñador de moda? Obviamente, no le viene mal saber de ese tema, pero tampoco le vendría mal saber de botánica, danza, literatura, cine, soldadura, papiroflexia, etc. ¿Cómo escoger? O nos fijamos en los fines que quiere alcanzar una persona concreta o la lista de conocimientos será totalmente arbitraria. Se puede objetar que, en el caso de la educación primaria, los niños todavía no tienen unos objetivos establecidos. La respuesta es que sí los tienen los padres, que desearán que sus hijos sean instruidos en unas materias concretas.
Saber leer, escribir y algo de aritmética siempre nos resultará útil pero, ¿hacen falta ocho años en el colegio?, ¿no podríamos aprenderlo en casa o con un profesor pagado por aquellos que así lo deseen? De esta manera, aparte de tratarse de una acción voluntaria, a los niños se les enseñará lo que los padres crean oportuno.
Es común también elogiar la labor de socialización de la escuela. Entiendo entonces que, hasta que apareció el sistema educativo obligatorio, la gente estaba sin socializar. Es de suponer que la costumbre de dar los buenos días se le ocurrió a un teórico de la enseñanza. Esto es ridículo, los niños aprenden a convivir y a relacionarse con los demás en su casa, con sus familiares, sus vecinos, y sus amigos. Y estas relaciones suelen estar supervisados por adultos casi todo el tiempo, al contrario que en los recreos del colegio donde se pueden ver comportamientos que resulta difícil calificar de educados.
Por todo lo expuesto no creo que el sistema educativo sirva para lo que sus defensores pregonan. Lo que de facto consigue es transmitir una serie de ideas que facilitan la existencia y las acciones del Estado: ese constituye su verdadero objetivo. De modo que podemos afirmar que, en realidad, el sistema educativo funciona bien, ya que sirve al propósito para el que fue realmente construido. Por eso es importante que la educación sea obligatoria e igual en todo el territorio del Estado. De esta forma, se consigue que nadie pueda escapar a una homogeneización que facilita el control de la población puesto que, si todos piensan igual, dominarlos a todos será como dominar a un único individuo.