EL ÚNICO CAMINO HACIA LA RIQUEZA. (VI)

 

    –  Miguel Alonso Davila –   

 

 

  Con lo visto en los artículos anteriores de esta serie podemos empezar a entender lo que se decía al principio del primero de ellos. A saber, que no es que defendamos el ahorro y el trabajo duro en un mercado libre con propiedad privada porque nos guste, sino porque es el único camino hacia la riqueza. Si por un momento nos desentendemos de los temas morales y de la teoría de la justicia, y nos centramos únicamente en la parte económica, entonces, podemos intentar dilucidar cuál es la organización social que proporciona un mayor nivel de vida para todo el mundo.

  Mientras nadie sea capaz de demostrar que las tesis de la Escuela Austriaca son falsas, entenderemos que existen leyes objetivas que rigen la economía, y que, según éstas, la anarquía de mercado libre con propiedad privada es el mejor modo de aumentar la prosperidad. A priori, éste puede parecer un método muy lento, y de hecho lo es; es difícil ahorrar cuando se es muy pobre, con lo que es posible que se necesiten varias generaciones para alcanzar una cierta prosperidad. Pero cualquier otro método hará que vayamos todavía más despacio. No importa si las intenciones del gobernante de turno son buenas o no. Y como dijimos, obviaremos los temas éticos acerca de lo injusto de unos mandatos coactivos. Comprobaremos como todas las soluciones que se nos ocurran para intentar acelerar ese proceso de enriquecimiento, empeoran las cosas de forma inexorable. Como cada vez que queramos tapar el agujero creado por un problema económico, lo haremos a costa de generar otro todavía más grande, a pesar de nuestras buenas intenciones, el tiro nos saldrá por la culata.

  Pongamos un ejemplo para visualizarlo: imaginemos dos pueblos, que llamaremos A y B. En A hay sobreabundancia de arroz, y en B hay escasez severa del mismo. Supongamos también que dicho cereal es el principal alimento de ambas poblaciones. En tal caso, la situación se traducirá en precios de arroz muy elevados en B, debido a la alta demanda y la baja oferta, con lo que solamente los más pudientes podrán acceder al preciado bien. Así mismo, el precio en A caerá por los suelos, lo que provocará que muchas empresas dedicadas a su producción tengan que cerrar por no cubrir los costes. Además, el alimento se utilizará para todo tipo de usos distintos del consumo humano debido a su escaso coste, como, por ejemplo, elaborar piensos para animales.

  Ante esta situación de mercado libre toda esa información quedará reflejada en los precios; de este modo, habrá una enorme diferencia entre los de A y los de B. Esto claramente ocasionará que surjan personas que, al darse cuenta de la oportunidad generada por semejante desajuste, aprovecharán para hacer negocio. Se percatarán de que pueden comprar el cereal por un costo de risa en A y venderlo a precio de oro en B, enriqueciéndose rápidamente. En cuanto vean la oportunidad actuarán velozmente, puesto que saben que habrá muchas otras personas en busca de oportunidades similares. De este modo, se apresurarán a comprar enormes cantidades de arroz en A, con lo que su precio subirá, transmitiendo una información muy valiosa a sus habitantes. A saber, que existe gente que valora más que ellos dicho alimento, con lo que dejarán de utilizarlo para dar de comer a los animales y lo guardarán para futuras ventas, consiguiéndose de esta manera que los habitantes de A adapten su comportamiento a las necesidades de los habitantes de B, puesto que cuanto más arroz guarden más habrá disponible, y esto sin haber visto nunca delante a los habitantes de B. Dicha subida de precios también producirá que dejen de cerrar las empresas productoras de arroz en A. Cuando nuestros avispados empresarios vendan todo el arroz en B, harán que su importe baje, permitiendo que cada vez más personas puedan acceder al alimento. De este modo los precios se irán nivelando, los de A suben y los de B bajan. El transporte de arroz continuará mientras las diferencias sean lo suficientemente elevadas como para cubrir los costes. Cuanto más grande sea la diferencia, más rápidamente aparecerán numerosos empresarios queriendo enriquecerse, de modo que el transporte será más intensivo justo en la medida en la que el desajuste sea más elevado. Según la diferencia se empiece a reducir, cada vez menos empresarios se dedicarán a ese menester, puesto que al reducirse la tasa de beneficio las empresas más ineficientes tendrán a cerrar. Y el transporte se irá reduciendo justo en la medida en la que las necesidades de los habitantes de B estén más satisfechas.

