EL ÚNICO CAMINO HACIA LA RIQUEZA. (IV)

 

    – Miguel Alonso Davila –   

 

 

  En artículos anteriores de esta serie vimos como las preferencias de los consumidores quedan reflejadas en los precios. Siendo éstos la única guía de la que disponen los empresarios para, a base de prueba y error en un mercado libre, adecuar su producción a las necesidades de dichos compradores. El hecho de que los precios se determinen desde los bienes de consumo hacia las partes de la estructura productiva más alejadas de los mismos, provocará que los recursos escasos se empleen según las escalas valorativas de los consumidores; consiguiéndose así un uso eficiente de aquellos, adaptado a las necesidades de estos. Veamos cómo, gracias a los precios, se consigue encontrar la combinación óptima de los recursos.

  Imaginemos, por ejemplo, que una persona ha plantado un campo de patatas. Llegado el punto de recogerlas, cabría preguntarse cuál será el mejor método para hacerlo. Porque puede hacerse con las manos, con una pala, con un azadón de madera, con uno metálico, con un arado tirado por animales, o con un tractor. En la línea que va desde hacerlo manualmente hasta utilizar medios mecánicos hay una multitud de posibilidades. Sin embargo, habría otra infinidad de opciones más sofisticadas que el tractor. De esta manera, sería posible imaginarse una nave que sobrevuele el campo sirviéndose de láseres, cámaras de infrarrojos, y las tecnologías más vanguardistas para detectar y extraer los tubérculos de la tierra. En un principio, este último caso puede parecer absurdo, no obstante esto se debe a que el coste de dicho proceder sería demasiado cuantioso. Pero, ¿demasiado cuantioso para qué?, podemos inquirir. Demasiado caro para el importe al que se vende ese producto.

  Como son las estimaciones subjetivas de los consumidores las que determinan el precio de la patata, esto permite a los productores saber cuánto se pueden permitir en costes, con lo que pueden disponer cuál es el método adecuado para realizar dicha tarea. Es decir, en qué punto de la línea ascendente, que va desde el punto más bajo tecnológicamente hablando al más alto, estaría la herramienta que mejor se adapta a las valoraciones de los compradores. Sin embargo, los aparejos o máquinas que se utilicen para extraer el alimento de la tierra, probablemente tendrán otros posibles usos. O sea, que se podrán usar en la obtención de otros artículos, ya sean bienes de capital o de consumo. Al igual que antes, las evaluaciones de los consumidores establecerán, también, un precio para dichas mercancías. Habrá, pues, una competencia entre los productores de patatas y los de los enseres para cuya manufactura se pueden utilizar los mismos instrumentos. Si los clientes valoran más alguno de esos bienes que las patatas, sus fabricantes ingresarán más efectivo pudiendo pagar más por los recursos que necesitan para su elaboración. Nuestro agricultor tendrá pues que buscar algún otro sustitutivo, por el que a su vez tendrá que competir con otros empresarios a los que esa herramienta también les sea útil.

  Supongamos que ya está concretado el utensilio que empleará el agricultor. El caso es que este podrá realizarse con muchos materiales diferentes. Sucede que, como normalmente estamos acostumbrados a ver esos aparejos hechos del mismo componente, tendemos a creer que eso es lo lógico. Quizás haya muchos que no sean adecuados, pero sí hay muchas alternativas a los comúnmente utilizados; por ejemplo, en el caso de un azadón podríamos valernos de un plástico muy duro, algún tipo de madera, y entre los metales habrá varios que serán válidos. De este modo, un fabricante de aperos agrícolas, ante la demanda de los productores de patata, tendrá que buscar un recurso con el que elaborar los utensilios que sea válido y que tenga un coste que le permita venderlos al costo que los agricultores quieren. Material por el que, a su vez, tendrá que competir con otros fabricantes que lo utilicen para construir un tipo diferente de maquinaria, destinada a otros usos. Asimismo, también necesitará máquinas para confeccionar los útiles agrícolas, con respecto a las cuales podremos hacer los mismos razonamientos que en el caso de nuestro agricultor. Y así, podremos ir retrocediendo en la estructura productiva hasta llegar a la minería, fundiciones e industrias muy alejadas del consumo final. Participando también en el proceso el transporte, entrando en juego carreteras, camiones y por tanto mecánica, ingeniería, diseño, publicidad; que a su vez implicaría papel, tinta, informática; llevándonos a más maquinaria, que nos trasladaría de nuevo a las minas, y vuelta a empezar. Para la obtención de un utensilio concreto entran en juego prácticamente todos los sectores de la economía, lo cual refleja el alto grado de interconexión y coordinación existente en un mercado libre.

