¿ES UN BUEN CONSEJO SER TÚ MISMO?
Dijo Emerson que ‘ser tú mismo en un mundo que está constantemente tratando de cambiarte es el mayor de los logros’. Un consejo que considero profundamente molesto, por mucho que encaje con comodidad en la mentalidad contemporánea. Esta apelación a la autenticidad es inofensiva, en el mejor de los casos, cuando se entiende como una mera tautologia y una insensatez desorientada si se aplica como modelo de conducta.
Por un lado siempre estaré de acuerdo con aquellas personas juiciosas que me sugieren ser yo mismo. Considero muy difícil encontrar motivos razonables para no seguir ese consejo. Coincido con ellos por los mismos motivos por los que estoy de acuerdo con aquellos que recomiendan que los hombres solteros sean hombres no casados o que promueven que la suma de los ángulos de un triángulo no difiera de 180 grados.
Es una excelente idea y una buena filosofía de vida apoyar, impulsar y favorecer todos aquellos elementos del Universo sobre cuya estructura mi voluntad no tiene la más mínima influencia. Hacer lo contrario tendría repercusiones terribles para el Universo, que podría reaccionar con total indiferencia y ningún cambio ante tal espantoso desafío. Por eso creo que es conveniente ser uno mismo, para ratificar con decisión inquebrantable la imposibilidad lógica de ser otro. Puesto que, aunque en algún momento de la línea espacio-temporal de errores y disparates que constituyen tu existencia, actuases pretendiendo ser otra persona eso, necesariamente, implicaría que tú mismo actúas pretendiendo ser otra persona. En caso contrario sería otra persona la que actuaría pretendiendo ser otro y no está muy claro donde te encontrarías tú mismo. Presumiblemente en un bar o en un burdel haciendo cosas más útiles.
Además, ser tú mismo es lo más sencillo del mundo. Sólo tienes que decidir qué es lo que eres y actuar en consecuencia. Para que Alonso Quijano sea Alonso Quijano tiene que quedarse en su casa y cuidar de su hacienda. Para que Don Quijote sea Don Quijote tiene que abandonar su hacienda y seguir la angosta senda de la caballería andante. Son las acciones las que determinan la identidad y no la identidad la que determina las acciones porque lo que cuenta para ‘ser uno mismo’ no es otra cosa que hacer lo que uno debe.
Por supuesto para que esto se cumpla tenemos que satisfacer ciertos requisitos imprescindibles, es decir tenemos que poder actuar de la manera apropiada. Yo, por mi parte, ignoré esta realidad durante muchos años e intenté ser un unicornio o una lavadora sin conocer nada sobre su comportamiento. Pero el proceso de unicornización es muy complejo y por eso, a pesar de mis ímprobos esfuerzos, quedé tan lejos de mi objetivo original que, no solo no alcancé nunca el níveo estatus de unicornio, sino que ni siquiera llegué a ser un buen caballo. El proyecto de ser una lavadora fue incluso más descabellado, por tratarse de una criatura mitológica.
Pero, además de estos problemas logísticos, cualquier recomendación sobre la conducta apropiada que uno debe llevar va a naufragar miserablemente en el caos y la confusión si se abandona la referencia a un estándar externo de conducta
Cuando un conocido me recomendó cierto día ‘ser yo mismo’ como principal criterio de conducta decidí cortar cualquier tipo de relación con una persona de influencia tan nefasta. Estaba claro que ese miserable no tenía el más mínimo interés en mi persona. Si ‘yo mismo’ fuese un inconsciente y un perturbado me habría dejado abandonado a la ciega desesperación de mi idiosincrasia babeante. Si ‘yo mismo’ fuese un psicópata asesino o un genocida me daría palmaditas en la espalda por cumplir los designios de mi personalidad diabólica. Nadie que haya sentido por mí la más ligera predilección o simpatía me ha arrojado jamás al decrépito agujero de desidia en que consiste ‘ser yo mismo’ sino que ha pretendido, por el contrario, que fuese otra persona. Cabalmente, una mejor de la que era.
Esos individuos actuaban como auténticos benefactores porque, conscientemente o no, todavía creían en la existencia de reglas exteriores que marcan la adecuación moral del comportamiento humano. Al compararme con un modelo externo de conducta y encontrarme inadecuado buscaban mi reforma. Yo podría llegar a impugnar sus fundamentos filosóficos o a dudar de su modelo de conducta pero nunca reprocharía su procedimiento. Intentando modificarme trataban en serio a sus ideas y demostraban esperanza en mi persona, pues era, desde su punto de vista, susceptible de mejora.
Sin embargo los que me animan a ser ‘yo mismo’ demuestran la misma impotencia tediosa de quien buscase en la playa la salida de emergencia. Su llamamiento a la autenticidad resuena con la soporífera desesperación de quien concibe al ser humano como la versión bípeda de un mueble de Ikea diseñado por la Nada.
Si ‘ser uno mismo’ quiere decir algo más que lo que expresa una mera tautología entonces eso quiere decir que en un determinado momento uno puede llegar a ser algo distinto a ‘uno mismo’. Es decir que en un momento dado hay un ‘yo falso’ y un ‘yo verdadero’, y el verdadero parece ser que se encuentra retozando y dando saltitos por las praderas interiores de tu alma. Los que elogian la idea de ‘ser uno mismo’ esperan descubrir en su interior a una versión embellecida de su persona sosteniendo entre sus manos un libro de instrucciones que les explique lo que tienen que hacer fuera.
Pero incluso en la muy improbable circunstancia de que existiese tan extraño usufructuario de tu cuerpo no está muy claro por qué motivo debería uno hacerle caso. En primer lugar, si hasta el momento presente no llegaste a conocerlo, a lo mejor es porque es un idiota maleducado y caprichoso que se agazapa y se esconde en vez de venir como una persona normal a saludarte. Podrían decirme que hay que liberarlo antes porque se encuentra prisonero, obligado por las normas morales impuestas desde el exterior a llevar una máscara que desfigura y distorsiona su verdadero rostro. Supongamos que esto es cierto: aún en este caso, seguiría sin estar claro que ese prisionero enmascarado sea el noble rey del Hombre de la Máscara de Hierro y no el caníbal depravado del Silencio de los Corderos. Y, por último, aunque liberases a ese benévolo prisionero enmascarado, ¿de dónde obtuvo el conocimiento necesario para ilustrarte sobre tus necesidades y deseos y proporcionarte pautas de acción para el futuro? No pudo obtener esa sabiduría a través de un mero proceso racional que ya puede emprender el yo exterior así que tiene que ser algún tipo de conocimiento revelado. Pero ¿qué extraño profeta es éste que otorga y recibe a la vez la Revelación del conocimiento de sí mismo?
Por todas esas razones antes que tratar a tu ‘yo interior’ con la misma reverencia con la que uno trataría a Yoda y a sus secretos de la Fuerza o a Moisés con sus Tablas de la Ley, me parece mucho más razonable tratarlo con la sana desconfianza con la que uno se comportaría ante un desconocido con gabardina que te ofrece caramelos por entrar en su furgoneta. Porque pudiera suceder que hacer caso a los que te recomiendan ser ‘tú mismo’ signifique que te pases la vida condenado a ser un gilipollas.