Creo que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestras libertades que los ejércitos permanentes. Si el pueblo americano algún día permitiera que los bancos controlen la emisión de moneda, primero por inflación, después por deflación, esos bancos – y las corporaciones que inevitablemente crecerán alrededor de ellos – despojarán a las personas de todas sus propiedades hasta el punto de que sus hijos estarán completamente desamparados – justamente en el continente que sus padres conquistaron.
(Thomas Jefferson, 1802)
La mayoría de la gente asume como cierta la necesidad de la existencia de un banco central en la economía. Pocos cuestionan los orígenes de los bancos centrales, o como era antes de su existencia. El economista Murray Rothbard fue una rara excepción y sus estudios sobre el tema llevaron al libro The Case Against the Fed, en el cual concluye que el banco central americano debería ser simplemente eliminado. En su opinión, la propia creación de la Federal Reserve fue el resultado de un poderoso cartel de bancos intentando protegerse y buscando mantener la capacidad de expandir “indefinidamente” el crédito. De la simbiosis entre el gobierno y los grandes banqueros nacería el poderoso instrumento para generar inflación y redistribuir la renta.
La propia definición correcta de inflación no es aumento en el nivel de precios, sino en la cantidad de moneda. El aumento en los precios de los bienes es una consecuencia de la inflación, pues la mayor oferta de moneda, ceteris paribus, lleva a una caída relativa en su valor. El público no tiene el poder de crear más moneda. Solamente el gobierno, a través del banco central, tiene este poder. Cualquiera que imprima papel-moneda en su casa es acusado del grave crimen de falsificación. Todos entienden que esto, si se hiciera en gran escala, haría que los demás sufrieran una pérdida en el valor de sus rentas. Además de eso, no es difícil percibir que el falsificador transfiere riqueza de los otros para él, pues cuando se sientan los efectos de la mayor oferta de dinero, él ya se habrá apropiado de los bienes comprados.
La misma lógica se aplica cuando es el gobierno el que crea más moneda de la nada. El resultado final es la transferencia de riqueza a los primeros beneficiados con los gastos financiados con el nuevo papel. Con eso en mente, Alan Greenspan escribió en 1967, cuando aún no había sido seducido por el poder, que el déficit del gobierno era simplemente un esquema para la confiscación oculta de riqueza. Luego, si la inflación crónica está causada por la continua creación de más moneda, y si sólo el banco central tiene el poder para emitir moneda, ¿quién es el responsable de la inflación? Sin embargo, todos aceptan sin mucha reflexión que el banco central es el gran enemigo de la inflación, el guardián que va a proteger el ahorro contra todos sus males. Para Rothbard, eso es análogo al criminal que comienza a gritar “¡al ladrón!” y corre apuntando con el dedo a los otros.
El origen de la moneda no fue un contrato social o un decreto arbitrario decidido de arriba hacia bajo sobre cuál sería la moneda aceptada. Siempre fue una elección libre de los agentes del mercado, para facilitar los intercambios. Varias mercancías fueron escogidas como moneda, pero el oro siempre acabó prevaleciendo donde era posible. Algunas características hacen el oro peculiar, como su valor intrínseco por su belleza, su oferta limitada, su portabilidad, su divisibilidad, su homogeneidad y su elevada durabilidad. Tales cualidades siempre hicieron del oro una elección natural del mercado, y también un enemigo implacable de los gobiernos. Justamente por eso varios gobiernos dificultaron el acceso al oro, impusieron un papel sin respaldo como medio obligatorio de pagos y, en algunos casos, llegaron a transformar la posesión del oro en un acto ilegal, como en Estados Unidos en 1933. El déficit del gobierno queda bastante limitado bajo el patrón-oro, y por este motivo los defensores de más gobierno siempre atacaron el metal. En el fondo, luchan por el derecho del gobierno de generar inflación, aunque el discurso esté disimulado.
La propaganda del gobierno fue tan eficaz que actualmente las personas consideran inconcebible una fase prolongada de caída en los precios de los productos. El gobierno ha logrado inculcar pánico a la palabra “deflación”, entendida por los laicos como una reducción de los precios finales. Sin embargo, desde el inicio de la Revolución Industrial hasta el comienzo del siglo XX, los precios generales presentaron una trayectoria de caída, con la excepción de periodos de guerra, cuando los gobiernos inflaron la oferta de moneda. Aún hoy día es posible ver la reducción constante en los precios de incontables productos de avanzada tecnología, como ordenadores o televisores, sin que eso represente una depresión para el sector. Por el contrario, el aumento de la productividad permite beneficios mayores a pesar de la reducción en los precios finales.
En realidad, el gobierno no es el único agente capaz de crear inflación. Los bancos pueden obtener el mismo resultado a través del crédito intangible. Rothbard rescata de la historia dos funciones distintas de los bancos en sus orígenes. La primera de ellas era servir como un cofre para los depósitos de oro y otros bienes. En otras palabras, un depósito de dinero, que emitía un recibo a cambio, garantizando la entrega del bien cuando fuera demandado. Por este servicio de almacenaje se cobraba una tasa. La otra función era conectar a ahorradores e inversores, también cobrando una tasa por eso. La mezcla de ambas funciones, según Rothbard, no pasa de ser fraude.
