La propiedad privada es un derecho natural del ser humano, siendo la titularidad de las posesiones un corolario de la Ley Natural. Ésta, como observó Santo Tomás de Aquino,[i] está complementada por esos títulos de posesión derivados de la razón humana.

  El ejercicio del derecho a la propiedad no se limita a la libertad del propietario de usufructuar un bien como desee (con tal de que no viole el derecho de otro), sino también de transferirlo libremente a quién quiera, en vida o post-mortem, conforme a lo manifestado en el testamento. Rufino, jurista canónico del siglo XII, nos recuerda: “nada es más debido a un hombre que el cumplimiento de su última voluntad, pues es incapaz de modificarla posteriormente”.[ii]

  La tributación de la herencia es, por lo tanto, una violación inmediata del derecho a la propiedad privada.

  El gran cardenal Mercier resalta que, dada la naturaleza subsidiaria del matrimonio y de la paternidad, la ley natural determina que el uso ordenado de las posesiones del jefe de familia, incluso durante su vida, necesariamente implica consideraciones morales que incluyen a sus hijos.[iii] Por tanto, los hijos también resultan agredidos por la vigencia de la modalidad de tributo de la cual trataremos en este artículo.

  Todo impuesto es criminal y consiste en una forma sistemática de asalto a mano armada.[iv] Pero el impuesto sobre la herencia es el peor de ellos, tanto moralmente como por sus consecuencias nefandas.

  Se trata de un impuesto sobre la virtud. Un castigo a aquel que se abstiene del consumo para que, en su ausencia, sus seres queridos puedan tener una vida mejor.

  El economista Joseph Schumpeter destacó que el motivo familiar impulsa al capitalista a acumular riqueza e invertir a largo plazo. En el proceso, provee a la civilización los bienes de capital necesarios para el aumento de la productividad. Ésta es la responsable por la mejora del nivel de vida de las masas.

  Sin la motivación familiar, el horizonte temporal del empresario se acorta.[v] Si el estado toma parte de aquello que los padres legan a los hijos, habrá un desincentivo a la providencia intergeneracional.

  Las familias tenderán a consumir el patrimonio en detrimento del ahorro y de la reinversión en medios de producción. Como consecuencia, habrá una disminución de la formación bruta de capital fijo, reduciendo la productividad marginal de la mano de obra. El resultado es el aumento del desempleo y la disminución de los salarios y del nivel de vida de toda la población. El economista Murray Rothbard lo sintetiza así:

La demanda por cualquier factor de producción, incluido el trabajo, está constituida por la productividad de este factor (…). Mientras más productiva sea la fábrica, mayor la demanda de los empleadores (por trabajadores) y mayores los salarios.[vi]

  Las máquinas, vehículos, instalaciones, laboratorios, herramientas y líneas sostenibles de crédito son posibles por el capital acumulado por las generaciones anteriores y administrado por los herederos que buscan expandir el patrimonio para sus descendientes.

  Si este capital es confiscado por el estado pierde su función económica. Los burócratas del gobierno no poseen incentivo para invertir estos recursos con celo y sí para gastarlo según criterios de demagogia política buscando la concentración de poder.

  La burocracia estatal no podría actuar de forma económicamente racional ni aunque quisiera, pues no posee las informaciones tácitas específicas de las cuales disponían los propietarios legítimos. Tampoco hay un sistema de precios fidedigno para racionalizar la asignación de estos recursos escasos, pues el gobierno no está sujeto a los mecanismos de beneficio y pérdida del mercado.

  El impuesto sobre la herencia, por lo tanto, quema capital. Esto es especialmente perjudicial para el pobre. Se frustra el crecimiento de los pequeños negocios a medida que la escasez de capital eleva las tasas de interés. A esto se une la distorsión del mercado de capitales causada por esta modalidad de tributación.

  Para disminuir el montante pagado por sus herederos, el capitalista deja de invertir en acciones o en las propias operaciones y pasa a mantener sus recursos en cuenta corriente.

  El capital de riesgo es desviado para el capital disponible para préstamo. Según explica el economista Ludwig von Mises, tal sistema tributario, “al aumentar la parcela de capital de préstamo en relación a la parcela invertida directamente en el capital de las empresas, haría las operaciones de préstamo más inseguras”.[vii] Súmese a eso el mayor riesgo empresarial causado por los efectos recesivos de los impuestos y tenemos un aumento descomunal de la tasa bruta de interés.

