EL ÚNICO CAMINO HACIA LA RIQUEZA. (I)
–Miguel Alonso Davila –
Cuando los defensores de la Escuela Austriaca aseguramos que el único camino hacia la riqueza es el trabajo, el ahorro y el libre mercado, lo que queremos transmitir no es que deseamos que esa sea la única forma de acceder a la prosperidad (que la gente tenga que ahorrar y trabajar duro) sino que, efectivamente, debido a que las leyes objetivas de la economía son las que son, cualquier otra ruta que nos imaginemos será todavía más lenta y penosa. Incluso algunas de ellas nos impedirán por completo llegar a la abundancia. Yo, personalmente, preferiría no tener que trabajar para alcanzar las metas que anhelo, al igual (creo) que la mayoría de la población (lo que queda reflejado en la teoría austriaca con el axioma de la desutilidad del trabajo), pero mientras las cosas no se fabriquen solas es la única vía que tenemos. Este modo de actuar nos proporcionará un crecimiento lento y continuo gracias al que una población pobre puede llegar a ser relativamente próspera en un periodo relativamente corto de tiempo.
No obstante este será un proceso difícil, sobre todo al principio; para que seamos más ricos, para tener más productos de una calidad superior a menor precio, necesitamos alargar la estructura productiva, para lo cual se precisa ahorro. La única forma de ahorrar será consumir menos de los que se produce, restringir el consumo será la única vía para atesorar el ahorro necesario con el que comenzar a salir de la pobreza. Ahora bien ¿qué restringimos si tenemos para comer en todo el día un huevo frito?, ¿la clara?, ¿la yema? Es por esto que es tan complicado salir de la pobreza. Sin embargo, si con sacrificio se consigue ahorrar, con ello se podrá financiar un aumento de los bienes de capital, creciendo la capacidad productiva, lo que a su vez hará que cueste menos alcanzar el excedente imprescindible para seguir progresando.
Pero el comienzo será arduo. Nos venderán un montón de teorías económicas según las cuales interviniendo aquí y allí podremos salir de la pobreza sin someternos a semejante esfuerzo. Desgraciadamente, son falsas. En el camino hacia la riqueza no hay atajos, ninguna teoría logrará que las cosas se fabriquen solas mágicamente. Incluso medidas aparentemente tan positivas para la mejora del nivel de vida de la mayoría de la población como el incremento obligado de los salarios, en realidad, acabarán haciéndonos más pobres.
Comentaremos en este y en otros artículos algunos de los motivos por los cuales el trabajo, el ahorro y el mercado libre constituyen la opción más rápida para conseguir que todo el mundo sea cada vez más rico. Supondremos que los encargados de establecer medidas económicas para acelerar el proceso tienen buenas intenciones y nos abstendremos de hacer juicios acerca de si dichas intervenciones son justas o injustas, solamente comentaremos las consecuencias económicas. Para comenzar analizaremos algunos aspectos del problema de la información.
Vivimos rodeados de objetos: coches, edificios, etc., construidos con unos materiales concretos y de una forma específica. Y nos parece normal que se fabriquen de ese modo, damos por supuesto que los coches se hacen así, y la ropa, y los electrodomésticos también. Creemos que existe una forma objetivamente correcta de elaborar las cosas. Pero pensemos: ¿por qué la ropa está diseñada de una forma particular? Podríamos argumentar que ese hecho responde a los gustos de la gente, y que además estos son cambiantes. Obviamente, si tuviésemos que crear una línea de moda para una población extraterrestre (con la misma morfología que la nuestra) de la que no supiésemos absolutamente nada, nos sería imposible. Como mucho confeccionaríamos unas primeras prendas al azar y después veríamos su reacción, nos fijaríamos en que se ponen y que no, que les gusta y que no. Y cuando conociésemos un poco sus gustos podríamos aventurarnos a crear algo nuevo que creemos que podría gustarle; y sabremos si acertamos una vez pongamos las nuevas prendas a la venta.
Si nos preguntasen cuál sería el diseño perfecto sin precisar para nada quiénes habrán de ser los clientes, ni de qué época, ni de qué lugar, claramente contestaríamos que la cuestión no tiene ningún sentido. Los diseños que a la gente le gustan solo cabe determinarlos de esta manera, a base de prueba y error.