  Podemos comprobar cómo, si hubiese carencia de un alimento en una zona concreta, con la consiguiente subida de precios, dicho incremento desencadenará todo este proceso, con el cual se podrá superar dicha escasez en un tiempo relativamente corto. Obviamente, nos gustaría que todo fuese más rápido, el caso es que cualquier otro método que nos imaginemos para paliar esa insuficiencia será todavía mucho más lento. Nos gustaría que esto no fuese así, pero el caso es que vivimos en un mundo con unas leyes económicas objetivas concretas, y mientras ese siga siendo el caso no habrá alternativas mejores. De nada nos valdrá suponer mundos imaginarios y seres humanos imaginarios con características distintas a las reales. Las teorías basadas en esas suposiciones funcionarán solamente en la imaginación.

  Suelen proponerse multitud de intervenciones económicas que supuestamente mejorarían las cosas. No sería extraño que el gobierno de A ante la caída de precios, para proteger a los productores decida imponer unos precios mínimos para el arroz, impidiendo que las empresas cierren y se pierdan puestos de trabajo. El caso es que con esa medida se reducirá la demanda, al establecerse un costo por encima del de mercado, con lo que sobrará todavía más arroz. También nos resultaría familiar que el gobierno de B estableciese importes máximos para proteger a los consumidores y que no solamente los más ricos pudiesen acceder al arroz. Pero, lamentablemente, al ser el precio menor que el que estaba establecido de forma libre, habrá la misma oferta y aumentará la demanda, con lo que la escasez será todavía mayor. Además, de este modo se reduce la diferencia de precios entre A y B con lo que la avalancha de empresarios avariciosos no aparecerá, y se reducirá el transporte de arroz desde A hasta B, y el problema tardará más en solucionarse. Incluso cabe imaginarse un escenario en el que la modificación de precios sea tan elevada que llegue a intentarse el transporte de arroz en sentido inverso.

  Si la bajada obligada de precios es lo suficientemente grande, los productores empezarán a exportar el cereal por resultarle más lucrativo. Es interesante notar que, ante nuestros esfuerzos, en vez de hacer que el arroz venga desde donde sobra o hay menos escasez, hasta B, que sería lo lógico, lo que conseguimos es que el arroz de B salga en otras direcciones. Para evitarlo, podemos prohibir las exportaciones y obligar a los productores a vender solamente en B y al precio rebajado estipulado. Obviamente, esto provocará que el negocio deje de ser viable para muchos empresarios que cerrarán sus negocios, consiguiendo de este modo que aumente de forma alarmante la escasez. Las estanterías de las tiendas se verán vacías. Ante tal tesitura podemos proponer que el gobierno se haga cargo de esas empresas privadas para hacer lo que el sector privado parece incapaz de hacer, pero esto traerá consigo una caída de la producción y más privación. Habrá menos productos y serán más caros teniendo en cuenta el importe de venta más los impuestos.

  Si esto último funcionase podríamos estatalizar todos los sectores económicos, sin embargo nos encontraremos con el problema del cálculo económico y el de la información. Sin precios de mercado, ¿cómo saber si estamos teniendo pérdidas o beneficios en una empresa concreta? (lo que, como vimos en anteriores artículos, equivale a estar utilizando los recursos escasos como los consumidores desean, para fabricar los productos que anhelan, sean cuales sean estos, y del modo en que ellos demandan, o no hacerlo). Sin poder calcular, estamos abocados a un uso ineficiente de los recursos, lo que nos hará más pobres. En tal caso, ¿cómo saber que fabricar, y en qué cantidad, y a qué precio vender? Si los importes los establece el gobierno, ¿cómo saber qué costo debe ponerle a los productos? La respuesta, obviamente, es puro azar. Observemos la distancia sideral entre esta forma de establecer los precios y el de un producto cualquiera establecido en un mercado libre donde están integradas las valoraciones de casi todos los consumidores. ¿Y cómo saber cuántos ladrillos producir? Un funcionario se limitará a hacer lo que le venga dictado desde arriba, puesto que carece del incentivo para actuar de otro modo. Y si no se busca la información, esta nunca se generará. Además, sabemos que esa información es no articulable con lo que, aun queriendo, no podrían hacérsela llegar a los gobernantes para darle sentido sus mandatos. Incluso con la imposición coactiva de todo tipo de trabas sobre la economía impedirán que aparezca una información que ellos mismos necesitan para poder coordinar sus mandatos, para que sus súbditos puedan cumplir sus órdenes de una forma mínimamente eficiente.

  Puede ocurrírsenos un sinfín de alternativas, pero los resultados serán similares. Desgraciadamente, no hay recetas mágicas que nos hagan salir de la pobreza instantáneamente y sin esfuerzo. Además, en la mayor parte de los casos son teorías destinadas a justificar la necesidad de los gobernantes, a legitimar el robo que suponen los impuestos. Mientras el mundo siga siendo el que es, es decir, mientras los recursos sigan siendo escasos, y el ser humano siga actuando, el único camino hacia la riqueza será, como pregona nuestro mentor el profesor Bastos Boubeta: “Capitalismo, aforro e traballo duro”.