En la actualidad está teniendo lugar un debate en relación a la inteligencia artificial y la robótica. Las cuestiones giran en torno a diversos aspectos de los posibles futuros desarrollos de dicha tecnología. Se habla de que las máquinas le quitan el trabajo a los seres humanos y se vislumbra que si la inteligencia artificial progresa lo suficiente como para equipararse a los hombres, entonces, quizá nos eliminen del mercado laboral. También se baraja la opción de que los aparatos paguen impuestos para financiar políticas sociales, como por ejemplo las asociadas a los obreros desplazados por dicha tecnología. Haremos una pequeña reflexión económica previa para abordar estas cuestiones.
Un concepto fundamental en la economía es el de escasez. Los recursos que cabría utilizar para intentar alcanzar los fines que anhelamos son limitados. Esto quiere decir que no son infinitos y que, por tanto, si los dedicamos a unos objetivos concretos no podremos dedicarlos a otros menesteres. Así, si la industria absorbiera parte de los medios disponibles para fabricar coches, por ejemplo, quedarían menos medios para crear ordenadores. En un caso extremo, si una fábrica emplea todos los materiales existentes para confeccionar por ejemplo ropa, entonces seríamos pobres, pues poseeríamos mucha ropa pero nada de comida, coches, medicina, etcétera. La mano de obra es uno de esos recursos escasos y, del mismo modo, si la destinamos a manufacturar un producto específico será a costa de sacrificar la obtención de otros enseres.
Esto puede entenderse si nos imaginamos a un náufrago en una isla deshabitada. Lo primero que hará nuestro cautivo será buscar un refugio, o construirse uno; y después conseguir alimento. Una vez que esté instalado consumirá la mayor parte del día en pescar, cazar y en obtener agua. Quizá para beber el preciado líquido tenga que desplazarse hasta un río cercano, y lo hará varias veces al día con la pérdida de tiempo correspondiente. Si un día encuentra algún recipiente de otro naufragio, podrá utilizarlo para recoger agua. De esta manera, le bastará con ir al río una vez al día, o quizá menos. Ahora le será posible invertir en la caza las horas que perdía yendo al río varias veces; con lo que le sería más fácil ahorrar alimento y desocuparse varios días. Estos los emplearía construyendo una caña de pescar, o varias; de modo que, si las deja ancladas en el borde del río o en el mar, lograría peces sin estar presente. Con ese período adicional construiría trampas para peces o animales terrestres. Así, contaría con sustento sin tener que atrapar animales todo el día, le bastaría con colocar las cañas de pescar y las trampas por la mañana y recoger la comida por la noche. De esta forma, dedicaría todo el día a construirse una cabaña mejor o a elaborar trampas más eficaces, o quizá a confeccionar ropa con la piel de los animales. Con el paso de los meses quizá consiga tiempo incluso para adquirir productos menos acuciantes como un destilado, alguna planta para fumar u hojas para escribir.
En este ejemplo, los recursos, como es natural, son limitados, pero además hay uno cuya escasez es enorme: la mano de obra. En efecto, solo hay un obrero, y esto reduce mucho los posibles artículos que se pueden alcanzar. Como en este caso no es viable fabricar más personas, a nuestro protagonista le interesa que cada actividad requiera la mínima cantidad de trabajo admisible, para que esta quede desocupada para otras actividades. La caña de pescar es una máquina que permite liberar la mano de obra que antes se utilizaba para pescar, estando ahora disponible para hacer otras cosas. De esta suerte, nuestro protagonista primero tendrá solo peces, sin embargo después atesorará peces más lo que consiga en el tiempo que dedicaba a pescar, esto es, será más rico. Así mismo sucede con el recipiente de agua, o las trampas de animales, le permiten liberar su esfuerzo, con el que poder elaborar otros objetos y elevar su nivel de vida.
Igualmente sucede en una economía desarrollada con respecto a los recursos, y en particular con la mano de obra. Cuanta menos utilicen los empresarios más quedará para obtener otros productos. Imaginemos por un momento que el gobierno nos da un sueldo a todos los ciudadanos a cambio de hacer zanjas. El caso es que con esa política laboral no restarán personas para fabricar otras cosas, y aunque parezca que somos ricos, pues todos atesoramos un salario, en realidad seremos pobres pues no habrá nada por lo que intercambiar nuestras unidades monetarias. Si fuese bueno que los empresarios usasen cuantos más obreros mejor (para reducir el desempleo), entonces cabría obligar a los operarios a desarrollar su actividad con un solo brazo, de este modo harían falta más para confeccionar lo mismo. Después, también podríamos hacer que laborasen a la pata coja, borrachos, o con una venda en los ojos; acercándonos de esta forma al deseado panorama de que todo el mundo tenga trabajo y paga. Más de esta manera observamos que, en realidad, lo que hacemos es acercarnos al ejemplo de las zanjas, puesto que se consumiría mucha mano de obra para manufacturar unos pocos artículos, no quedando disponible para conseguir otros.
Las máquinas permiten liberar recursos que permanecen vacantes para crear otros bienes. Gracias a la maquinaria agrícola, la mayor parte de la población no tiene que dedicarse a los quehaceres del campo. Y el resultado no fue que el 60% de la población se murió de hambre, sino que quedó disponible para construir aviones, trenes, teléfonos, etc., lo que nos hizo más ricos. No es casualidad que las economías más capital intensivas sean las más prósperas, puesto que gracias a los bienes de capital aumenta la productividad, esto es, hay más abundancia. Además, dicho incremento conlleva una subida salarial.
Por otra parte, debemos tener en cuenta que la riqueza se consigue alargando la estructura productiva financiada con ahorro previo, y que para soportar la especialización del conocimiento que precisa dicho alargamiento es necesaria mano de obra. Es decir, para conseguir más especialización necesitamos más gente. La especialización permite aumentar el rendimiento y reducir los precios y, si disfrutamos de más cantidad y diversidad de objetos a nuestra disposición por un costo inferior, entonces somos más ricos.
Con estos dos puntos ya podemos analizar el problema de la inteligencia artificial con una nueva luz. Si la inteligencia artificial no llega a ser como la del hombre, entonces esa tecnología lo que proporciona no son más que máquinas. Y estas nos permitirán liberar operarios para dedicarlos a otros menesteres, lo que nos hará más ricos. Si, por el contrario, la inteligencia artificial se equipara con la de las personas, entonces su aparición equivaldría a un crecimiento de la población, lo que permitiría una mayor especialización (si contamos con el ahorro previo), lo que también nos hará más prósperos.
En este último caso puede suceder que se fabrique mucha mano de obra de golpe, pues al ser la primera vez que se lanza ese género al mercado no sabemos cuánto está la gente dispuesta a pagar y cuánta cantidad demandarán. No obstante, si son idénticos a obreros humanos, entonces ya contamos con referencias. Y si no es así, si no es exactamente igual que una persona a nivel económico, porque puede que ser atendidos por robots a algunos consumidores les cause rechazo, entonces el problema no será distinto del de los inmigrantes, o del que se genera cuando se lanza un artículo nuevo al mercado. Si no acertamos con la cantidad o el precio estimado que estaban dispuestos a pagar los consumidores, dichos desequilibrios serán rápidamente corregidos por el mercado.