  Además, la complejidad del tema no se detiene aquí, solo hemos analizado una herramienta. Pensemos en la enorme cantidad de instrumentos que empleará el agricultor: ropa y calzado de trabajo, mangueras y mecanismos para regar, sustancias químicas, artefactos para sulfatar, etcétera. Para todas ellas se presentarán también innumerables opciones que se concretarán en una o unas pocas, al guiarse por los precios. Esto mismo sucederá para los empresarios de todas las fases de la estructura productiva. Vemos, de esta manera, cómo, para establecer con qué extraemos las solanáceas de la tierra, se tienen en cuenta las apreciaciones de casi todos los consumidores; incluidos los que no las consumen ni las compran, puesto que sus estimaciones quedarán reflejadas en el importe de materiales y maquinaria que se utilizan para fabricar los productos que sí compran pero que también servirían para la producción de patatas. Lo que garantiza que se escoja una opción eficiente, una que tenga en cuenta las preferencias de casi todo el mundo.

  Asimismo, ésta es la única forma de llegar a tal propósito. Obsérvese como en la elección de algo tan simple están integradas las valoraciones de casi toda la sociedad. Si no hubiese precios que reflejasen dichas apreciaciones, ¿cómo escoger de entre todas las posibilidades? Volvamos a visualizar la línea ascendente con todas las opciones posibles, desde las manos, pasando por el tractor, hasta la nave con láseres. Podemos pensar que podríamos descartar la última opción. Pero esto sucede porque tenemos un montón de información, precios que reflejan valoraciones, que creemos que está dada, lo cual es obviamente falso. Así pues, de todas esas opciones, ¿cuál escoger?. Podremos pensar en el tractor, no obstante eso refleja una opción compatible con las apreciaciones existentes en esta sociedad y en este momento concreto. Si nada conociésemos de las preferencias de los consumidores la única vía posible será escoger al azar. Sin precios que reflejen dichas estimaciones será como jugar a la piñata. Lo peor es que en tal caso, aún en la improbabilísima situación de que acertásemos, nada nos indicará que hemos dado en la diana. Con gobernantes que decidan qué es lo que hay que producir y cómo, esto, salvo milagro cósmico, jamás reflejará las necesidades de los compradores; y la única forma que tendrá el alto funcionario de turno de darle sentido a sus mandatos a este respecto será guiarse por sus propias preferencias. De este modo, todos trabajaremos en pos de alcanzar los objetivos de un político o burócrata.

  Y al añadir el factor tiempo, el cuadro, que ya era complejo, alcanza cotas realmente difíciles de imaginar. Recordemos que las valoraciones de los clientes están continuamente variando. Es decir, en el mercado libre, gracias a los precios, todas las elecciones están ajustándose continuamente a las nuevas apreciaciones de los consumidores. Esto quiere decir que todo el proceso descrito anteriormente se realiza constantemente según las cambiantes tasaciones de los compradores. Es como si cada día hubiese que comenzar de nuevo todo el proceso; y como cada día hay información nueva serán diferentes las combinaciones de recursos que podamos encontrar. Si ya antes necesitábamos un conjuro cósmico para acertar sin precios, ahora se hace casi inimaginable.

  En este sentido, si nos fijamos, seguimos extrayendo las patatas con tractores como hace años, sin embargo esto no sucede en todas partes. En cada lugar escogen la opción más adecuada según sus posibilidades y según los precios de ese sitio concreto. Habrá lugares donde sigan usando utensilios manuales; y habrá otros donde alguno también lo hará así, debido a tener una parcela demasiado pequeña o a que no dispone de efectivo, mientras que otros se servirán de maquinaria pesada de diferentes tamaños. Incluso los tractores de un tamaño dado son muy diferentes a los del mismo tamaño de años anteriores, los motores no son iguales, ni los materiales empleados, ni la tecnología. Piénsese en la tecnología que permite que la máquina conduzca sola, que antes no se utilizaba por ser demasiado cara o simplemente por no existir. Y lo mismo podríamos decir de innumerables artículos que parecen iguales año tras año pero que en realidad no lo son, como por ejemplo coches, hornos, etc.

  Podemos entender así que, sin precios, o con ellos intervenidos, no se conseguirá un aprovechamiento tan eficiente de los recursos escasos, lo que impedirá que se consiga elaborar la cantidad y el tipo de productos que la gente demanda. Lo cual nos hará más pobres. Esto sucederá si alteramos lo más mínimo algún importe. Obviamente modificar algunos precios será más perjudicial que otros. Por ejemplo, será peor modificar el costo del dinero que el de la patata. No obstante, cualquier intervención en este sentido por pequeña que sea se traducirá en más pobreza. Debemos entender que, como casi todas las intervenciones económicas que, supuestamente, pretenden aumentar la riqueza de la mayor parte de la población, suponen una modificación de algún precio (del dinero, de la mano de obra, etc.) que se traducirá en una sociedad menos próspera.