Esto no es diferente de lo que sucede en otros ámbitos. En principio, podríamos pensar que existe una forma óptima de ofrecer un servicio concreto pero, finalmente, serán los clientes los que decidan si ese servicio es de su agrado. Servir al consumidor de forma óptima significa proveerle del modo que a él le gusta. Si en una población cualquiera los habitantes dan mucha importancia a las relaciones personales, quizás preferirán un médico que les pregunte por su familia y les trate de modo cercano a otra que les atienda de forma seca y cortante, aunque el primero, a pesar de ser un buen profesional, no alcance la excelencia médica del segundo. Es a base de prueba y error que logramos hallar lo que satisface a los consumidores. Con absolutamente todo lo que nos rodea sucede lo mismo: con las películas, los coches, los edificios, etc. Por ejemplo, ¿por qué las baldosas tienen el tamaño específico que tienen? Podrían ser más pequeñas o más grandes. Es a base de prueba y error que los empresarios van encontrando la información adecuada. Algún fabricante empezaría a hacer las baldosas más grandes, como se llevan ahora, y poco a poco, cada vez se venderían mejor; esta información rápidamente es aprehendida por otros empresarios que le imitan. ¿Por qué las camas, los armarios y las casas tienen el tamaño y la forma que tienen? Porque realmente podrían ser diferentes. Todo podría serlo. Todo lo que nos rodea constituye información que fue obtenida a base de prueba y error. De este modo, el mercado se va adaptando según lo que la gente desea.
Así pues, estaríamos ciegos si quisiésemos construir una ciudad desde la nada, porque nos faltaría toda esa información. Tendemos a creer que sería posible, es más, no nos parece un problema tan difícil, incluso enumeraríamos qué debería haber en esa ciudad: bares, cines, tiendas de ropa, etc.; o qué apariencia luciría. A pesar de ello, al hacerlo estaríamos utilizando toda la información que nos rodea como si fuese algo dado y no algo que se descubrió a base de prueba y error. Sin embargo, esa información es válida para el lugar en el que nosotros vivimos, pero no para aplicar sobre otro lugar donde la gente tendrá otros gustos y otras preferencias. Si no fuese así todas las ciudades serían iguales. Incluso la información de una zona concreta enseguida se queda obsoleta, debido a los constantes cambios en las preferencias de las personas, y de nada vale, ni siquiera para una misma localidad, pasado un lapso de tiempo.
Que nosotros intentemos diseñar toda una ciudad desde cero sin saber nada de los que allí van a vivir es como si unos extraterrestres pretendiesen decirnos como debería ser nuestra ciudad para que fuese correcta. Nos dirían que algunas cosas sobran y que otras faltan. Lo mismo les da por quitarnos los bares, porque según ellos no hacen falta. Pero, ¿a quién no le hacen falta? Quizás nos contestasen que en realidad los bares no nos gustan, a pesar de que creamos que sí, o que no es correcto que nos gusten. Al comportarse así, los extraterrestres, aunque no fueran conscientes, estarían actuando con soberbia. Si ni siquiera yo sé lo que voy a desear mañana, ¿cómo es posible que lo sepa una persona que no me conoce?
No obstante, este es el caso de los gobernantes que, desde su despacho, deciden qué productos han de fabricarse y cuales no. Ellos deciden qué es lo que debe gustarnos. Obviamente, eso será lo que ellos dicen que nos gusta, no lo que a nosotros nos gusta. Además, aunque quisiesen saberlo no podrían, debido a que ésta es una información que solo puede alcanzarse en un mercado libre a base de prueba y error. Como es lógico, cuando son los gobernantes quienes deciden, dejarán de fabricarse muchos productos que satisfarían las necesidades de algunas personas, lo que les hará más pobres.
La anarquía de mercado libre es el único sistema en el que no existe nadie diciéndonos lo que debemos desear. Son los consumidores los únicos que dirigen la producción. En un mercado libre los empresarios cuentan con precios no intervenidos para realizar el cálculo económico y poder determinar, a través de las pérdidas y los beneficios, si están produciendo lo que los consumidores anhelan y del modo en que ellos reclaman. Así, los empresarios se convierten en servidores de los demás, puesto que producir productos que satisfagan las necesidades de los consumidores a un precio que estén dispuestos a pagar es el único modo de enriquecerse, lo cual, a su vez, enriquece a los primeros al tener acceso a dichos productos.