EL ESTADO DEL SÍNDROME DE ESTOCOLMO

 

    – Johel Rodrigues –  

 

 

  Cuando se pregunta qué hizo un político en su mandato para justificar su reelección, es muy común oír que tal político amplió la cantidad de personas beneficiadas por las ayudas a las familias, construyó más hospitales públicos, trajo más unidades del SUS para la ciudad,[i] instituyó escuelas públicas para atender a la necesidades especiales de niños marginalizados, aprobó la ley de cuotas para minorías o no privilegiados, aumentó el seguro de desempleo, mantuvo el nivel de los precios de los transportes públicos o aumentó el número de policías en la ciudad para combatir el narcotráfico, trayendo mayor sensación de seguridad a la población.

  Llega casi a ser verosímil creer que es inhumano votar contra esos políticos y estar en contra de medidas como las listadas anteriormente, las cuales no serían posibles sin el aparato público.

  Sí, es verdad, las medidas que caracterizan el estado del «bienestar social» no serían posibles sin este aparato, pues es éste justamente el responsable por las acciones cuyas consecuencias hacen necesaria la propia intervención estatal.

  ¿Confuso? Pues entonces vea la semejanza entre las consecuencias de algunas políticas públicas y el cuadro psicológico desarrollado por personas víctimas de secuestro, víctimas de los escenarios de guerra o sometidas a grave violencia doméstica o familiar. Ese cuadro es más comúnmente conocido por el nombre de Síndrome de Estocolmo y está bien caracterizado en la siguiente descripción extraída de la Wikipedia:

 

Las víctimas comienzan a identificarse emocionalmente con los secuestradores, al principio como mecanismo de defensa, por miedo a las represalias y/o violencia. Pequeños gestos amables por parte de los captores son frecuentemente amplificados porque, desde el punto de vista del rehén es muy difícil, sino imposible, tener una visión clara de la realidad en esas circunstancias y conseguir medir el peligro real. Las tentativas de liberación, son, por ese motivo, vistas como una amenaza, porque el rehén puede correr el riesgo de resultar herido.

 

  El hecho es que los engranajes que mueven ese aparato político tienen dientes pequeños, pero afilados. Las compartimentaciones en forma de ausencia de información son tan minúsculas que hacen casi imposible que la víctimas consigan discernir la realidad, es decir, las causas de aquello que hace la situación tan penosa para ellas.

 

  Es muy comprensible, entonces, que el seguro de desempleo sea tan deseable cuando existen incontables impuestos/»contribuciones» y una libertad contractual tan escasa, haciendo el proceso de contratación/despido y apertura de nuevas empresas tan largo y costoso, que es casi impracticable el que alguien salga del trabajo actual para un nuevo en un corto periodo. Se hace aún más comprensible cuando la víctima es auxiliada por tal seguro, finalmente es esta herramienta la que la impidió sufrir privaciones en ese periodo de transacción.

  Es completamente plausible que la víctima esté a favor de acciones de «distribución de la renta», cuando el gobierno paga sus títulos imprimiendo dinero, distorsionando e inflando los precios en el mercado, y cuando tributa acentuadamente productos alimenticios. ¡Se hace hasta casi irrefutable cuando el benefactor gobierno subsidia a grandes productores para hacer nuestra comida más barata para el exterior y más cara para el consumidor nacional!

  Es enteramente factible que la víctima se ponga a favor de políticos que mantienen el precio de los billetes de autobuses, cuando estos toman su renta y la usan para subsidiar una gasolina tasada en más del 100% sobre el coste y, aun así, cada vez más aguada. Sólo necesita imaginar cuánto de esa tributación se convierte en calles agujereadas y atascos grotescos para que comience a entender que eso es lo mínimo que se puede pedir en un ambiente en que la iniciativa privada prácticamente no tiene actuación, el transporte colectivo.

  Llega a hacer doler los ojos, así como duele cuando usted se queda mucho tiempo en la oscuridad y ve la luz exterior, de tan claro que es el hecho de que el sistema público de salud sea imprescindible cuando el ciudadano de baja renta posee pésimas condiciones de sanidad, agotado, mal alimentado, queda estresado en el tráfico y carece de servicios de prevención médica.

  Emociona, así como emociona oír el canto de los pájaros tras no haber oído nada más que silencio y pensamientos sombríos en su cabeza, escuchar un bravo clamor a la igualdad de oportunidades que es propiciada por el estado por medio de cuotas, cuando se es rehén de un sistema público de enseñanza de pésima calidad que por sí sólo es uno de los principales responsables del mantenimiento de la pobreza, de la inmovilidad económica de ciertos individuos y del atractivo de las actividades ilícitas en un ambiente en que ser honesto exige cada vez más sacrificios.

  Es tan palpable la violencia causada por el tráfico de drogas, la cual se materializa en diversos robos y asesinatos, que se hace absolutamente plausible estar a favor de la prohibición del consumo de estupefacientes y a favor de la guerra a la drogas. Es completamente comprensible (y aquí, como en los párrafos anteriores, hablo con toda sinceridad) estar a favor de la prohibición cuando usted tuvo un pariente víctima de la violencia causada por la guerra al tráfico o víctima de la adicción a las drogas. Sí, admito y me compadezco, lo pueden creer; pero aun así es necesario añadir que quién le lleva a la guerra es el que le cede el arma y lo condecora al final, vivo o muerto. Quién combate el tráfico es el mismo que confiere a personas de mala índole el monopolio de la comercialización de drogas y, por lo tanto, les confiere poder.

  Hay individuos que argumentan, y ese tipo de argumento no proviene de víctimas de esa situación, que las personas de renta baja no tendrían condiciones de tener sus necesidades atendidas por la iniciativa privada. Sin embargo, ellas realmente están siendo atendidas ahora por el sistema público. Si la población no tiene condiciones para cargar con el coste de hospitales y escuelas privadas, ¿por qué iba a estar en condiciones de pagar, simultáneamente, por pésimos hospitales, por pésimas escuelas públicas y, principalmente, por una pésima administración pública para administrarlos? ¿La iniciativa privada en el ámbito principalmente de la educación, salud y empresarialidad es realmente libre o también es rehén, finalmente?

  Para la última pregunta, yo diría que sí, la iniciativa privada, infelizmente, también es rehén, pero es una víctima que tal vez se hace menos ajena a la propia situación, y, aún bajo condiciones adversas, es capaz de operar algunos milagros por tener una ventana de reacción mayor. Es así, bajo condiciones adversas a la empresarialidad, que médicos del Sirio y del Einstein abrieron una clínica en la entrada de la favela de Heliopólis, en São Paulo. Es así, bajo condiciones que en Brasil denominamos de penuria, que en Ghana padres ganando cerca de cincuenta dólares por semana prefieren matricular a sus hijos en escuelas privadas que en las escuelas públicas disponibles.

  La visión de quien fue víctima de ese aprisionamiento de ideas, a buen seguro, merece ser respetada, sin embargo urge que llamemos la atención al hecho de que el mejor médico no es necesariamente aquel que un día contrajo la enfermedad que está combatiendo. La realidad, infelizmente, puede no ser la misma para todos, pero la razón aún sigue del lado de aquellos que miran un poco más lejos y consiguen vislumbrar el juego por un ángulo mejor. De aquellos que perciben eso a tiempo antes de ser acometidos por ese estado nada saludable de cosas, el estado del Síndrome de Estocolmo.

[i] Nota del traductor: el Sistema Único de Salud (SUS) es la denominación del sistema público de salud en Brasil.

*Artículo cedido por el Instituto Mises Brasil (versión portugués)