Cualquier almacén honesto que guarda un bien en pago de un recibo garantiza la seguridad del bien. Si alguien deposita una joya valiosa en el cofre, ciertamente espera que esté protegida y disponible para rescate en cualquier momento. Sería impensable imaginar que el dueño del cofre prestó la joya a terceros, cobrando intereses. El objetivo era sólo proteger el bien. Sin embargo, la moneda siendo homogénea y sin sello puede ser fácilmente utilizada por el banco para nuevos préstamos, pues nada garantiza que su moneda está guardada en las reservas bancarias. En el caso de un banco con 100% de reservas sobre depósitos, de hecho su dinero está guardado en el cofre. Pero cuando se trata de reservas fraccionarias, el banco se está apalancando por encima de su dinero, y es falsa la afirmación de que su depósito está disponible para rescate en cualquier momento. Eso sólo funciona cuando pocas personas resuelven rescatar, pues cuando muchos deciden sacar sus depósitos a la vez, el banco no tiene respaldo para honrar su deuda con los depositantes. Una crisis bancaria expone automáticamente un hecho ocultado por los bancos: su total insolvencia.
Los bancos disfrutan, por lo tanto, del poder de multiplicación monetaria a través del crédito sin respaldo. No siempre fue así, como muestra Rothbard. El esquema de reserva fraccionaria no pasa de ser un fraude, según el economista. Los bancos asumen el compromiso de pagar sus depósitos inmediatamente, pero no son capaces de honrar este compromiso con todos los depositantes. Eso sería ilegal con todos los otros bienes. Y mientras los bancos prestan más encima de sus depósitos, mayor el riesgo de una repentina pérdida de confianza y una crisis bancaria. Por eso hay interés en formar un cartel de bancos, firmando un acuerdo para que cada uno acepte los recibos de los otros sin demandar los rescates posibles. Si los bancos comienzan a demandar rescates de esos recibos recibidos como forma de pago de sus clientes, el sistema se muestra insolvente cómo un todo. El castillo de cartas cae.
Juntando el hambre del gobierno por recursos, con la gana de comer de los bancos, la creación de un banco central es el próximo paso natural. Para el gobierno, el banco central representa una buena solución para financiar sus gastos y déficits a través del “impuesto inflacionario”, y para los bancos sirve para remover los límites de la expansión de crédito. Actuando como el prestamista de última instancia, el banco central puede ayudar a mantener la confianza en los bancos insolventes. La historia muestra que el origen de los principales bancos centrales estuvo realmente conectado a estos intereses. El Bank of England, por ejemplo, fue creado para ayudar a financiar el gran déficit del gobierno con las guerras. En Estados Unidos, los defensores de un banco central siempre fueron los herederos intelectuales de Hamilton, miembros de los partidos Whig y Republicano. Eran los mismos que defendían las tarifas proteccionistas y los subsidios del gobierno para las industrias nacionales. Tenía que haber una forma de financiar eso todo.
El pánico de 1907 finalmente suministró el pretexto conveniente para los defensores de un banco central. La propaganda para un banco central ya estaba actuando desde 1896, pero encontraba siempre fuerte resistencia. La crisis generó el momento adecuado para convencer a los demás. Lo que Rothbard muestra es que los grandes banqueros, como Morgan y Rockfeller, estaban detrás de esta demanda de la creación de un banco central. La creencia de que los propios banqueros deseaban un regulador para limitar su libertad por puro altruismo parece bastante ingenua. Los seres humanos en general no suelen llegar a la idea de un sacrificio por el bien general, mucho menos los banqueros poderosos. Luego, podemos asumir que había un total interés por parte de los grandes bancos en la existencia de un banco central. Rothbard entiende que la razón por detrás de eso era el deseo de preservar la capacidad de los bancos de inflar la moneda.
En 1913, los banqueros e intervencionistas vencieron la disputa y se creó la Federal Reserve System, con el monopolio de la emisión de moneda y la función de prestamista de última instancia. El resultado: desde entonces, Estados Unidos experimentó periodos más intensos de inflación y depresiones más profundas que antes. La crisis actual no es más que una consecuencia de ese modelo. Alan Greenspan, que fuera un férreo defensor del patrón-oro y que comprendía los enormes riesgos inflacionarios de la Fed, acabó convirtiéndose en uno de los principales responsables de la inundación de liquidez que permitió el surgimiento de la burbuja que luego estalló. Y posteriormente, Ben Bernanke asumió el control del poderoso “templo”, dispuesto a estirar aún más los límites de la Fed para salvar a los bancos insolventes, contando con el entusiasmado apoyo de intervencionistas como Paul Krugman, y claro, de los propios banqueros. ¿Qué ahorrador puede sentirse protegido con unos guardianes como esos?
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Artículo cedido por el Instituto Rothbard