EL ESTADO INTERVENCIONISTA SE MANTIENE PORQUE SABE EXPLOTAR EL MIEDO DE LOS INDIVIDUOS
– Rui Santos –
Existen dos instintos subyacentes a toda acción humana: el instinto de la creación y de la realización; y el instinto del miedo y de la inseguridad.
Cuando el instinto de realización y creación es dominante en el individuo, la libertad se convierte para él en el valor más preciado. Cuando, por el contrario, la seguridad es el instinto dominante, la inercia o la estabilidad surgen como los valores más apreciados.
En el campo político- es decir, en toda esa área social en la cual las personas buscan determinar reglas y procedimientos comunes a los cuales todos los elementos de una sociedad deben estar sujetos- esos dos valores se materializan en dos ideologías o principios de valores: el liberalismo y el intervencionismo.
El liberalismo se asienta esencialmente en el primero de aquellos valores: la libertad. Y el intervencionismo se asienta enteramente en el segundo, la inercia.
Por su propia definición, el liberalismo tiene un carácter mucho menos político que el intervencionismo: el liberalismo simplemente recurre al esencial principio de la acción humana- inherente a cada individuo- para efectuar realizaciones y creaciones.
El liberalismo representa la acción positiva. Y requiere sólo una única acción negativa: los individuos no pueden agredir y coaccionar a terceros inocentes. No se puede agredir la integridad física y la propiedad (inclusive la renta) de otros individuos. Es sólo este aspecto, de un modo general, el que constituye para el liberal el objeto de acción política.
El intervencionismo se asienta en un conjunto de valores esencialmente negativos. Bajo el intervencionismo, la estabilidad y la seguridad financieras son preferidas en detrimento de la realización personal. Consecuentemente, la inercia y el miedo adquieren total preeminencia mientras que la libertad personal se va empequeñeciendo continuamente.
En el intervencionismo, el campo de acción política se extiende indefinidamente, ya que tal seguridad financiera debe ser garantizada a priori (en teoría) a todos los individuos. Como el ser humano, en libertad, es la mayor fuente posible de creación en la naturaleza, y esta creación implica una alteración continua de patrones sociales y económicos (aquel que sepa crear más valor se hará más rico y el que no sepa quedará estancado), el intervencionismo tiene que recurrir a varios tipos de represión para cohibir esa «desestabilizadora» libertad creativa del hombre. Los tipos más comunes de represión son las regulaciones burocráticas, las legislaciones restrictivas y los impuestos progresivos.
De la regulación y de la legislación surge la cohibición de la realización y de la creación; y de los impuestos surgen el espolio y la reducción del incentivo material a dicha creación. De estos tres modos de coerción surge una sociedad cuyo centro principal de acción es la acción política- la acción que consiste en que A decide lo que B puede o debe hacer.
El intervencionismo es por eso el ecosistema natural de la política. En una sociedad en que las ideas socialistas prevalecen, la institución central del cuerpo político, el estado, crece y prospera, pues su acción se legitima por los valores esenciales de la ideología predominante. La acción política se convierte así en uno de los principales campos de la acción humana. Compensa más trabajar para el estado que trabajar para el consumidor. El estado se utiliza para restringir la competencia en los negocios privados (competencia entre empresas, profesiones y sectores) y para obtener rendimientos que serían ilícitos en una sociedad verdaderamente libre.
La legislación, la regulación y el nivel de impuestos no tienen límites- basta con que sean justificados con el eslogan de «garantizar el bien común». Todos los sectores son «regulados» por el estado, desde las universidades privadas a los servicios de taxi, pasando por la regulación del comercio y culminando en la concesión de poder a organizaciones profesionales para regular los patrones de calidad de sus profesionales cuando, en realidad, el objetivo último es limitar la competencia de los jóvenes licenciados. De un extremo al otro, las agencias reguladoras prohíben la libre competencia en todos los grandes sectores de la economía, y siempre a favor de los grandes empresarios ya establecidos en cada sector.
