EL ESTADO ANTI-SOCIAL

    – Rodrigo Constantino –  

  Muchas personas confunden la realidad de los sistemas políticos con sus expectativas sobre como tales sistemas deberían funcionar. Idealizan un ente abstracto – el estado – y pasan a imaginar que ese instrumento será capaz de transformar en realidad todas sus aspiraciones, con un pase de magia. Esas mismas personas acostumbran a llamar a los críticos del estado «utópicos», ignorando que la gran utopía está en la fe en que el poder estatal podrá ser restringido de forma satisfactoria, preservando las libertades básicas. En 1935, en el auge del avance estatal sobre las libertades individuales en el mundo todo, Albert Jay Nock defendió esta tesis en Our Enemy, The State, libro que culpa a la propia existencia del estado por los mayores males de la humanidad.

  Entre las principales influencias de Nock están nombres como Herbert Spencer, Ortega y Gasset, H. L. Mencken y Franz Oppenheimer. De este último, Nock aprovechó la tesis sobre el origen del estado, que siempre se dio en la base de la conquista, y no a través de un «contrato social». Para Oppenheimer, existen solamente dos formas de obtener los bienes y servicios demandados: la vía política y la vía económica. La primera representa el uso de la fuerza, de la coerción, de la conquista, mientras la segunda representa el método de los cambios voluntarios, del consentimiento. Basta recordar lo que Nietzsche ya había sintetizado de forma brillante: ¡todo lo que el estado tiene, lo robó!

  Nock hace una distinción importante entre el poder estatal y el poder social, afirmando que siempre el aumento de uno se da a costa del otro. Como ejemplo básico, cita la propia solidaridad. En una sociedad de individuos libres habría incontables actos de caridad practicados voluntariamente por los ciudadanos. Pero bajo el poder creciente del estado, el instinto de muchos es negar la ayuda a los más pobres, pues asumen que el estado ya confiscó su parcela de la renta para tal beneficio. En otras palabras, hay una transferencia de responsabilidad, pues el mendigo debe buscar ayuda en el estado, que ya tributa los trabajadores con tal objetivo. Creo que el más triste caso para ilustrar eso sea el conocido ejemplo de los chinos que ignoraban incluso a los niños abandonados en las calzadas, cerca de la muerte. La concentración absurda de poder del estado fue el gran responsable de esta barbaridad.

  A pesar de que la conquista se encuentra en el origen de los estados, Nock argumenta, siguiendo la línea de David Hume, que las personas van cada vez quedando más condicionadas al aumento del poder estatal, así como a su legitimidad. Las primeras generaciones de dominados se rebelan, pero con el tiempo las nuevas generaciones van asumiendo cómo natural este orden, y observan en el estado un poder indispensable para preservar el orden. La analogía usada por Nock es la de la iglesia medieval, cuyo poder se tenía por totalmente natural por la mayoría. Raros son los casos de individuos más escépticos que resuelven cuestionar el origen de ese poder, así como su legitimidad y necesidad. Cuando eso acontece, la conclusión es casi inequívoca: el estado nace de la fuerza, vive de la esclavitud y es bastante perjudicial a la propia libertad. En suma, en vez ser el agente social que muchos imaginan, él estado, en realidad, es lo opuesto de eso.

  Nock consideraba ingenuos incluso a los defensores de un estado mínimo, limitado por una constitución. Para él, la tendencia natural e inexorable siempre sería la del crecimiento del estado, y la creencia de que palabras escritas, interpretadas por agentes del propio estado, podrían restringir su crecimiento, no pasaba de una ilusión. Iba más allá: lo normal sería la concentración de poder en el Ejecutivo. Cuando observamos las democracias modernas, incluyendo a los propios Estados Unidos, no podemos dejar de dar la razón a Nock: el poder estatal avanzó de una forma que sería impensable hace un siglo, con la presidencia respondiendo por buena parte de este avance. Vivimos una era de culto al presidente.

  Las reformas y disputas políticas, para Nock, no pasan de ser una lucha para ver qué grupo tendrá acceso al poder estatal. Cada partido presenta nuevas promesas, siempre tendiendo al aumento del poder estatal. La existencia de la democracia, del «gobierno del pueblo», permite que el individuo sea persuadido de que la acción estatal es una creación suya, que el estado lo representa de hecho, y que la glorificación del estado es su propia glorificación. La mentalidad colectivista, en sus diferentes formas – principalmente el nacionalismo – es un resultado de eso. Si se critica al estado de un país, entonces el propio pueblo se siente atacado. Algo como el monarca en el pasado, idolatrado por los plebeyos – que eran distraídos con el «pan y circo», y confundido con el propio pueblo en sí. El mejor ejemplo está en Luis XIV, que habría dicho «El Estado soy Yo». El pueblo, inmerso en la ignorancia, acaba endiosando a su propio verdugo.

  El hecho de que Nock condene vehementemente la existencia del estado no es sinónimo de que rechace cualquier gobierno. Nock deja clara la distinción entre ambos. Defiende los derechos naturales de los individuos, y cree que alguna forma de gobierno puede existir para administrar tales derechos de forma negativa, o sea, impidiendo la invasión de las libertades individuales. Sin embargo, no ve necesidad alguna de que ese gobierno sea un estado con el monopolio de la fuerza. Al contrario, el propio poder social puede encargarse de eso, a través de un «orden natural». El poder estatal tiene un registro histórico increíble de ineficiencia y deshonestidad en todas las áreas que controla. Nock, repitiendo a Spencer, considera una paradoja la insistencia de la fe en el poder estatal, después de tantas demostraciones de fracaso. El estado pasó a representar un dios moderno, sin el cual las personas ya no consiguen imaginar la vida.

  Delante de esa constatación, Nock llega al pesimismo de creer que no se puede hacer nada para evitar el destino del crecimiento estatal hasta una desgracia mayor. Como los imperios antiguos que se desplomaron, Nock cree que en el futuro la civilización actual pagará un elevado precio por sus elecciones colectivistas. Veía una secuencia de pasos rumbo al despotismo, como una mayor centralización del poder estatal, una burocracia creciente, la fe en el poder estatal creciendo, la fe en el poder social disminuyendo, el estado absorbiendo una proporción cada vez mayor de la riqueza producida, el estado dominando industria tras industria, administrando todo con creciente corrupción e ineficiencia, y finalmente llegando a un sistema de trabajo forzado. De esa lista, sólo el último elemento aún no se ha vuelto realidad completamente, ni siquiera en Estados Unidos. El resto no sólo ocurrió como pronosticaba, sino que se ve como algo totalmente natural.

  Si Nock tenía una visión tan negra en relación al rumbo de la civilización, ¿entonces por qué escribió el libro? En primer lugar, no esperaba que su libro pudiera alterar las opiniones políticas de las personas, pues reconocía que la fe en el poder estatal estaba demasiado enraizada. Aun así, sentía que era una especie de deber moral el simple hecho de registrar lo que estaba viendo, sin la pretensión de algún fin práctico o inmediato. Por último, creía que los pocos espíritus independientes, aquellos con la curiosidad intelectual sobre las cosas de la naturaleza, merecían su esfuerzo. El libro fue escrito para ellos, con la intención de mantener encendida la antorcha de la libertad. Y Nock sabía también que no hacía falta buscar a esos individuos diferenciados; ellos llegarían hasta su libro, a través de su espíritu inquisitivo. Espero que muchos lectores puedan llegar hasta Nock, a través de las preguntas correctas, y con el verdadero objetivo de conocer las respuestas. Yo recomiendo, para comenzar, las siguientes preguntas: ¿cómo surgió el estado surgió, y por qué?