  El análisis económico refuta el argumento de la izquierda progresista de que el impuesto sobre las herencias traería justicia social. La reducción del flujo de ahorro elevaría considerablemente la tasa de retorno del capital de los actuales grandes detentores de riqueza. La movilidad social, sin embargo, disminuiría. Con menos herencia hay menos enriquecimiento intergeneracional, perjudicando el avance social de los pobres y de las personas sin grandes talentos para negocios, que son particularmente dependientes de esta forma de acumulación para vivir bien. ¿Cuántos talentosos poetas y filósofos se verían forzados a pasar los días haciendo hojas de cálculo en cubículos corporativos por no tener acceso a la herencia, este formidable mecenas? Se puede afirmar perentoriamente que la acumulación intergeneracional de riqueza es un pilar de la sofisticación cultural de una civilización, y que el tributo sobre la herencia es la institucionalización de la barbarie. Es la quema invisible de una biblioteca.

  La depredación económica prosigue. Las personas ricas en inmovilizados pero con poca caja disponible prevalecen en sectores como la industria manufacturera y el agribusiness, principalmente los pequeños productores. Sin dinero para pagar los impuestos sobre la herencia, los herederos de esos negocios se ven obligados a deshacerse de tierra y maquinaria, encareciendo la producción industrial y agrícola.

  El medio ambiente no queda incólume. Áreas ambientalmente sensibles, como florestas y pantanos, sirven de reserva para la rotación de cultivos y protección del suelo, además del potencial de uso futuro para el ecoturismo y la investigación científica. El impuesto sobre la herencia obliga a los propietarios a vender esas áreas o explotarlas de inmediato para hacer caja. La degradación del suelo y de los manantiales se intensifica, perjudicando inclusive la productividad de la tierra previamente utilizada para la agricultura. En los EUA, se deforestan anualmente 2,6 millones de acres de floresta sólo para pagar impuestos sobre el patrimonio.[viii]

  Otros efectos económicos malignos de ese tributo incluyen:

-Mayor concentración de mercado: los negocios familiares serán tragados por grandes corporaciones cuyo intercambio de gestión no configura herencia.

-Coste de oportunidad de los medios de cumplimiento y de defensa: tanto el aparato de aplicación de este tributo como los abogados y contables contratados para reducir los daños a las familias consumen recursos escasos que podrían ser empleados de forma verdaderamente productiva.

-Menos recursos disponibles para los hijos para cuidar de los padres ancianos y dependientes.

-Inflación: la conversión de bienes de capital en activos líquidos combinada con la mayor propensión al consumo tendrá un fuerte efecto inflacionario.

  La consecuencia más perversa de ese impuesto es la destrucción del tejido familiar. Los padres trabajan y ahorran para dar a los hijos una vida mejor de la que ellos tuvieron. Los hijos retribuyen cuidando de la pareja anciana y haciendo análogo sacrificio en pro de los nietos de éstos. El pleno derecho a la herencia, por lo tanto, fortalece los lazos familiares.

  Pero si la furia expoliadora del estado impide el pleno ejercicio de este derecho, los padres preferirán dar presentes inmediatos a los hijos, que olvidarán el valor del pensamiento de largo plazo, que presupone sacrificio, frugalidad e ingenio. La pérdida de estos valores destruye la cohesión de la familia, que ahora se ve desproveída tanto de recursos materiales como de fuerza institucional.

  Es posible que, en la tentativa de dejar algún legado material duradero para la prole a despecho del asalto estatal, un hombre pase tanto tiempo trabajando que olvide dar a su hijo la mejor de las herencias, en las palabras del químico y escritor católico Orlando Battista: algunos minutos diarios de su tiempo. Y no se engañen imaginando que este trabajo extra aumenta la prosperidad general. La distorsión de incentivos causada por el impuesto sobre la herencia hace que la fuerza de trabajo que se convertiría en bienes de capital se convierta en consumo, disminuyendo la capacidad de la economía de crecer o aún de compensar la depreciación.

  La capacidad de prosperar en ausencia de la herencia disminuye. Según el economista Timothy Terrell, esa disrupción familiar disminuye la propensión de los padres a transferir capital intelectual a los niños,[ix] ya que uno de los incentivos para ello es la expectativa de formar buenos administradores del legado familiar. Complemento: el temor de un empresario es que los hijos se acomoden ante la expectativa de heredar fortunas y no sean capaces de mantenerlas. Este recelo motiva a un hombre a preparar a su hijo para la responsabilidad de heredar patrimonio. El impuesto simplemente remueve el suspense y el sentido del deber.