El problema irresoluble del intervencionismo es que, para garantizar la estabilidad de unos, promueve la inestabilidad y la destrucción de otros. En cualquiera de los anteriores ejemplos se puede ver que, de un modo arbitrario, unos ganan y otros pierden. En general, el factor determinante para ganar consiste en formar parte del estado o estar próximo a él, por medio de amigos en las altas esferas o teniendo influencia ($) sobre el mismo.
Cuando el estado se instala en todo su esplendor intrusivo y tentacular, se convierte en una máquina con vida propia: los gobiernos pasan, los políticos pasan, los altos funcionarios y los sindicatos pasan, pero las reglamentaciones y las legislaciones quedan, y la institución estatal se hace siempre un poco mayor con cada nuevo ciclo de ocupantes.
A todas las personas que pasan por la estructura burocrática del estado les gusta añadir una legislación, una regulación, una secretaría, una agencia, un cargo, un impuesto o una tasa.
Personas que podrían hacer un gran bien a todos si se dedicaran a crear y a producir en su beneficio y el del prójimo, en vez de ello se dedican al oficio político. Los funcionarios públicos que podrían tener una carrera más válida del punto de vista de la realización personal y más legítima desde el punto de vista del bien social intercambian la incertidumbre «del sector privado» por la seguridad y comodidad del estado. Actividades que prosperarían más si se dejaran a la libre competencia ya no se pueden imaginar fuera del estado por el común de los ciudadanos.
El estado es detestado porque es intrusivo y autoritario, pero al mismo tiempo es santificado, pues hace lo que «los privados» no harían- el ciudadano común ya no consigue concebir que la educación, la salud y la seguridad social no sean provistos esencialmente por el estado.
El ciudadano común cree que, si el estado no ayudara a los pobres, los desempleados y los jubilados, éstos estarían tirados en las calles. No consigue concebir que una sociedad libre tenga sus propios mecanismos naturales de solidaridad y no se da cuenta de que ahora son poco visibles precisamente porque el estado intentó monopolizar la asistencia social absorbiendo los recursos de la sociedad civil que serían destinados a esos fines. «¿Por qué voy a hacer caridad si ya he pagado impuestos para que el estado haga la caridad por mí?».
El ciudadano común se siente intimidado cuando los intelectuales de izquierda le recuerdan el caso de los trabajadores de la revolución industrial y de los niños que trabajaban 10 horas por día- pero esos intelectuales no le recuerdan que esos trabajadores se fueron a las ciudades porque ganaban mucho más que en el campo. Y si en la ciudad y en las fábricas oscuras y sucias las condiciones aún estaban lejos de ser ideales (se estaba en el comienzo), esos héroes del proletariado habrían muerto de inanición en los campos idílicos imaginados por la izquierda donde, en realidad, los niños también trabajaban pero morían en mayor número. Lo mismo sucede con la China «comunista neoliberal»: los trabajadores chinos ganan una miseria cuando se compara con lo que ganan los occidentales, pero ganan 10 veces más de lo que ganan en el campo, y aún les queda dinero que enviar para allá.
A pesar de que todas las «ayudas» del estado siempre las paga el ciudadano común, éste cree que, de alguna forma, se está beneficiando; o que si no lo hace ahora, sí que se podrá beneficiar más tarde. No siente con una gran intensidad la cantidad de impuestos que paga, pues los impuestos indirectos ya son retenidos por las tiendas, el impuesto de la renta y la seguridad social se retienen en la fuente, y todo el conjunto de los otros impuestos sobre el consumo ya quedan en la factura- más de la mitad de lo que paga en la gasolina son impuestos, pero ni se nota.
Se considera a los políticos moralmente corruptos. El actual modelo democrático-partidista ha fallado moral y financieramente (aunque siempre puede aumentar los impuestos). Y el propio estado ya no es considerado persona de bien por la mayor parte de las personas. Sin embargo, mientras la ideología intervencionista- que no es más que un desdoblamiento de la ideología socialista- siga predominando en la mente de los ciudadanos, no se puede esperar otra cosa que el progresivo crecimiento del estado, hasta al punto de putrefacción y ruptura total.
*Artículo cedido por el Instituto Mises Brasil (versión portugués).