EL MUNDO SIN NADIE: EL SUEÑO DE LOS ECOLOGISTAS
– Fernando Chiocca –
Los ecologistas están siempre predicando la preservación del medioambiente. Su objetivo parece ser evitar que la acción humana altere la fauna y la flora. Sin embargo, la propia supervivencia del hombre depende de su interacción con el medioambiente, transformándolo para satisfacer sus necesidades y retirando de él lo que es preciso para sobrevivir (y vivir). Teniendo en cuenta que es inevitable que el ser humano altere el medio en que vive, los ecologistas parecen querer que el actual estado del medioambiente sea preservado, y que no ocurra ninguna alteración adicional en la cantidad actual de plantas y animales – aunque eso implique una disminución de la cantidad y calidad de vida de los seres humanos, dejando claro que esta ideología valora más a los insectos, sapos, monos y maleza de lo que al hombre. Una pregunta que surge es ¿por qué el actual estado debe ser preservado? ¿Qué hay de tan bueno en él? ¿Por qué, por ejemplo, debe mantenerse el colosal tamaño del inmenso desierto verde amazónico? Murray Rothbard, al analizar las consecuencias económicas de las leyes de preservación hace exactamente esas preguntas:
¡Cuántos y cuántos escritores denuncian la brutal devastación que el capitalismo impone a los bosques americanos! Sin embargo, es evidente que la tierra en América ha sido usada para producciones que son más valoradas que la producción de madera, y, consecuentemente, la tierra fue destinada a los fines que mejor satisfacían los deseos de los consumidores.[i] ¿En qué criterio además de este se pueden basar los críticos? Si creen que muchos bosques fueron talados, ¿cómo pueden establecer un criterio cuantitativo para determinar cuánto es «mucho»? En realidad, es imposible establecer tal criterio, de igual manera que es imposible establecer cualquier criterio para la acción del mercado fuera del mercado. Toda tentativa de hacer eso va a ser arbitraria y no estará basada en ningún principio racional.[ii]
Entonces, si no existe tal criterio, podríamos llevar las reivindicaciones de los ecologistas a sus últimas consecuencias lógicas. El History Channel exhibe una serie de documentales que muestra lo que sucedería con el planeta Tierra si todas las personas desaparecieran súbitamente. En los primeros seis meses, los animales salvajes ya estarían nuevamente viviendo en las ciudades. En el transcurso de un año, la floresta se estaría adueñando del área urbana, y en cinco años las calles y carreteras habrían desaparecido debajo de esta maleza. Pasados 25 años, las estructuras de cemento y acero comienzan a derruirse sin el trabajo humano de conservación, y después de 200 años solamente las más resistentes de las estructuras de hormigón reforzado aún estarán en pie. Pero transcurridos 500 años, aún estas sucumbirán, y después de mil años casi todas las evidencias de la civilización habrán desaparecido y las ciudades serán nuevamente grandes florestas. ¿Sería este el mundo ideal que los ecologistas quieren imponer a la humanidad? Si no, ¿por qué no? ¿En qué punto pretenden parar de defender agresiones contra la propiedad privada en nombre de la preservación?
Hay aquellos que alegan que las leyes de preservación son esenciales para mantener la vida humana; que si los humanos no tuvieran sus libertades de acción restringidas por un ente superior y altruista, acabarían con los recursos naturales y dejarían el medioambiente del planeta hostil a la vida. Estos ambientalistas fallan en reconocer que un sistema de inviolabilidad de los derechos de propiedad, que se oriente por los precios del libre mercado para asignar los recursos, es la mejor manera de garantizar un medioambiente sostenible y el mayor bienestar para las personas. Y sobre el alegato de la necesidad de preservar recursos no-renovables, Rothbard hace el siguiente análisis:
Hay que presumir que los recursos no-renovables deberán ser usados en algún momento, y debe encontrarse un punto de equilibrio entre la producción presente y la futura. ¿Por qué la voluntad de la presente generación posee tan poco peso en esa decisión? ¿Por qué las generaciones futuras poseen un valor mayor, capaz de imponer a la actual una carga mucho más pesada? ¿Qué tienen las futuras generaciones para merecer este tratamiento privilegiado? En realidad, una vez que las futuras generaciones tienden a ser más ricas que la presente, sería mejor aplicar lo opuesto! […] Además, transcurridos algunos años, el futuro se convertirá en presente; entonces ¿las generaciones futuras también deben tener sus producciones y consumos restringidos en nombre de otro «futuro» fantasmagórico? Jamás debemos olvidar que el objetivo de toda actividad productiva son bienes y servicios que irán y podrán ser consumidos sólo en algún presente. No existe ninguna justificación racional para penalizar el consumo en el presente y privilegiar un futuro presente; y sería aún más imposible justificar la restricción de todos los presentes en favor de algún «futuro» ilusorio que puede nunca llegar y está siempre más allá del horizonte. Sin embargo, este es el objetivo de las leyes de conservación. Las leyes de conservación son en realidad legislaciones fantasiosas de la Tierra de Nunca Jamás.[iii] [iv]
¿Y la ausencia del uso o amenaza del uso de violencia física para preservar el medioambiente no significaría que ocurriría un escenario inverso al mundo sin nadie? Un mundo superpoblado y completamente alterado por la acción humana, algo como el planeta Coruscant, la capital de la galaxia en la saga de la Guerra de las Galaxias, cuya superficie total está ocupada por una ciudad. En un libre mercado, la simple satisfacción que las personas obtienen al apreciar un paisaje natural sería suficiente para que diversas áreas fueran mantenidas intactas por sus propietarios. Pero si un mundo como Coruscant fuera el resultado de la ausencia de agresión, sería, obviamente, muy bienvenido.