  Es fácil percibir que el impuesto sobre la herencia reduce los incentivos para tener hijos. Habrá, por lo tanto, otra consecuencia desastrosa: la reducción de la población. Tendremos menos capital humano, inversión de la pirámide poblacional y, considerando la coyuntura de ciertos países europeos, víctimas de la jihad demográfica islámica en forma de “Hegira de la Conquista”, incluso implicaciones estratégico-militares.

  No sin razón Plinio el Joven, en Panegyricum, califica la Vicesima hereditatium, la tasa sobre dinero heredado cobrada en el Imperio Romano, como tributum intolerable (tributo intolerable).

  Hay aquellos que defienden el impuesto sobre la herencia bajo la óptica de la igualdad de oportunidades. Estos deberían abdicar de todos los avances civilizatorios heredados de generaciones pasadas, particularmente de la Cristiandad occidental, y recomenzar a partir de la miseria primigenia para competir en términos de igualdad con la tribu de los Mursi en Etiopía, que está en el paleolítico.

  En el campo político el escenario es aterrador.

  La transferencia de capital privado al estado expande su poder de represión. Este efecto se refuerza por el aumento de la vigilancia del gobierno sobre las transacciones familiares y el mercado inmobiliario. En última instancia, la propiedad privada se sustituye por el colectivismo y por la planificación central.

  De hecho, esta es la base ideológica moderna de la supresión total o parcial de los derechos de herencia. Karl Marx defendió la limitación del derecho de herencia en favor del estado como forma de destruir la propiedad privada.[x] Friedrich Engels defendió la confiscación de los bienes heredados para transformarlos en propiedad colectiva de los medios de producción.[xi]

  Fue esto lo que Lenin hizo en 1918, al abolir los derechos de herencia. Stalin los retomó, pero de forma parcial y relativa, posibilitando la continuación de la confiscación durante la crisis de la Nueva Política Económica. El pensador georgista Frank Chodorov acertó al decir que “mientras la confiscación de propiedad esté institucionalizada, la sociedad no será inmune al advenimiento del exponente máximo del socialismo: el comunismo”.[xii]

  El impuesto sobre la herencia destruye el legado de las familias, y por lo tanto de toda la sociedad. El primer Libro de los Reyes, de la Sagrada Biblia, relata la historia de Nabot, que rechazó entregar al rey Acab una viña que había heredado de sus padres. Acab mandó matarlo. Eso es exactamente lo que el gobierno y sus impuestos representan.

  Hagamos como el hombre bueno, de Proverbios 13:22, que deja su herencia a los hijos de sus hijos.

[i] AQUINO, Santo Tomás de. Summa Theologica. 1274. Benziger Bros 1947. Página 1969.

[ii] RUFINUS, Summa. 1159. C.13 q.2 v. ultima volutas, Página 335.

[iii] MERCIER, Desiré-Joseph. A Manual of Modern Scholastic Philosophy. 1916. Vol II, Página 314.

[iv] Para una discusión ética y moral más profunda sobre los impuestos ver KOGOS, Paulo. Imposto é Roubo e Estado é Gang Parte II Disponible en: http://paulokogos.tumblr.com/post/77861919789/imposto-%C3%A9-roubo-e-estado-%C3%A9-gang-parte-22

[v] SCHUMPETER, Joseph. Capitalism, Socialism & Democracy. 1943 Routledge 2003. Páginas 160 e 161.

[vi] ROTHBARD, Murray. Making Economic Sense. Ludwig von Mises Institute 2007. Página 360.

[vii] MISES, Ludwig von. Ação Humana. 1949. Instituto Ludwig von Mises Brasil 2010. Página 916.

[viii] MILLER, Daniel. The Economics of the Estate Tax: An Update. Disponible en: https://tax.network/dmiller/economics-estate-tax-update/

[ix] TERRELL, Timothy. The Family-Wrecking Tax. Disponible en: https://mises.org/library/family-wrecking-tax-0

[x] MARX, Karl; ENGELS, Friedrich. Manifesto of the Communist Party. 1848. Marxists Internet Archive 2010. Páginas 26 e 49.

[xi] ENGELS, Friedrich. The Origin of the Family, Private Property and the State. 1884. Resistance Books 2004. Página 81.

[xii] CHODOROV, Frank. The Income Tax: Root of all evil. Ludwig von Mises Institute 2002. Página 13.