Siendo así, ¿quién gana con estas legislaciones de preservación? Además de los burócratas parásitos que tienen sus empleos garantizados por estas políticas y de los enemigos del capitalismo que se regocijan al ver las libertades cercenadas y el bienestar de los otros disminuido, existen otros beneficiarios, como los propietarios de tierras. Recurro más una vez a la explicación de Rothbard:
Por lo tanto, [las leyes de preservación] imponen a la economía un patrón de inversión ineficiente y distorsionado. Dada la naturaleza y las consecuencias de las leyes de preservación, ¿por qué iría nadie a defender esta legislación? Debemos observar que las leyes de preservación poseen un aspecto extremadamente «práctico». Restringen la producción – es decir, el uso de un recurso – por medio de la fuerza y así crean un privilegio monopolístico, lo que proporciona un precio restrictivo a los propietarios de este recurso o de sus substitutos […] Cartelizan la tierra y ciertamente restringen la producción, ayudando así a asegurar ganancias monopolísticos permanentes (y progresivas) para los propietarios.[v]
De este modo, cuando, por ejemplo, el IBAMA restringe o prohíbe completamente la tala de árboles en la región norte de Brasil, garantiza como consecuencia una ganancia monopolística para los productores de madera de la región sur, haciendo sus productos artificialmente más escasos y, por lo tanto, más caros, disminuyendo así la utilidad social.[6] Con todo lo expuesto, aún resta al movimiento ecologista solucionar la contradicción de sus objetivos con los de los alarmistas del calentamiento global, que alegan que las emisiones de CO2 son responsables de la elevación de temperatura del planeta, pues un mundo sin ningún ser humano inevitablemente tendría más animales – y, hay que mencionar, que un pequeño cachorro es responsable de la emisión de más CO2 que un automóvil. ¿Cuál de los dos objetivos escogerían: la tierra sin personas o la tierra con un «clima estable»?
[i] Un conservacionista típico fue J.D. Brown que, en 1832, preocupado por el consumo de madera, dijo: «¿Dónde encontraremos suministro de madera de aquí a 50 años para garantizar la continuidad de nuestra flota pesquera?». Citado en Scott, National Resources, pág. 37. Scott también menciona que parece que los críticos nunca perciben que la madera de una nación puede comprarse al exterior. Scott, «Conservation Policy.»
[ii] Murray N. Rothbard, Man, Economy, and State with Power and Market.
[iii] Como pertinentemente pregunta Scott: ¿Por qué debemos acordar «preservar los recursos de la manera en que se encontrarían en ausencia de usuarios humanos?» Scott, «Conservation Policy,» pág. 513. Y además de eso: «La mayor parte [de nuestro] progreso ha ocurrido al convertir los recursos naturales en formas más deseables de bienes. Si el hombre hubiera valorado los recursos naturales por encima de sus propios productos, con certeza habría permanecido salvaje, practicando la preservación.» Scott, Natural Resources, pág. 11. Si la lógica de los impuestos es destruir el mercado, entonces la lógica de las leyes de preservación es destruir toda la producción y el consumo humano.
[iv] Murray N. Rothbard, Man, Economy, and State with Power and Market.
[v] Murray N. Rothbard, Man, Economy, and State with Power and Market.